De feminismos y movilidades. Debates críticos sobre migraciones y género en América Latina (1980-2018)
On Feminisms and Mobilities. Critical Debates on Migration and Gender in Latin America (1980-2018)
Fecha recepción: septiembre 2018 / fecha aceptación: diciembre 2018
Menara Lube Guizardi1, Herminia Gonzálvez Torralbo2 y Carolina Stefoni3
Resumen
El artículo discute la relación entre género y migraciones en las investigaciones sociales en América Latina. Situaremos el giro de género en los estudios migratorios internacionales y haremos una genealogía sintética del desarrollo del enfoque transnacional de las migraciones inspirado por un conjunto de críticas feministas. Discutiremos, además, la emergencia de los estudios de los cuidados y afectos en las investigaciones sobre migración. Finalizamos con reflexiones sobre el actual contexto de luchas políticas feministas en América Latina.
Palabras clave: género, migraciones, feminismo, investigación social, América Latina
Abstract
The article discusses the relationship between gender and migrations in the social research in Latin America. We will situate the gender shift in international migration studies and make a synthetic genealogy of the development of the transnational approach to migration, which was inspired by a set of feminist critiques. We will also discuss the emergence of studies on social care and affection in migration research. We conclude with reflections on the current context of feminist political struggles in Latin America.
Keywords: gender, migrations, feminism, social research, Latin America
Introducción
El presente artículo aborda la relación entre género y migraciones en América Latina vinculándola, a grandes pinceladas, con los procesos socioeconómicos y políticos de las últimas tres décadas en la región. Desde los 80s, los estudios migratorios vienen representando un terreno muy fértil para la investigación en las ciencias sociales internacionalmente. En este periodo, el esfuerzo por comprender la interpelación entre los procesos de movilidad humana y las desigualdades de género provocó una potente re-oxigenación de los debates antropológicos, sociológicos y politológicos, contribuyendo al cuestionamiento de categorías consideradas “clásicas” en estos campos del conocimiento (Gregorio, 1997; Provansal, 2008). El siglo XXI se caracteriza como un contexto de aumento de las violencias sufridas por las mujeres latinoamericanas en general (Segato, 2016, p.25) y, particularmente, por la intensificación exponencial de violaciones, mutilaciones, asesinatos y secuestros de las mujeres migrantes internacionales, de las que buscan asilo político y refugio, de aquellas que optan por una vida transfronteriza, o, de las que buscan cruzar fronteras internacionales (Anitha et al, 2018; Nolin, 2017; Peña et al, 2017). Esta realidad explica por qué las reflexiones sobre movilidades y género se han vuelto un punto urgente de la agenda internacional de investigación.
La producción que correlaciona estos dos elementos, la que se puede adjetivar como inmensa, se articuló con planteamientos feministas que, si bien fueron rechazados por la academia más ortodoxa4, resultaron fundamentales para el desarrollo de relatos que rompen “con la hegemonía discursiva que impone un único mundo posible y una sola forma de leerlo” (Pérez-Orozco, 2014, p.43). La perspectiva latinoamericanista sobre estos temas se delineó muy tempranamente, ya a partir del análisis del intenso éxodo rural vivido en toda la región entre 1950 y 1980 (Herrera, 2012, p.35).
Con estos antecedentes en mente, invitamos a los y las lectoras a que nos sigan, en las páginas venideras, en una reflexión que tiene tres objetivos. Primero, ofrecer un panorama sintético de la forma como las mujeres migrantes fueron tematizadas en las ciencias sociales internacionalmente. Segundo, subrayar la correlación entre estos debates y las reflexiones planteadas desde el feminismo, mostrando la confluencia y los conflictos entre estos campos de debate. Tercero, apuntar cómo se pensaron estos temas desde contextos latinoamericanos. Lo anterior de cara a enfatizar la impronta reflexiva y el posicionamiento crítico de investigadoras de y en la región en su ejercicio de replantear y denunciar las distorsiones (etnocéntricas) de algunos de los argumentos más hegemónicos de los estudios migratorios.
Tomando en consideración la amplitud del campo de debates que aquí nos atañe, conviene alertar que no pretendemos abordar enciclopédicamente, en el marco de este artículo, los tres objetivos que orientan nuestro ejercicio analítico. Superando esta pretensión generalizante, nuestro debate retomará puntualmente algunos aspectos que responden a nuestros tres lineamientos, estando, por lo mismo, orientado desde recortes concretos.
Por un lado, nos centraremos en un recorte temporal: cubriremos el periodo que va de los años 80s a la actualidad. Esta etapa es especialmente relevante para nuestros propósitos porque presenta el momento de interpelación entre los estudios de la migración y los debates feministas. Así, esta revisión nos permitirá abordar el impacto de este “entroncamiento teórico” en la constitución de la perspectiva transnacional de las migraciones (Guizardi et al., 2017, p.30-31)5. También es relevante porque, en este periodo, América Latina vivió una transición entre dos macro-modelos demográficos de migración (Martínez, 2003). Pasó de los desplazamientos campo-ciudad, característicos de la época entre 1950 y 1980, a la migración internacional, característica del periodo de la transición del siglo XX al XXI (Martínez, 2009)6. Por otro lado, abordaremos con más detalles aquellos debates que se han mostrado trascendentes, es decir, que sigan influenciando actualmente los estudios sobre las experiencias de mujeres migrantes transnacionales, transfronterizas y que viven en “circularidad migratoria” (Tapia y Ramos, 2013).
Para dar cuenta de esta propuesta, partiremos situando el giro de género en los estudios migratorios internacionales (1970-1990), discutiendo la emergencia de las reflexiones sobre reproducción, cambio social y remesas. Luego, acompañaremos el desarrollo del enfoque transnacional de las migraciones inspirado por un conjunto de críticas feministas (1990-2005). Discutiremos, además, la emergencia de los estudios de los cuidados y afectos en las investigaciones sobre migración (2005-2018). En la medida en que vayamos avanzando en estas discusiones, retomaremos los aportes producidos desde América Latina, donde muchas investigadoras han teorizado sobre la migración desde la doble condición reflexiva (y política) de mujeres y migrantes. Esto nos permitirá construir, a lo largo del texto, nuestro particular mosaico de las investigaciones sobre comunidades migrantes en la región.
Finalizamos ofreciendo nuestras reflexiones sobre el actual contexto de luchas políticas feministas en América Latina. Traeremos a luz el impacto que el debate sobre los derechos femeninos viene teniendo en la re-semantización de las relaciones de género (tanto entre actores y actoras sociales, como entre ellas y los Estados). Con esto, queremos discutir el rol de la interpretación feminista de los procesos migratorios –en esta interpelación entre movimientos políticos e investigación social– en propulsar y denominar las heterogéneas formas de autonomía que pueden emanar de las experiencias sociales de las mujeres y comunidades migratorias, a la vez que visibilizando violencias y desigualdades estructurantes. Así, pondremos en relieve la necesidad de avanzar hacia una perspectiva crítica que Segato (2016) denominó una “domesticación” feminista de la política (p.25).
El giro de género en los estudios de la migración
Hasta inicios de los años 80s, el androcentrismo y eurocentrismo de los enfoques hegemónicos en las ciencias sociales invisibilizó el rol fundamental desempeñado por las mujeres migrantes en la estructuración de las redes migratorias y en los procesos de reproducción social de las familias y economías de la migración (Magliano, 2007; Martínez, 2003; Provansal, 2008). Entre 1910 y 1980, las mujeres migrantes fueron retratadas como circunscritas a un (ficticio) espacio doméstico, aisladas de la vida pública (Herrera, 2012). Desde que Ravenstein (1889) afirmara en su clásico texto –fundador del campo de estudios de la migración– que la preeminencia migrante masculina constituía una “Ley” (De Oliveira y García, 1984, p.79), las mujeres figuraron, reincidentemente, como “elementos accesorios” en las investigaciones sobre los procesos migratorios (comunitarios o familiares). En ellas, la agencia de los sujetos fue, a menudo, comprendida como una potestad únicamente masculina (Bryceson y Vuorela, 2002; Gregorio, 1998; Gonzálvez, 2007).
La superación de estas distorsiones de análisis implicó un camino de largos años, en los que fue fundamental la interpelación del debate feminista en el cuestionamiento de la inseparabilidad del circuito de producción y reproducción de la vida social (Gregorio, 2011). El concepto de reproducción social deviene de los debates marxistas que fueron reinterpretados por el feminismo en los 70s (Ferguson, 2008, p.43). En el argumento marxista, el modo capitalista de producción, para existir, debe no solamente producir sus condiciones de existencia, sino que su continuidad en el tiempo (Laslett y Brenner, 1989). Así, la producción del capitalismo implicaría la reproducción de los mecanismos que fomentan la mantención de las divisiones, inequidades y asimetrías entre clases y entre los bloques internos de estas clases (Bourdieu, 2011). Habría, consecuentemente, una vinculación profunda entre la continuidad del sistema y su reproducción inmanente: el “cambio social” dependería de la posibilidad de romper este ciclo (Gregorio, 2011), demandando la reconfiguración de las estrategias de reproducción social. Extrapolando el debate de Althusser (1988), para quien ciertas instituciones sociales como la familia, el Estado, la iglesia y la escuela constituirían elementos centrales para el mantenimiento de estas estrategias de reproducción de la desigualdad, el argumento feminista cuestionará la subalternización de género que subyace a estas mismas estrategias (Ferguson, 2008). Esto contribuirá a denunciar que la continuidad temporal del modo productivo descansa sobre los hombros de las mujeres, quienes se encargan de la mayor parte del esfuerzo de “reproducir” las nuevas generaciones.
Cercanos a estas reflexiones, y con un importante carácter vanguardista, encontramos los trabajos de García et al. (1982, 1983) sobre la migración campo-ciudad en México, Argentina y Brasil; y los estudios de Noordan y Arriagada (1980) para el contexto chileno. En el impulso de estas reflexiones, la crítica al concepto de “desarrollo” desde una perspectiva de género apareció en los estudios latinoamericanos de la migración ya a inicios de los 80s, bajo la influencia de los debates promovidos desde la Teoría de la Dependencia (Feijoó, 1980; Orlansky, 1980). También así los estudios comparativos de De Oliveira y García (1984), cruzando el análisis de las desigualdades de género entre colectivos migrantes de Buenos Aires y Ciudad de México, con metrópolis asiáticas y africanas.
En la construcción de esta perspectiva, influyeron decisivamente los estudios sobre movimiento de pobladoras en los campamentos, particularmente en la “década perdida” de los 80s. Los trabajos de investigadoras como Teresa Valdés (1993), en Chile, y Larissa Lomnitz (1980), en México, plantearon, con gran originalidad, una conexión de los estudios migratorios con la investigación sobre las transformaciones en los espacios urbanos pobres. Analizaron, así, un escenario de ajustes económicos en el que las estrategias desarrolladas por las mujeres cumplieron un rol fundamental, especialmente entre los sectores populares. Sus trabajos desarrollaron las ideas sobre solidaridad, comunidades y familias que también se hacen presentes en los estudios más actuales sobre migración y género.
Este ejemplo nos sirve para ilustrar uno de los argumentos centrales de este texto: las herramientas conceptuales usadas para analizar los desplazamientos campo-ciudad sirvieron, años más tarde, para pensar la feminización de las migraciones internacionales latinoamericanas en la globalización (Herrera, 2012, p.38)7. Consecuentemente, cuando comparamos los debates llevados a cabo en América Latina con aquellos producidos en el norte global en los años 80s, observamos que los primeros están tempranamente marcados por una inclinación a relevar la agencia femenina migrante en la transformación de los espacios citadinos.
Es más: estos estudios también indagaron de forma vanguardista sobre la vinculación entre la entrada de mujeres provenientes del campo al mercado productivo urbano y la constitución de la sobrecarga femenina en los trabajos de reproducción social. A partir de esta perspectiva, plantearon, mucho antes de lo que se hizo en el norte global, que la precarización de las labores femeninas estaba interseccionalmente atravesada por la condición de género y migratoria de las trabajadoras (Herrera, 2012, p.38). La precariedad persistente de las condiciones de los trabajos domésticos (Stefoni, 2009; Stefoni y Fernández, 2011), la principal salida laboral de estas mujeres en diversas ciudades de América Latina (Szasz-Pianta, 1995, p.181), daría cuenta de la reproducción social de su explotación en la región (De Oliveira y García, 1984, p.80).
A la vez que visibilizaban este carácter explotador, dichos estudios también registraron la capacidad de adaptación y resistencia de estas mujeres al avance de las políticas de corte neoliberal implementadas masivamente desde los 80s (Mora, 2008). Empero, más allá de sus avances y originalidades, estas obras también presentaban ciertas limitaciones. Por ejemplo, estuvieron caracterizados por una visión algo limitada de las relaciones de género, reduciéndolas, frecuentemente, a la experiencia “de las mujeres” (Herrera, 2012, p.36).
Así, inspiradas en el debate feminista y marxista, las profundizaciones analíticas sobre las mujeres en la migración, en los 80’s, estuvieron básicamente centradas en interrogantes sobre el cambio social (ver Margulis, 1980). En estas investigaciones iniciales, los estudiosos se preguntaban si con la migración las relaciones de género tendían a ser más igualitarias o si, por el contrario, se reproducían relaciones de desigualdad y subordinación en el lugar de destino ya existentes en el de origen. Se interpretaba que con la migración se articulaba el paso de un sistema de género (el de la sociedad de origen) a otro (el de la sociedad de destino), atribuyéndose un cierto potencial transformador a las mujeres. Gregorio (2011) llamó este enfoque de “los sistemas duales de género” (p.55). Con una percepción aguda sobre la dialéctica entre reproducción de la subordinación y empoderamiento laboral de las migrantes, estos trabajos alertaron, con notable lucidez, sobre las distorsiones de género de los cambios sociales promovidos por la migración. El servicio doméstico y su centralidad en el proceso de urbanización se convirtieron, entonces, en importantes ejes analíticos:
Habría que profundizar en las repercusiones de la migración femenina en la condición de la mujer en las áreas urbanas y rurales. Por un lado, se ha comprobado que el desplazamiento de mujeres que se ocupan en el servicio doméstico contribuye a elevar el nivel de participación femenina en áreas urbanas, no sólo de manera directa sino también en forma indirecta, al permitir que mujeres de sectores medios se incorporen a la actividad extra-doméstica. Sin embargo, la condición de trabajadora no calificada de las migrantes difícilmente contribuye a elevar el estatus social de dichas mujeres, sobre todo si migran presionadas por el esposo, padre o la familia de origen, como ha sido documentado para la ciudad de México (De Oliveira y García, 1984, p.80).
Muchos de estos trabajos sin embargo, tendieron a reproducir jerarquías nacionales entre los lugares de origen y destino, asumiendo sin mayor crítica que los países a los que llegaban las mujeres migrantes gozaban de relaciones más igualitarias que los sistemas de género dominantes en los lugares de donde ellas provenían. La influencia de la teoría de la modernización y del desarrollismo se dejaba sentir todavía en estas nuevas preguntas e investigaciones que comenzaban a desarrollarse en aquellos años.
Durante el periodo que abarcó los años 80s y 90s –aunque con matices propios de cada contexto nacional–, la literatura internacional sobre las mujeres en la migración creció rápidamente, en particular desde la historia (Gabaccia, 1992), la sociología (Pedraza, 1991, Kofman, 2004) y la antropología (Brettel y de Berjois, 1992; Biujs, 1996; Mahler y Pessar, 2001). Ya fuera a través de argumentos más o menos rupturistas, los estudios producidos desde diversas disciplinas pudieron mostrar que el género era una categoría que influía en la decisión de migrar, así como también en los procesos de asentamiento en la sociedad receptora. Ejemplo de lo anterior es el estudio de Szasz-Pianta (1994) entrecruzando la perspectiva antropológica con la demográfica para pensar las migraciones femeninas mexicanas, y el libro de Borrero y Ugalde (1995), aunando diversas disciplinas en el debate sobre el fenómeno en diferentes contextos ecuatorianos. Para el caso de Santiago, Szasz-Pianta (1995) apuntaba, cómo, desde fines del siglo XX, el mercado laboral diferenciaba las posibilidades de ascenso o descenso social de las mujeres migrantes, influenciando procesos decisorios sobre la migración y, a la vez, incentivando la adaptación articulada de las migrantes para sobrevivir (y, por veces, ultrapasar) las limitaciones de estos mercados.
Lo curioso de este periodo es que la producción latinoamericana seguía volcada, centralmente, a las migraciones internas, al paso que la producción realizada desde las grandes ciudades del norte pasó a tematizar a las propias migrantes de América Latina que, para aquel entonces, empezaron a ser muy numerosas en las grandes metrópolis –particularmente en Estados Unidos– (ver: Alicea, 1997; Hondagneu-Sotelo y Ávila, 1997; Mortimer y Bryce-Laporte, 1981; Pessar,1984). Es dable subrayar que, en este creciente enfoque hacia las migraciones latinoamericanas en EEUU, fueron preponderantes, y muy importantes para la apertura del campo, los estudios sobre las migrantes mexicanas para quienes la migración campo-ciudad demandó, crecientemente, cruzar las fronteras México-EEUU (Mummert, 1990). Este mismo fenómeno sería observado, años más tarde –y guardadas las proporciones y diferencias–, en el estudio de la transnacionalización de las familias migrantes bolivianas hacia Argentina (Benencia, 2005).
A su vez, estos trabajos coincidieron con una época en que las remesas se convirtieron en objeto de estudio: ganaron protagonismo en los debates académicos, y en las políticas de desarrollo impulsadas por las agencias y bancos internacionales, en relación a cómo ellas contribuían (o no) al desarrollo de las familias/ zonas/ países de origen de los y las migrantes (Cavalcanti y Parella, 2006). Lo anterior debido, por lo menos en parte, al incremento monetario de las remesas de los migrantes provenientes del sur global que trabajaban y vivían en los países del norte. Entre 1990 y 2000 estas remesas se multiplicaron exponencialmente, superando por primera vez, por ejemplo, la aportación económica de los países dichos desarrollados a la cooperación internacional con los países considerados subdesarrollados (Martínez, 2003).
Todo esto adquirió un aspecto de género fundamental en los estudios sobre la migración desde países latinoamericanos, dado que en los años 90s estos flujos migratorios han presentado una fuerte tendencia a la feminización. Las mujeres latinoamericanas se han convertido, por ende, en protagonistas de la emisión de remesas internacionales desde el norte al sur del planeta (Cavalcanti y Parella, 2006). Esta visión, pese a su tendencia de sesgo economicista, tuvo por efecto respaldar la enorme centralidad y protagonismo de las mujeres migrantes en su esfuerzo por compatibilizar los procesos de valorización del capital con los procesos de sostenibilidad de la vida (Alicea, 1997; Aranda, 2003; Coe, 2011; Bryceson y Vuorela, 2002; Hondagneu-Sotelo, 2000; Hondagneu-Sotelo y Ávila, 1997; Sørensen, 2008; Sørensen y Vammen, 2014). La atención a los matices y contradicciones de esta tensión en la agencia femenina migrante será uno de los ejes de desarrollo de la perspectiva transnacional de las migraciones.
Las mujeres migrantes en el transnacionalismo
Fue con el inicio de la conturbada transición globalizante al presente siglo que las mujeres empezaron a ser vistas en los estudios sobre migración como sujetos dotados de agencia (Herrera, 2012). Parte de este cambio de perspectiva analítica se debe a la actuación de mujeres cientistas sociales que, compartiendo la condición femenina y trayectorias familiares migratorias (o incluso la experiencia propia como migrantes) con aquellas mujeres a las que estudian, promoverán un giro epistémico y situarán al enfoque de género como un eje ineludible –central y articulador– para el estudio de las comunidades migrantes8. Esta transformación estructuró el surgimiento de la perspectiva transnacional, la cual se ha convertido en una línea preponderante de los debates internacionales sobre las migraciones.
Según Glick-Schiller et. al (1992) –autoras a quienes podríamos atribuir haber reinventado el término transnacionalismo, traspasándolo de la economía a los estudios migratorios (Gonzálvez, 2007, p.11)– los migrantes pasaron a experimentar, desde fines del siglo XX, contextos de globalización caracterizados por una revolución tecnológica de transportes y comunicaciones que abarató el coste de los viajes y posibilitó establecer contacto a tiempo real entre localidades distantes. Estos cambios permitieron que sujetos y colectividades constituyeran sus experiencias migratorias según patrones innovadores, repletos de vinculaciones imprevisibles: estableciendo relaciones (familiares, económicas, sociales, organizacionales, religiosas) de manera binacional o multinacional; tomando decisiones y medidas, constituyendo su acción y afectos y viviendo intereses que provocan una experiencia de conexión entre localidades distantes (Levitt y Glick-Schiller, 2004). En conjunto, estas definiciones operan una presión analítica en pro de la reformulación del concepto de sociedad (Levitt y Glick-Schiller, 2004, p.61), explicitando que la forma como hemos pensado las instituciones sociales –la familia, la ciudadanía y el Estado-nación– requiere una atenta revisión (Levitt y Glick-Schiller, 2004, p.61; Gonzálvez y Acosta, 2015, p.126-128). En términos generales, esta presión se materializa en tres ejes analíticos inspirados en las discusiones del feminismo en los 90s.
El protagonismo de la agencia femenina
El primer punto se refiere, precisamente, al llamado que la perspectiva transnacional hace en favor de dar centralidad al protagonismo que las mujeres han asumido en los procesos de transnacionalismo de los sujetos, colectivos e instituciones migrantes. Esta invisibilidad del papel de las mujeres es especialmente controvertida en contextos sudamericanos debido al relevante papel que ellas desempeñan en las movilidades poblaciones de diferentes países (Martínez, 2003, 2009). Por lo general, son ellas quienes inician el proceso de desplazamiento internacional que se distenderá por sus comunidades de origen, actuando como los puntos nodales de unas redes sociales que tienden a transnacionalizarse progresivamente (Alicea, 1997).
Aunque discreta en la primera década del siglo XXI, entre 1990 y 2000 la feminización de las migraciones se generalizó en América Latina, estando asociada a dinámicas económico-políticas globales (Mora, 2008). Desde 1980, las reformas neoliberales provocaron un desempleo masivo en la región, asociado con la precarización de condiciones laborales en general. Debido a la persistencia de patrones patriarcales, se reproduce una división social del trabajo en la que el hombre se encarga del recurso económico (actuando en el mercado productivo), mientras la mujer se hace cargo del cuidado del núcleo familiar (Sorensen y Vammen, 2014). Con el incremento del desempleo por una parte, y las políticas de ajustes y retirada del Estado en materia social, por otra, crece la incapacidad de los hombres de responder a las demandas de la familia. Lo anterior deviene en el proceso de ruptura familiar (con el abandono del hogar por parte de la figura masculina), realidad que se incrementó entre los sectores sociales más pobres y de clase media baja, provocando que las mujeres pasaran a asumir solas las tareas productivas y reproductivas. En diferentes naciones de América Latina esta doble responsabilidad constituyó un incentivo central a la migración internacional femenina.
Fue así como las mujeres pasaron a ser las cabezas de redes migrantes latinoamericanas, articulando familias, grupos y comunidades organizadas sobre diferentes territorios nacionales (Sorensen, 2008). Al hacerlo, ellas terminaron globalizando sus localidades (Freeman, 2001) y reinventando los procesos de crianza de hijos/as, y también de cuidados al interior de las familias (Aranda, 2003; Hondagneu-Sotelo y Ávila, 1997). Todo esto no solamente se confirma, sino que además configura de forma aún más intensa en territorios fronterizos latinoamericanos (Guizardi et al., 2018; Tapia y Ramos, 2013). Por otro lado, su protagonismo en estas movilidades familiares también implica que ellas asuman el comando de actividades económicas (Hondagneu-Sotelo, 2000) que impactarán en la manera como las familias se constituyen, las relaciones maritales y el papel social atribuido a abuelos/as, tíos/as y amigos/as. Por lo general, la inserción socioeconómica de las mujeres en el mundo postglobalización reordena a escalas globales los sistemas de explotación y las jerarquías de género (Mills, 2003).
Las investigaciones sobre diferentes colectivos nacionales realizadas tanto desde los países de origen, como desde los de destino, empiezan a dar sedimentos empíricos para pensar y problematizar este protagonismo femenino, lo cual también implicó una transnacionalización del modo operandi del debate en los estudios migratorios. Para el caso de la migración femenina peruana, por ejemplo, estudios en diferentes países del mundo han comprobado esta tendencia a la feminización de la cadena migratoria y la importancia de la figura de las mujeres en la creación/mantención de los vínculos y redes transnacionales9. Según Paerregaard (2006):
La participación femenina en la emigración peruana no es un fenómeno nuevo. Al contrario, las mujeres han tomado el papel de punta de lanza de la emigración peruana a países como Estados Unidos, España, Italia, Argentina y Chile desde hace muchos años” (p.64).
Particularmente en este último país, la dimensión transfronteriza de la experiencia de mujeres peruanas y bolivianas que migran circularmente entre la frontera norte chilena, la sur peruana y el noroeste boliviano viene siendo un tema recurrente de investigaciones (Guizardi y Garcés, 2012, 2013; Guizardi et. al, 2017b, 2017c; Tapia y Ramos, 2013). En una línea parecida, proliferaron los estudios sobre la dimensión de género de la pujante migración transfronteriza boliviana hacia la Argentina (Cerruti et al., 2010; Magliano, 2007, 2009, 2013), país que se mantiene como destino prioritario de la migración regional en Sudamérica.
Con todo, cabe que establezcamos reflexiones críticas también sobre este protagonismo que el transnacionalismo concedió a las mujeres migrantes. Por un lado, reconocemos que el incremento de la migración femenina y la consecuente incorporación de la familia al debate migratorio (como discutiremos más adelante) determinó que parte importante de las discusiones sobre el transnacionalismo estuviera centrada precisamente en las prácticas de mujeres (madres y esposas). Pero, por otro lado, esto también provocó distorsiones analíticas. La primera refiere a la reificación de la maternidad transnacionalizada (que pasó a ser asumida como modelo de gestión migratoria de las familias en la globalización). Lo anterior redundó en cierta naturalización del concepto de familia biológica (especialmente en los 90s) y ello contribuyó a opacar otros nichos de presencia y articulación femenina migrantes en experiencias transnacionales y transfronterizas. La segunda hace referencia a una hiper-focalización de los temas de análisis e investigación vinculados a un perfil acotado de mujeres. Esto derivó en la invisibilización de la participación de las migrantes en otros espacios, entre ellos, los de lucha política que, como observamos claramente en los últimos años en los contextos latinoamericanos, están fuertemente propulsados por la participación femenina (de migrantes y no migrantes).
En el caso de países como Argentina y Brasil, las reformas neoliberales de los 90s han redundado en una “destrucción activa” (Harvey, 2008) del tejido de organizaciones sindicales obreras que constituían un vehículo de lucha y representación popular, aunque históricamente protagonizado por hombres. En esta desarticulación, los espacios de representación fueron paulatinamente sustituidos por las organizaciones territorializadas –asociaciones, movimientos barriales, cooperativas– ubicadas en los sectores de vivienda de las familias y fuertemente lideradas por figuras femeninas. El detalle es que las mujeres que asumieron este liderazgo también constituían las cabezas económicas del hogar. Así, el protagonismo de cuidados de las mujeres en la reproducción social de las familias derivó en su protagonismo en los cuidados de la comunidad. El protagonismo femenino tuvo por efecto promover y desarrollar redes sociales que, a groso modo, con mayor o menor eficiencia, intentaban amparar las carencias múltiples derivadas de la reducción de los servicios sanitarios, educacionales, culturales y de ocio. En ciudades como Buenos Aires, este liderazgo de las mujeres en sectores periféricos es también, en muchos casos, un liderazgo migrante. Así, cuando miramos la distención de las redes migrantes en Argentina y en la Gran Buenos Aires, en particular, desde los 90s hasta la actualidad, notamos que las luchas migrantes femeninas son parte inexorable del proceso de territorialización de la representación política de los sectores populares, siendo, simultáneamente, un resultado inesperado del ataque que las reformas neoliberales significaron a las representaciones políticas más antiguas entre los sectores populares de América Latina (en particular, como decíamos, el sindicalismo y los movimientos obreros).
Interseccionalidad en clave transnacional
El segundo punto analítico novedoso establecido por la perspectiva transnacional refiere al estudio de los procesos de migración femenina latinoamericana unido a la percepción de que los imaginarios que racializan y marginan a los migrantes atraviesan fronteras y tienen, frecuentemente, un impacto más fuerte sobre las mujeres migrantes. Estas apreciaciones han permitido pensar las vulneraciones vividas por las migrantes como un fenómeno interseccional en el cual las construcciones coloniales y Estado-nacionales del racismo siguen teniendo gran relevancia.
En el marco de los debates del feminismo negro, Crenshaw (1991) planteó que algunas mujeres viven la interseccionalidad de factores de exclusión. La subalternidad de estas mujeres respondería, así, a procesos de marginación superpuesta, vinculados a la condensación de las construcciones de clase, raza y género, respectivamente. La reflexión que entrecruza este análisis de la interseccionalidad y la experiencia vital de las mujeres migrantes resulta, por lo tanto, de la interpelación entre las discusiones del feminismo negro y los estudios migratorios en las ciencias sociales.
Ejemplo de este tipo de análisis nos confieren los estudios sobre las mujeres migrantes brasileñas en diferentes contextos del norte global (Guizardi, 2013). Estos trabajos han dado cuenta de la reproducción transnacional de un estereotipo racista de hipersexualidad fuertemente asociado al imaginario de “tropicalismo” con el que se define la identidad de las brasileñas en condición migratoria (Piscitelli, 2007, 2008) en diferentes partes del globo (Lins-Ribeiro, 1998; Zubaran, 2008). Según Beserra (2007), quien trabajó con estas migrantes en Los Ángeles:
Todas las brasileñas con quienes conversé sobre el tema eran conscientes del estereotipo. Algunas creían que el estereotipo restringía sus movimientos, promovía la idea de prostitución y, consecuentemente, producía un impacto negativo sobre las brasileñas, particularmente las que viven fuera (p.316).
Esta construcción guarda una intrínseca relación con la vinculación, en los imaginarios internacionales, de una identidad negra o afrodescendiente asociada a estas migrantes (Macdonell y Lourenço, 2009). Por lo tanto, no estamos hablando de categorías que reflejen tácitamente la manera como ellas se entienden a sí mismas o elaboran su identidad. Se tratan de imaginarios respaldados en las representaciones europeas y norteamericanas que vinculan la identidad nacional brasileña a un color de piel, por un lado, y al dominio de los bailes, músicas, y performances varias asociadas a este “tropicalismo” (Machado, 2004, 2005). En términos generales este estereotipo representa a las brasileñas como exóticas (Machado, 2003), eróticas (Psicitelli, 2007), exuberantes y sexualmente salvajes (Piscitelli, 2008). De forma violenta y perversa, estas características parecen legitimar el ejercicio de poder del hombre blanco (colonizador) sobre ellas, como manera de controlar y someter su salvajismo, manteniéndolas en un estado de docilidad (Beserra, 2007, p.316). En el caso chileno, estos debates sobre el racismo en la reproducción de violencia hacia las migrantes negras vienen siendo discutidos desde 2015 en adelante, observándose en diversos estudios su impacto en la inserción de las mujeres negras de origen colombiano, dominicano, venezolano y haitiano (Barton, 2017; Echeverri, 2016; Liberona, 2015; Pavéz, 2016; Tijoux, 2016, 2017;).
(Re)definir las familias
El tercer punto fundamental en que observamos interpelación entre los debates feministas y la perspectiva transnacional de las migraciones refiere a la necesaria reconceptualización del papel de las familias en las movilidades humanas. Como ha señalado Parreñas (2005, p.317), la globalización provocó alteraciones fundamentales en la experiencia del tiempo y del espacio, y en el papel desempeñado por las mujeres en el marco de las familias migrantes. A partir de esta concepción, los estudios transnacionales significaron una revolución conceptual. Esto porque las ciencias sociales habían reproducido la idea de que la familia podría delimitarse tal como se diseñaba las fronteras de un país: demarcándose en un espacio social dado –euclidianamente acotado– no solamente las relaciones cotidianas entre todos sus miembros, sino que también la identidad familiar, las actividades económicas y los vínculos afectivos (Guizardi et al., 2018).
El transnacionalismo plantea, entonces, que las familias (como las naciones), más allá de cualquier construcción sobre el lazo biológico, son comunidades imaginadas (Bryceson y Vuorela, 2002, p.10) y elegidas (Gonzálvez, 2015; 2016). Así, preconizando la necesidad de romper con las definiciones biologizantes de familia (Gonzávez y Acosta, 2015, p.131), –y también con aquellas que circunscriben la experiencia familiar a la contingencia de la presencia física compartida– los debates sobre las familias transnacionales pasan a enfatizar el carácter espacialmente descentrado de las redes parentales (Bryceson y Vuorela, 2002, p.3). El argumento asume que las redes parentales y los hogares transnacionales operan como elementos centrales del proceso de globalización y de migración, constituyéndose como centros analíticos y no como realidades accesorias (Parella, 2007, p.159).
Otro importante eje de caracterización del concepto se refiere a la asunción, tomada con algo de generalidad entre los años 1990 y 2000, de que la familia transnacional operaría como vehículo de procesos de “desarrollo humano” (Sorensen y Vammen, 2014, p.93). En el campo de las investigadoras que trabajan la dimensión de género en la migración transnacional, hubo cierta euforia referida a la posibilidad de que el desplazamiento de las madres, en el marco de familias transnacionalizadas, pudiera facilitar procesos de empoderamiento económico y ruptura de las desigualdades de género. Avanzada la primera década del siglo XXI, estas utopías fueron deconstruidas por la constatación de que la maternidad transnacional a veces incrementa la sobrecarga de las mujeres migrantes, representando presiones emocionales bastantes difíciles de ecualizar (Aranda, 2003; Hondagneu, 2000; Rivas y Gonzálvez, 2010; Gregorio y Gonzálvez, 2012).
Aún en el marco de una lectura crítica, cabría establecer otras precisiones al argumento, especialmente aquél que relaciona la sobrecarga transnacional familiar de las mujeres, con el proceso de monoparentalidad (conforme discutimos páginas atrás). La ruptura de las familias ha demostrado ser una constante en diferentes momentos de crisis económica en América Latina. Que el hombre actúe, en estas situaciones, desmarcándose de sus obligaciones de reproducción social de las familias, también (Anitha et al, 2018; Borrero y Ugalde, 1995; Brynceson y Vuorela, 2002; Gabaccia, 1992; Gonzálvez, 2007, 2013, 2015; Herrera, 2012; Magliano, 2009). Estos dos fenómenos, pese a ser más frecuentes en los sectores populares, se observan en casi todas las estratificaciones sociales: se tratan de procesos transversales en términos de clase y también en términos históricos.
Esto nos permite pensar, como lo hiciera Helen Safa (1995) en su tiempo, que el hombre proveedor es, para muchas y heterogéneas familias latinoamericanas, un mito. En diversos países de la región, este protagonismo femenino migratorio como forma de resolver la ausencia masculina aparece como elemento estructural de los movimientos de éxodo campo-ciudad, ya desde los 50s. Es decir, esta estrategia ha sido empleada por las mujeres de América Latina, primero, migrando a las ciudades de sus propios países (cuando el campo se empobreció), en un momento en que la demanda de trabajadoras domésticas urbanas incrementaba, producto de la transformación de los mercados laborales (como explicábamos en el segundo apartado). En este sentido, podemos establecer claramente una continuidad, en términos de estrategia de género y de reproducción de los núcleos y redes familiares, entre la migración interna y la internacional en América Latina. Para sintetizarlo en otros términos: lo novedoso del protagonismo femenino en las movilidades familiares transnacionales sería, si lo observamos desde una perspectiva latinoamericanista, el salto de la migración interna a la internacional, por un lado, y la incorporación de nuevas mujeres (de sectores más desfavorecidos, urbanas y empobrecidas por los ajustes estructurales), que se incorporaron a las nuevas demandas del mercado laboral, por otro.
Muestras contundentes de estas perspectivas más críticas sobre las desigualdades de género en los estudios de la transnacionalización familiar devienen, por ejemplo, de las investigaciones sobre comunidades migratorias colombianas en el mundo (Buriticá, 2014; Puyana et al., 2009; Rivas y Gonzálvez, 2011; Tapia y González, 2013), sobre las comunidades ecuatorianas (Cavalcanti y Parella, 2006; Herrera, 2004, 2008; Pedone, 2006, 2008), bolivianas (Benecia, 2005; Leiva, 2017; Leiva y Mansilla, 2017; Leiva y Ross, 2016; Pedone et al., 2012; Peñaloza et al., 2015) y peruanas (Guizardi et. al, 2018).
Migración y economía política de los cuidados y afectos
Con el transcurrir de los años, ya avanzada la primera década del siglo XXI, las investigaciones comenzaron a visibilizar cómo, en los discursos de las mujeres sobre sus migraciones, su responsabilidad como madres, pero también como hermanas o hijas, ocupaban un lugar central para ellas, así como para los demás miembros de su familia y redes de parentesco. En estos estudios, se mostraba cómo la circulación de bienes, cuidados y afectos entre mujeres emparentadas entre sí sostenían la vida familiar en el espacio transnacional (Gregorio, 1998; 2012; Gregorio y Gonzálvez, 2012).
En las primeras décadas del siglo XXI, los estudios migratorios avanzaron en una muy importante teorización y visibilización sobre las asimetrías de poder y sobre la subordinación que implica, para las mujeres, la gestión transnacional de las relaciones de género en el marco de la vida familiar migrante (Leiva, 2017; Leiva et al, 2017; Leiva y Ross, 2016). Pero fue precisamente la preocupación analítica por el parentesco como un eje de diferenciación social lo que permitió problematizar cuán influenciada estaban las interpretaciones respecto de la reproducción social transnacional por concepciones sustentadas en la exclusividad del parentesco biológico (Gonzálvez, 2015).
Lo anterior llevó a las investigadoras de la migración a considerar que el género y el parentesco constituyen relaciones de poder y desigualdad. Esta inflexión permitió que los estudios contrastaran la organización social de las familias con la reproducción social de la vida transnacional. Se empezó a comparar, con ello, a las prácticas de cuidar y ser cuidado con las relaciones de parentesco transnacional. En el marco de estas reflexiones, emerge la categoría “cuidados”, la cual refiere a los cambios en la gestión del bienestar familiar (Gonzálvez, 2013). El debate en torno a la categoría plantea que la “organización social del cuidado” es la manera como cada sociedad establece una correlación entre sus específicas necesidades de cuidados y la forma como les da respuesta (Arriagada, 2010).
Con la intensificación de la migración de mujeres latinoamericanas para el norte global a partir de los 90s, la organización social de los cuidados en la región ganó una dimensión transnacional que es, por lo menos, desafiante. Esta migración femenina se motivó, en gran medida, por el aumento de demanda por trabajadoras del cuidado doméstico en países del norte y también del sur globales (Gonzálvez y Acosta, 2015, p.127; Pérez-Orozco, 2009, p.10). Lo anterior produce la fuga de cuidado [care drain] (Bettio et al., 2006), “un modelo donde la fuerza de trabajo femenina y flexible (habitualmente mujeres inmigrantes, indígenas y afrodescendientes) reemplaza el trabajo doméstico no remunerado y de cuidado que efectuaban las mujeres en los países desarrollados” (Gonzálvez y Acosta, 2015, p.127).
Esta realidad tiene como trasfondo un escenario social de “crisis de los cuidados” vinculado a la masiva salida al mercado productivo de las mujeres de ciertos sectores sociales en las sociedades de recepción (Hochschild, 2002). Así, las migrantes reemplazan en los cuidados domésticos y familiares a las mujeres que ganaron el mercado laboral. Se observa con ello la emergencia de nuevos protagonistas, circunstancias y nuevas formas de hacer y entender los cuidados (Benería, 2011).
Hasta los años 2000, la mirada predominante en las ciencias sociales atribuía el cuidado, principalmente, a las mujeres de la familia, aquellas que compartían lazos sanguíneos con quienes “recibían” este cuidado. Pero en la primera década del siglo XXI, la crítica feminista volvió a señalar la diversidad de formas familiares transnacionales existentes y las diferentes prácticas de maternaje transnacional (Gregorio y Gonzálvez, 2012). Así, la reproducción de la maternidad intensiva también en la familia transnacional fue uno de los vínculos más analizados y, a su vez, más problematizados desde miradas críticas y reflexivas. Aquí, se entra a cuestionar profundamente la dimensión política del afecto (Abramowski y Canevaro, 2017, p.9), de su circulación en estas cadenas del cuidado y las complejas relaciones entre autonomización y subordinación femenina en los procesos familiares y laborales en condición migrante (Rossi y Canevaro, 2017).
Una vez más, la crítica feminista será la responsable de visibilizar la reproducción de la desigualdad a partir de las prácticas de cuidar y ser cuidado como principios de organización social en la comprensión de las causas y el impacto de las migraciones. Situar los cuidados como una categoría política ha permitido que los estudios de la migración enfocaran, por un lado, la “crisis de los cuidados” y, por otro lado, de la “mercantilización de los afectos” –producto de la articulación entre prácticas económicas y relaciones afectivas o sexuales en el ámbito de la intimidad–.
Consideraciones finales: desafíos del siglo XXI
América Latina viene viviendo, en los últimos cuatro años, una potente transformación política vinculada a la distención y amplificación regional de la lucha organizada por los movimientos sociales feministas (Bidaseca, 2017).
Particularmente en el Cono Sur, desde donde fueron impulsadas con vigor, estas luchas adquirieron matices variados, respondiendo a los heterogéneos contextos nacionales donde se están produciendo. Así, en Argentina, donde el tejido comunitario social y popular se viene haciendo protagónicamente femenino desde los 90s, y donde el debate feminista ha permeado un amplio abanico de sectores socioeconómicos, la lucha mueve y recupera actores sociales variados y se ha convertido en una causa de envergadura nacional. En Chile, dada la importancia de las organizaciones y movimientos estudiantiles, la lucha feminista ha sido tomada como uno de los elementos centrales de las mujeres más jóvenes en su demanda por una educación no sexista y en pro del fin de las violencias y acoso de género vividos en los espacios educativos públicos y privados de diferentes regiones del país. En el caso de Brasil, las luchas vienen reflejando la voz de las mujeres negras que, con gran dosis de violencia, sufren una magnificación de las desigualdades sociales más acuciantes del país y tienen su voz política silenciada (por vez a través del asesinato sumario, como en el caso de la líder política Marielle Franco, muerta en inicios de 2018, en Rio de Janeiro).
Sin perjuicio de estas particularidades contextuales, podemos ver en estas diversas luchas varios puntos comunes, relacionados a las demandas por incidir en la definición del espacio, voz, acción y representación de los derechos de las mujeres. Observamos también la transnacionalización del reconocimiento, por parte de movimientos feministas en diferentes países latinoamericanos, de que las mujeres estamos enfrentando un periodo de radicalización de las violencias hacia el género femenino y hacia todas las demás identidades generizadas que son tomadas como “el margen” del patriarcado prototípico (gays, lesbianas, queers, bisexuales, indefinidos/as) (Segato, 2015, p.71-72). Esta radicalización de la violencia multidimensional hacia “los géneros otros” es parte del giro conservador y antidemocrático que estamos observando diseminarse planetariamente, desde el norte hacia el sur global, pero ganando contornos propios –estrechamente inspirados en las trayectorias y alteridades históricas de cada país– en Latinoamérica (Segato, 2016, p.15-17). Estaríamos, así, en un momento agónico del modelo neoliberal (en su estructuración macroeconómica y política) en el cual la reproducción de las formas de acumulación y de las hegemonías políticas parece empujar hacia la desmesurada y radical reinstalación de los principios fundadores de las desigualdades sociales que el patriarcado –como modelo fundacional de todas las demás formas de inequidad y violencia, como estructura-estructurante de la explotación en las sociedades humanas (Segato, 2010, p.10)–, pareciera garantizar y, simultáneamente, requerir (Segato, 2016, p.19).
Este contexto de luchas regionales feministas ha puesto sobre la mesa varias reflexiones que, si nos permiten decir, inciden o debieran incidir fuertemente en la forma como, en las ciencias sociales, pensamos la experiencia migratoria, transfronteriza y transnacional de las mujeres. La tarea es urgente porque, como están discutiendo varias investigadoras, las mujeres migrantes de varias generaciones están asumiendo un papel central en estas luchas por los derechos en América Latina (Carmona, 2018; Gavazzo, 2018; Pizano et al., 2017).
A través de los aprendizajes que las consignas de estas luchas de mujeres migrantes nos entregan, estamos, por un lado, convocadas a pensar el carácter ideológico de la dicotomización conceptual cartesiana entre lo público y lo privado, cuestionando cuánto de esta estructuración “teórica” permite reproducir la subordinación del espacio doméstico (prototípicamente pensado como femenino) al espacio público (dominado por hombres). Por otro lado, estamos interpeladas a cuestionarnos si podemos o debemos seguir comprendiendo la política como un espacio guiado por un (ficcional) racionalidad ascética, de estas que se pretende y supone desprovista de afectos. A contracorriente de estas ideas heteronormativas, las luchas feministas latinoamericanas vienen preconizando retomar aquellas enunciaciones del feminismo de los años 70s que asumían que “lo privado es político” (Segato, 2016, p.25). Pero de hacerlo no a través de traducir lo doméstico en términos públicos, provocando “su digestión por la gramática pública para alcanzar algún grado de politicidad, sino el camino opuesto: ‘domesticar la política’, desburocratizarla, humanizarla en clave doméstica, de una domesticidad repolitizada” (Segato, 2016, p.25). Todo esto viene implicando la resemantización del lugar y de la dimensión política de los afectos, de los cuidados y del lugar social de las mujeres de la (re)producción de la vida social.
Este proceso nos invoca a pensar, y cada vez más fuertemente, la relación entre cuidados, afectos, migración y género como una expresión política y, a la vez, como una fuente de aprendizajes y de propuestas para nuevas formas de construcción de lo político. Formas que contemplen la acción, la resistencia y las capacidades de desplazamiento (nacional, transnacional, fronterizo) de las mujeres de esta amplia y heterogénea región que llamamos América Latina.
Estas inferencias nos permiten terminar este texto apuntando a aspectos, campos y perspectivas que, según entendemos, constituirán las nuevas áreas de indagación (o, por lo menos, algunos caminos a seguir de parte) de los estudios de la migración y del género en la región.
El primero dice relación con una dimensión epistemológica de los estudios de la migración femenina. El debate sobre fenómenos como la relación entre el género y la experiencia migrante –que implican constituciones asimétricas de identidad y de poder– requiere un cuidado epistemológico redoblado con relación a la definición de la perspectiva asumida por las propias investigadoras frente a las categorías analíticas empleadas. Nuestra experiencia como investigadoras y como migrantes nos ha llevado a concebir que no estamos frente a meras casualidades. Somos mujeres la mayoría entre las que estudian las experiencias femeninas migrantes en Latinoamérica porque hay una interpelación entre nosotras y las condiciones de subjetividad de las mujeres que estudiamos. Esta interpelación estructura una forma de producción política del conocimiento, dado que mueve el diálogo entre posiciones diversas de poder y de jerarquía entre mujeres. Es más: observamos que esta interpelación se vuelve central, puesto que ella constituye y facilita los vínculos de interpretación, empatía y análisis a partir de los cuales nuestros estudios son producidos. Desde nuestra perspectiva, los estudios sobre género y migración debieran avanzar más decididamente hacia esta reflexión crítica: tanto en el sentido de asumir la posicionalidad de las investigadoras en el entramado social, como su condición de intersubjetividad y reflexividad con las mujeres migrantes a las que abordan.
El segundo punto se refiere a la necesidad de reforzar esta postura crítica en los estudios de las migraciones femeninas hacia otras direcciones: hacia la búsqueda por romper las dicotomías analíticas que, desde cierto posicionamiento epistémico androcéntrico, han contribuido a reproducir visiones sesgadas sobre el rol de las mujeres en los procesos sociales en general, y migratorios, particularmente. Estas dicotomías se expresan en las ciencias sociales a partir del foco en pares categóricos antagónicos como biológico/cultural, sincrónico/diacrónico, agencia/estructura, material/simbólico, público/privado, por citar solo algunas (Gonzálvez y Acosta, 2015).
La tercera de nuestras reflexiones se refiere a la necesidad de profundizar en la comprensión de que las mujeres migrantes son atravesadas por una forma específica de subalternidad, que si bien es contexto-dependiente (es vivida y construida de forma heterogénea en los diversos espacios sociales y para diferentes mujeres), también resulta una realidad globalizada (ya que las mujeres son, vía de regla, subalternas en el mundo) (Mills, 2003). Esto implica considerar, como lo hicieron las feministas negras, que la condición femenina es, de por sí, una experiencia liminal, pero que algunas mujeres vivirán esta liminalidad de forma concentrada, debido a la yuxtaposición de diversos factores de subalternización.
Nuestro cuarto punto de reflexión se refiere a la propia comprensión de los desdoblamientos del género en cuanto categoría. Los debates respecto de la relación entre migración y organización social de los cuidados condujeron a algunos consensos académicos con importante adhesión entre estudiosos de las migraciones internacionales. Uno de ellos se refiere a que, en los contextos actuales (de globalización y post-globalización), las fronteras de género producidas mediante la separación de la esfera reproductiva (entendida como doméstica) y la esfera productiva (entendida como laboral), fruto del “contrato sexual”, se complejizan apareciendo nuevas lógicas de dominación. Estas nuevas lógicas, no obstante, descansarían en mecanismos que repliegan el género en la producción de nuevos cuerpos, corporalidades y subjetividades, constituyéndose los conflictos, crisis e inequidades a través de formas “metafóricas” y “metonímicas” de producción de las fronteras entre diferentes identidades de género. Hemos avanzado muy tímidamente en estas reflexiones en la investigación sobre migraciones en América Latina y esta es una deuda que debiéramos subsanar prontamente.
Finalmente, nuestra última apreciación se dirige al carácter universalista de las violencias de género (Segato, 2010, 2016). La transversalidad de la subalternización de las mujeres en diferentes culturas, sociedades y subgrupos sociales refleja, desde nuestra perspectiva, una cristalización de la legitimidad que el dominio masculino constituye en ámbitos que van desde lo privado a lo público, desde el propio a lo ajeno, y desde la constitución de los principios identitarios que separan “nosotros” de “los otros”. Por lo mismo, en las sociedades contemporáneas, sería imposible comprender la articulación de las subalternidades, jerarquías y procesos de dominio sin entender el papel fundante del género como factor de diferenciación. Nosotras, las investigadoras, compartimos esta condición existencial, social y referencial con las mujeres migrantes cuya vida estudiamos: de ahí que el futuro de la investigación social sobre migraciones y género sea –como viene siendo la ocupación del espacio público por las mujeres en América Latina en este siglo XXI–, un devenir eminentemente político para el cual no caben perspectivas defensoras del supuesto carácter objetivista “neutral” de la ciencia.
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1 Cientista Social y posgraduada en Ciencias Humanas y Desarrollo Regional por la Universidade Federal do Espírito Santo (UFES, Brasil); máster en Estudios Latinoamericanos y Doctora en Antropología Social, ambos por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM, España). Investigadora postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Argentina (CONICET), vinculada al Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES-UNSAM). Av. Pres. Roque Sáenz Peña 832, 6° Piso, C1035AAQ CABA. Buenos Aires. ARGENTINA. Investigadora asociada de la Universidad de Tarapacá (Arica, Chile). Email: menaraguizardi@yahoo.com.br
2 Licenciada en Antropología Social y Diplomada en Trabajo Social por la Universidad Miguel Hernández (Elche, España). Magister en Migración, Refugio y Relaciones Intercomunitarias, Diplomada en Mediación Social, ambos por la Universidad Autónoma de Madrid (España). Doctora en Antropología Social por la Universidad de Granada, España. Investigadora del grupo “Otras. Perspectivas Feministas en Investigación Social” (Instituto de la Mujer-Universidad de Granada). Académica-Investigadora de la Universidad Central de Chile, vinculada a la Dirección de Investigación y Facultad de Ciencias Sociales. Lord Cochrane 417, Santiago, CHILE. Email: herminiagonzalvez@gmail.com
3 Socióloga de la Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, Chile), magíster en estudios culturales por la Universidad de Birmingham (Inglaterra) y doctora en sociología por la Universidad Alberto Hurtado (Santiago, Chile). Académica e investigadora del Departamento de Sociología, Universidad Alberto Hurtado. Almirante Barroso 10, Santiago, CHILE. Email: cstefoni@uahurtado.cl
4 Con “academia más ortodoxa” nos referimos a aquellas instituciones y profesionales que reproducen desigualdades de género en el ejercicio de la investigación profesional y de la docencia universitaria. La alusión a una “ortodoxia” es justificable porque, como diversos estudios sobre la historia de las ciencias discuten, el mundo académico ha naturalizado, desde sus orígenes, supuestos valóricos que endosan la asimetría de género, y que son aún muy frecuentes en universidades de todo el mundo (Des Chenes, 1997; Kuklick,1997; Rosaldo, 1980; Weston, 1997). Gracias a investigaciones internacionales, sabemos que, en el siglo XXI, las universidades siguen constituyendo un espacio de fuerte reproducción de la violencia de género desde los momentos iniciales de formación de las investigadoras, en el contexto de su experiencia discente (Castro y García, 2008; Hernández et al., 2015; Mingo y Moreno, 2015; Valls et al., 2007). Este cuadro persiste y se magnifica en su vida profesional: los índices de desigualdad de ingreso entre hombres y mujeres en instituciones académicas de diversos países son frecuentemente superiores a las medias verificadas en el mercado laboral general (León y Mora, 2010, p.400). Fue el trabajo de las pensadoras feministas lo que permitió, desde los años 70s, denunciar la reproducción de estas distorsiones machistas y androcéntricas en la conformación de la investigación social (Clifford, 1997, p.199). Este debate feminista constituye, para muchos analistas, una lectura heterodoxa de las ciencias que implica, además, una crítica epistemológica al positivismo. En palabras de Hanson y Richards (2017): “Identificando una serie de normas androcéntricas y sesgos masculinistas que estructuran la investigación social positivista, los estudiosos feministas han criticado los conceptos de objetividad y neutralidad como los primeros mecanismos aplicados a la exclusión y luego marginación de aquellos conocimientos que no se corresponden con los de los hombres blancos de élite. Las estudiosas feministas han destacado la exclusión de ciertos espacios y actores del estudio (Kanter, 1977; Milkman, 1982), la selección y definición de problemas para la investigación (Harding, 1992), la deslegitimación de las experiencias de las mujeres y la validación de aquellas de los hombres como ‘conocimiento’ legítimo (Smith, 1975), como evidencia de normas androcéntricas que estructuran todos los aspectos del proceso de investigación” (p.4. Traducción propia).
5 Corriente que, como explicaremos en las páginas que siguen, devino hegemónica en los estudios migratorios (Guizardi y Nazal, 2017; Stefoni, 2014).
6 Esta migración internacional desde América Latina estuvo y sigue estando orientada predominantemente hacia el norte global, pese a que los desplazamientos intrarregionales vienen adquiriendo relevancia desde los atentados de las Torres de Nueva York, en 2001 (Stefoni, 2011a).
7 Hay que considerar que este proceso de feminización fue heterogéneo, manifestándose de forma particular con relación a su magnitud y a sus contornos más cualitativos en los diversos países latinoamericanos. Asimismo, al interior de cada país, algunas regiones actuaron como emisoras de migrantes, mientras otras como receptoras, lo que nos permite hablar de una heterogeneidad interna a los contextos nacionales. Finalmente, hay que considerar también las diversas configuraciones culturales de estos países y sus regiones internas como elementos cruciales en potenciar o mermar la migración femenina.
8 Nos parece importante traer a luz que quienes abrieron este debate sobre al concepto de transnacionalismo en las migraciones, desde los 90s, fueron mujeres y con historial migratorio. Algunas de ellas, como Nina Glick-Schiller y Peggy Levitt son estadounidenses y escribían desde universidades de su país, pero provenían de familias migrantes. Otras, como Cristina Szanton-Blanc, Nina Nyberg Sørensen y Bela Feldman-Bianco eran, ellas mismas, migrantes en Estados Unidos. Las segundas y terceras generaciones de investigadoras adheridas a los debates del transnacionalismo (ya en los 2000) incluirían migrantes provenientes de países del sur del mundo, pero trabajando en universidades del norte global –especialmente las “chicanas”, quienes aportarán muchísimo, además, al estudio de la migración femenina transfronteriza entre México y Estados Unidos–. El trabajo de las migrantes latinoamericanas oxigenó el debate de género y contribuyó a su descolonización, ofreciendo elementos para repensar la estructuración de las separaciones analíticas entre las identidades femeninas migrantes y autóctonas.
9 Para el caso español, véase Escrivá (2005) y Parella (2007); para Argentina, Gerbaudo et al. (2010), Paerregaard (2005); para Chile, Godoy (2007), Núñez y Hoper (2005), Núñez y Torres (2007), Stefoni (2002, 2005); para Italia, Tamagno, (2005).