Violencias, fronteras y desiertos: Mujeres del Pacífico colombiano viviendo en el norte de Chile

Violence, Borders and Deserts: Colombian Pacific Women Living in Northern Chile

 

Fecha recepción: junio 2022 / Fecha aceptación: octubre 2022

DOI: https://doi.org/10.51188/rrts.num28.643

ISSN en línea 0719-7721 / Licencia CC BY 4.0.

RUMBOS TS, año XVII, Nº 28, 2022. pp. 269-292

RumbosTS

 

Este manuscrito es parte del proyecto FONDECYT Nº1201130 “Rutas y trayectorias de migrantes venezolanos en el Conosur. Cuando las puertas comienzan a cerrarse” financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo, ANID-Chile.

 

Gustavo Macaya-Aguirre

Universidad Alberto Hurtado. Facultad de Ciencias Sociales.
Estudiante Doctorado en Sociología. Santiago, Chile

Magister en Psicología Social, Universidad Católica del Norte, Antofagasta, Chile. Licenciado en Filosofía y Bachiller en Humanidades, Universidad Alberto Hurtado. Becario ANID-PFCHA/Doctorado Nacional/2020-Folio: 21200311.

Mail gmacaya@uahurtado.cl

https://orcid.org/0000-0001-6377-2858

 

Resumen

El presente estudio busca analizar las distintas violencias que viven las mujeres del Pacífico colombiano que han migrado a Antofagasta, en el norte de Chile, a partir de las narrativas sobre sus migraciones, las cuales fueron analizadas a través de un análisis narrativo temático. En sus historias de vida es posible identificar cómo las violencias se acentúan en los espacios fronterizos, en el proceso de inserción laboral y en el ejercicio de sus maternidades, y de qué forma estas se encuentran sostenidas en procesos de racialización y racismo. Sin embargo, pese a los impactos emocionales que generan estas violencias, las mujeres van generando resistencias y siguen entretejiendo su vida más allá de Colombia.

Palabras clave

Fronteras; Migraciones; Mujeres del Pacífico colombiano; Violencias de género; Racismo

 

Abstract

This study seeks to analyze the different forms of violence experienced by women from the Colombian Pacific who have migrated to Antofagasta, in northern Chile, based on the narratives about their migrations, which were analyzed through a thematic narrative analysis. In their life stories it is possible to identify how violence is accentuated in border areas, in the process of labor insertion and in the exercise of their maternity, and how these are sustained in processes of racialization and racism. However, despite the emotional impact generated by this violence, women are generating resistance and continue to weave their lives beyond Colombia.

Keywords

Borders; Migrations; Women of the Colombian Pacific; Gender violence; Racism

 

Introducción

Desde fines de los años 90 del siglo XX hasta la actualidad, Chile se ha ido consolidando, paulatinamente, en un país receptor de migrantes, principalmente de origen latinoamericano (Cano y Soffia, 2009; Macaya-Aguirre y Concha de la Carrera, 2020; Macaya-Aguirre, 2022; Polo y Serrano, 2018; Rojas y Silva, 2016). Sin embargo, en el norte de Chile, en las regiones de Arica - Parinacota, Tarapacá y Antofagasta se han experimentado distintos flujos migratorios desde el siglo XIX en adelante, tanto desde países fronterizos, como también desde ultramar, ligados a distintos ciclos económicos relacionados principalmente con la minería (Tapia Ladino, 2012; Stefoni et al., 2021).

Actualmente, las personas migrantes provenientes de Venezuela, Perú, Haití, Colombia y Bolivia concentran el 79% del total de la migración en el país, y se estima que al 31 de diciembre de 2021 en Chile vivían alrededor de 1.5 millones personas migrantes, de las cuales el 11,7% eran colombianas (Instituto Nacional de Estadísticas y Servicio Nacional de Migraciones, 2022).

Existen dos aspectos de la migración colombiana a Chile que han sido abordados parcialmente por la investigación académica y por informes elaborados por organizaciones ligadas al trabajo con personas migrantes, solicitantes de refugio y refugiadas. Por un lado, no existe total claridad respecto de los lugares de procedencia de estas personas. En general, las investigaciones han reportado que son personas que provienen principalmente del Pacífico colombiano, de lugares como Buenaventura, Tumaco y Cali (Amador, 2008; 2010; Echeverri, 2016; Instituto Nacional de Derechos Humanos [INDH], 2013; Liberona, 2015b; Macaya Aguirre y Concha de la Carrera, 2020; Stang y Stefoni, 2016). Por otro lado, no se ha profundizado del todo en el vínculo que existiría entre el conflicto armado interno colombiano y la migración hacia Chile.

Respecto a esto último, a pesar de que existen reportes de investigaciones en los que, en principio, las participantes negarían tal vinculo o en las que se plantea que Chile no ha sido un lugar de búsqueda de refugio para víctimas del conflicto armado en comparación a otros países de la región, como Panamá, Ecuador o Venezuela (Fernández et al., 2020; Polo y Serrano, 2018), sin embargo, existen una serie de investigaciones que, desde hace ya 15 años, vienen reportando que la migración colombiana a Chile estaría relacionada a distintas situaciones de violencias vividas en origen, en geografías atravesadas por las violencias del conflicto armado interno en el Pacífico colombiano (Amador, 2008, 2010; Echeverri, 2016; INDH, 2013; Liberona, 2015b; Liberona Concha y López, 2018; Mena-Campaña, 2019; Macaya Aguirre y Concha de la Carrera, 2020).

En esta misma dirección, es importante considerar que el Servicio Nacional de Migraciones (2022a) reportó que entre los años 2010 y 2021 se realizaron 21.847 solicitudes de refugio, de las cuales un 34,6% de ellas correspondía a personas colombianas. Sin embargo, en el mismo periodo, solo se reconocieron a 701 con el estatus de refugiada/o, el 63,2% de ellas fueron personas colombianas.

Ahora bien, las personas colombianas que han llegado a Chile lo han hecho principalmente a la Región Metropolitana de Santiago de Chile y a la Región y comuna de Antofagasta, esta última es la que concentra el mayor número de personas colombianas a nivel comunal en el país (Servicio Nacional de Migraciones, 2022b) y se caracteriza, entre otras, por ser una migración de personas jóvenes e inscrita en un constante proceso de feminización1.

Antofagasta es una comuna costera, ubicada frente al océano Pacífico y rodeada por la cordillera de la Costa, en el norte de Chile, en el desierto de Atacama, uno de los más áridos del mundo, cuya economía se ha sostenido históricamente de la extracción de distintos minerales en diferentes puntos de la Región2, atrayendo a migrantes internos e internacionales desde el siglo XIX (Stefoni et al., 2021). La configuración geográfica de esta comuna, pese a compartir la proximidad al océano Pacífico con lugares como Buenaventura y Tumaco, dista mucho de la geografía del Pacífico colombiano, marcada por la presencia de bosques, ríos, manglares y esteros que son habitados principalmente por personas indígenas y afrodescendientes, y donde a pesar de su biodiversidad, su localización estratégica y sus diversas reservas hídricas y minerales (o quizás por eso mismo), es la región más pobre de Colombia y desde los años 90 ha vivido los embates de un conflicto armado interno que no cesa, a pesar de las negociaciones de paz con paramilitares a mediado de los 2000 y la firma del acuerdo de paz con las FARC-EP en el año 2016 (Escobar, 2004; Arboleda, 2004; Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia, 2015; Macaya-Aguirre y Concha de la Carrera, 2020).

Con base en lo anterior, el objetivo de esta investigación es analizar las distintas violencias que viven las mujeres del Pacífico colombiano que han migrado a Chile, tanto en las fronteras como una vez llegadas a destino y cómo a pesar, o en medio de las constricciones y sufrimientos que estas generan, siguen construyendo su vida más allá de Colombia.

La tesis sobre la cual se sostiene esta investigación dice relación con que las violencias que viven las mujeres migrantes del Pacífico colombiano que habitan en el norte de Chile, en particular en Antofagasta, pueden ser comprendidas interseccionalmente como violencias de género que se viven en distintos escenarios, son ejercidas por distintos actores individuales e institucionales (personal de frontera, funcionarias/os públicos, jefas/es, compañeros sentimentales, vecinas/os, entre otras/os), las cuales se anclan en expresiones de racismo que pasan por una sexualización de sus cuerpos y que buscan producirlas como sujetas disponibles, apropiables, explotables y desechables. De la misma manera, a pesar de la migración internacional, las violencias territoriales que permanecen en origen siguen marcando sus preocupaciones, particularmente por sus familias, hijas e hijos que siguen viviendo en Colombia. Sin embargo, a pesar de ello, las mujeres, lejos de ser pasivas ante estas violencias, constituyen distintas estrategias para resistir y permanecer en Chile.

La investigación está estructurada de la siguiente manera: en primer lugar, se desarrollarán algunas claves conceptuales para el abordaje de la investigación. Luego, se plantearán los aspectos metodológicos de la investigación para pasar, en tercer lugar, a la exposición de los principales resultados y finalizar con un conjunto de reflexiones a partir de los hallazgos. Cabe señalar que la sección de los resultados se ha dividido en tres partes: las experiencias en las fronteras, el proceso de inserción laboral y regularización migratoria y, finalmente, el ejercicio de las maternidades una vez llegadas a destino.

 

Claves conceptuales

Violencias de género, continuum y migraciones

A continuación, se presentan los anclajes teóricos desde los cuales se interpretan las narrativas de las mujeres que participaron en este estudio. En la comprensión de las violencias que viven las mujeres en sus migraciones es pertinente abordar cómo estas se comprenden en el ámbito de este estudio, así como también dar razón respecto de cómo dar cuenta de la diversidad de estas violencias en un marco de inteligibilidad que las incorpore.

En esa línea, las violencias que viven las mujeres son comprendidas como violencias de género que ocurren en una estructura desigual de relaciones de género, donde por medio de la fuerza, y a través de distintos discursos y prácticas, lo masculino se ha posicionado sobre lo femenino en el orden del género, lo que va produciendo y reproduciendo un mundo violento, y en donde los cuerpos feminizados, en particular los de las mujeres, se mueven constantemente buscando sortear dichas violencias (Butler, 2020; Segato, 2003; Macaya-Aguirre y Stefoni, 2021).

Aún cuando estas violencias son diversas, ejercidas por distintos actores y en diferentes espacios e instituciones, todas ellas penden de un mismo hilo que las vincula, es decir, son posibilitadas por una red de relaciones desiguales que se manifiestan una y otra vez de manera violenta y sostienen un sistema desigual, que como señala Segato (2003), permite pensar las violencias en el orden del género, pero también el racismo y clasismo.

En tal sentido, la idea del continuum de violencias que emerge con las reflexiones de Kelly (1988), y que luego es retomada por autoras como Cockburn (2004) y Sánchez Muñoz (2021), permite señalar que dicha continuidad no se da, necesariamente, en términos de sus repertorios, pues es posible identificar rupturas y discontinuidades en las formas en que las violencias son ejercidas, por ejemplo, entre los tiempos de paz y guerra (Segato, 2016), sin embargo, aquello que está a la base y que posibilita los distintos repertorios, su condición de posibilidad, es lo que permite su persistencia en distintos escenarios.

En esta línea, siguiendo a Segato (2003), los diferentes repertorios de violencia son inteligibles en un horizonte de comprensión que las piensa como estrategias a partir de la cual se produce y reproduce un sistema de estatus desigual: “Entiendo los procesos de violencia, a pesar de la variedad, como estrategias de reproducción del sistema, mediante su refundación permanente, la renovación de los votos de subordinación de los minoritarios en el orden de estatus” (Segato, 2003, p.111).

Ahora bien, en la discusión sobre las violencias de género y sus múltiples expresiones, es plausible preguntarse por el lugar que tienen las violencias psicológicas que recaen sobre los cuerpos de una manera distinta que las violencias físicas. En general, estas tienden a pensarse como la antesala a otras formas de violencia, sin embargo, siguiendo a Segato (2003), la violencia moral (como ella le llama) cumple una función y no necesariamente antecede a otras formas de violencia, y las concibe de la siguiente manera:

[La violencia moral] denomina el conjunto de mecanismos legitimados por la costumbre para garantizar el mantenimiento de los estatus relativos en términos de género (…) estos mecanismos de preservación de sistema de estatus operan también en el control de la permanencia de jerarquías en otros órdenes, como el racial, el étnico, el de clase, el regional y el nacional. (Segato, 2003, pp.105-106)

Entonces, es relevante cómo la reproducción de un determinado orden social ha requerido (y requiere), para su mantención, de la subordinación de ciertos grupos a través de distintas formas de violencia (hooks, 2020), donde la violencia moral ha tenido un lugar relevante para su permanencia.

En este sentido, es importante avanzar hacia un análisis de cómo operan estas violencias cuando se piensa en mujeres colombianas del Pacífico, que son principalmente afrodescendientes e indígenas, y que, como veremos más adelante, a través de un proceso de una racialización-sexualización de sus cuerpos se ha construido un orden social, en el cual ellas, al ser racializadas como mujeres negras, colombianas y migrantes, se les ha intentado situar, permanentemente, en ciertas posiciones subalternizadas en su vida cotidiana. De ahí entonces que una analítica de las experiencias de violencia que viven estas mujeres no puede ser pensada por fuera de un abordaje interseccional (Crenshaw, 1989; 2012; Viveros, 2016).

 

Racialización, racismos y migración en Chile

Ahora bien, el estudio sobre las prácticas de racismo y migración en Chile ha ocupado parte importante de la agenda investigativa de los estudios migratorios en el país en los últimos años, en particular, para abordar la situación de las personas afrodescendientes que han llegado a vivir a Chile provenientes de distintos lugares de América Latina, tales como Colombia, Haití y República Dominicana. No obstante, también ha sido incorporada en los estudios que han buscado comprender las experiencias de personas migrantes de ascendencia indígena desde países tales como Perú, Bolivia y Ecuador.

En este sentido, una comprensión situada de las prácticas y experiencias cotidianas de racismo en la vida cotidiana que viven las mujeres migrantes del Pacífico colombiano que han migrado al norte de Chile requiere, a lo menos, pensar los procesos de racialización en Chile y cómo desde ahí emergen ciertas prácticas racistas hacia ciertos cuerpos racializados como negras/os, así como también un abordaje que permita complejizar cómo el racismo ha de ser estudiado también en relación e imbricación con otros marcadores de diferencia y subalternidad, como clase y género.

La racialización de los cuerpos no puede ser pensada por fuera de la construcción del sistema colonial europeo, a partir del cual se constituyen una serie de distinciones y jerarquías desde las diferencias entre seres humanos, donde los europeos se posicionan como superiores racialmente, instituyendo todo un proceso de inferiorización de la diferencia, acompañada de una naturalización de ciertos rasgos para determinar y distinguir ciertos grupos respecto de otros (Restrepo, 2010; Tijoux y Córdova, 2015; Tijoux y Palominos, 2015). Ahora bien, las configuraciones históricas de estos procesos de racialización son siempre situados y responden a configuraciones construidas en distintos contextos. Así, por ejemplo, Restrepo plantea:

Los cuerpos racializados existen dentro de regímenes de corporalidad situados. Así, por ejemplo, la marcación social de la negridad en un cuerpo determinado depende del contexto (…) Esto significa, en suma, que la negridad no debe ser entendida como un atributo inmanente a ciertos cuerpos, sino que se encuentra en función de las diferentes marcaciones raciales existentes en regímenes de corporalidad situados (Restrepo, 2010, p.21).

En el caso de Chile, esta racialización de los cuerpos tiene ciertas especificidades históricas. Tijoux y Córdova (2015) dan cuenta de cómo la construcción identitaria del Estado nación chileno se realizó a partir de un doble proceso de “constitución del “nosotros”, que son el sustrato colonial y la instauración del estado nación” (p.8). Ambos espacios habrían generado los anclajes para el desarrollo imaginario de blanquitud y el desarrollo de discursos y prácticas racistas. En tal sentido, es posible pensar cómo lo indígena ocupa un lugar de visibilización parcial e inferior respecto de lo blanco y lo mestizo, y una invisibilización total de lo negro, bajo la construcción de un relato histórico que lo niega, señalando que en Chile no hubo una gran presencia africana y esclava durante la colonia ni tampoco posteriormente.

Esta construcción del imaginario identitario del relato nacional tiene ciertas implicancias y resonancias hasta el tiempo presente, en términos de que lo negro se constituye no solo en términos de inferioridad, sino de extrañamiento, lejanía, alteridad y foráneo, no propio. De ahí entonces que las prácticas de racismo que recaen sobre los cuerpos negros racializados, se ven fortalecidos, admisibles y permisibles, en una red de relaciones establecidas con lo negro como lo extranjero, como lo no perteneciente al Estado nacional, lo que haría admisible y tolerable la violencia abierta hacia estas personas, tal como se verá más adelante en la sección de los resultados.

En este sentido, desarrollar un abordaje interseccional implica, siguiendo a Matsuda (1991) y a Davis (2014), comprender e interrogar a nivel teórico y analítico la preeminencia del género como eje analítico central de las violencias que viven las mujeres, para interrogarse dónde están el racismo, el clasismo y la institucionalización de un orden nacional en aquellas experiencias que viven las mujeres del Pacífico que están migrando a Chile, en sus procesos de tránsito por las fronteras, su inserción laboral y el ejercicio de sus maternidades.

 

Abordaje metodológico

Esta es una investigación cualitativa desarrollada desde un paradigma hermenéutico y crítico, que se ha realizado a partir de historias de vida.

 

Participantes

En esta investigación participaron seis mujeres del Pacífico colombiano que migraron a Chile entre los años 2005 y 2016 y que, al momento de su participación en el estudio vivían o habían vivido en tomas de terreno en Antofagasta, Chile. La mayoría de ellas cuenta con su residencia definitiva en el país y desarrollan sus narrativas en un periodo particular de sus existencias, pues narran sus historias meses después de un incendio que azotó el campamento (toma de terreno) en el que vivían, lo que adelantó un proceso de cierre del campamento por las autoridades del gobierno de Chile. A continuación, se presenta una tabla resumen con cada una de las participantes:

 

Tabla 1

Participantes del estudio

Nombre3

Edad

Lugar de nacimiento

Último lugar donde vivió antes de migrar

Año de llegada a chile

Situación migratoria

Luz

46

López de Micay

Buenaventura

2005

Residencia definitiva

María Mercedes

56

Tumaco

Cali

2006

Residencia definitiva

Bahar

47

Tumaco

Cali

2010

Situación irregular

Luna

42

Zarzal

Cali y Buenaventura

2011

Residencia definitiva

Yaritza

47

Tumaco

Cali

2012

Situación irregular

Gueisa

71

Comunidad indígena en el Chocó

Cali y Buenaventura

2016

Residencia definitiva

    Fuente: Elaboración propia.

Técnicas de recolección y análisis de las narrativas

Las historias de vida se recogieron en entrevistas que se desarrollaron entre 3 y 5 sesiones con cada participante. En total se realizaron 23 entrevistas que giraron en torno a cuatro ejes: la vida en Colombia (incluyendo las experiencias vividas en sus infancias y adolescencia); la salida de Colombia y el paso por las fronteras; la vida en Chile (proceso de inserción laboral, experiencias y relaciones cotidianas con las personas en el país, la vida en el campamento (toma de terreno o invasión); y, finalmente, una ponderación o reflexión sobre las experiencias vividas. En este artículo se ha privilegiado el abordaje las experiencias vividas desde la llegada a las fronteras con Chile y la vida en el país, a fin de abordar las especificidades y entramados que se dan en estos espacios. Ahora bien, es importante señalar que la delimitación temporal y espacial de este artículo obedece más a una necesidad analítica que a una escisión empírica, pues como se señaló más arriba, en este estudio las violencias que viven las mujeres se comprenden como un continuum.

El análisis de las narrativas se realizó a partir de un análisis narrativo temático (Riessman, 1993; 2008), en el cual las narrativas de ciertos temas o momentos de la vida es trabajada y presentada situadamente en relación y vínculo con la historia de vida en su conjunto.

Este análisis narrativo temático se realizó a partir de un proceso de construcción de categorías emergentes de la lectura de las entrevistas, en función de los ejes definidos para las entrevistas. Posterior a ello, hubo un proceso de revisión y reordenamiento de las categorías emergentes buscando mayor coherencia y vínculos entre ellas. En todo este proceso se utilizó el programa MAXQDA 2020 para MacOS.

 

Aspectos éticos

La presente investigación ha sido aprobada por el comité de ética de la Universidad Alberto Hurtado, en Santiago de Chile. Al inicio de la primera sesión de trabajo con la historia de vida, cada una de las participantes leyó y firmó su consentimiento informado, a través del cual se buscó garantizar la confidencialidad, anonimato y voluntariedad de la participación.

Resultados

La presentación de los resultados se realizará a partir de tres temas que emergieron en las narrativas acerca del paso por las fronteras y la llegada a destino: Las experiencias en los pasos fronterizos con Chile, las narrativas vinculadas a la regularización migratoria e inserción laboral en Chile y el ejercicio de las maternidades desde destino. Cabe señalar que las narrativas de cada participante van configurando trazos que se articulan con otras experiencias relatadas por otras mujeres y que, en conjunto, permiten una comprensión general de las experiencias de violencia que viven las mujeres a lo largo de sus itinerarios migratorios y que, en ningún caso, son hechos aislados, sino que van manifestando tensiones que, en mayor o menor medida, todas ellas han vivido.

 

Las fronteras y las violencias

Las fronteras administrativas entre los Estados son siempre espacios de arbitrariedad, discrecionalidad y control. Con el aumento de las migraciones se han generado constantes procesos de militarización y securitización de dichos espacios, donde las personas en general y las mujeres en particular viven distintas experiencias de violencia. El estudio de las violencias de género en los espacios de frontera en América Latina ha sido una preocupación en la investigación académica desde inicios del siglo XXI (Guizardi et al., 2021).

En esta sección se abordarán distintas situaciones y dimensiones de las experiencias de violencia que viven las mujeres en el espacio fronterizo Chile-Perú (paso Chacalluta, entre las ciudades de Arica y Tacna) y Chile-Bolivia (Colchane-Pisiga), en el norte de Chile. Se aborda la situación de esta frontera pues en el viaje desde Colombia a Chile, es la última frontera administrativa que deben pasar antes de ingresar a destino y es la que les ha supuesto mayores dificultades.

Todas las mujeres participantes de este estudio tienen una historia que contar de su paso por la frontera hacia Chile, todas ellas remiten a experiencias de tensión, rechazo, arbitrariedad y, también, de solidaridades inesperadas. Luz, Yaritza y Gueisa llegaron a Chile en distintos años y sus narrativas van mostrando distintos aspectos de las restricciones a la movilidad en las fronteras de acceso a Chile.

Luz llegó a Chile en julio del año 2005. Ya en ese entonces el paso fronterizo de Chacalluta-Tacna, en la frontera de Chile con Perú, era de difícil acceso para las personas colombianas, por lo mismo, Luz y sus dos amigas con las que viajó a Chile, por consejo de otra amiga que ya residía en el país, toman la decisión de ingresar por alguno de los dos pasos fronterizos que tiene Chile con Bolivia: Pisiga-Colchane u Ollagüe:

Nosotros echamos ocho días de viaje, porque nosotros entramos por Bolivia. Nosotros vinimos, cogimos un bus, de Buenaventura a Cali, de Cali, de Cali, cogimos la frontera de Ecuador, dejamos Colombia con Ecuador, cogimos Ecuador; de ahí seguimos, y ahí llegamos a Lima y de Lima, de Lima recién cogimos carro para Bolivia. (Luz, sesión 1)

Intentar pasar la frontera implica la generación de una estrategia que permita reducir las posibilidades de rechazo en el ingreso, sin embargo, estas no son suficientes debido a que sus cuerpos racializados son ya la señal de alerta y rechazo arbitrario de ingreso por parte de la policía que custodia el paso fronterizo, el cual opera como castigo moralizador a una conducta indeseada para ellos, toda vez que el rechazo se sostiene en una supuesta falta moral y, por lo mismo, el rechazo actúa como una forma de disciplinamiento:

Primero nos fuimos la Raquel y yo. Ya, la de 18 y yo, nos fuimos, pum. Y nos devolvieron (…) No nos dejaron pasar, no nos dejaron pasar a Chile. ¿Por qué? Porque iba, éramos las únicas dos morenas, (…) ella es trigueña y yo soy morena, me considero así. Entonces ellos, cuando va pasando, ella pasó, ella se hizo en una fila y yo me hice en otra fila, porque hay varias filas, de personas que van, van preguntando, para los que van a ingresar para Chile, ¿no? Habían, tres filas habían, entonces yo le dije “yo me vengo en esta primera y tú te haces en la última de allá; si te preguntan si vienes conmigo, tú dices, tú dí que no”. ¿Por qué?, porque (…) eso nos había dicho la niña que estaba acá (…) Cuando ya, ya me dijeron que estaba bien, que la cerrara la maleta, pasó, vino el carabinero de allá. Y me dijo “tú ¿con quién vienes?”(…)”¿tú vienes con la otra morena que está allá?” (…) Yo le dije: “no, si ella viene en el bus y hemos estado conversando, pero ella viene en el bus, y ya; yo vengo sola” le dije yo “y a ella la conocí en el bus”. Y ahí, porque mentimos, nos dijeron que nos devolviéramos no más (…) “No, es que la chiquilla se puso nerviosa y dijo que venía contigo, y entonces por mentirosa no las van a dejar pasar”. (Luz, sesión 1)

Existen múltiples reportes sobre la discrecionalidad de las/os funcionarios públicos en la frontera de Colchane. Por ejemplo, Liberona Concha (2015b) reportó a partir de un trabajo etnográfico desarrollado en la frontera de Pisiga – Colchane, que en torno a la migración colombiana, proveniente principalmente del Pacífico colombiano, existían distintas prácticas racistas articuladas en prácticas discrecionales que infringían la normativa vigente en ese momento, a través de las cuales se negaba constantemente el ingreso a Chile. Anterior a ello, el INDH (2013) había advertido las múltiples situaciones de rechazo en la frontera de Colchane a personas afrocolombianas, la mayoría de ellas provenientes de Buenaventura, señalando, además, que a varias de ellas se les negaba el acceso al país incluso cuando solicitaban refugio en la frontera.

Ahora bien, las narrativas de Yaritza, quien migró a Chile el año 2011 desde Cali, huyendo de una relación sentimental que estuvo atravesada por distintas dinámicas de violencias, dan cuenta de las implicancias que tiene la violencia institucional en las fronteras, en términos que las expone a una toma de decisión: o se devuelven o buscan otras maneras de seguir adelante:

[Entrevistador:] Y aquí cuando la rechazaron en Tacna, esa vez ¿no le dijeron algo? [Yaritza:] No, solo me dijeron: “¿a qué viene a Chile?” y le dije yo, porque un peruano me había dicho: “tienes que decir que vas a pasear, porque el concepto de las colombianas es el mismo” y me dio un mapa y me dijo: “tienes que decir que vas a La Serena o a San Pedro, pero di que vas a La Serena”, entonces yo tenía a La Serena en la mente y le dije: “voy pa La Serena” y me dijo: “Chile no tiene nada que ver –el de la… el de la PDI me dijo- Chile no tiene nada para ver, en Chile estamos pasando el invierno y no es bonito, Colombia es mucho más bonito, tiene más cosas para ver. Hágase a este lado, a la mano izquierda”, ahí nos devolvieron. A una dominicana también y 11 peruanos y dos bolivianas, ahí nos devolvieron. (…) No me esperaba eso que tuviera que devolverme de la frontera otra vez a Tacna, así es que no, yo dije: “para atrás ni para tomar impulso”. Así es que ahí me recomendaron que me fuera a Argentina, que era mucho mejor. (Yaritza, sesión 1)

En el caso de la migración a Chile o Argentina, cuando las personas son rechazadas en la frontera, continuar el viaje implica ir hacia la Cordillera de Los Andes, hacia el altiplano, abriendo paso por las fronteras entre Perú y Bolivia y, luego, Chile o Argentina, territorios agrestes, en su mayoría desérticos o semi desérticos, con extremas temperaturas entre día y noche y con elevada altitud sobre el nivel del mar, por sobre los 3.000 m.s.n.m. Así, entre los múltiples riesgos que enfrentan las personas se encuentran los efectos adversos en el cuerpo cuando no se está acostumbrada/o a la altura:

Así es que me fui a Bolivia, me fui a Bolivia y cuando llegamos a Puno me quedé sin oxígeno, porque era altura y yo nunca había andado en altura, a 3 mil metros más o menos y empecé a quedarme sin oxígeno, para mí era algo nuevo. (Yaritza, sesión 1)

El tercer relato es el de Gueisa, quien migró a Chile en compañía de su hermana, quien era residente en el país. En su primer intento para ingresar a Chile es rechazada en la frontera de Arica y Tacna y se queda sola, sin dinero e incomunicada a la espera que su nieta la vaya a buscar y así hacer un nuevo intento de ingreso al país:

A mí me dejaron allá, en Arica, en la frontera (…) Cuando ya íbamos a pasar, me dejaron, mi hermana se vino llorando. Ella, da la casualidad que ella pasó y no se acordó, (…) no se acordó de dejarme ni un peso. Y, entonces... me regresaron pa allá (…) Porque no me sabía el RUT de mi nieta, imagínese... entonces, yo les dije “pero si yo, ¿cómo voy a saber si yo no me he visto con ella? A mí me va llevando una hermana”... pero a mi hermana le faltó decirles “ella es mi hermana y yo la voy trayendo”, ella ya tenía definitiva, ya sí me podía pasar, pero a ella yo no sé qué le pasó, ¿mmm? Y me quedé allá. [Entrevistador: Se tuvo que devolver a Tacna]. [Gueisa] Me mandaron en un bus (…) Sin un peso (…) Yo fui y llamé a mi nieta (…) Al otro día, como a las 11 o 12, llegó mi nieta a Tacna, sí. Nos encontramos y fuimos a almorzar y de ahí nos vinimos pa la terminal, anduvimos caminando, todo eso, hasta que salió el bus. Al otro día llegamos acá. (Gueisa, sesión 1)

Así, el olvido, “la mentira”, la época del año, cualquier cosa sirve como argumento para negar o condicionar el acceso al país. Sin embargo, las personas migrantes no son pasivas ni neutras frente a estas arbitrariedades que restringen su movilidad. En el caso de Gueisa, es su nieta quien confronta a la policía de las fronteras:

Ella los trató mal... ella trató mal a toda esa, porque ella como... les dije “ustedes, ¿cómo se les ocurre? Ella venía con mi, mi tía y ¿cómo se les ocurre, una persona que apenas viene llegando, una señora de la tercera edad, como es mi abuela, dejarla sola, tirada en cualquier parte? Si yo... agradezcan que ando con Dios, sino iba y los demandaba, porque ustedes son muy, ay, esa niña no la coge nadie”, así que le dije “mami, no pelees, ¿ya? Vámonos” y ahí mismo me dejaron pasar. (Gueisa, sesión 1)

No obstante, en esos espacios se generan porosas e inesperadas alianzas y relaciones que permiten o facilitan la generación de estrategias para poder ingresar a Chile. En el caso de Luz, se da una singular y excepcional situación, pues es justamente un policía de la frontera chilena (PDI), quien le ayuda a diseñar la estrategia para poder ingresar a Chile:

Yo siempre bien educada “muchas gracias caballero, me devolveré, ¿qué puedo hacer?” Entonces como hay buses que entran y otros que salen, entonces nos dejaron en un bus y justo nos llevó uno de la PDI. (…) Los que estaban allá le dijeron a uno de la PDI que nos llevara para que no nos fuéramos a devolver por ahí mismo pues. Entonces me dijo “¿sabes qué, morena?, me caíste bien, ven; ¿tienes un bolígrafo?”, yo le digo “sí”. Saqué el bolígrafo y me dijo “mira, vas a entrar por este otro lado; entra tú no más, entra, entra, que allá no te va..., no, no te van a devolver” me dijo así. Y me miraba no más y yo lo miraba, yo le dije “muchas gracias”. “No te pongas triste”, me hizo así en el hombro, “no te pongas triste; vas a ingresar, pasa por este lado, toma este...”, me dio todas las indicaciones “coge este bus, coge este, ta, ta, ta”, me dijo, “eso es todo”. Ya (…) Y así fue. No hubo ningún problema, pasamos, normal. (Luz, sesión 1)

Entonces, las fronteras administrativas, en particular las chilenas, junto con ser espacios de violencia institucional, son también lugares en los que las personas resisten, confrontan, planifican y reestructuran su viaje para seguir su ruta migratoria.

 

Regularización migratoria e inserción laboral: de la negación, el racismo y la explotación laboral

Ahora bien, la regularización migratoria es una de las primeras dificultades que deben enfrentar las personas migrantes cuando llegan a Chile. Hasta marzo de 2022 la regulación del ingreso, tránsito y permanencia de las personas migrantes en territorio chileno estaba dada por el Decreto Ley de extranjería 1094, generado en la dictadura, construido a partir del principio de seguridad nacional (Stefoni, 2011) y que otorgaba un amplio margen de discrecionalidad a las/os funcionarias/os para decidir sobre la situación de cada persona través de permisos de residencia temporales o definitivos.

En este sentido, la gubernamentalidad de las migraciones (Macaya-Aguirre, 2022), como una forma de gobierno de la población (Foucault, 2006; 2012), que en este caso busca producir una migración inminentemente laboral, económica y temporal, se sostiene en múltiples dispositivos: uno de ellos es el dispositivo de regularización migratoria, en el cual la obtención de un permiso de residencia está condicionado a un contrato de trabajo y viceversa, donde se busca tener un control sobre las posibilidades de permanencia de la población migrante en el país, pero también produce irregularidad migratoria, en términos de que no todas las personas logran romper el ciclo de la regularización-contrato, mientras que otras lo hacen a costa de una precarización laboral y/o contratos simulados donde ellas/os mismas/os pagan su seguro de salud y ahorro previsional para la jubilación, hasta que logren obtener la permanencia definitiva.

Sin embargo, en el caso de estas mujeres, es en este proceso de inserción en el mercado laboral donde también se ven expuestas a una serie de dificultades y violencias, tanto en el proceso mismo de búsqueda de una oportunidad laboral como en sus puestos de trabajo. Las narrativas de las participantes dan cuenta de las condiciones de explotación laboral a las que se enfrentaron, sobre todo en los primeros momentos de su migración y la racialización y sexualización de sus cuerpos.

Una de las singularidades de esta racialización, como un proceso socio histórico situado, tiene que ver con cómo la racialización de lo negro como foráneo se ha construido también a través de una sexualización de dichos cuerpos, especialmente de las mujeres. Esta sexualización opera con una aproximación a dichos cuerpos, como cuerpos disponibles y apropiables. Esto tiene una doble dimensión; por un lado, son percibidas como prostitutas y, por otro, como mujeres que quitan los maridos a las mujeres. Ambas formas de sexualización de los cuerpos abren lugar a discursos y prácticas racistas, que en ocasiones resultan ser brutales.

Luna es una mujer afrocolombiana del municipio de Zarzal, Valle del Cauca, quien estudió una carrera universitaria en una universidad en Buenaventura. Al término de su carrera, tras un fallido intento por migrar a España y luego de quedar embarazada de su única hija sin el apoyo del padre, cayó en un profundo estado de depresión, por eso decide migrar como una manera de buscar volver a vivir. Sin embargo, la inserción en el mercado laboral la expuso, al menos, a dos tensiones: no poder ejercer su carrera y solo poder aspirar a empleos precarios:

Uno viene con una carrera, con una este, no pues yo ya fui a la universidad y no pues, yo vengo a trabajar, pues en algo, bueno y cuando tú vas, no te contratan (…) uno, uyy todo siete años allá en la universidad para venir acá a hacer aseo. (Luna, sesión 1)

Sin embargo, cuando logró encontrar trabajo en el área de las ventas, comenzó a experimentar dinámicas de explotación laboral y precarización que le impidieron regularizar su situación migratoria, porque su empleador no le hizo contrato, lo que la llevó a ella misma a pagar el ahorro previsional para su jubilación y el seguro de salud:

Recuerdo que uno de los primeros trabajos que tuve fue [en el mercado], en un negocio que se llama Plastimás, en las ventas. Entonces ahí más o menos de, de, de madrugar, madrugábamos bastante, me acuerdo que entraba como las seis de la mañana, salía temprano como las tres de la tarde y uno trabajaba en una cosa, en otra, y en ese tiempo que estuve (…) Tampoco pude conseguir como decir un contrato (…) Entonces, yo también dije pero cómo si yo, mmm, con mis papeles y no poder conseguir, tener que pagar, trabajar para pagar mis imposiciones, tienes que pagar (…) Me tocó como tres años pagar imposiciones, tres años y con, y trabajar en una cosa y ehhh, trabajar allá. (Luna, sesión 1)

Asimismo, la experiencia de Luna da cuenta de una dimensión particular del racismo institucional, su cuerpo, el color de su piel no puede ser escondido y, como tal, esta marcación la deja expuesta una y otra vez a controles policiales, de los cuales no puede escapar en esta asociación tan profunda que se ha dado en el norte de Chile entre negritud y colombianidad, las/os negras/os son colombianas/os y, en tanto tal peligrosas/os y por lo mismo, susceptibles de ser perseguidas/os y fiscalizadas/os (Stang y Stefoni, 2016). En la experiencia de Luna:

En ese tiempo no había mucha gente así, ehhhh, o sea, colombiano había ehh, pero así estar así como yo creo que la gente, ehh, muy ehhh, por ejemplo, si llegaban de asesora de hogar se internaban y no salían a la calle mucho ¿ya? porque la ley molestaba mucho, mucho, mucho, me acuerdo tanto que en ese tiempo molestaban, te quitaban los papeles, llegaban a las empresas a hacer requisas y encontraban a la gente que no tenía los este y se los llevaban, le quitaban los papeles, bastante en ese tiempo, en eso, esos dos o tres años que fue ufff, del primer mandato de Piñera, jummm, moles…ahhh, Piñera la aplicó y como uno era negro, cómo te salvabas, o sí o sí venían donde ti, yo creo que la PDI andaba de civil, cuando uno menos piensa, llegaba: sus papeles. Y las personas que eran pues de tez blanca, pues ellos a veces pasaban. (Luna, sesión 1)

Por otra parte, está la historia de María Mercedes, quien llegó varios años antes que Luna a Antofagasta; en sus narrativas incorpora otros elementos sobre esta experiencia, ligadas a discursos racistas que pasan por una sexualización de sus cuerpos, que buscan situarlas en ciertos puestos de trabajo ligados principalmente al trabajo sexual, lo que agudiza la tensión por tener que encontrar un trabajo:

Cuando llegué, la sufrí mucho, porque acá, en Chile... tenían... ¿cómo decía? La persona que llegaba como turista, no tenía, no le daban opción para conseguir un trabajo, eh, decente (…) a uno le ofrecían, era puro... trabajar en topless... en night clubs, pues. Y yo no, no, no me gus..., no me gu..., nunca me ha gustado, pues, entonces nunca lo hice. Pero igual la pasamos muy mal, demasiado. Los primeros meses, uf, terrible, no se lo deseo a nadie. Yo pedía a gritos tener mi pasaje pa devolverme a mi país, pero, bueno... aguantamos cualquier hambre, necesidad, uh, terrible. Hambre aguanté, porque no queríamos trabajar en topless. Porque acá, uno iba a buscar trabajo y nos íbamos todo el día, desde la Bonilla hasta el centro caminando, a pie, buscando trabajo y no nos daban trabajo, porque no teníamos visa... que acá era, no era, no... si no teníamos visa, no podían darnos pega. Entonces, nadie nos quería contratar, porque, supuestamente, la ley, si nos encontraba trabajando sin documentos, les cobraban, les ponían multas a los dueños. (María Mercedes, sesión 1)

Por su parte, Bahar, que es amiga de María Mercedes y llegó varios años después que ella, da cuenta de la misma situación y la humillación cotidiana que significaba lidiar con ese racismo:

Los primeros días... o las primeras semanas fueron duras, porque aquí a uno no le daban trabajo. Aquí a uno... uno salía a buscar trabajo, y lo primero que le decían era que fuera a trabajar a los topless, yo ni siquiera sabía qué era eso, qué era topless (…) Y aquí para que a uno le dieran trabajar era horrible, no le daban trabajo, te trataban muy mal, sobre todo las mujeres, te miraban con desprecio, y le decían a uno toda clase de cosas. Fue bastante duro cuando llegué. (…) yo siempre me preguntaba, ¿pero por qué si...? ¿Si yo no les he dicho nada, no...? Es más, no consentían si quiera que uno saludara, porque... “ay estas negras, estas negras culiás [sic]” le decían a uno, “váyanse de aquí es mi país, que son unas maracas que vienen a quitarle el marido a uno”, y yo... y yo no sé qué es así como... pucha, ¿pero que qué hecho para que me maltraten de esa forma? (Bahar, sesión 1)

La pregunta con la que cierra Bahar, permite abordar una dimensión compleja de la violencia racista, sobre todo cuando esta no irrumpe directamente sobre el cuerpo de forma física, sino a través de discursos como los que ella describe. En tal sentido, la noción de violencia moral ( Segato, 2003; Fassin, 2016), permite pensar cómo a través de distintos mecanismos de violencia, no de carácter físico, es posible la mantención de un sistema social de estatus, los cuales “operan también en el control de la permanencia de jerarquías en otros órdenes, como el racial, el étnico, el de clase, el regional y el nacional”(Segato, 2003, pp.105-106).

En estas experiencias cotidianas de violencia moral se busca permanentemente situar, una y otra vez, a estas mujeres en una posición subordinada en el orden del género, la raza y la nacionalidad y, a través de ellas, es posible producir o profundizar en deterioro de la autoestima, la autoconfianza y la autonomía.

En este sentido, Bahar y María Mercedes dan cuenta de cómo las violencias racistas de carácter moral les provocaban dolor, sufrimiento, impotencia, deseos de regresar a Colombia, cuestión imposible por la carencia de recursos económicos en ese momento:

Entonces, cuando llegué acá, pasé mucho, sufrí mucho... tanto fue que sufrí que yo lloraba todos los días, todos los días y yo dije “uh, pucha, ¿qué vine hacer yo acá? ¿Qué vine a hacer, qué vine a hacer?” (María Mercedes, sesión 1)

A veces me tocó llorar, me tocó llorar de impotencia, de sentimiento porque ¿cómo uno va a insultar y va a tratar mal a una persona que tú no conoces? Entonces... eso yo lo veía como... muy feo, muy feo, porque cuando uno no está acostumbrado a que lo traten de a esa forma, ni a escuchar las cosas que a uno le dicen aquí en este país algunos, a uno le duelen mucho, a uno le duele mucho. (Bahar, sesión 1)

No obstante, estas experiencias de violencia y dificultades que enfrentan en su llegada a Chile no detienen su interés ni perseverancia por quedarse en el país, pues volver a Colombia no es una opción. La violencia territorial que se vive en distintos lugares del Pacífico colombiano hace inviable pensar sus vidas y las de sus hijas e hijos allá, pese a desear retornar en algún momento, las condiciones de vida allá no se comparan con la tranquilidad y estabilidad que, aunque demoren, alcanzan viviendo en Chile.

 

Maternidades: Las vidas de sus hijas e hijos y la imperiosa necesidad de la reagrupación familiar

En los estudios de género y migración, uno de los temas que se han abordado dice relación con el ejercicio de las maternidades transnacionales, por ejemplo, cómo el trabajo doméstico ha implicado unas rearticulaciones en torno a los cuidados, la generación de redes transnacionales de cuidado de las niñas, niños y adolescentes que quedan en origen para la continuidad del cuidado (Hondagneu-Sotelo y Ávila, 1997; Salazar Parrenas, 2000; Pedone, 2008; Pedone et al. 2014).

En lo que respecta a la migración colombiana, Echeverri (2016) plantea que en escenarios de disputa y control territorial por el conflicto armado interno colombiano, sobre todo en el Pacífico colombiano, una de las preocupaciones constantes de las madres es diseñar estrategias que les permitan reagrupar familiarmente en destino, como una forma de arrebatar las hijas e hijos de la guerra en Colombia.

En este apartado se abordan diversas formas de violencia de género vinculadas al ejercicio de las maternidades en los procesos migratorios, así como también la importancia de las redes de apoyo y amistad con otras mujeres, que permiten la adaptación de las hijas e hijos a la nueva vida en el país de destino.

Para las participantes de esta investigación, que son madres que migraron solas dejando a sus hijas/os pequeñas/os en Colombia, una de las urgencias y necesidades más importantes es tener la posibilidad poder volver a reunirse ellas/os. Si bien otras investigaciones han mostrado la relevancia de la reagrupación familiar como una estrategia para sacar a sus hijas e hijas de la guerra, en el caso de esta investigación las narrativas de estas mujeres complejizan las distintas y múltiples razones para traerse a sus hijas e hijos, las cuales ciertamente están atravesadas por las violencias, pero no únicamente.

En el caso de Bahar, tiempo antes de migrar a Chile, sus hijos habían vuelto a Tumaco (Nariño), sin embargo, el control territorial de la guerrilla y la consecuente amenaza del reclutamiento forzado produce efectos a ambos lados de la frontera:

Las cosas en el campo (Tumaco) ya no se pusieron tan buenas tampoco. Ya después, por eso al que está aquí (uno de sus hijos), por eso es que yo me lo quería traer, porque empezaban a reclutar a los jovencitos. Otro temor más, el que no quería irse con ellos, pues, era que se lo llevaban sí o sí o si no pues lo mataban. Ahí ellos se devolvieron de nuevo a Cali, pero no al barrio en donde nosotros vivíamos, sino a otro barrio. [Entrevistador: O sea, ¿ellos tuvieron que salir para escapar del reclutamiento?] Bahar: Respuesta: Sí, sí (…) De la guerrilla, de la guerrilla. Así que... ellos migraron de allá de nuevo a Cali, ya cuando ya eran ya adolescentes. (Bahar, sesión 2)

Las violencias a la que están expuestos sus hijos no son las únicas preocupaciones, su hija en Cali también comienza a vivir violencias en el escenario familiar. Estando en Chile recibe la noticia de que su hija había sido abusada sexualmente por parte de la pareja de su hermana, que era su cuidadora en origen. Esto la hace volver a Colombia para ver a su hija y poder traerla con ella:

Cuando tuve que viajar acá a Chile la dejé con... primero la dejé con la abuela, después ella quiso irse a vivir con la tía. Pero ese fue el peor error que pude haber hecho, haberse ido a vivir con la tía. (…) La niña y ya tenía 13 años cuando me vine (…) Eso fueron unas cosas que, por las que tuve que viajar urgente pa Colombia. Porque mi hermana abusaba físicamente de mi hija, físicamente y verbalmente, cosa que yo no me daba cuenta, porque, cuando yo llamaba, eh, cuando yo hablaba con mi hija, ella no me decía, ella no me decía lo que le estaba pasando en la casa (…) después, mi hija fue abusada sexualmente de su marido. (…) Y, cuando pasó eso, ella no fue capaz de llamarme, ella no me llamó para decirme. Me llamó una amiga, una vecina mía me dijo. (Bahar, sesión 1)

Sin embargo, pese a lo ocurrido, Bahar no pudo traerse a su hija, pues el papá de su hija no le otorgó la autorización para sacarla de Colombia. Esta forma de violencia ya ha sido reportada en otras investigaciones, como la llevada a cabo por Fernández et al. (2020), quienes reportan que una de las dificultades para la reagrupación familiar es que los padres no dan las autorizaciones para poder sacar a los hijos del país y sin la cual es imposible salir de Colombia e ingresar a Chile. Bahar describe en profundidad esta experiencia:

La vi, la vi, estuve con ella. Porque llegué allá, donde la abuela de ella y ella, y ella estaba allá. Entonces me quedé todo ese tiempo con ella, hasta, hasta que me devolví de nuevo a Chile. Entonces...[ Entrevistador: Y ahí, ¿no se la trae usted para Chile?] [Bahar:] No(…) Se la dejé a la abuela, porque el papá no quería firmarme el permiso para, para traérmela. Y como ella ya iba a cumplir, también, la mayoría de edad, entonces, yo dije: “bueno, voy a esperar que ella cumpla la mayoría de edad y ahí me la llevo”, porque siempre quise traérmela y él no, no me quería firmar el permiso. Y yo le dije [al papá de su hija]: “¿ya ves lo que pasó? Si me hubieras firmado el permiso de mi hija, desde hace mucho rato, yo me hubiese llevado a mi hija para allá. Pero, mira... no la mantienes, pero... tampoco, no haces nada por ella”. Porque él siempre, él siempre fue un papá ausente. Ausente, yo... yo le digo: “hija, ¿vos te acordás de alguna vez que tu papá te ha regalo algo?” [silencio prolongado] Nunca. (Bahar, sesión 1)

Negar la autorización para sacar a su hija del país, como manifestación del poder patriarcal y violencia de género, no implica tampoco que el hombre vaya a tomar el cuidado personal de sus hijos y, por si fuera poco, privar a la madre de la posibilidad de ejercer el cuidado y la protección por medio de la reagrupación familiar, como en este caso, expone a su propia hija a otras violencias. En este ámbito, el problema también tiene sus derivadas jurídicas, en términos de que las mujeres no siempre disponen de los conocimientos, tiempos y/o recursos económicos para activar las rutas de acceso a la justicia, que les permitirían asumir totalmente la custodias de sus hijas e hijos y así poder sacarlas del país.

Ahora bien, las narrativas de Luna dan cuenta de una dimensión distinta de la reagrupación familiar. Ella salió para Chile cuando su hija era muy pequeña, dejándola al cuidado de sus hermanas. A los pocos años, cuando tuvo una mayor estabilidad laboral y su visa, decide ir a buscar a su hija. El reencuentro no fue fácil:

Cuando lo que llegó Luz, que esto, entonces, me vine con ella y dejé la niña (…) Como a los tres años, ya, pues me fui y busqué trabajo en ese como secretaria, como este, y me salió y bueno, ya empecé a como a otros campos ¿ya? Ahí empezó otro campo, después me salió también otro trabajo mejor y, en ese transcurso, traje a mi hija (…) La fui a buscar, ayy, ella tenía tres años y medio cuando la fui a buscar, en el 2011, como en el 2013 o 14, de 13 a 14, ahí la fui a buscar (…) Para la niña también fue un golpe grande cuando ella vino acá jumm, igual de, de no verme, de este, fue un shock que jumm, ehhh, fuerte, (…) estaba más acostumbrada ya con las tías, con gente, todo con sus tías, con sus primas, más no conmigo. (Luna, sesión 1)

Los procesos de reagrupación familiar traen de la mano una rearticulación en torno a los cuidados y también un momento de crisis emocional, no tan solo para las mamás, sino también, y sobre todo, para las hijas e hijos. En este contexto, los vínculos, redes y amistades en destino, contribuyen a hacer más llevaderos estos procesos:

Cuando la traje acá ayyy, esa niña lloró, los primeros días lloró, pero como habían otros niños, de los hijos [de mi amiga], entonces ella se fue ahí, que no, que vamos a entrar a un colegio, que vaya con la niña, eso, entonces ella ya fue como olvidando y fue pasando, pasando, pasando y a eso me ayudó bastante, los otros niños de [mi amiga] uyyy, esos me ayudaron. [Mi amiga] también, bastante con ellos al principio… y ya ella se fue como adaptando y al jardín, de ir al jardín, la metimos al jardín juntas, y ahí se fue, pues se fue, y se fue ya desvinculando de Colombia, ya se adaptó totalmente acá. (Luna, sesión 1)

Así, en el ámbito del ejercicio de las maternidades, las narrativas de Bahar y Luna permiten plantear las complejas articulaciones y entramados a través de los cuales las violencias territoriales en origen siguen marcando sus existencias en destino, así como también permiten profundizar en las complejidades del proceso mismo de reagrupación familiar, y cómo este puede ser llevadero cuando se cuentan con redes de cuidado y afectivas en origen y destino, las que, sin embargo, siguen recayendo permanentemente en las mujeres.

 

Discusión y reflexiones finales

Al cerrar este estudio es importante retomar algunos temas, como reflexiones finales. En primer lugar, las narrativas de las mujeres del Pacífico colombiano que han migrado al norte de Chile dan cuenta de cómo las migraciones no suponen el fin de las experiencias de violencia que las hicieron salir de Colombia, sino más bien, experimentan nuevas y diversas formas de violencia que constriñen sus existencias, pero no les impiden del todo poder desarrollar sus vidas en medio de territorios desérticos como el norte de Chile.

En segundo lugar, las experiencias de estas mujeres en los pasos fronterizos en los que Chile limita, ya sea con Perú o con Bolivia, implica considerar cómo la violencia institucional opera a través de una violencia moral que no solo pone a estas mujeres en un lugar subalterno, sino que además opera como un criterio relevante a la hora de restringir el ingreso.

En tercer lugar, estas experiencias en las fronteras remiten a una cuestión central en el estudio de violencia, género y migraciones, en términos tales que las violencias vividas en esos espacios configuran las rutas migratorias que estas mujeres han de seguir, al menos de dos maneras: primero, definir qué ruta seguirán para reducir las posibilidades de negación de acceso, o segundo, pensar nuevas estrategias y rutas luego del rechazo en el paso fronterizo. En tal sentido, ni la negación, el maltrato, la humillación y la devolución por parte de las/os funcionarias/os de frontera implican el fin de sus migraciones, pues no hay espacio para volver atrás.

En cuarto lugar, una vez llegadas a destino, una de las experiencias más complejas de enfrentar son las múltiples expresiones de racismos, ancladas en una racialización que pasa por la sexualización de sus cuerpos, para posicionarlas permanentemente en una condición subalterna y fronteriza, vinculada al trabajo precario, sexual, irregular y en condiciones de explotación, como si ese fuese el espacio que pudiesen habitar por ser mujeres migrantes, negras y colombianas. Sin embargo, ellas desafían constantemente estas dinámicas de fronterización construidas a partir de dicha racialización, no sin dolores y duros aprendizajes, de hecho, la dimensión afectiva del racismo es quizás una de las expresiones más elocuentes entre los impactos emocionales de los discursos y prácticas racistas. Así, y tal como señala Segato (2003), estas mujeres se mueven como anfibios en medio de entramados de relaciones desiguales de género, racismo y clasismo, desplegando distintas estrategias y haciendo presente la exhortación constante a ser reconocidas como individuas iguales.

Los hallazgos de esta investigación son coincidentes con los reportados por otras investigaciones realizadas en el norte de Chile con personas afrocolombianas, sin embargo, estas se han centrado principalmente en las dinámicas de racismo y el vínculo sobre migración y conflicto armado (Amador, 2008; 2010; Liberona Concha, 2015b; Echeverri, 2016; Liberona Concha y López, 2018), de ahí entonces que el análisis de violencias de género y racismo permiten profundizar en un campo de estudio que aún se encuentra en construcción.

De la misma manera, las relaciones sostenidas en actitudes, discursos y prácticas racistas hacia personas migrantes tampoco son exclusivas de las relaciones de las personas chilenas con las mujeres del Pacífico colombiano que han migrado a Chile. Varias investigaciones desarrolladas en el norte de Chile también han reportado, desde hace ya varios años, las distintas formas de racialización y racismo que viven y han vivido personas provenientes de Perú y Bolivia (Cárdenas et al., 2011; Liberona Concha, 2015a; Zapata et al., 2021). Lo importante en este caso dice relación con cómo la construcción de los discursos y prácticas racistas dirigidas hacia personas colombianas racializadas como negras pasa por una fuerte sexualización de sus cuerpos. Asimismo, adelanta una reflexión acerca de los mecanismos, discursos y prácticas que lo posibilitan, y las implicancias que estas tienen para la vida de estas personas.

Finalmente, las narrativas de estas mujeres exhortan a pensar más allá de una interpretación de las migraciones como un asunto individual, económico, masculino y transitorio, para avanzar hacia una comprensión donde sus trayectorias migratorias no se presenten únicamente circunscritas al factor económico y se visibilicen las distintas experiencias de violencia que viven a lo largo de sus itinerarios migratorios.

 

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1 La feminización de las migraciones puede ser comprendida no solo como la preeminencia en términos porcentuales de mayor cantidad de mujeres respecto de hombres, sino también como una configuración de las migraciones en las cuales las mujeres encabezan proyectos migratorios, que en ocasiones también están ligadas a migraciones más amplias de carácter familiar (Echeverri et al., 2013).

 

2 Administrativamente, Chile está dividido en 16 Regiones y dentro de cada una de ellas existen Provincias y Comunas. La Región de Antofagasta tiene 3 Provincias: Antofagasta, Tocopilla y el Loa. La comuna de Antofagasta es la capital regional y provincial.

 

3 Cada mujer escogió un nombre para ser llamada en esta investigación.