Crisis y desarticulación en la puna de Atacama: Sequía, epidemias y hambruna en Socaire y Peine (1949-1950)
Crisis and disarticulation in the Atacama puna: Drought, epidemics and famine in Socaire and Peine (1949-1950)
Fecha recepción: abril 2024 / Fecha aceptación: mayo 2024
DOI: https://doi.org/10.51188/rrts.num31.853
ISSN en línea 0719-7721 / Licencia CC BY 4.0.
RUMBOS TS, año XIX, Nº 31, 2024. pp. 105-137
Damir Galaz-Mandakovic
Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo,
Universidad Católica del Norte. Docteur en Histoire (Université Rennes 2)
y Doctor en Antropología (Universidad Católica del Norte).
Dirección postal: Tebenquiche, s/n, San Pedro de Atacama, Chile.
https://orcid.org/0000-0003-0312-6672
Resumen
A través de una metodológica historiográfica, sustentada principalmente en el examen de archivos hemerográficos, se describe y analiza una etapa de transformación en la puna de Atacama por efecto de varias desarticulaciones que tuvieron como derivación una aciaga escena social, económica y sanitaria en los pueblos de Socaire y Peine, particularmente entre los años 1949 y 1950. Aquella desarticulación está constituida por la cesación de flujos de animales a pie desde Argentina, proceso simultáneo a una sequía que derivó en hambruna junto a una epidemia de coqueluche que diezmó a la población infantil y la difusión de carbunclo, que perjudicó a los animales de la puna. Se analizan los modos de relación y exclusión regional cruzado por la caridad del mundo popular como respuesta a una crisis.
Palabras clave
Socaire; Peine; coqueluche; carbunclo; hambruna; Puna de Atacama
Abstract
Through a historiographic methodology, based mainly on the examination of newspaper archives, a stage of transformation in the Atacama puna is described and analyzed as a result of several disarticulations that led to a fateful social, economic and sanitary scene in the towns of Socaire and Peine, particularly between 1949 and 1950. That disarticulation is constituted by the cessation of animal flows on foot from Argentina, a simultaneous process to a drought that resulted in famine, together with an epidemic of whooping cough that decimated the child population and the spread of anthrax that harmed the animals of the puna. The modes of relationship and regional exclusion crossed by the charity of the popular world as a response to a crisis are analyzed.
Keywords
Socaire; Peine; whooping cough; anthrax; famine; Puna of Atacama
Introducción
Desde la expansión del ciclo salitrero en la zona geográfica conocida como Depresión intermedia chilena, las sociedades de Socaire y Peine fueron parte de la red de los flujos de ganado bovino y ovino provenientes desde Argentina, con rumbo a la sociedad salitrera y las poblaciones portuarias del desierto de Atacama. Aquella participación en esta economía fue a través del servicio de arriería, el trabajo de baqueanos, peonaje, crianza y alimentación de los animales de paso (González, 1989; Cabeza et al., 2006; Richard et al., 2018). Del mismo modo, la ecorregión de la puna atacameña, una franja vegetacional extensa situada en las pendientes de los contrafuertes orográficos de Los Andes, evidenció una red de intercambio nutrida con la puna argentina, no solo por relaciones económicas, sino también por redes con contenidos sociológicos y simbólicos (Gundermann, 1998).
Aquellas localidades también desarrollaron la crianza de animales para el autoconsumo, incluyendo cierta participación en el mercado regional (Valenzuela, 2000). De ese modo, la inclusión de la zona en los circuitos mercantiles en el marco de la circulación de animales desde Argentina, fue un modo de complementariedad a una economía campesina (Gundermann y González, 1995), siendo los alfalfares los que evidenciaron una expansión tanto en Salta como en la puna de Atacama.
Normalmente, se ha considerado que la crisis de 1930, que incluyó el desmantelamiento de los cantones salitreros de la región de Antofagasta, Taltal y, parcialmente, en El Toco, significó la disminución de los flujos de animales desde Argentina. No obstante, los datos empíricos demuestran otra realidad. Por ejemplo, en junio de 1946 se notició: “Salta. Durante el mes de mayo se exportaron a Chile 2.565 novillos por la vía de San Antonio de los Cobres a Socompa, destinados a los mercados de Antofagasta y San Pedro de Atacama” (La Nación, 7 de junio de 1946, p.8).
Pero aquel desmantelamiento remite solo a las salitreras del sistema Shanks, invisibilizando el proceso de repoblamiento que se está viviendo en la pampa del sistema Guggenheim con las salitreras María Elena y Pedro de Valdivia, operativas desde 1926 y 1931, respectivamente (Galaz-Mandakovic, 2024 a), oficinas que recibieron ingentes cantidades de vacunos salteños.
Fue particularmente desde febrero de 1948 cuando los ganaderos argentinos comenzaron a usar el nuevo Ferrocarril de Antofagasta-Salta (también nombrado como Ferrocarril Huaytiquina) para exportar animales hacia Chile. Una nota de prensa indicó: “Carne barata para el norte de Chile […] ya se han estado transportando mensualmente algunos miles de cabeza de ganado argentino” (La Nación, 20 de febrero de 1948, p.4). En otra noticia, en la misma fecha citada, indica: “Las zonas salitreras de Chile y las poblaciones cercanas a Antofagasta consumen importantes cantidades de ganado […] cuyo transporte hasta hoy limitado al arreo a través de la cordillera, será facilitado en alto grado con el nuevo ferrocarril” (La Nación, 20 de febrero de 1948, p.5)1.
Aquel escenario de mecanización del transporte generó una crisis regional en la puna, la economía agropecuaria vio mermada el volumen de demanda. De ese modo, en la zona de la puna hubo un redireccionamiento hacia actividades menos mercantilizadas, lo que ha sido mencionado como una retracción (Gundermann, 2018).
En el caso de Peine y Socaire, aparte de las labores de cultivos, los lugareños se dedicaban a la pequeña ganadería. El diario El Mercurio de Antofagasta indicó un dato clave, anotando que de la pequeña ganadería,
no han podido obtener en los últimos años ningún rendimiento, ni siquiera para su propia alimentación, debido a que el ganado está sumamente flaco por la escasez de pasto, producida por la sequía que azota a esta región hace siete años. (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1)
Entonces, a la crisis por efecto de las rearticulaciones regionales y transnacionales, se sumó la problemática que generaba una larga sequía, la que transformaría en el corto plazo el devenir de aquellos poblados. El profesor de la Escuela de Peine, Darío Lara Saldías mencionó que antes de la sequía evidenciada en el segundo quinquenio de la década de 1940 “las lluvias hacían salir pasto hasta en el techo”; agregando: “hubo hombres que tuvieron trescientas y hasta quinientas cabezas. Hoy se declaran felices si pueden contar con más de quince cabezas” (El Mercurio de Antofagasta, 10 de febrero de 1950, p.1).
Más allá de la densa y perjudicial sequía surgió también un reordenamiento de los flujos y contraflujos regionales por efecto de la irrupción del ferrocarril, que articuló hacia las salitreras del cantón Central, también llamado cantón Bolivia en la Provincia de Antofagasta. De igual modo, dicho ferrocarril, al transportar animales desde Argentina satisfizo la demanda de la pampa salitrera de zona de El Toco2. Simultáneamente, en Chuquicamata se vivía una expansión de las operaciones, lo que exigió nueva mano de obra, al tiempo que también se atestiguaba un aumento demográfico en las ciudades costeras (Galaz-Mandakovic y Rivera, 2022).
La zona de Socaire y Peine ha sido estudiada desde múltiples enfoques, principalmente arqueológicos y antropológicos, centrando el enfoque en temas pastoriles, agrarios, ritualidades, estudios patrimoniales, normalmente alimentados con etnografías o memoria oral. De modo complementario a esos enfoques, nuestro trabajo recurre a una metodológica historiográfica sustentada principalmente en el examen de archivos hemerográficos3 para describir una etapa de transformación y crisis, una aciaga escena social, económica y sanitaria en Socaire y Peine, particularmente entre los años 1949 y 1950. De ese modo, se describe y analiza un estudio de caso con enfoque microhistórico y sincrónico, que nos sitúa en un momento preciso de la historia del siglo XX atacameño, en el marco de un periodo que marcó un hito por la serie de reestructuraciones.
Desde una mirada regional y urbana, según los múltiples trabajos antropológicos y la propia visión de la prensa, la puna de Atacama fue un sinónimo de abandono y pobreza, al menos en el devenir del siglo XIX y XX, pero aun más desde la década de 1930, todo esto desde miradas situadas desde ideas evolucionistas de progreso y desarrollo. En aquellas circunstancias, fue el municipio de Calama el que articuló los esfuerzos para recomponer diversas crisis, particularmente, los trances sanitarios: la gripe, el tifus, la tifoidea, la sífilis, el mal de chagas y la tos convulsiva, que generaron estragos consecutivos. En 1928, el mencionado como Dr. Gallo, de Calama, denunciaba en la Dirección General de Sanidad, la presencia de un bicho mencionado como koma en San Pedro de Atacama y en los pueblos aledaños, era un bicho “cuya picadura producía un envenenamiento a los ganados lanares lo mismo que a las personas, cuya muerte sobrevenía rápidamente” (La Nación, 17 de abril de 1928, p.11). Fue hacia 1935 que se implementó una posta sanitaria en San Pedro de Atacama, con camas y ambulancia a cargo de un paramédico: “en junio de 1936, dicho practicante atendía 49 enfermos de Socaire y 69 en Peine” (Hidalgo, 1992, p.275). El diario La Nación indicó sobre el policlínico que estaba “[…] a cargo de profesionales competentes, cuyos gastos de personal y de medicina corren a cargo del municipio” (La Nación, 13 de mayo de 1937, p.15).
Otros datos remiten al año 1940, momento en que se examinaron a 30 niños de Peine (86% de la población escolar), resultando los 30 niños enfermos con distrofia, afecciones a la piel, problemas pulmonares, alteraciones del sistema nervioso, fallas cardiacas y cuadros convulsivos (Hidalgo, 1992, p.275-276).
Así, nos resulta de interés indagar en un periodo que reforzó aquellas ideas de rezago, pauperización, precariedad existencial y relaciones de otredad donde sequías, epidemias y problemas alimentarios visibilizaron una realidad crítica que nos habla de la propia heterogeneidad regional, despertándose una reacción caritativa por parte de las comunidades urbanas regionales del desierto atacameño4.
Crisis sanitaria: la epidemia del coqueluche
El diario El Mercurio de Antofagasta comunicó en diciembre de 1949 un dato conmovedor: “20 niños han muerto en Socaire víctimas de una epidemia: no contaron con la asistencia médica que fue solicitada a las autoridades de Calama” (El Mercurio de Antofagasta, 1 de diciembre de 1949, p.1).
La causa de fallecimiento fue el coqueluche, también conocida como tos ferina o tos convulsiva. Una enfermedad infecto-contagiosa extrema de orden respiratorio que provoca ataques de tos violentos. Normalmente afecta a niños y la fuerza de la tos estimula episodios de vómitos5 con una morbi-mortalidad relevante, originando complicaciones tales como neumonía, hipertensión pulmonar, encefalopatía y muerte (Kusznierz et al., 2014).
Socaire, que en aquella época distaba a 213 kilómetros al sureste de Calama, y Peine a 256, eran pueblos que escasamente eran mencionados en los diarios regionales. Ciertamente, la envergadura de la crisis sanitaria le brindó un espacio de visibilidad que desnudó la compleja precariedad en el habitar del poblado:
El señor Modesto Escalante, Inspector Municipal de San Pedro de Atacama, informó a nuestro corresponsal en Calama que, en el pueblo de Socaire (…) han muerto veinte niños en el transcurso de un mes a causa de una epidemia que los habitantes de esa localidad presumen sea tos convulsiva. (El Mercurio de Antofagasta, 1 de diciembre de 1949, p.1)
La precariedad del pueblo no satisfacía la comodidad de los médicos de Calama. El Inspector Municipal de San Pedro, Modesto Escalante, había noticiado de la crisis al alcalde de Calama, durante noviembre de 1949, cuando se evidenciaron los primeros casos de fallecimiento de niños. El alcalde Ricardo Cortés había respondido “el envío de un practicante o médico a Socaire, no es posible por cuando no existen en ese pueblo las comodidades necesarias para tratar casos graves de manera continuada como se haría en un hospital”.
Frente a aquella indolente respuesta, el alcalde, que a la vez era médico, dio un consejo a los habitantes afectados de Socaire: “El alcalde […] le pidió que indicara a las familias afectadas que aislaran a los enfermos” (El Mercurio de Antofagasta, 1 de diciembre de 1949, p.1).
Los habitantes de Socaire al tener conocimiento de que no sería enviado un médico, dirigieron un telegrama al Consejo Médico Provincial de Antofagasta, pidiendo amparo, puesto que no han sido atendidos por las autoridades de Calama. El telegrama lo firmaban a nombre de los pobladores de Socaire los dirigentes Alberto Tejerina, Isaac Tejerina, Nicolás Plaza y Joaquín Plaza (El Mercurio de Antofagasta, 1 de diciembre de 1949, p.1).
Sin embargo, ante la ausencia de médico y paramédicos, los niños comenzaron a fallecer velozmente. Solo en noviembre de 1949 murieron 20 niños. El diario de Antofagasta anotó:
Una idea de las proporciones de esta epidemia puede darla el hecho que al señor Joaquín Plaza se le murieron tres hijos, de 7, 5 y 3 años de edad en el transcurso de una semana. Mientras fue a enterrar a uno de ellos al cementerio, otro de sus hijos había muerto en su casa. (El Mercurio de Antofagasta, 1 de diciembre de 1949, p.1)
En los hechos, según el citado diario, los veinte niños que fallecieron representaban el 43% de la población infantil de Socaire (El Mercurio de Antofagasta, 1 de diciembre de 1949, p.1). Pero, cotejando los datos, ese 43% representaba el total de los infectados que hubo en noviembre.
Ante la difusión de la noticia y la propia conmoción pública, el departamento de Sanidad de Antofagasta envió a Calama 300 dosis de vacuna mixta contra el coqueluche y la difteria para auxiliar a los niños (El Mercurio de Antofagasta, 7 de diciembre de 1949, p.1). El desafío desde entonces fue hacer llegar las vacunas a Socaire y Peine, en un territorio donde los caminos no estaban bien definidos:
El Jefe Sanitario Provincial doctor Rodolfo Sepúlveda, nos informó que el Inspector de La Campaña Antivenérea, señor Bernabé Henríquez, se encuentra en Peine […] realizando su labor de auxilio para los niños afectados con la tos convulsiva. Este funcionario ha recorrido en estos días toda la región y especialmente San Pedro de Atacama, Socaire y Toconao. El Jefe Sanitario, doctor Montt, se dirigió el domingo pasado a Toconao, donde pudo comprobar que más o menos cuarenta niños estaban afectados por la tos convulsiva. (El Mercurio de Antofagasta, 7 de diciembre de 1949, p.1)
De ese modo, niños habitantes de Toconao se sumaban a la lista de contagiados. Pero por efecto de la cercanía con San Pedro de Atacama (39 km aproximados), las vacunas llegaron más rápido.
El médico Rodolfo Sepúlveda expresó que el mayor problema era resolver los modos de cómo llegar hasta Socaire y Peine:
El doctor Sepúlveda […] está esperando resolver las dificultades inherentes a la movilización para dirigirse a tan apartado lugar, con el objeto de que el médico sanitario de Calama o en su defecto el Jefe Sanitario Provincial pueda llegar hasta Socaire. (El Mercurio de Antofagasta, 7 de diciembre de 1949, p.1)
En Peine se contabilizaron 120 enfermos en las dos últimas semanas de noviembre y primeras dos semanas de diciembre, según lo que informó el Inspector Sanitario Bernabé Henríquez, quien por resolución de la Jefatura de la Unidad Sanitaria viajó a comienzos de diciembre a Socaire y Peine para combatir la epidemia de tos convulsiva. El funcionario comentó: “entre el 10 y 11 de diciembre ha habido dos defunciones y que se les declaró neumonía a seis niños. Solicitó que le enviaran urgentemente penicilina, sulfato, vitaminas y alcohol, para tratar a los referidos enfermos” (El Mercurio de Antofagasta, 14 de diciembre de 1949, p.1).
Figura 1
Víctimas de la epidemia del coqueluche en Socaire, Peine y Toconao entre noviembre y diciembre de 1949.
Fuente: Elaboración propia basada en El Mercurio de Antofagasta en las ediciones de diciembre de 1949 y enero de 1950.
Analizando la figura Nº1 podemos ver que, en noviembre de 1949, fue en Socaire donde la epidemia causó mayores estragos, muriendo el 43% de los niños infectados6. Inversamente, en Toconao no hubo fallecidos, aunque había 30 infectados. Por su parte, en Peine se invidencia un alto número de contagiados, 120 en total. No obstante, los fallecidos fueron dos.
En diciembre se evidenció la paradoja al aumentar la cantidad de enfermos en los tres pueblos, 235 en total; no obstante, favorablemente disminuye la cantidad de fallecidos, alcanzando solo a 4. Según los reportes de prensa no solo fueron niños, sino que también varios adultos los afectados. Lamentablemente, los archivos hemerográficos contienen un dato nulo: no entregan las edades ni los rangos etarios de los fallecidos y contagiados.
Cabe señalar que en 1952, el profesor de historia y geografía Tobías Rosemberg, de origen argentino, recorrió la puna en 1949. En 1952 visitó Santiago de Chile para dictar un curso llamado Medicina aborigen y supersticiosa de América. El profesor señaló en el diario La Nación: “El chamanismo aun vive latente y Chile […] sobre todo en las inmediaciones de Antofagasta, Peine y Socaire: allí existen verdaderos brujos que mediante conjuros mágicos tratan a sus pacientes” (La Nación, 4 de enero de 1952, p.5). De ese modo, se evidenció un modo de respuesta local, quizás complementaria, ante la arremetida tardía de un modelo sanitario y biomédico exógeno, en cierta medida considerado como alopático.
El testimonio de un funcionario: abandono y hambruna
Finalizando diciembre de 1949, el funcionario calameño Bernabé Henríquez enviado por la Jefatura de la Unidad Sanitaria regresó a la ciudad transportando un testimonio enternecedor sobre las condiciones de vida que atestiguó en Socaire y Peine, donde la epidemia de coqueluche en menos de dos meses provocó el fallecimiento de 26 niños. El funcionario comentó que el problema no fue solo de índole respiratorio en niños y adultos, sino que también se develaba otra realidad cruda. Un titular de El Mercurio de Antofagasta reprodujo las palabras del empleado: “Hay hambruna en Socaire y Peine; total es la desnutrición de sus habitantes que solo se alimentan con maíz y verduras” (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1).
Se agregaba que ambos pueblos estaban prácticamente entregados a su propia suerte, sin que ninguna autoridad se preocupara de sus habitantes: “desde 1943 que no eran visitados Socaire y Peine por la autoridad sanitaria” (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1).
El Sr. Henríquez […] podemos apreciar que el funcionario sanitario […] está aun visiblemente conmovido por la trágica visión que presenta la vida en Peine y Socaire. Sus habitantes [están] totalmente desamparados, sin apoyo de autoridad alguna y hasta olvidados por la naturaleza misma, que los hostiliza con una sequía que se prologa ya siete años, no tienen otro horizonte que el resignarse a una hambruna que los va diezmando lentamente y que los predispone a ser fácil presa de las epidemias como pudo verse en la de coqueluche. (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1)
El diario agregó:
Solo maíz y verduras. El señor Henríquez nos dijo que los habitantes de ambos pueblos no cuentan para subsistir sino con los productos que obtienen de sus propias cosechas, las cuales son de muy exigua variedad. En esta forma solamente consiguen maíz y hortalizas y que constituye su única alimentación. (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1)
Henríquez tuvo oportunidad de apreciar en general un estado de grave desnutrición en los habitantes de los dos pueblos, lo cual, según él, repercutió agudamente en el organismo de los enfermos de coqueluche: “la mayoría de los enfermos no tuvo la resistencia física necesaria para soportar la tos convulsiva y a ello se debe el excesivo número de muertos…” (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1).
En el decir del diario, el número de niños muertos pudo haber llegado a cifras superiores de no haber viajado a esos pueblos el señor Bernabé Henríquez con los auxilios necesarios que le permitieron en pocos días sofocar la epidemia. A su labor se sumó el médico calameño Carlos Glasinovic, quien también llevó auxilio, controló todos los casos y dejó instrucciones necesarias a los pobladores para continuar el tratamiento de rigor.
El descriptor estructurante de los relatos remite una tautológica noción de “pueblos abandonados”. Por ello, Bernabé Henríquez manifestó sus deseos de que las autoridades de la Provincia de Antofagasta y sus habitantes en general tendieran su vista a los pueblos de Peine y Socaire con fin de proporcionar una ayuda inmediata:
Se trata -nos dijo- no de un caso aislado sino colectivo de hambruna. No en otra forma puede calificarse la situación angustiosa en que transcurre la existencia de esas pobres gentes. En Socaire me tocó comprobar 20 familias indigentes y en Peine pude advertir que esta situación es la normal entre sus habitantes. (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1)
La escena era ciertamente aciaga:
Muchos de ellos con su físico, la flacura de sus cuerpos, recuerda aquellas visiones de la última guerra en que multitudes de seres anémicos y escuálidos azotados por el hambre vagaban sin rumbo fijo. En una palabra, en Socaire y Peine no hay alimentos. (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1)
Ante la ausencia de víveres, el funcionario comentó un deseo singular que tenían los abatidos habitantes:
La desesperación de esos chilenos puede medirse en el S.O.S angustioso que pensaban y aun piensan enviarle a la esposa del Presidente de Argentina, señora Eva Duarte de Perón, solicitándole los alimentos que no pueden conseguir en su propia tierra. (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1)
Los vínculos de Socaire con Argentina eran de una fluidez notable gracias a las relaciones de amistad, parentesco y compadrazgo, lazos que estimularon intercambios transfronterizos (Morales et al., 2019). Al respecto, una nota de prensa señaló: “Los pocos alimentos que se ven en Socaire son traídos desde Argentina, en donde los adquieren a más bajo precio después de doce horas de camino en mula” (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1).
El profesor de Peine, Darío Lara Saldías7, indicó que desde Argentina llegaban comerciantes con artículos de primera necesidad que trocaban por ovejas. Desde el segundo lustro de la década de 1940 los peineños aumentaron los flujos hasta Socompa para comprar harina y otros productos:
la harina argentina es más barata y más fácil de obtener que la chilena. El quintal comprado en Socompa y puesto en Peine no alcanza a costar unos doscientos pesos. En cambio, la harina chilena, traída desde Calama a San Pedro de Atacama, luego a Toconao y de allí a Peine, sale más de quinientos pesos. (El Mercurio de Antofagasta, 10 de febrero de 1950, p.1)
En el marco del ejercicio de contrabando, el mismo profesor de Peine fue sancionado por ir con mulas hasta Socompa, según él “a buscar artículos de primera necesidad cuando escaseaban en todo Chile, todavía me descuentan parte de mi sueldo como medida disciplinaria” (El Mercurio de Antofagasta, 10 de febrero de 1950, p.1).
Abeldino Cruz (nacido en 1941) al recordar su infancia comenta: “[…] de Argentina traíamos harina para hacer pan, manteca, aceite, jabón de tocador y jabón de lavar, alpargatas y muchas cosas más” (Cruz, 2021, p.163), una práctica de transporte de mercaderías que transgredía la frontera y que era nombrada como matute8.
Más allá de estos vínculos puneños, las noticias de los niños fallecidos, los adultos enfermos y la hambruna que afligía a Peine y Socaire, el diario El Mercurio de Antofagasta inició una campaña de recolección de alimentos, medicamentos, ropas y todo tipo de mercaderías: “asunto que ha despertado el interés de la opinión pública sensible a todas las causas justicieras y humanitarias” (El Mercurio de Antofagasta, 23 de diciembre de 1949, p.1). La sequía comentada “ha reducido su alimentación a la expresión mínima de verduras y maíz, lo que ha producido la desnutrición entre los habitantes” (El Mercurio de Antofagasta, 27 de diciembre de 1949, p.6).
La campaña de recolección y las tres expediciones caritativas
La primera institución que comenzó a articular los auxilios fue Rotary Club de Calama. Dicha colectividad acordó facilitar los medios necesarios para que un joven de Socaire y otro de Peine siguieran un curso de enfermería durante 6 meses en el Hospital de Calama,
a fin de que se adquieran los conocimientos mínimos para combatir en casos de emergencia cualquier epidemia que se presente sorpresivamente en esos pueblos. En Socaire se recibió con verdadero júbilo este acuerdo e inmediatamente fue designado el joven Sergio Varas para que se traslade a Calama. (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1)
Las primeras donaciones de este club fueron dos cajones de leche condensada” (El Mercurio de Antofagasta, 22 de diciembre de 1949, p.1). Otras donaciones fueron direccionadas hacia el matutino antofagastino:
En la caja de este diario fueron depositadas ayer las siguientes donaciones […] $100 de la familia Naranjo Castillo. $500 del señor José Zlosilo. $500 del personal de la Unidad Sanitaria de Antofagasta. $200 Señor Bernabé Henríquez. (El Mercurio de Antofagasta, 22 de diciembre de 1949, p.1)
Tabla 1
Aportes realizados en Antofagasta en ayuda de los habitantes de Socaire y Peine.
Donantes |
Donación |
Donantes |
Donación |
Daysi y Carlos Schwemmer |
$100 |
Centro de Amigas de la Liga Protectora de Estudiantes |
$2000 |
Hermanos Lazo Toba |
$50 |
Rosa González |
$20 |
Notario y personal de Notaría Calderón |
$250 |
Helio Faúndez |
$20 |
Nicolás Rendic Skoknic |
$200 |
Teodoro Tefarikis |
1 saco de arroz |
Varios amigos en memoria de Jorge López |
$1000 |
German Gómez |
$500 |
Enrique Sampson Arcos (María Elena) |
$100 |
Juan Vidal |
1 cajón de leche condensada |
Jonás Gómez |
4 pares de zapatillas, 4 mamelucos y 1 jersey |
Enrique Feliu |
2000 kilos de carbón |
Carmen Salgado |
3 tarros de leche y 1 kilo de harina |
Centro de Amigas de la Liga Protectora de Estudiantes |
$2000 |
Fuente: Elaboración propia basada en El Mercurio de Antofagasta, 23, 24 y 27 de diciembre de 1949.
La Sra. Pompeya Yutronic, presentada como viuda de Abaroa, una propietaria que “había captado el hondo drama que viven en estos momentos los pobladores”, según El Mercurio, como paliativo para la situación de crisis ofrecía su aporte:
Nos dijo que la solución propuesta […] es trasladar unas quince familias de Socaire y Peine a la finca de esta propietaria, Yalquincha, que está ubicada a dos kilómetros de Calama […] había ofrecido también casas y medios de trabajo y que los recibiría en carácter de medieros para compartir las utilidades de acuerdo con la importancia del terreno que se entregaría a cada familia (El Mercurio de Antofagasta, 28 de diciembre de 1949, p.1)
Dicha finca producía alfalfa, trigo, choclos, espárragos y betarraga, la extensión que poseía alcanzaba las doscientas hectáreas.
La campaña también se activó en Calama, los camiones militares recorrían la ciudad gracias a la bencina que les proporcionaba el municipio: “En Calama se reúnen ropas, víveres y toda clase de auxilios para los desamparados pueblos del interior y que todos los calameños se desviven por servir mejor a ese grupo de chilenos que pasan por una angustiosa situación” (El Mercurio de Antofagasta, 28 de diciembre de 1949, p.1).
El gobernador solicitó al Jefe Zonal de Sanidad la desinfección de las casas donde abundaban las vinchucas (El Mercurio de Antofagasta, 28 de diciembre de 1949, p.1). Mostny et al9 (que visitó el poblado en 1949) también mencionó algo al respecto: “los vecinos de Peine nos informan que existían en gran cantidad en todas las casas. Muchos de ellos, pudimos constatar personalmente, tenían que dormir al aire libre para librarse de las picaduras” (Mostny et al, 1954, p.17). Las vinchucas en Socaire y Peine siempre causaron estragos desde una larga data a través de la transmisión del mal de chagas (Hidalgo, 1992).
Por su parte, en Chuquicamata, el Gobernador dirigió un encuentro en el Sindicato de Empleados “junto a los propios sindicatos de planta, panificadores, choferes, metalúrgicos, dirigentes de los partidos Liberal, Radical, Conservador y Falange Nacional y el Inspector Sanitario, Bernabé Henríquez” (El Mercurio de Antofagasta, 28 de diciembre de 1949, p.1).
Así, se acordó efectuar una recolección de abastos y ropajes en las calles de Chuquicamata. Para tal objetivo el Regimiento Calama proporcionó otros dos camiones. Los primeros aportes fueron del presidente del Partido Conservador, Valentín Huerta, quien entregó al gobernador $300, y el presidente del Partido Radical, Luis Aguilera, entregando $500. La Acción Católica reunió víveres, especialmente leche condensada, para donarlos al comité central que presidía el gobernador Tomic.
Finalmente, la primera caravana solidaria se efectuó el 30 de diciembre de 1949:
Se dirigieron a Peine y Socaire el Gobernador del Departamento El Loa, el teniente del Regimiento Reforzado Nº15 de Calama y el corresponsal del diario El Mercurio de Antofagasta […] el objetivo de la visita es hacer entrega a sus pobladores de casi mil quinientos kilos de víveres que el Comité de la Pulpería Nº1 recolectó en Chuquicamata. (El Mercurio de Antofagasta, 31 de diciembre de 1949, p.1)
Tabla 2
Lista con la ayuda recolectada en Chuquicamata y Calama, enviada en la primera caravana solidaria
Chuquicamata |
Calama |
2 kilos de té |
240 kilos de azúcar |
136 kilos de harina |
420 kilos de harina |
161 kilos de azúcar |
3 cajones de leche condensada |
42 kilos de lentejas |
20 kilos de grasa |
78 kilos de avena |
160 kilos de papas |
75 kilos de sémola |
160 kilos de cebollas |
320 kilos de frejoles |
240 kilos de fideos |
157 kilos de mote |
80 kilos de arroz |
39 kilos de garbanzo |
160 kilos de avena |
237 kilos de papas |
4 cajones de conservas surtidas |
88 kilos de cebollas |
4 sacos de ropa para niños |
281 tarros de leche condensada |
1 saco con zapatos |
72 tarros de leche evaporada |
160 kilos de mote |
136 kilos de harina |
50 kilos de sémola |
40 kilos de café |
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300 panes de pascua |
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40 pares de zapatos |
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240 kilos de azúcar |
Fuente: Elaboración propia basada en El Mercurio de Antofagasta (31 de diciembre de 1949, p.1).
La primera comisión llegó a Peine a las 6:30 hrs. de la mañana y a Socaire a las 15:30 hrs. Mientras se entregaba la ayuda fallecieron Carlos Cruz de 2 años de edad, Artemio Cruz, de 6 años de edad y Delfín Cuello (El Mercurio de Antofagasta, 31 de diciembre de 1949, p.1).
La campaña caritativa se extendió hasta enero, sumándose otras localidades, tales como la salitrera María Elena, donde se realizó un campeonato de básquetbol para recolectar dinero. Chuquicamata donó 50 kilos de dicloro difenil tricloroetano (DDT), componente de insecticida, para lo cual se requirieron 1000 litros de parafina para lograr la desinfección (dedetización) de un radio de 7.000 metros cuadrados (El Mercurio de Antofagasta, 7 de enero de 1950, p.1). En Antofagasta, la gerencia de Shell Mex instruyó la donación de 2.000 litros bencina para los camiones del Ejército que iban rumbo a los pueblos (El Mercurio de Antofagasta, 11 de enero de 1950, p.1). Luego, se sumó Copec y Esso, llegando a un total de 6.000 litros de combustible, los que fueron despachados en ferrocarril desde Antofagasta hasta Calama (El Mercurio de Antofagasta, 15 de enero de 1950, p.1). Los obreros de la salitrera Pedro de Valdivia junto al Sindicato Industrial de The Lautaro Nitrate, donaron $3000 pesos y el Subdelegado Civil de Mejillones donó $970 pesos. Por su parte, la Municipalidad de Calama cooperó con $17.500 para la construcción de escuelas en ambos poblados (El Mercurio de Antofagasta, 18 de enero de 1950, p.6). En Antofagasta se organizó una rifa gracias a la donación de un sombrero de paja toquilla Montecristi, donación realizada por un médico, “el único ejemplar que existe en la ciudad y que está avaluado en 100 dólares” (El Mercurio de Antofagasta, 21 de enero de 1950, p.1).
En Calama surgió el Comité Central de Ayuda a Peine y Socaire, quienes recolectaron ropas y víveres en toda la ciudad (El Mercurio de Antofagasta, 11 de enero de 1950, p.1). El Sindicato de Panificadores de Chuquicamata donó $400, más 100 kilos de harina (El Mercurio de Antofagasta, 14 de enero de 1950, p.1).
De ese modo, desde Calama, partieron verdaderas expediciones hacia los mencionados pueblos para entregar el socorro, además de funcionarios, jefes provinciales de distintos servicios públicos. Por ejemplo, una expedición duró 15 días y estuvo integrada por el gobernador Tomic, el Ingeniero Agrónomo Provincial, el Veterinario Provincial, un teniente de Carabineros, los inspectores sanitarios, el Jefe Zonal de Bienes Nacionales junto al agrimensor, los directores de los Sindicatos de Planta, Mina, Metalúrgico y Panificadores de Chuquicamata. El viaje se realizó en tres camiones militares, quienes cargaron los abarrotes que estaban guardados en bodegas municipales. En los hechos, se volvió a enviar artículos de primera necesidad: harina, papas, cebollas, leche, conservas, porotos, mote, lentejas, té, café, cocoa, yerba mate, grasa, fideos, avena, sémola, arroz, jabón, galletas, pescado seco, cecina, etc. (El Mercurio de Antofagasta, 16 de enero de 1950, p.1). Al momento de iniciarse la segunda expedición “la despedida fue pintoresca porque se reunió frente a la Gobernación un numeroso público, parte del cual entregó en los últimos momentos, algunos paquetes de víveres” (El Mercurio de Antofagasta, 17 de enero de 1950, p.1). La segunda expedición llevó 8 toneladas de provisiones (El Mercurio de Antofagasta, 21 de enero de 1950, p.1).
La campaña de recolección fue exitosa, al punto que no pudieron trasladar “dos toneladas de víveres y vestuarios que quedaron en las bodegas debido a la falta de capacidad de los camiones” (El Mercurio de Antofagasta, 18 de enero de 1950, p.6).
Uno de los ejes de estas comitivas de socorro tuvo un carácter paternalista y pedagógico: agentes del Estado devinieron en instructores sobre cuestiones cotidianas, parámetros considerados como “civilizatorios”:
Funcionarios recomendaron a la gente que practique los hábitos de higiene que son indispensable en toda comunidad civilizada, una garantía preciosa de defensa de la salubridad pública. Le insistieron en la necesidad de cortarse el pelo y lavar la ropa con bastante frecuencia y le indicaron los beneficios que obtendrían con estas medidas. (El Mercurio de Antofagasta, 21 de enero de 1950, p.1)
El diario comenta que un cocinero del Regimiento Reforzado Nº15 de Calama dio consejos de manipulación de alimentos, otros dieron recomendaciones para optimizar los cultivos y aumentar la ganadería:
La comisión visitó Tilomonte […] con el objeto de ver plantaciones […] que son de propiedad de los peineros [sic]. En Tilomonte hay cultivo de papas, ajos, cebollas, zapallos, maíz, alfalfa donde el agrónomo Sr. Sapiaín comprobó que, como en el caso de Peine y Socaire, los sistemas de explotación son inadecuados e insuficientes para obtener mayores cosechas. (El Mercurio de Antofagasta, 21 de enero de 1950, p.1)
A su vez, se entregaron recomendaciones para evitar enfermedades en el ganado.
Figura 2
Muestra aleatoria de titulares publicados por el diario El Mercurio de Antofagasta entre diciembre de 1949 y enero de 1950.
Fuente: Elaboración propia basada en El Mercurio de Antofagasta, diciembre de 1949 y enero de 1950.
Figura 3
Los distintos agentes del Estado que intervinieron en la crisis de Peine y Socaire: 1) Bernabé Henríquez, Inspector Sanitario; 2) Esteban Tomic, Gobernador de
El Loa; 3) Andrés Poblete Briño, Comandante de la Primera División del Ejército; 4) Manuel Pino, Intendente de la Provincia de Antofagasta; 5) Darío Lara Saldías, profesor de la Escuela de Peine; 6) Esteban Tomic (camisa blanca) junto a Guillermo Carraza, Jefe Zonal de Bienes Nacionales, en el campamento levantado en Peine.
Fuente: Elaboración propia basada en El Mercurio de Antofagasta, diciembre de 1949 y enero de 1950.
Otros factores de crisis
Además de la ausencia de caminos, la extensa ausencia de lluvias que implicó la disminución de la producción agrícola, la muerte de animales, los episodios de hambruna y la epidemia de coqueluche, existen otros dos procesos que fueron estructurantes de la crisis integral de aquella zona de Atacama. Uno de ellos, fue la dependencia exógena de la economía minera local, y otro, el efecto de la circulación transnacional de animales, que implicó la difusión del carbunclo.
En las cercanías de Peine surgieron nuevas opciones económicas que activaron la absorción de mano de obra a través de un proyecto minero liderado por el empresario Julio Hermosilla, quien explotaba una mina de plomo combinado ubicada a cuatro y medio kilómetros de Peine, por tal razón, según el diario El Mercurio, este gestor conocía óptimamente el territorio, “está vinculado y conoce detalladamente sus necesidades vitales” (El Mercurio de Antofagasta, 6 de enero de 1950, p.1).
La mina comenzó a explotarse en sociedad con varios pobladores de Peine, “los primeros días de trabajo fueron penosos por carecer esta localidad de medios de comunicación” (El Mercurio de Antofagasta, 6 de enero de 1950, p.1). De ese modo, una necesidad primordial a resolver fue la habilitación de una huella que uniera la mina Tamborini y el punto más cercano a Peine, que era Neurara, estación del ferrocarril de Antofagasta a Salta, a 85 kilómetros al suroeste de la localidad: “ese camino se construyó gracias al esfuerzo realizado por los pobladores de Peine y el capital con que contribuyó la Empresa Minera Hermosilla” (El Mercurio de Antofagasta, 6 de enero de 1950, p.1).
El tiempo requerido para la habilitación de aquel camino fueron tres meses:
fue prácticamente la primera vinculación o enlace que ese pueblo tuvo con el resto de la provincia, ya que como se sabe hasta ese momento existía el camino por vía Calama Toconao que es intransitable y que es utilizado únicamente para la tracción animal. (El Mercurio de Antofagasta, 6 de enero de 1950, p.1)
Por consiguiente, eran muy pocos los camiones que se aventuraban a pasar por aquel arenal. La distribución de ayuda solo era posible en camiones militares por tener doble tracción.
En aquellas condiciones, los habitantes de Peine en septiembre de 1947 pudieron enviar a Antofagasta su primera producción minera: “Y desde este puerto salió con destino a Estados Unidos por intermedio de la firma Mauricio Hochschild. Esto prueba el esfuerzo de los habitantes de ese pueblo que desean incorporarse a las labores industriales de La Nación” (El Mercurio de Antofagasta, 6 de enero de 1950, p.1).
No obstante debido a la baja internacional de los precios de los minerales, la empresa Hermosilla se vio en la obligación de suspender las labores: “con esto, la oportunidad […] que tuvieron los habitantes de Peine para comunicarse con el resto de la provincia y obtener mejores recursos para subsistir, se esfumaron” (El Mercurio de Antofagasta, 6 de enero de 1950, p.1).
El empresario Julio Hermosilla señaló al diario citado que los habitantes de Peine retornaron a las labores agrícolas. No obstante, la sequía impactó profundamente y agravó la situación de precariedad, agréguese el fin de los trabajos de construcción del ferrocarril de Antofagasta a Salta, que además facilitó el mayor acarreo de animales prescindiendo del arreo:
Fue entonces que,
[…] por estos hechos se vieron imposibilitados de abastecerse de sus principales alimentos, recurriendo únicamente a los productos de sus propias cosechas que consisten en maíz, trigo, harina de estos granos mezclada con harina de la semilla de algarrobo y algunas escasas verduras, como lechuga, papas, cebolla y rábanos. Además, cocinan los huevos de Parina […] que obtenían de los nidos que se encuentran en los lagos del Salar de Atacama. (El Mercurio de Antofagasta, 6 de enero de 1950, p.1)
Ante el cese de la minería, el empresario comentó que existía un modo particular de trabajar la tierra:
[…] todos los habitantes se dedican en la época del cultivo y labranza de la tierra, lo que hacen en común. En efecto, todos ellos van a un predio de un vecino y realizan sus labores en conjunto hasta terminarlas y luego pasan a otro hasta finalizar este tipo de trabajo en toda la comarca. Al término del cultivo se celebra una fiesta que llaman La Mingada, que consiste en bailes, canciones, comida y preparan una bebida conocida con el nombre de aloja de algarrobo la que una vez fermentada los embriaga. (El Mercurio de Antofagasta, 6 de enero de 1950, p.1)
Finalmente, ante el fenómeno de la sequía los pobladores exigían la construcción de un tranque para superar los problemas del regadío y escasez de agua. Además, mejorar los caminos, ya que existían prospecciones mineras que indicaban que la zona era rica en azufre, cobre, plomo, plata, cloruro de sodio, boratos de sodio y ónix, este último usado mayormente para artesanía (Méndez et al., 1981, p.135).
Por otra parte, la muerte de animales en la zona, normalmente de los animales que provenían desde Argentina, fue atribuida a otra peste, al carbunclo10: “Una epidemia de carbunclo apareció en San Pedro de Atacama, las autoridades toman medidas para proteger el ganado” (El Mercurio de Antofagasta, 8 de diciembre de 1949, p.1). Una epidemia que, “no se tiene conocimiento que haya existido antes en esta zona y al hacerse presente acarreará nuevas preocupaciones sanitarias y cuantiosas pérdidas” (El Mercurio de Antofagasta, 10 de diciembre de 1950, p.1).
Dichas infecciones, fatales para los animales, afectaron al ganado vacuno, ovejuno y caballar con deplorables consecuencias. Fue entonces que las autoridades de Calama ordenaron incinerar a los animales que habían muerto por carbunclo11: “esta epidemia, junto con envolver un peligro para las personas, amenaza herir seriamente los intereses económicos […] con la extinción del ganado, lo que perjudicaría a los pequeños agricultores de esa región” (El Mercurio de Antofagasta, 8 de diciembre de 1949, p.1).
En el caso de San Pedro de Atacama, se registró en una semana la muerte de 14 animales, entre caballos y ovejas:
Considerando la escasa cantidad de ganado en esa localidad, el número es excesivo y la falta de recursos de los habitantes hace que les sea muy onerosa está pérdida. […] lo agudo de esta enfermedad hace imprescindible la pronta traída de sueros y vacuna anticarbunclosas para animales y suero del tipo humano. (El Mercurio de Antofagasta, 10 de diciembre de 1950, p.1)
Uno de los potreros que evidenció las primeras muertes de animales fue uno llamado La Carreta, el dueño era Francisco Hoyos: “el veterinario provincial, señor Guillermo Casas, ordenó que se incinerara el vacuno muerto que correspondía a una partida internada de la Argentina por el señor Juan Abaroa Rodríguez y ordenó que no se pastara a animales en dicho potrero” (El Mercurio de Antofagasta, 10 de diciembre de 1950, p.1).
A su vez, se informaba que la epidemia afectó a Sequitor, que forma parte de San Pedro de Atacama, donde los habitantes tomaban agua infectada por los animales en las acequias de los potreros:
da una idea sobre la ignorancia de esta enfermedad entre los atacameños el hecho de que la carne de algunos de estos animales muertos se disponía a comérsela. Felizmente y en forma oportuna se le preguntó al señor Mucherl quien les indicó que inmediatamente debían incinerarla. (El Mercurio de Antofagasta, 10 de diciembre de 1950, p.1)
También se hablaba sobre la ingente cantidad de parásitos en los animales de Socaire y Peine, especialmente garrapatas y piojos:
[…] sucede que los animales que deambulan el día entero en busca de su sustento, en las noches no pueden dormir pues, se lo impiden las picadas de millares de bichos que succionan la sangre hasta derribarlos muertos […] de ahí, entonces, la urgente necesidad de viajes periódicos de agrónomos y veterinarios para que con sus consejos y los recursos de que dispongan, traten de aliviar esta situación. (El Mercurio de Antofagasta, 9 de enero de 1950, p.1)
De ese modo, la crisis se estructura desde la precaria minería del plomo combinado, la retracción hacia una agricultura afectada por la sequía y la difusión del carbunclo, que en conjunto coadyuvaron a empeorar el escenario social, económico y sanitario en la puna.
Figura 4
1) Torre de la Iglesia de Peine construida en 1946. 2) Un camión que, a través de dificultosos caminos, intentaba llegar a Socaire en diciembre de 1949. 3) Mujeres de Peine. 4) Anciana de Socaire, bautizada por el investigador del folclore Carlos Lavín, como “La anciana que todo lo sabe…un venero de información sobre tradiciones.” (El Mercurio de Antofagasta, 14 de febrero de 1950, p.6).
Fuente: Elaboración propia basada en El Mercurio de Antofagasta, diciembre de 1949, enero y febrero de 1950.
Integración, economía y la moción de rezonificar
Gran parte de los discursos reproducidos en las noticias se remiten a los descriptores de “atraso”, rezago, precariedad de la vialidad e integración económica. El diario El Mercurio lo dijo explícitamente: “Es necesario incorporar a la producción nacional a pobladores de Peine y Socaire” (9 de enero de 1950, p.1).
Uno de los mayores exponentes de aquella idea era el ingeniero agrónomo Fritz Ferger Zeiger, quien tenía un criadero de chinchillas en la zona de Conchi Viejo:
[…] la vida de los habitantes de esos pueblos es tan primigenia que a las personas que tienen algún contacto con ello les ha llamado mayormente la atención las privaciones a que se han visto sometidos a causa de la prolongada sequía […] y fue necesario un brote epidémico que tantas vidas de niños costó, pusiera de manifiesto las tristísimas condiciones en que subsisten los pobladores. (El Mercurio de Antofagasta, 9 de enero de 1950, p. 1)
Las ideas dicotómicas de “atraso” y “progreso” también se visualizan en las narrativas, como un modo de evaluar una otredad adjetivada como indígena, en tanto valor de lo social, económico, cultural y moral hacia “sectores de pobreza, grupo en los márgenes geográficos” (Gundermann, 2018, p.95).
El diario elucidó:
Estos chilenos son gente bondadosa y sobrias y su vida transcurre en una forma tan primitiva, que se puede comparar a la de los pueblos pastores que nos relatan los primeros libros de la Biblia, en una ignorancia absoluta de lo que ocurre en el mundo y de los progresos de la civilización. Se mantienen del elemental cultivo de sus tierras y de la crianza, en muy malas condiciones, de algunas majadas de ganado lanar. (El Mercurio de Antofagasta, 9 de enero de 1950, p.1)
Fritz Ferger Zeiger agregó:
[…] estoy en perfecto acuerdo […] de poner a esos habitantes en contacto con la civilización por medio de una huella […] asimismo me parece la idea de seleccionar algunos jóvenes de esas localidades para que sigan algunos cursos de especialización como enfermeros, maestros y agricultores, para que con los conocimientos que adquieran traten de aliviar la triste condiciones en que vegetan sus parientes y vecinos. (El Mercurio de Antofagasta, 9 de enero de 1950, p.1)
Por otra parte, el Intendente de la Provincia de Antofagasta, Manuel Pino, consideraba que además de brindar una ayuda temporal a través de distribuir víveres y medicamentos, pensaba que debían ser los militares los encargados de trasladar la ayuda desde Antofagasta a través de los camiones del Regimiento Calama. El General Andrés Poblete Briño, Comandante de la Primera División del Ejército, al referirse a la situación indicó:
[…] que el Ejército cooperará con todo agrado a la labor patriótica de socorrer a los pobladores del interior del Departamento El Loa que están desamparados y que disponen apenas de una subalimentación que los condena a una desnutrición propensa a todas las enfermedades. (El Mercurio de Antofagasta, 23 de diciembre de 1949, p.1)
El militar consideraba que, además de enviar alimentos, era la ocasión de chilenizar el territorio de “modo eficaz”, como solución integral a la problemática en comunidades “económicas débiles”. El horizonte ideológico militar suponía que chilenizar era enviar profesores primarios e inspectores sanitarios, además de, “hombres de diferentes actividades para incorporarlos a la civilización democrática y reciban los beneficios de las leyes. En consecuencia, no solo deben recibir esos pobladores la ayuda material sino aquella espiritual que dignifica la personalidad humana” (El Mercurio de Antofagasta, 23 de diciembre de 1949, p.1). En suma, siguiendo a Todorov (2016), podemos decir que era un discurso barbarizante, en el sentido de conceptualizarlo como habitante caótico, fuera de ley y en comunidades dispersas. Por ello, civilizar era “la extensión de la entidad que designamos como ‘nosotros’” (Todorov, 2016, p.40)
En los hechos, un modo de integración de aquellos otros nacionales, normalmente adjetivados como “indios”, como un modo de alteridad intensa que debía ser reducida ante la potencia de una supuesta bolivianización que expresaban, es decir, hacia el indígena se sinonimizaba una categoría de extranjería.
Por otra parte, el Intendente Manuel Pino planteó la idea de “determinar la radicación definitiva de los poblados de Peine y Socaire, en vallecitos más socorridos en el mismo Departamento El Loa, donde puedan dedicarse en forma más expedita a la explotación de la tierra” (El Mercurio de Antofagasta, 23 de diciembre de 1949, p.1).
Ante la idea de rezonificar a la población de los dos pueblos, el Gobernador de El Loa, Esteban Tomic, quiso consultar con los propios habitantes. Por tal razón, “hizo gestiones con el objeto de obtener un vehículo apropiado para dirigirse a Peine y Socaire” (El Mercurio de Antofagasta, 27 de diciembre de 1949, p.6).
El gobernador declaró:
Deseo captar personalmente las impresiones de esos pobladores e imponerme de sus necesidades […] considero oportuno consultar a los propios interesados sobre la conveniencia de su traslado a otros valles más exuberantes, donde ellos tengan medios propios de vida, sin necesidad como ahora de acudir a las autoridades y al pueblo entero de la provincia para hacer frente a su crisis y poner término así a sus angustias. (El Mercurio de Antofagasta, 27 de diciembre de 1949, p.6)
Sobre los lugares considerados aptos para reubicar a los pobladores, el gobernador Tomic indicaba que había terrenos fiscales en los alrededores de San Pedro de Atacama y en el mismo Calama, terrenos que podrían ser cedidos a los agricultores: “Allí estarán socorridos por todos los recursos de la civilización” (El Mercurio de Antofagasta, 27 de diciembre de 1949, p.6).
También sugirió trasladarlos en las inmediaciones de unas vertientes cordilleranas “donde tengan resueltos el problema del regadío y el crecimiento normal del pasto para la mantención de una ganadería próspera” (El Mercurio de Antofagasta, 27 de diciembre de 1949, p.6).
Aquella moción de rezonificación de la puna y nueva concentración de la población puneña estaba inscrita desde una mirada paternalista, donde confluía una gestión de cuerpos, economía y, por sobre todo, una subjetivación de la postura nacionalista e integracionista, por lo demás, homogeneizante. De ese modo, se proyectaba una nuevo ordenamiento social y étnico bajo una gestión de la exclusión. Finalmente, aquel proyecto no fue viable.
Regularización de la propiedad: nuevo sujeto propietario
Como la rezonificación no fue posible en el contexto de la crisis, el Jefe Zonal de Bienes Nacionales, Guillermo Carraza, visitó las localidades y comentó lo que sigue:
Es necesario ir sin demora a la constitución de la propiedad legal por parte del Estado en esas localidades, mediante el otorgamiento de títulos gratuitos de dominio a favor de cada uno de los pobladores que detentan posesión material desde tiempos inmemoriales. (El Mercurio de Antofagasta, 22 de enero de 1950, p.1)
Fue entonces que comenzó un plan de regularización estatal de las propiedades y el levantamiento de un plano de loteamiento. El actor crucial en aquel proceso fue el agrimensor de Bienes Nacionales, José Jopia. De ese modo, surgió una borradura a la memoria local y a los modos de tenencia comunal, constituyéndose un nuevo sujeto jurídico y propietario.
El funcionario comentó que las ocupaciones de los terrenos eran “inciertas”, al no poseer los vecinos ni concesiones ni títulos de dominio en tierras que eran “de propiedad del fisco, en su gran mayoría” (El Mercurio de Antofagasta, 22 de enero de 1950, p.1). En las consideraciones del funcionario, el progreso se iniciaba con la regularización de los terrenos:
[…] el mero ocupante está expuesto a que individuos inescrupulosos, que mediante el fraude y ciertas argucias, verifiquen ventas ilícitas de tierras, que se consolida legalmente con el transcurso de los años, haciendo difícil la intervención del Estado para rescatarlas y favorecer al poseedor que con su iniciativa y esfuerzo las ha hecho producir. En Socaire pude comprobar ventas de esa índole, explotando la ignorancia del ocupante y burlando los intereses y el derecho del Fisco. (El Mercurio de Antofagasta, 22 de enero de 1950, p.1)
En el caso de Peine, el funcionario destacó el modo de organización del poblado, con calles que evidenciaban una simetría y un gran sentido de adaptación a las condiciones topográficas irregulares que hacían “[…] un poblado pintoresco, de gran belleza panorámica” (El Mercurio de Antofagasta, 22 de enero de 1950, p.1), agregando un elogio a los peineños que poseían:
[…] una viva luz de inteligencia y conocimiento de los maravillosos resortes de la naturaleza y de la vida. En especial, evidencian una marcada condición natural e innata […] de verdaderos artífices para la construcción de sus edificios, a base exclusiva de piedra, que cantean con tal perfección que bien se dijera que tiene el extraordinario poder de someterla a un molde. (El Mercurio de Antofagasta, 22 de enero de 1950, p.1)
Finalmente, el hito de oficialización de la propiedad de la tierra fue el 20 de enero de 1950, día en que el agrimensor culminó su trabajo dejando a los pobladores en posesión definitiva de los terrenos que ocupaban. Levantó un plano catastral de Peine y Socaire, otorgó los títulos de dominio de modo expedito, gratis y sin los trámites de rigor, en razón del tiempo de uso y el consenso comunitario.
En el caso de Peine, donde los trabajos fueron de mayor envergadura, el agrimensor dejó ubicados a 300 pobladores que ocupaban tierras de propiedad fiscal y que “creían suyas, porque las habían heredado de sus antepasados, de generación en generación, sin preocuparse de arreglar la situación legal” (El Mercurio de Antofagasta, 10 de febrero de 1950, p.1).
El agrimensor Jopia señaló: “Esta labor pudo cumplirse sin dificultades, gracias a la cooperación de los pobladores que comprenden el beneficio que les significa legalizar su situación mantenida por siglos” (El Mercurio de Antofagasta, 10 de febrero de 1950, p.1).
El funcionario explicó de paso que muchas propiedades eran muy reducidas por efecto de múltiples parcelaciones que se fueron realizando desde larga data. Estas parcelaciones ocurrían ante el fallecimiento del jefe de hogar y propietario factual de las tierras que distribuía su propiedad entre sus descendientes, “[…] de modo que, de generación en generación, ha ido disminuyendo de tamaño la heredad hasta quedar convertida en pequeñas parcelas de no más de 300 metros cuadrados cada una” (El Mercurio de Antofagasta, 10 de febrero de 1950, p.1).
El agrimensor recomendaba con premura el mejoramiento de los caminos, como factor determinante de progreso:
Hay que asegurar a estos pueblos una continua y permanente comunicación con el mundo exterior, de modo que a ellos llegue con amplitud la corriente de la vida civilizada. Es indiscutible que el Estado tiene la obligación de proporcionar el medio social de dignidad humana a que tienen derecho, para ello es básico y fundamental la expedita vía de comunicación. (El Mercurio de Antofagasta, 22 de enero de 1950, p.1)
El rol del agente estatal contribuyó a reforzar la noción de la tierra como propiedad susceptible de enajenación, liquidando los modos de organización comunitaria, regulándose las áreas de pastoreo, un proceso que en Atacama y su puna resulta más tardío en comparación al proceso vivido en Tarapacá (Gundermann, 2018, p.96). De esta manera, la condición de propietario consolida en el devenir de las décadas siguientes cierta posición de “superioridad y hegemonía sobre sus vecinos pastores de la puna y los inmigrantes bolivianos” (Morales, 2013, p.153-154).
Comentarios finales
La escena histórica que hemos descrito no solo radica en un hito de profunda crisis sanitaria, ambiental y económica, sino que es también, y planteándolo como hipótesis, una crisis de orden relacional, de constitución de otredad y gestión de una exclusión, especialmente porque se evidenciaron los modos de asimetría regional y transfronteriza. En este último punto, la irrupción del ferrocarril fue decisiva para remodelar el territorio, como así también los vaivenes del precio internacional del plomo generaron contracciones intensas desde el final de la década de 1940, surgiendo un territorio desarticulado.
Asimismo, la realidad de Peine y Socaire en la mitad exacta del siglo XX fue visto desde el mundo urbano como escenario de atraso y precariedad, acuñándose como principal factor los aislamientos geográficos y la lejanía, tal como se mencionó tautológicamente en los diarios y en las opiniones gubernamentales12. Desde aquellas narrativas se omitían los ejes estructurantes de la desigualdad, tales como el etnoclasismo y el desarrollo desigual de los territorios en una época de postguerra, donde se fusionaron dimensiones de larga data de origen colonial, más las derivaciones y jerarquizaciones del capitalismo minero regional, que a su vez se articulaba con un eje global a través de la minería de cobre, salitre, bórax, azufre y plomo.
En ese sentido, el territorio puneño no integrado al proyecto nacional, y a la vez desmembrado de las redes del mercado regional, fue profundizando la adjetivación de “indio” como elemento de difidencia al proyecto chilenizante. Aquella adjetivación se evidenció de modo tácito, no por ello menos intensa, a través de varias categorías que hemos recogido en las fuentes, y que hemos citado, tales como “sociedades rurales”, “atrasados”, “aislados”, “pobres”, gente con “vida primigenia”, “vida primitiva” y “vida en ignorancia”; también como gente “desconectada de la civilización”, con “vida vegetativa”, o que eran “comunidades económicas débiles” en comparación a la urbe y que estaban “viviendo en terrenos no regularizados”. Aquellos enunciados, donde el descriptor de “indio” atraviesa la semántica, se representan como categorías a pugnar en el marco de un supuesto proyecto nacional, que en los hechos fue un proyecto fracasado. En la urbe más cercana, en Calama, ser “indio” era un oxímoron, por el contraste al mundo rural. Incluso, era considerado como un equivalente de grosero: “[…] más cultura señores, no crean que porque estamos en Calama, todos somos indios” (El Copucha, 23 de febrero de 1952, p.5)13.
Se evidenció que después de la guerra aquellos pobladores rurales no eran parte de la cartografía política y social, ni potencialmente chilenizables (Morales, 2013, p.157), es decir, desde las postrimerías del siglo XIX no existió un interés de inclusión de una diferencia. Igualmente, fueron vistos como componentes retardatarios de la sociología del desierto. Así, el “indio” de la puna fue situado en un cierto “eje de barbarie”: “un otro distante y alterno” (Mercado, 2007, p.16). Un proceso de exclusión que afectaba de igual modo a los migrantes bolivianos que se desenvolvieron en las diferentes minerías regionales (Galaz-Mandakovic y Rivera, 2020; 2024 b).
El efecto inmediato ante una crisis espeluznante para la población infantil puneña, en conjunto a la penuria económica y alimentaria que conmovió a la región gracias una difusión mediática de mano de una empresa periodística, fue articular discursos integracionistas y también caritativos por parte de las comunidades urbanas regionales. Aquello resultó no ser más que una reinauguración de las exclusiones y de las propias diferencias, en el ideal de borrar las semánticas y trayectoria de lo constituyente como indígena. Por tal razón, se trató de inscribir la diferencia en un orden institucional distinto, aquel orden se caracteriza normalmente por “operar en un marco fundamentalmente desigualitario y jerarquizado” (Mbembe, 2016, p.164). Es decir, la diferencia se relativiza y su presencia intervenida permite constituir relaciones de desigualdad, “justificada por la diferencia” (Mbembe, 2016, p.164). Agréguese que, entre los habitantes de Atacama, al menos desde San Pedro de Atacama, denominaban despectivamente a los puneños como collas, aludiendo a los sujetos de pisos ecológicos más altos que eran pastores y que practicaban trashumancia y que “serían más ‘indios’ y más ‘morenos’ que los habitantes pie puneños” (Morales, 2013, p.158). De ese modo, las sociedades atacameñas en su organización interna eran altamente diferenciadas (Morales et al., 2019).
Una demostración de exclusión la manifestó el mentado investigador y musicólogo de la Universidad de Chile, Carlos Lavín, quien visitó Socaire y Peine durante 1949. De modo indolente mencionó en El Mercurio de Antofagasta:
Como observador entusiasta de ese mundo desconocido, son mis mayores deseos que termine la moda de preocuparse de Peine y Socaire para que aquello quede en status quo y permanezca como el más encantador y prometedor terreno de observación de archivo folclórico y un campo de estudios que ante todo me interesa como chileno. (El Mercurio de Antofagasta, 14 de febrero de 1950, p.6.)
Para el investigador Lavín, con su militancia chilena, la caridad era un vector de penetración que perturbaba la condición “prístina” de aquellos territorios, una noción esencialista que, por efecto de los procesos de integración de aquellos pueblos, se alteraba su propio extractivismo epistemológico. Es decir, una crisis sanitaria, ambiental y económica, nublaba la ideología que fundaba a estos territorios como funcionales y exóticos, elementos primordialistas para la constitución de antropologías culturalistas y estudios del folclore.
Por otra parte, aquellos contextos crisis fueron propicios para la formalización por parte del Estado de los terrenos de Socaire y Peine, con la aplicación de un proyecto considerado como civilizador y moderno a través de la legalización de las propiedades, y de ese modo tender a homogeneizar a los habitantes regionales, como un ejercicio de borradura hacia las heterogeneidades, construyendo a la vez al sujeto como propietario de la tierra que, auxiliaba la rejerarquización de las relaciones internas y externas.
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El Mercurio de Antofagasta. (1949, 10 de diciembre). Se ha comprobado de que la epidemia que afecta al ganado en San Pedro de Atacama es carbunclo, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1949, 14 de diciembre). 120 niños de Peine se encuentran atacados por la tos convulsiva, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1949, 21 de diciembre). Hay hambruna en Socaire y Peine; total es la desnutrición de sus habitantes que solo se alimentan con maíz y verduras, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1949, 22 de diciembre). Rotary Club acordó ayer hacer un llamado a sus miembros para que acudan en ayuda de los habitantes de Socaire y Peine, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1949, 24 de diciembre). El Centro de Amigas de la Liga Protectora de Estudiantes aportó ayer dos mil pesos a la colecta popular en favor de los desamparados habitantes de Socaire y Peine, p.6. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1949, 27 de diciembre). El Gobernador de El Loa señor Esteban Tomic visitará en la próxima semana Peine y Socaire, p.6. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1949, 28 de diciembre). Mañana y el viernes se efectuará en Chuquicamata la recolección de víveres y ropas para los pobladores de Peine y Socaire, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1949, 31 de diciembre). En Chuquicamata se efectuó en forma intensa la recolección de ropas y víveres para los pobladores de Peine y Socaire, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1949, 7 de diciembre). La Sanidad envió a Calama 300 dosis de vacuna mixta con el coqueluche y la difteria para auxiliar a los niños, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1949, 8 de diciembre). Una epidemia de carbunclo apareció en San Pedro de Atacama, las autoridades toman medidas para proteger el ganado, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 10 de febrero). Reducto de la civilización incaica es el pueblo de Peine, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 11 de enero). El lunes partirá una expedición a Peine y Socaire, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 14 de enero). Ya hay funcionarios provinciales en plena labor de ayuda a los pobladores de Peine y Socaire, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 14 de febrero). En tierras de la avestruz y la vinchuca recogió el Sr. Carlos Lavín importante material de investigaciones folclóricas regionales, p.6. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 15 de enero). Está todo listo para la partida de la segunda expedición a Peine y Socaire, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 16 de enero). Segunda expedición de auxilios a Peine y Socaire parte esta noche desde Calama, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 17 de enero). Anoche a las 7:30 partió de Calama la segunda expedición a Peine y Socaire, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 18 de enero). Con $17.500 cooperará Municipalidad de Calama para escuelas de Peine y Socaire, p.6. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 21 de enero). Parte de la comisión de funcionario públicos que fue a Peine y Socaire regresó a Calama, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 22 de enero). Hay que asegurar a Peine y Socaire una vida social digna y una continua y permanente comunicación con el mundo exterior, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 6 de enero). Con los comités de Calama y Chuquicamata se reunirá hoy el Gobernador Tomic, tratará la organización de la expedición a Peine y Socaire, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 7 de enero). Amplia ayuda recibirán pobladores de Peine y Socaire de todos los sectores de Chuquicamata, p.1. Antofagasta, Chile.
El Mercurio de Antofagasta. (1950, 9 de enero). Es necesario incorporar a la producción a pobladores de Peine y Socaire, p.1. Antofagasta, Chile.
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1 El transporte de ganado argentino por el ferrocarril Antofagasta-Salta se anunciaba tempranamente, aun en plena construcción de su infraestructura. El Director General de Ferrocarriles en Construcción, Gabriel Quiroz, señaló en 1942: “Hay muchos industriales que quieren traer ganado argentino por los tramos construidos […] El ganado sería transportado en la siguiente forma: desde Salta hasta la Estación Pocitos, en tren; desde allí hasta Imilac, a pie, y desde Imilac a Antofagasta en tren” (La Nación, 25 de febrero de 1942, p.4).
2 El mayor comprador de ganado argentino en la zona de Tocopilla y las salitreras de María Elena y Pedro de Valdivia fue un migrante chino llamado Arturo Chau Ly (Galaz-Mandakovic y Moraga, 2021).
3 Los archivos hemerográficos que se revisaron y que serán citados a lo largo del manuscrito, están alojados en el repositorio que posee el diario El Mercurio de Antofagasta, ubicado en calle Manuel Antonio Matta 2112 en Antofagasta.
4 Según el Censo de 1940, Socaire contaba con 74 viviendas y 336 habitantes, divididos en 144 hombres y 192 mujeres. El censo de 1952, indica la presencia de 345 habitantes. Según datos de Mostny et al, hacia 1949, Peine contaba con 211 habitantes: 107 hombres y 104 mujeres (1954, p.21). El diario El Mercurio de Antofagasta, en diciembre de 1949, entregaba otras cifras: “Peine tiene 300 habitantes entre adultos y niños, y Socaire 350” (21 de diciembre de 1949, p.1).
5 El período de incubación del patógeno, Bordetella pertussis, es de aproximadamente de 5 a 10 días, con un máximo de tres semanas. La evolución clínica de la afectación presenta tres etapas sucesivas: catarral, paroxística y de convalecencia con una evolución de 4 a 6 semanas (Corres y Butinof, 2019).
6 Para el caso de Chuquicamata, el coqueluche contaba con una memoria que resultaba siniestra para la población infantil, especialmente para el periodo entre 1917 y 1922, lapso en que se constataron 11 fallecidas por tos convulsiva, ningún hombre. En el año 1917 hubo una fallecida; en 1920, 4, y en 1922, 6 fallecidas (Galaz-Mandakovic et al., 2023).
7 El diario El Mercurio de Antofagasta tuvo elogiosos comentarios hacia el profesor, a quien caracterizó como un docente con “Alma de apóstol” y “de conversación pintoresca”, agregando que no llegó a completar su carrera y que arribó al pueblo de cuello y corbata, pero que, vista la crisis ambiental, económica y sanitaria “no me avergüenzo de calzar ojota y de comer carne de llamo cuando las circunstancias lo requieren” (El Mercurio de Antofagasta, 10 de febrero de 1950). No obstante, las memorias de Abeldino Cruz retrata a un personaje algo más siniestro: “Darío Lara Saldías venía con ideas muy autoritarias, queriendo cambiar las costumbres de la gente en su modo de vivir […] Los niños le teníamos mucho miedo cuando lo veíamos, llegábamos a temblar... era un infierno […] al profesor le encantaba castigar pegando en las manos con una tabla” (Cruz, 2021, p.157).
8 Los socaireños establecieron vínculos con Tolar Grande, Antofallita, Antofalla y Antofagasta de la Sierra. Todo este trayecto incluía pasar por lagunas Miscanti y Meñique, salar de Púlar, salar de Incahuasi, salar de Arizaro, entre otros puntos (Morales et al., 2018)
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9 La antropóloga de origen austriaco, Grete Mostny Glaser, quien visitó Peine en diciembre de 1949 para realizar un trabajo etnográfico no aborda la tragedia que se vivía en cuanto a la muerte de niños y a la sequía que repercutió gravemente en la economía. En el marco de su narrativa surge la descripción de un óptimo espacio funcional con una economía eficaz, los animales estarían sanos y los niños están felices jugando al luche (Mostny et al, 1954, p.79), donde el trabajo y el descanso es aparentemente feliz. La única anomalía, que describe superficialmente, es la condición paupérrima de los caminos. Curiosamente, solo en una nota al pie de página (Nº11) comenta, muy rápida y periféricamente, sobre la muerte de 24 niños en Socaire, e indica que en Peine “toda la población infantil estaba enferma y solamente la llegada de un practicante y los remedios necesarios puedo evitar mayores estragos” (Mostny et al, 1954, p.83). Con solo aquella nota se desarma toda la escena estructuralista que describe en todo el libro. Esto llama la atención, considerando que un funcionario sanitario indicó que, “Tanto en Peine como en Socaire hay seres que no resisten una porción de tres cucharadas de leche, pues sufren serios trastornos alimenticios. El señor Henríquez comprobó un hecho así al recibir de la doctora Grete Mostny, arqueóloga que realiza trabajos científicos en esa zona, un tarro de leche en polvo para donarlo a los enfermos. De este alimento le dio a uno de ellos tres cucharadas que le ocasionaron una reacción violenta que mantuvo al enfermo en un fuerte estado febril” (El Mercurio de Antofagasta, 21 de diciembre de 1949, p.1).
10 En mayo de 1949, el Instituto Biológico E. Matte, y la Sociedad Nacional de Agricultura publicó un aviso en el diario La Nación: “Señor ganadero: vacune a sus animales en esta época contra la Hemoglobinuria infecciosa (meada de sangre). La vacunación de otoño es indispensable por ser este tiempo cuando ataca con más intensidad esta enfermedad. Carbunclo sintomático: contra esta enfermedad deben vacunarse los animales vacunos hasta los dos años y medio de edad. La vacunación puede hacerse conjuntamente con la de la hemoglobinuria” (7 de mayo de 1949, p.8). Claramente, estas campañas resultaban lejanas para las localidades atacameñas.
11 El carbunclo, actualmente es conocido como carbunco. También es nombrado como ántrax, carbunclo bacteridiano o pústula maligna, con potencia de transmisión hacia el humano a través de Bacillus anthracis. Afecta primordialmente a animales herbívoros que pastan campos contaminados. Los principales síntomas son temblores, tambaleo y disnea seguido de un colapso rápido, convulsiones y muerte rápida.
12 En el mismo periodo, se atestigua un proceso de desestructuración económica, social y ambiental en el valle de Quillagua, oasis que resintió el cierre de las ultimas salitreras del cantón El Toco y en la década de 1975 tuvo un golpe de gracias ante el cese del Ferrocarril Longitudinal Norte (Galaz-Mandakovic, 2022).
13 Un semanario de Calama, llamado El Copucha, exponía estas imágenes del “indio”, comentando el siguiente caso: “Al regresar del Estadio, venía un grupo de personas […] se expresaban con un vocabulario grosero que pondría rojo a un carretonero de la vega de Santiago; más cultura señores, no crean que porque estamos en Calama, todos somos indios” (El Copucha, 23 de febrero de 1952, p.5)