Extractivismo y migraciones: Expresiones cambiantes de una desigualdad histórica.
La gran minería del cobre en la región chilena de Antofagasta
Extractivism and migrations: Changing expressions of historical inequality. Large-scale copper mining in the Antofagasta Region of Chile
Fecha recepción: septiembre 2021 / fecha aceptación: noviembre 2021
Carolina Stefoni Espinoza1, Fernanda Stang Alva2 y Pablo Rojas Varas3
DOI: https://doi.org/10.51188/rrts.num26.549
Resumen
A partir de investigaciones previas y en curso4 basadas en una aproximación metodológica cualitativa (relatos de vida, entrevistas semi-estructuradas a informantes clave y revisión documental), analizamos la relación entre migraciones y economía extractivista en el caso de la gran minería del cobre en la región de Antofagasta, al norte de Chile. Sostenemos que las migraciones asociadas a esta actividad -en específico, migración interna, internacional y procesos de conmutación- desarrollan trayectorias diversas, que derivan en procesos desiguales de incorporación a la ciudad y la región, a partir de la conjunción de categorías de clase, origen de la migración, género, etnicidad y racialización.
Palabras clave: Extractivismo; Minería; Migración interna; Migración internacional; Conmutación
Abstract
Through analysis of previous and ongoing research and using a qualitative methodological approach (life stories, semi-structured interviews with key sources, and documentary review), we analyze the relationship between migration and the extractive economy, specifically large-scale copper mining in the Antofagasta Region of northern Chile. We argue that extractivism-related migration – specifically domestic migration, international migration and commutation – takes different trajectories due to disparate assimilation processes into the city and the region based on the interplay of class, migration origin, gender, ethnicity and race.
Keywords: Extractivism; Mining; Internal migration; International migration; Commutation
Introducción
En las últimas décadas Chile se ha transformado en un polo de atracción de la población migrante proveniente de la región sudamericana. Actualmente los extranjeros representan el 7,8% de la población nacional, cifra más alta en toda la historia del país (Instituto Nacional de Estadísticas-Departamento de Extranjería y Migración, INE-DEM, 2020). Las razones que explican este crecimiento están relacionadas de manera muy general con la estabilidad económica y política alcanzada por el país después de la recuperación de la democracia, así como con el incremento de la movilidad a nivel regional, producto de las restricciones migratorias impuestas en el norte global, y la persistencia de la pobreza y las desigualdades en las economías regionales (Doña, 2016; Rojas y Silva, 2016; Stefoni, 2011). Sin embargo, un aspecto menos abordado en el análisis de los factores que explican el incremento de la migración, es la relación entre las migraciones y el desarrollo de proyectos económicos de gran envergadura como represas, infraestructura vial, puertos y minas, entre otros. Esa es justamente la línea temática en la que busca adentrarse este artículo.
Nos interesa identificar los distintos tipos de migraciones que se producen y cómo se relacionan con el desarrollo de una industria particular: la minería en el norte de Chile, específicamente en la región de Antofagasta, dado que se trata de una actividad económica vinculada históricamente al arribo de trabajadores provenientes de diversos lugares y países. En efecto, la minería representa en promedio más del 57% de la actividad económica en la región de Antofagasta, llegando en algunas ocasiones al 65%. Su importancia a nivel nacional es evidente, puesto que genera más del 45% del Producto Interno Bruto (PIB) minero del país y aporta entre el 25% y el 30% de las exportaciones totales a nivel nacional (Gobierno Regional, GORE Antofagasta)5. Desde sus orígenes, esta actividad ha seguido un modelo de desarrollo extractivista, con independencia de quienes asumieron, en distintos períodos de la historia, el liderazgo en la producción y exportación de los recursos, si el Estado o los grandes capitales privados.
Esta región, por otra parte, concentra la segunda mayoría de población extranjera en el país (62.663 personas, el 8,4% del total de inmigrantes). Esta cifra representa el 11% de la población regional, siendo la segunda región con mayor porcentaje de migrantes internacionales en relación a su población local (INE, 2018). La región ha sido destino histórico de población proveniente de diversas latitudes del país, especialmente de la zona central y de algunas regiones del sur, como también de población proveniente de países vecinos, como Bolivia y Perú, así como de lugares más distantes como la ex Yugoslavia –principalmente croatas– o China a principios de siglo. Todos ellos han jugado, y continúan desempeñando, un rol clave en el desarrollo de la ciudad y la región, sin embargo, no todos ocupan una posición similar en la estructura social.
Para analizar la relación entre la principal actividad minera de esta región y la movilidad de personas utilizaremos el concepto de extractivismo minero, puesto que allí se encuentran importantes claves para comprender cómo la migración reproduce una matriz de desigualdad estructural que sostiene el modelo de desarrollo neoliberal de este tipo de economía. Es interesante que los estudios sobre extractivismo minero tienden a reconocer los costos socioambientales de este modelo de desarrollo (Svampa, 2019), pero poco se ha dicho sobre cómo las condiciones de precariedad en las que se encuentran muchos inmigrantes también están relacionadas con las condiciones de producción que asume este tipo de actividad. Apoyados en el caso emblemático de Antofagasta, mostraremos que la ciudad incorpora a inmigrantes nacionales e internacionales de manera diferenciada y desigual, marcando simultáneamente las posibilidades de trabajo y los límites que enfrentan sus propias trayectorias laborales y migratorias.
En términos metodológicos, este trabajo se basa en revisión de literatura sobre diversos aspectos del tema abordado, además de resultados de las siguientes investigaciones:
1. Proyecto “Diagnóstico de la situación migratoria internacional”, encargado por el Gobierno Regional de Antofagasta (2016). Para este proyecto se realizaron 28 entrevistas individuales y 5 grupales a informantes clave comprendidos en las siguientes categorías: funcionarios del gobierno regional (8); funcionarios del gobierno local (4); legisladores nacionales que representaban a la región (3); miembros de organizaciones sociales de y para migrantes (incluidas las religiosas) (8, una grupal); miembros de comités de vivienda de campamentos (2, incluida una grupal); funcionarios de las fuerzas de seguridad y Extranjería (3); funcionarios del poder judicial (2) y miembros de la academia (3), y una entrevista grupal a funcionarios municipales y de CODELCO (Corporación Nacional del Cobre) en la ciudad de Calama. Se apeló además a fuentes documentales: documentos oficiales y notas de prensa. El corpus textual generado fue analizado mediante el programa NVivo. Los resultados de esta investigación se encuentran publicados en el libro Por una región minera diversificada y fraterna con los migrantes. Diagnóstico participativo y propuestas de política migratoria y de empleo para las ciudades de Antofagasta y Calama (Stefoni et al., 2017). y en el artículo “La microfísica de las fronteras. Criminalización, racialización y expulsabilidad de los migrantes colombianos en Antofagasta, Chile” (Stang y Stefoni, 2016).
2. Proyecto "Migración, precariedad y ciudadanía: de las tácticas de subsistencia a las estrategias de lucha" 2019-2021 (Fondecyt N° 3190674), que se ocupa de trayectorias de migrantes en situación de precariedad en tres comunas del país (Antofagasta, Santiago y Quilicura), poniendo el foco específicamente en su relación con el Estado y con el mundo social organizado en el afrontamiento de esa precariedad. Para este artículo se consideran 9 relatos de vida y 5 entrevistas en profundidad a migrantes internacionales residentes en Antofagasta (colombianos/as, peruanos/as, bolivianos/as y dominicanos/as), 2 entrevistas en profundidad a migrantes internos y 7 entrevistas semi-estructuradas a informantes clave. El corpus textual generado fue analizado mediante el programa NVivo.
3. Proyecto “Rutas y Trayectorias de migrantes venezolanos en el Conosur. Cuando las puertas comienzan a cerrarse” 2020-2023 (Fondecyt Nº 1201130). Este estudio aporta con la revisión de la bibliografía en el marco de los movimientos migratorios recientes hacia el norte del país.
La estructura de este artículo comprende cuatro secciones. En la primera revisamos brevemente el concepto de extractivismo minero; en la segunda describimos el caso de Antofagasta como un ejemplo emblemático de extractivismo; en la tercera describimos y analizamos los distintos movimientos migratorios que se producen en la región, su vinculación con el desarrollo minero, y las principales condiciones socioeconómicas en las que se encuentran: migrantes internos, commuters y migrantes internacionales. La cuarta sección está destinada a algunas reflexiones finales del estudio.
Extractivismo, neoextractivismo y minería
El extractivismo ha sido descrito como un modelo de desarrollo basado en un sistema de concentración de capital y en una explotación depredatoria de los recursos naturales, tales como los minerales, la tierra y los recursos marinos. Acosta (Acosta, 2011), señala que el extractivismo, lejos de ser algo nuevo, se remonta a la conquista y la colonización de América Latina, África y Asia:
El extractivismo es una modalidad de acumulación que comenzó a fraguarse masivamente hace 500 años. Con la conquista y la colonización de América, África y Asia empezó a estructurarse la economía mundial: el sistema capitalista. Esta modalidad de acumulación extractivista estuvo determinada desde entonces por las demandas de los centros metropolitanos del capitalismo naciente. Unas regiones fueron especializadas en la extracción y producción de materias primas, es decir de bienes primarios, mientras que otras asumieron el papel de productoras de manufacturas. Las primeras exportan naturaleza, las segundas la importan. (p.85)
La transformación que experimentó la economía global a comienzos del siglo XXI supuso una reorganización de este modelo económico. Romero (Romero et al., 2017) señalan que actualmente el extractivismo se caracteriza no solo por la apropiación y extracción masiva y escasamente procesada de los recursos naturales, sino también porque opera a partir de una red que le permite conectar de manera simultánea múltiples escalas en el proceso de producción. El extractivismo, de acuerdo con los autores, opera en enclaves territoriales ubicados en las zonas que poseen los recursos naturales, junto con una red de transporte y suministros de energía que permiten conectar de manera directa y en forma autónoma el sitio de extracción del recurso, el acopio y el traslado hacia puertos cercanos, de modo de agilizar su comercialización y exportación hacia los mercados internacionales (Gudynas, 2009, en Romero et al., 2017, p.232).
Gudynas subraya que el extractivismo se refiere a un modo de apropiación más que a un modo de producción, en alusión directa al tipo de actividad que se desarrolla, esto es, la remoción de grandes volúmenes o alta intensidad de recursos naturales no procesados (o limitadamente), orientados a la exportación (Gudynas, en Svampa, 2019). Actualmente nos encontraríamos ante un extractivismo de tercera y cuarta generación, que se caracterizarían por el uso intensivo de agua, energía y recursos.
Svampa (Svampa, 2019), por su parte, señala que a partir de finales de la primera década del 2000 asistimos a una nueva fase, denominada neoextractivismo, la que se caracteriza por adquirir nuevas dimensiones, determinadas por la cantidad y la escala de los proyectos, los actores nacionales y transnacionales involucrados y la emergencia de grandes resistencias sociales que comenzaron a cuestionar el avance del “consenso de los commodities”, y a elaborar una narrativa frente al despojo, centrada en la defensa de valores como la tierra, el territorio, los bienes comunes y la naturaleza (Svampa, 2019). Para la autora, siguiendo la línea del marxismo crítico y ecológico, el neoextractivismo se ubica en el centro de la acumulación contemporánea de capital, por cuanto su mantenimiento y reproducción exigen cada vez mayor cantidad de materias primas y energías. Esto se ha denominado la “segunda contradicción del capitalismo”, en alusión a la apropiación y destrucción que realiza el capital del trabajo, la infraestructura, el espacio urbano, la naturaleza y el ambiente (Svampa, 2019, p.18).
El neoextractivismo también se relaciona con la crisis del proyecto de modernidad y con la crisis económica global. Esto último, a partir de las consecuencias que generaron las políticas neoliberales llevadas a cabo desde los años noventa en adelante, las que profundizaron las desigualdades sociales a nivel planetario. Estas desigualdades facilitaron la instalación de modelos económicos centrados en la mercantilización intensiva de la naturaleza (commodities), la que contó con el apoyo entusiasta de gobiernos progresistas de Latinoamérica, quienes articularon una narrativa de apoyo y favorecimiento de la continuidad del extractivismo, bajo el argumento de que sería una posibilidad para avanzar en materia de desarrollo y derechos sociales:
…la actualización [del extractivismo] en el siglo XXI, trae aparejada nuevas dimensiones a diferentes niveles: globales (transición hegemónica, expansión de la frontera de los commodities, agotamiento de los bienes naturales no renovables, crisis socioecológica de alcance planetario), regionales y nacionales (relación entre el modelo extractivo-exportador, el Estado-nación y la captación de renta extraordinaria), territoriales (ocupación intensiva del territorio), en fin, políticas (emergencia de una nueva gramática política contestataria, aumento de la violencia estatal y paraestatal). (Svampa, 2019, p.21)
En línea con lo planteado hasta aquí, mantener la actividad minera, uno de los principales pilares del extractivismo en Chile, supone la acción en tres dimensiones. De acuerdo con Romero, estas serían: a) la constante exploración y explotación de depósitos para mantener su competitividad, b) el incremento de inversión en tecnología para mantener la producción a bajo costo, y c) la creciente producción y acumulación de desperdicios, los que suelen contener altos niveles de contaminación producto del material particulado (Romero et al., 2017, p.232).
Un último aspecto importante a considerar es que el extractivismo, o neoextractivismo, es un sistema de producción que requiere ser sostenido e implementado constantemente por el Estado a través de legislaciones, acuerdos y medidas específicas que garanticen la posibilidad de seguir extrayendo mineral, pese a los costos humanos, ambientales y sociales que tiene esta actividad. En el caso de la minería, el rol del Estado ha sido clave, precisamente porque es quien ha facilitado el paso de un extractivismo llevado a cabo por la empresa estatal hacia uno liderado por grandes consorcios y capitales extranjeros.
Una arista de estos procesos que ha sido poco explorada, como hemos señalado, es la relación entre las actividades neoextractivas y las movilidades de personas en general, y de mano de obra en particular. El señalamiento de la relación entre el “mercado mundial capitalista” y las diferentes expresiones de la migración como mecanismo de diferenciación entre los trabajadores -esclavitud, trabajadores huéspedes, migrantes irregulares, entre otros- (Castles, 2013) es un tópico relativamente denso en los estudios migratorios. Saskia Sassen, por ejemplo, analizó expresiones de lo que llamó nuevas “clases de servidumbre” en las ciudades globales, compuestas por migrantes, y sobre todo mujeres (Sassen, 2003). Mezzadra (Mezzadra, 2012), por su parte, ha mostrado el papel funcional de la ilegalización de la migración para el capitalismo contemporáneo y sus relaciones de clase. Sin embargo, la mirada respecto de esta relación en el caso específico de la minería está relativamente ausente. En esa línea, este texto pretende hacer un aporte desde un caso, con especificidades que no necesariamente habilitan su extrapolación, pero que podría contribuir a abrir algunas líneas reflexivas.
El protagonismo del cobre y las contradicciones de la desigualdad en la Región de Antofagasta
La región de Antofagasta se ubica en el norte de Chile. Limita al norte con la región de Tarapacá, al sur con la de Atacama, al este con el departamento de Potosí en Bolivia y con las provincias de Jujuy, Salta y Catamarca en Argentina, y al oeste con el Océano Pacífico. Cuenta con una superficie de 126.049 km2 (16,7% de la superficie nacional), lo que la convierte en la segunda región más extensa del país. Administrativamente, cuenta con las mismas tres provincias establecidas por el gobierno de Balmaceda (1886-1891): Antofagasta, El Loa y Tocopilla, y 9 comunas: Antofagasta, Calama, Tocopilla, Mejillones, María Elena, Taltal, Sierra Gorda, San Pedro de Atacama y Ollagüe (Figura 1).
Figura 1.
Región de Antofagasta, división administrativa y proyectos mineros
La región cuenta con 607.534 habitantes (3,5% del total nacional), de los cuales 315.014 son hombres (51,9%) y 292.520 son mujeres (48,1%). El 94,1% de su población reside en zona urbana (Censo 2017).
El poblamiento de la región se inició con Juan López, en 1866. El pronto descubrimiento de salitre favoreció la llegada de capitales y trabajadores. En 1868 el gobierno de Bolivia fundó la ciudad de Antofagasta con el objetivo de sostener el desarrollo de esa actividad. En 1870 se descubrió la mina de Caracoles, dando paso al período conocido como “la fiebre de la plata” y el consecuente incremento de la población. La Guerra del Pacífico (1879-1883) determinaría la incorporación de los territorios de Tarapacá y Antofagasta a la soberanía chilena (GORE Antofagasta).
La región creció al ritmo de la bonanza del salitre, actividad que llevó a la construcción del ferrocarril que unió el norte del país con Bolivia; una fundición ubicada en las actuales ruinas de Huanchaca, en la misma ciudad de Antofagasta, y un muelle para el embarque del mineral. A finales del siglo XIX operaban más de 60 oficinas salitreras, lo que generó que en poco tiempo la caleta se transformara en un importante puerto exportador (González et al., 2015). El auge del salitre atrajo a un creciente número de trabajadores provenientes de diversas latitudes del país, así como de Bolivia, Perú, Argentina y también de otros lugares más lejanos. Todos ellos contribuyeron decididamente al desarrollo de la ciudad, otorgándole un carácter multicultural único para la época (González y González, 2020; González, 2001). Sin embargo, la inserción social y cultural de estos distintos colectivos en la ciudad de Antofagasta estuvo determinada por diversos factores, como por ejemplo los capitales que traían, las redes sociales que mantenían, así como sus orígenes nacionales (González y González, 2020). Diversos autores reconocen la importancia que tuvieron los inmigrantes chinos, croatas, ingleses, españoles y bolivianos en el desarrollo de la ciudad y sociedad antofagastina (Rojas et al., 2013).
Escobar (Escobar, 2013), señala que en 1907 Antofagasta contaba con 32.496 personas, población que creció a 51.531 habitantes en 1920, lo que representó un incremento de 63% respecto de 1907. Este crecimiento, sin embargo, mostró un desaceleramiento en la década siguiente, producto de lo que sería el declive de la actividad salitrera (Escobar, 2013, p.349)
El fin del ciclo del salitre, en la década de 1930, marcó un período de empobrecimiento en esta región (González, 2001), y si bien la planta de Chuquicamata, en manos de la empresa norteamericana Chile Exploration Company, fue inaugurada en 1915, los resultados de este yacimiento tardaron algunas décadas en volverse visibles (GORE Antofagasta).
La historia de Antofagasta, por lo tanto, está marcada por la explotación de recursos mineros (plata, salitre, cobre y actualmente litio), transformados en la columna vertebral del desarrollo de la región y del país. De acuerdo al Informe de la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA), en base a datos del Banco Central, la actividad minera regional representó en 2019 el 52,6% del PIB de la propia región, y el 49,6% de la actividad minera a nivel nacional (ODEPA, 2019). Antofagasta contribuye con el 9,7% del PIB nacional (ODEPA, 2019).
La minería ha sido, entonces, el motor de la economía regional y nacional, sin embargo, en la década de 1990, el modelo de producción que tenía a CODELCO como protagonista privilegiado cambió radicalmente, producto del ingreso de grandes capitales privados y multinacionales, que lograron incrementar en forma dramática la producción del mineral. El cambio se debió a las políticas de atracción de capital extranjero, implementadas durante la dictadura y consolidadas durante los gobiernos democráticos, las que generaron condiciones extremadamente atractivas para la inversión extranjera, específicamente, la Ley Orgánica Constitucional sobre concesiones mineras (1983); el Estatuto de inversión extranjera (DL 600) y el Sistema tributario de Chile (Cademartori, 2008). En conjunto, estas normativas permitieron la entrega de concesiones de explotación indefinida de sustancias mineras, excluidos los hidrocarburos; establecieron una invariabilidad tributaria y dejaron una serie de vacíos legales que permitieron a las empresas reducir el monto de impuestos y optimizar de ese modo la rentabilidad obtenida. El resultado ha sido un incremento en la producción en manos de capitales privados: si en 1990 CODELCO generaba el 77% de la producción nacional de cobre, en 2000 esa representación se redujo al 33%, pese al aumento absoluto en la producción de dicha empresa estatal. En el mismo período, la producción privada aumentó cuatro veces, y la inversión extranjera directa pasó de US$ 5.000 millones (1974-1989) a US$ 11.000 millones (1990-1998) (Cademartori, 2008, p.95), dando cuenta del carácter neoextractivista de esta actividad.
Frente a un escenario de crecimiento sostenido, se han identificado una serie de consecuencias no siempre positivas para los habitantes de esta ciudad, que refieren en su gran mayoría a la calidad de vida de la población y a desigualdades percibidas por sus habitantes, las que no tienen necesariamente que ver con los niveles de ingresos obtenidos. De hecho, según la encuesta CASEN de 2017, la pobreza por ingresos era de las más bajas en el país6, al igual que la pobreza multidimensional7. Por otra parte, los indicadores usuales muestran que Antofagasta es una de las regiones menos desiguales del país (Pérez y Sandoval, 2020).
Los impactos de este modelo de desarrollo se observan en cambio en los costos ambientales que genera la producción minera, los que comenzaron a ser denunciados por organizaciones de la sociedad civil, en línea con una de las características del neoextractivismo señalado por Svampa (2019). Uno de los aspectos más críticos es el uso del agua que realiza la gran minería, en una región donde el recurso hídrico es un bien extremadamente escaso. Otro nudo crítico lo constituyen los altos y peligrosos niveles de contaminación a los que queda expuesta la población, tanto en el caso del agua como del aire y el suelo.
El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) sistematizó los principales conflictos ambientales activos en esta región8, de los que subrayamos los efectos que tienen las formas de acopio del mineral en la población. Los galpones donde se lleva a cabo se encuentran en el centro de la ciudad, cercanos a establecimientos educacionales, jardines infantiles y centros de salud. En 2011 se realizó un estudio que demostró los altos índices de cáncer en la región de Antofagasta, que duplican y en algunos casos triplican la media nacional, y más tarde el Colegio Médico de Antofagasta, junto con el Instituto de Salud Pública, identificaron altos niveles de arsénico y plomo en la sangre de estudiantes del sector.
Si bien estos conflictos dan cuenta de que los costos ambientales de esta economía extractivista afectan a toda la población, también es cierto que en muchos casos las personas más precarizadas y desprotegidas los experimentan con mayor fuerza. En la región, dicha población tiende a concentrarse en los campamentos que han surgido en Antofagasta y Calama, habitados por personas nacionales y extranjeras que optan por estas viviendas debido al alto costo del arriendo en la ciudad (Centro Investigación Social Techo, 2015; González y González, 2020).
El crecimiento de los campamentos ejemplifica una de las paradojas de esta región: tener uno de los promedios de ingreso más altos del país, mientras que parte de su población no puede afrontar los gastos de vida debido a su elevado costo. De acuerdo con el estudio de Contreras, Neville y González (Contreras et al., 2019), el precio del arriendo de una casa en el sector norte de la ciudad (clase baja) es de US$ 965, en la zona centro (clase media) de US$ 1.590, y en la zona sur (acomodada) de US$ 1.469. El déficit habitacional y los elevados sueldos asociados a la minería tienden a generar una inflación en los precios que se hace difícil de sostener para quienes están fuera de ese mercado laboral, cuestión que los expulsa a los márgenes de la ciudad, en terrenos devaluados por estar cerca de basurales y no contar con instalaciones urbanas. Estos campamentos se componen de viviendas de material ligero
-aunque en los más antiguos las construcciones pueden ser de cemento-, sin sistema de alcantarillado, agua potable o luz eléctrica. Según el Reporte Comunal de Antofagasta 2020, en esta región el 13,5% de las personas vive en hogares carentes de servicios básicos (similar al 14,1% a nivel nacional), y 19,5% de los hogares presentan hacinamiento (en comparación con el 15,3% a nivel nacional)9. Se trata de una realidad que golpea duramente la vida de las personas, dejándolas expuestas a una alta vulnerabilidad social.
La migración en Antofagasta: tipos y procesos
Las características y las formas de organización del trabajo asociadas al extractivismo minero (sea en su etapa estatal o en su fase privada) han generado diversos tipos de movimientos de personas, que se van superponiendo a lo largo de la historia de la región. A su vez, ello va dejando las huellas de una inserción social determinada por factores como la nacionalidad, la etnia, el color de piel, la clase social y el género.
En nuestro trabajo de campo, acompañado de una revisión de la literatura, pudimos identificar los siguientes tipos de movimientos migratorios que se han producido desde la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha: migrantes internos que llegaron a residir a Antofagasta o Calama en el pasado reciente; conmutantes que viajan a trabajar por turnos manteniendo su residencia en su ciudad de origen (sea profesionales u operarios); inmigrantes internacionales intrarregionales que llegan en búsqueda de oportunidades laborales; emigrantes que salen desde esta región para ir a vivir a otro lugar del país o fuera de este, e inmigrantes internacionales del norte global (blancos y calificados) que llegan a trabajar en altos puestos directivos. En el siguiente apartado nos referiremos a los tres primeros casos, pues ellos aluden a las movilidades de personas con mayor presencia en la región.
Migración interna: sal y cobre en “el dorado” del norte
La migración interna se remonta al origen mismo de la ciudad (Recabarren, s/f). Quienes llegaron a esta región, en efecto, lo hicieron atraídos primero por la actividad guanera, luego por el auge del salitre (1880-1930), y más tarde por la minería del cobre. Tanto la actividad del salitre como la industria del cobre, hasta antes de la llegada de los grandes capitales privados en los años noventa, funcionaron bajo formas de asentamiento conocidas como company town o campamentos. Se trata de un modelo urbano distinto a la ciudad tradicional y propio del sistema industrial, generado con el objetivo de concentrar al máximo el capital y el trabajo a partir de la construcción de viviendas, equipamientos de uso público (escuelas, hospitales, entre otros) e industria en el territorio donde se lleva a cabo la extracción del recurso natural (Garcés et al., 2010). Este modelo favoreció el traslado de las familias de quienes trabajaban en la minería.
En 1915, la Chile Exploration Company fundó la mina de Chuquicamata, bajo este modelo del company town. En la medida en que se consolidó el proceso de nacionalización del cobre, esta mina pasó a formar parte de la empresa estatal (CODELCO), junto con otros yacimientos como Salvador, Andina y Teniente, y con ello los campamentos pasaron a formar parte de un sistema mayor administrado centralizadamente (Garcés et al., 2010). Estos campamentos mantuvieron la división social jerárquica impuesta en tiempo de “los gringos”, la que se expresaba urbanísticamente en sectores para los supervisores, áreas para los empleados y otras para los obreros. La chilenización del cobre a comienzos de la década de 1970, un hito en la historia minera del país, permitió reemplazar en los cargos gerenciales a extranjeros (en su mayoría norteamericanos) por chilenos, muchos de los cuales eran profesionales provenientes del centro del país. Este cambio, sin embargo, no alteró la organización social de los campamentos, pues se mantuvieron las fuertes delimitaciones de clase y la organización urbana que la acompañaba.
La trayectoria migratoria de la familia de Viviana (48 años, hija y ex esposa de minero), residente en Antofagasta actualmente y nacida en Chuquicamata, ilustra a escala microsocial estos procesos descritos por la literatura. Su papá, operario de grúa en una de las minas, era oriundo de Ovalle (IV Región, Coquimbo), distante unos 950 kilómetros de Antofagasta, y su mamá de Santiago (Región Metropolitana), a unos 1.300 kilómetros:
…él [su papá] emigró para allá [la minera, cuando estaba en manos de capital norteamericano], y luego mi mamá con mi papá se casaron y le dieron casa de matrimonio, con mis hermanos (...). Se conocieron en Santiago [sus padres], porque los chuquicamatinos, como les decimos nosotros, tenían muy buena situación económica porque ganaban mucho dinero, entonces lo que hacían era viajar. Mi madre vivía en una población de Santiago… y ahí se conocieron ellos en Santiago, y él se casó con ella y se la llevó, porque así era, se la llevaban. (Viviana, migrante interna, 2021)
Con posterioridad al cierre del campamento en Chuquicamata, la familia se trasladó a la vecina ciudad de Calama, como ocurrió con gran parte de los trabajadores de la mina10, y más tarde llegaron a vivir a Antofagasta, después volvieron a migrar, hacia Santiago, para regresar a Antofagasta algunos años después.
La cita de Viviana pone en escena dos tópicos relevantes: por una parte, la percepción generalizada respecto de los altos valores de los ingresos de los trabajadores de la minería, y por el otro, el modo en que el género marcaba (y marca aún) la inserción jerarquizada en la estructura social de esta región minera. Pedro, otro migrante interno que reside actualmente en Antofagasta, hijo y nieto de mineros, y trabajador de una empresa contratista que presta servicios a una compañía minera, trae al relato otro aspecto relevante de la especificidad del vínculo de las mujeres con este tipo de economía, a partir de lo que hasta inicios de la década de 1970 fue el pago de la compensación por hijos, un elemento relevante de la construcción de lo que Pavez (Pavez, 2016) llama “el contrato matrimonial y familiar de la minería”:
Lo que se mantuvo en ese tiempo [de la nacionalización del cobre], y después se quitó en el gobierno militar de la dictadura, es que los gringos, a las señoras de los trabajadores, les pagaba más sueldo a los mismos trabajadores de la empresa, por qué razón, porque ellos pagaban por parir, mientras más hijos tenían las señoras, más compensación le daban… Las madres nuestras ganaban más plata que los mismos operarios. (Pedro, 63 años, migrante interno, trabajador contratista minero, 2021)
La familia de Pedro tiene una trayectoria de migración interna semejante a la de Viviana. Él nació en Coquimbo -distante 880 kilómetros de Antofagasta-, de donde era oriundo su padre, que migró a Chuquicamata, desempeñándose como operario en los molinos, una fase del proceso de producción del mineral. Pedro describe este paisaje social jerarquizado de los campamentos en tiempos de ‘los gringos’ –una jerarquía que, aunque determinada por el rol en las relaciones de clase, coincidía en ciertos aspectos con la distinción entre migrantes internacionales “blancos” que ocupaban cargos de supervisores, y empleados y obreros nacionales–, documentada por la literatura sobre el tema:
El mandante eran los estadounidenses, en esos tiempos de la American Exploration Company, entonces existía el campamento americano, donde vivían ellos; el campamento de empleados, donde eran los supervisores chilenos, donde vivía mi abuelo, y otro campamento donde vivían los empleados chilenos, los fundidos que se llamaban, que era donde vivían los operarios. A la vez tenían una recova americana, donde compraban los ABC1, pulpería 1, los que le seguían en rango; pulpería 2, los empleados, y pulpería 3, el común del pueblo. (Pedro, 2021)
Ahora bien, el panorama de atracción de migrantes internos se ha modificado en las últimas décadas producto de las transformaciones en las modalidades del trabajo minero. Ello ha facilitado los movimientos de tipo conmutativo, como analizaremos en el próximo apartado. Este cambio está además vinculado al alto costo de vida en la ciudad, relacionado con el peso gravitante de la minería (Aroca y Atienza, 2008; Stefoni y Stang, 2017) y, a su vez, a las consecuencias de la actividad sobre el paisaje natural y social de la ciudad, que han hecho de Antofagasta un lugar poco atractivo para residir de manera habitual (Rodrigo y Atienza, 2014). Las secuelas de la actividad minera sobre la salud de las personas que residen en el entorno son un aspecto de ello. Viviana, por ejemplo, cuenta que su hijo tiene síndrome de Asperger, y lo relaciona con la contaminación de Antofagasta –ella vive frente a un galpón en el que se acumula mineral extraído–; sus suegros murieron ambos de cáncer de pulmón, y vivían frente a una refinería.
Los datos disponibles muestran que, si bien la región ha ido ganando peso proporcional sobre el total de la población nacional desde la década de 1970 en adelante, Antofagasta es una de las principales regiones expulsoras de población en términos de migración interna reciente (es decir, la que se ha producido en los últimos 5 años). De acuerdo con información entregada por el Censo (2017), esta región presenta la tasa de migración neta negativa más alta de todo el país (-11,4), es decir, es la que registra el menor atractivo migratorio interno (INE, 2020). En el censo anterior (2002), su tasa de migración neta fue en cambio positiva, pero solo levemente por encima del 0.
El bajo atractivo que presenta Antofagasta para la población nacional permite introducir un tipo migratorio que hemos venido anunciando, el de los conmutantes, que se aborda en el siguiente apartado.
Conmutación. Una ciudad para trabajar, otra para vivir
El giro que se produce en los años noventa en la actividad minera regional termina con el modelo de los company towns, lo que se materializa en el cierre del campamento de Chuquicamata y el traslado de su población a la ciudad de Calama, ubicada en la misma región. El arribo de capitales internacionales introduce una nueva forma de organización de la mano de obra, conocido como el sistema de campamento de faena, inspirado en el principio de eficacia económica que externaliza los costos de reproducción del trabajo. Esta figura favoreció el incremento de los commuters o conmutantes: personas que trabajan en las empresas mineras instaladas en la región, pero que mantienen a sus familias, y su residencia habitual, en lugares distintos de aquel en el que laboran (Rivera, s/f; Rodrigo y Atienza, 2014).
Según Aroca y Atienza, hacia mediados de la década de 2000 la región de Antofagasta tenía el índice más alto de conmutantes del país, lo que se traducía en que cerca del 10% de la fuerza laboral de la región residía en otras regiones, y de ellos, el 73% provenía de lugares distantes a más de 800 kilómetros (Aroca y Atienza, 2008). De acuerdo al censo de 2002, la región recibió a 16.517 trabajadores residentes en otras regiones (Aroca y Atienza, 2008, p.102). La recepción de conmutantes vinculados a las actividades mineras es un proceso que caracteriza a las regiones del norte del país. Antofagasta en particular presenta altos niveles de especialización en tres sectores: minería, construcción y servicios financieros y técnicos; estas dos últimas actividades, como señalan los autores, están estrechamente relacionadas con la minería; las tres sumadas representaban por esa fecha casi un 75% de los conmutantes que llegaban a Antofagasta (Aroca y Atienza, 2008, p.112), confirmando la estrecha relación de esta forma de movilidad con el extractivismo minero en la zona.
Un estudio más reciente reveló que la proporción de conmutantes de la región creció al 16% para 2017, en el marco del incremento significativo de este fenómeno en el país desde los años ‘90, que ha llegado a doblar a la migración interregional, en términos proporcionales (Paredes et al., 2018). Además, este estudio mostró que los trabajadores conmutantes, contratados bajo las modalidades FIFO-DIDO (Fly-in/Fly-out, Drive-in/Drive-out)11, tienen salarios superiores a los de quienes residen en la región, concretamente, ganan un 8,6% más, en términos agregados, lo que viene a corroborar la percepción generalizada al respecto.
Este tipo de movilidad está estrechamente relacionado, como decíamos, con nuevas modalidades de trabajo en la actividad minera, reemplazando los company town por el sistema de turnos, implementado de modo masivo desde 2006 (Stefoni y Stang, 2017): 4 días de descanso por 4 de trabajo, o 7 días de descanso por 22 de trabajo, son algunas de las formas en que se presentan estos turnos (Aroca y Atienza, 2008), y que de alguna manera pueden pensarse como uno de los perfiles que adopta el neoextractivismo respecto de los recursos humanos. Pedro, aunque tiene su residencia habitual en Antofagasta, conoce de cerca las razones e implicancias del peso que ha ganado esta nueva forma de trabajo, en su rol de jefe de grupo en una empresa contratista que se ocupa del mantenimiento de las vías del tren que transporta el mineral. La mitad de los empleados con los que trabaja, dice, viven en otras regiones, y describe los motivos que están detrás de esta decisión de vida:
En mi opinión, (...) para mí es más cómodo irme los siete días de descanso a mi casa, con mi familia, en donde tengo más tranquilidad que acá en Antofagasta, por ser por ejemplo la IV región, por ejemplo si yo vivo en Serena, Ovalle, Coquimbo, tengo una mejor calidad de vida de la que tengo acá en Antofagasta, ¿por qué razón?, por los costos de alimentación, los costos de vivienda, y otras cosas, que de igual forma uno se tienta con las famosas schoperías, lo que pasa en Calama, lo que pasa acá en Antofagasta, entonces uno prefiere, desde mi punto de vista, estar con su familia, disfrutando su descanso. (Pedro, 2021)
Uno de los participantes de un grupo focal realizado en Calama (Stefoni y Stang, 2017) también daba cuenta de este proceso, y agregaba un aspecto clave para entender las formas diferenciadas de vinculación e inserción en la sociedad regional según los tipos de migración: los ejecutivos y supervisores, esto es, los segmentos más altos dentro de la organización de CODELCO –el caso al que se refiere el testimonio–, provienen de Santiago o de otras regiones del centro y sur del país:
Gran parte de los ejecutivos, me atrevería a decir el 100% de nuestros supervisores, no viven en Calama, viven en Santiago, La Serena, Concepción... Que de su sueldo no dejan un peso acá en Calama. No dejan absolutamente nada en Calama. Emigran, se van, y toda esa plata que generan en la región acá no gastan ni uno, gastan solo en la alimentación, y que se las subsidia la empresa. (Participante de grupo focal, Conversatorio de Calama, 2016)
Otro aspecto que emerge de la cita es que esta población conmutante, si bien se beneficia de la extracción del cobre, no gasta sus recursos en la ciudad en la que trabaja, un hecho constatado y estudiado por investigadores del tema:
La conmutación interregional, a diferencia de la migración, tiene un impacto económico débil en las ciudades de destino dado que la mayor parte de la demanda de bienes y servicios de los conmutantes, se hace en el lugar de domicilio y no en el de trabajo. (Aroca y Atienza, 2007, p.7)
El perfil de este tipo de migrantes, según lo que muestra la evidencia cualitativa, es mayoritariamente nacional y masculino, un rasgo que caracteriza en general a la actividad minera, a pesar que en el último tiempo ha habido una mayor incorporación de mujeres a las labores, generalmente consideradas “reproductivas”, dentro del rubro (Pavez, 2016). Aunque tienen ingresos más altos que los trabajadores que residen en la región, no constituyen necesariamente un grupo homogéneo: hay diferencias entre el personal contratado directamente por las empresas mineras y el empleado por las contratistas que les prestan servicios. A su vez, existen diferencias entre diversos niveles de especialización y formación; Pedro se refiere a las diferencias salariales dentro de esta heterogeneidad:
En el caso de los faeneros también tenemos una escala, porque están los ingenieros, que tiene un sueldo más menos equivalente al que gana el de la empresa mandante. Después viene un tipo que es el maestro mayor, que es el que domina todo el trabajo, tiene una cantidad de personas a cargo, también su sueldo es más o menos bueno en relación a los otros, y casi similar a lo que son los operarios de la empresa mandante. Luego viene el capataz, que gana un poco menos, cerca de 2 millones [US$ 2.548], dependiendo de la empresa y del trabajo que están haciendo. Después vienen los operarios, que no ganan tanto dinero, un millón y medio, un millón ocho [US$ 1.274, 1.911 y 2.29312]. (Pedro, 2021)
Señala además que el trabajador contratista, en general, realiza el trabajo que no hace el que depende directamente de la minera:
El trabajo que hace el personal contratista es aquel que no hace el personal de planta [de la minera]..., el personal contratista llega por licitaciones, por ejemplo para mantención de la planta de sulfuros, entonces es bastante riesgoso dado el nivel de contaminación que existe en la planta de sulfuros… En las licitaciones obviamente que entran empresas de acá de la región, pero mayoritariamente de la Región Metropolitana, o las grandes regiones como Concepción, que postulan a las grandes licitaciones… Y ellos, debido a su procedencia de Santiago, van a privilegiar gente de Santiago para contratar (...). Ellos mantienen su plana mayor, su organigrama, y cuando está faltando gente que haga el trabajo sucio, entre comillas, ahí llegan y publican… ahí recién publican la gente que ellos están necesitando, con un cupo limitado, y cuando logran su equipo, llegan y comienzan a trabajar. (Pedro, 2021)
En uno de los fragmentos de la entrevista a Pedro, citado anteriormente, aparecía un tema que ha sido relevado en la literatura sobre el paisaje social minero antofagastino (Salinas y Barrientos, 2011; Pavez, 2016): se trata de las schoperías, nigths clubs, y en términos más generales, el trabajo sexual y trabajo nocturno, que en estos territorios también está ligado de manera significativa a la actividad minera. Aunque no pretendemos ahondar en esta línea temática, interesa abordarlo brevemente, por varias razones: porque permite entender otro aspecto del modo en que la dimensión de género incide en la inserción desigual en la región y la ciudad; porque también se liga a movimientos migratorios, en el último tiempo internacionales, en línea con el incremento de la participación de mujeres extranjeras en el trabajo sexual (Pavez, 2016), y porque en las escenas relacionadas a este tema, recogidas en el trabajo de campo, es posible advertir los elementos que contribuyen a la construcción de representaciones en torno al estilo de vida de aquellos que reciben sueldos muy altos en este sector. Respecto de este último punto, los testimonios de Mercedes (migrante dominicana) y Pamela (migrante colombiana), ambas trabajadoras de night clubs antes del inicio de la pandemia, son útiles porque aportan elementos a la descripción del perfil de los trabajadores conmutantes que llegan a Antofagasta:
La mayoría eran pasantes [conmutantes], y pescadores principalmente… chilenos la mayoría, alguno que otro extranjero, que boliviano, que colombiano, que dominicano (…). La mayoría trabajaban en Escondida, en máquinas, ninguno era de la mina, de abajo, no, casi todo maquinaria, y extranjeros, bolivianos y colombianos, que trabajan en comida, esas cosas así, restaurantes… La mayoría son personas que manejan dinero, porque en estas cosas se gasta harto dinero, casi todos son personas estables económicamente, que se gastan un millón de pesos en una noche, o sea que dinero tienen… En una noche con una niña compartiendo, esa niña llama a otra, se gasta un millón de pesos… Un millón [US$ 1.274], algunos que 300 (mil) [US$ 382], otros 600 (mil) [US$ 764], depende qué tan caro sea el local, dónde está ubicado, más caro son los tragos, compartir, el privado, esas cosas… Sobre todo en la quincena, fin de mes, el 30… La mayoría eran pasantes, de Iquique, de Copiapó, muchos de Santiago. (Mercedes, 30 años, migrante dominicana)
En su gran mayoría son mineros que viven en otros lugares y por cuestiones laborales trabajan aquí ciertos días del mes, y para la mayor parte de ellos es una cuestión de recreación… En la mayoría, los que realmente consumen las niñas, por decirlo así, son chilenos, el extranjero colombiano va a consumir al local poco, van como a ver solamente… Trabajaban en maquinaria pesada, manejando el personal de la maquinaria pesada, otros donde alquilaban la maquinaria pesada a cierta minera (…) En ganancias me iba muy bien, una noche me hice 380 mil pesos [US$ 484] para mí ponle de 11 de la noche a 3 de la mañana. Al local, del cliente con el que yo estaba, le dejé como 5 o 6 millones de pesos [entre US$ 6.369 y US$ 7.643], de un solo cliente, con tarjeta… La mayoría que iba a gastar, realmente con muy buena economía. (Pamela, 24 años, colombiana)
Migración internacional: la inflación del “sueño chileno”
Aunque, como vimos en apartados previos, la imagen que se proyecta de Antofagasta opera favoreciendo el reemplazo de la migración interna por la conmutación, en la medida en que la ciudad y la región no se perciben como espacios propicios para residir de forma habitual, en el caso de la migración internacional sucede algo diferente, al menos según la evidencia empírica recogida. Para los migrantes internacionales que han llegado en las últimas décadas, Antofagasta aparece como un destino deseado, en el que podrían obtener altos ingresos, lo que actúa indudablemente como un elemento de atracción, aunque la mayor parte de esta población no se emplee directamente en puestos ligados a la minería13:
Entonces, por experiencia te puedo contar que, más menos, dentro de la minería estamos hablando de sueldos de $1.300.000, $1.400.000 [entre US$ 1.656 y US$ 1.783) hacia arriba y no hay tope (...), si lo vemos dentro de la población, solamente como el 15% de la población local que está establecida en Antofagasta trabaja en minería, el otro trabaja en los servicios públicos, servicios privados dentro de la ciudad, en otro tipo de empresas, incluso en el mar, pero es muy poco el porcentaje que realmente percibe ese sueldo millonario… Justamente, ese es el problema, sube el promedio de todos, entonces ¿qué es lo que se hace? Se saca a raíz de eso y todos piensan que acá ganamos millonadas y subimos los precios, subimos la hipoteca de la casa, (...), entonces, es como una olla a presión que está así. (Entrevista grupal a funcionarios/as de la Casa de la Diversidad, Municipalidad de Antofagasta, 2016)
Los registros censales más antiguos disponibles permiten constatar la presencia histórica de inmigrantes internacionales (Tabla 1), que era mucho más diversa inicialmente en relación a los continentes de origen: mientras que en los últimos censos el origen de los migrantes tiende a concentrarse mayoritariamente en Sudamérica, en los de 1930 a 1952 había presencia de europeos, asiáticos y norteamericanos, que representaban un cuarto de la población migrante internacional. Destaca además la persistente presencia de población boliviana, en torno al 40% en toda la serie, lo que se relaciona con el carácter limítrofe de ese país de origen, y los lazos etno-nacionales ligados al hecho que se trata de un territorio que, previo a la Guerra del Pacífico, pertenecía a Bolivia.
La información de la Tabla 1 debe observarse con cierta precaución, puesto que no se trata de una serie estrictamente comparable en su totalidad: los datos correspondientes a los censos de 1970 y 1982 aluden a migración reciente, es decir, la producida en los últimos 5 años solamente, razón por la cual esas cifras son significativamente más bajas. Aún así, es posible realizar algunas observaciones generales: por ejemplo, cómo decrece la proporción de migrantes internacionales entre 1930 y 1952, lo que podría estar asociado al término del ciclo del salitre, y por otra parte, el notable crecimiento de las últimas décadas, en particular a partir de los años noventa, fecha que coincide con las reformas que permitieron el ingreso de los grandes capitales internacionales.
Tabla 1.
Población migrante internacional de la región de Antofagasta, 1930-2017
Censo |
Total población |
Total extranjeros* |
% extranjeros (sobre población total) |
Principales nacionalidades o países de nacimiento (% sobre el total de extranjeros) |
1930 |
178765 |
11729 |
6,6 |
Boliviana (39%), |
1940 |
145147 |
6424 |
4,4 |
Boliviana (41%), yugoeslava* (10%), española (7%), |
1952 |
184824 |
5268 |
2,9 |
Bolivia (40%), Yugoeslavia* (11%), España (7%), Estados Unidos (7%), Argentina (6%) |
1970 |
221751 |
1109 |
0,5 |
No especificado |
1982 |
302475 |
1489 |
0,5 |
No especificado |
1992 |
408874 |
3019 |
0,7 |
Bolivia (45%), Argentina (20%), Perú (6), Brasil (4%), España (4%) |
2002 |
481931 |
5860 |
1,2 |
Bolivia (40%), Argentina (16%), Perú (15%), Ecuador (5%), Brasil (4%) |
2017 |
607534 |
62663 |
10,3 |
Bolivia (38%), Colombia (31%), Perú (18%), Argentina (3%), Ecuador (3%) |
En efecto, la población migrante internacional ha crecido de manera significativa en las últimas dos décadas (INE, 2018). Este aumento está acompañado de un cambio relevante en la composición de la población migrante internacional. Si bien la población mayoritaria proviene de Bolivia, el censo de 2017 mostró un crecimiento de la población de origen colombiano, que pasó de representar el 1,6% en 2005 a ser la segunda nacionalidad de origen de los migrantes internacionales, con el 30,7% del total, después de Bolivia (38,4%) y antes de Perú (17,8%). Se trata de un grupo poblacional con mayor presencia de mujeres: 53% frente a 47% de hombres que se inserta preferentemente en el sector de comercio y servicios (elaboración propia sobre la base de datos en línea del INE).
Una serie de factores inciden en la inserción precarizada de estos migrantes: la inflación que produce la economía minera en el costo de vida de la ciudad (Stefoni y Stang, 2017), una legislación migratoria que los empuja a la irregularidad, o bien dificulta su regularización –condenándolos a largos períodos con un estatus migratorio temporal–, y una fuerte discriminación y racismo hacia estos colectivos. Ello se materializa en condiciones de habitabilidad complejas (arriendos abusivos y auto-construcción en tomas de terrenos –campamentos– donde las condiciones son extremadamente precarias), trayectorias laborales fluctuantes marcadas por el abuso en las condiciones de trabajo, y discriminación etno-racial, que adquiere además especificidades en el caso de las mujeres afrodescendientes.
Existe, en efecto, una notable diferencia en la inserción de los y las migrantes internacionales antiguos (de origen europeo) y los actuales (de origen latinoamericano):
Las primeras generaciones de la migración acá en Antofagasta fueron, en cierta forma, de estos migrantes de primera categoría, si se les quiere llamar de alguna manera, fundamentalmente personas que venían con otra situación económica y que desarrollaron empleos, desarrollaron industrias acá en la ciudad, no obstante, también había muchos bolivianos y peruanos que se emplearon en la industria. Pero hoy por hoy tenemos una mayor cantidad de personas que están interesadas…, en el comercio, en el retail… (Miembro de organización social pro-migrante, 2016)
Aunque esta inmigración antigua no es objeto de este artículo, su mención es necesaria porque muestra, por una parte, la estrecha relación histórica entre migración y economía extractivista, y por otra parte, revela la persistencia de la articulación de los procesos de inserción laboral en esas actividades con la matriz colonial, que deriva en una clasificación jerárquica de la población a partir de su origen nacional y la construcción etno-racial de la que es objeto, además de la sexo-genérica, en la medida que el trabajo minero ha tenido tradicionalmente un perfil masculino y blanco-nacional. La cita previa alude precisamente a esa estructura jerárquica de los primeros migrantes de la ciudad: croatas, españoles, ingleses, italianos, alemanes, franceses, estadounidenses, por una parte, y bolivianos por la otra. Estos últimos, además, eran la población originaria del territorio, que pasó a pertenecer al Estado chileno luego de la Guerra del Pacífico. A los bolivianos se suman después peruanos y colombianos principalmente, y venezolanos en el período más reciente –por lo que no aparecen en los registros de datos–. Esa estructura diferenciadora persiste hasta el día de hoy.
Los pocos migrantes internacionales que se insertan en tareas vinculadas de modo más estrecho a la minería, que son aquellos que tienen una marca etno-racial desvalorizadora en esta matriz colonial, se desempeñan como operarios, en puestos no calificados y, en consecuencia, peor pagados:
- ¿Trabajas directamente en la extracción del mineral?
- No en la extracción, sino que estamos poniendo unos ventiladores, para que… oxigenar, sí, para que haiga (sic) mejores condiciones, poder uno respirar, la ventilación, todo el oxígeno.
- Claro… ¿cómo te fuiste especializando en ese tipo de tareas?
- Mira, yo no me considero un maestro, porque la mayoría son técnicos. Lo que pasa es que, después de este trabajo, cuando trabajé con los españoles, creo que me llamaban más porque veían que a los técnicos, a todos los que hacían el montaje eh, faltaba alguien que los abasteciera de las herramientas, y pa’ eso se necesita uno que camine demasiado, un caminante, pa’ allá, pa’ acá. Después llegué a trabajar con unos coreanos. (...) Y los coreanos también, se dedicaban a hacer la termoeléctrica. (José, 52 años, migrante peruano residente en campamento, 2019).
Esta descripción cualitativa tiene su correlato, por ejemplo, en la brecha salarial entre migrantes provenientes de países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) y aquellos que tienen otros países de origen: a partir de datos de la encuesta CASEN de 2015 se ha calculado que, en Antofagasta, los primeros tienen un salario promedio de 3.444.909 pesos chilenos [US$ 4.388], mientras que los segundos de 378.101 pesos [US$ 482], en tanto que los nacionales reciben un sueldo promedio de 597.936 pesos [US$ 762] (Fundación Casa de la Paz, 2018).
Esta intersección “desfavorable” de la extranjeridad, la etno-nacionalidad, la clase social y el color de la piel, condicionantes estructurales en la inserción desigual en la sociedad de destino, se materializa principalmente en un encadenamiento problemático, que vincula la dificultad para regularizar el estatus migratorio con la dificultad para conseguir trabajo y, como una de sus consecuencias, la dificultad de encontrar un lugar para vivir, lo que se traduce en el arriendo en condiciones abusivas y, como corolario, el desplazamiento al campamento, para solucionar el problema habitacional mediante la autoconstrucción. Este encadenamiento marca de manera muy característica las trayectorias migratorias recientes, y el hecho de que la sociedad de destino constituya un enclave minero juega un rol significativo en estas trayectorias, tanto porque actuó como un factor de atracción, como por la inflación del costo de vida en estos territorios:
Y siempre tienen la… filosofía, la idea que esto es una… zona minera, y todo el mundo gana mucha plata. Que es como… ‘todo el mundo gana mucha plata, paguen mucho’, cuando no es así, no… no toda la población trabaja en la zona minera. Son muy pocos los que trabajan en la zona minera que son de acá. (...) Entonces… no todos ganan lo mismo, gente que trabaja y se gana un mínimo, y un arriendo de una pieza acá, una pieza chica, mmm… te cobran 120… 150 mil pesos, y te ganas 300... [US$ 153, 191, 382] que es lo que normalmente gana una persona… entonces… eh… la gente está cansada de eso, de los abusos en los arriendos (sic). ¿Y qué opta la gente por hacer? Irse pa’ los campamentos. (Rubén, 48 años, migrante colombiano residente en campamento, 2019).
La intrincada relación entre las complejidades para acceder a la regularidad del estatus migratorio y la dificultad para conseguir un trabajo si no se cuenta con una visa de residencia permanente es otro nudo crítico que marca estas trayectorias, y que ha sido además relevado de manera persistente por la literatura. El círculo vicioso visa-contrato, que determina una inserción precarizada en el mercado de trabajo, sumado al elevado costo de la vivienda en Antofagasta, ha derivado en el desplazamiento de muchos de estos migrantes hacia los campamentos. Es cierto que esta situación no afecta exclusivamente a la población migrante (el 59,8% de los residentes en campamentos de la ciudad eran migrantes internacionales, según el Catastro Regional de Campamentos 2015), sin embargo, aspectos ligados a la condición de extranjeridad agudizan las problemáticas que derivan en esta decisión habitacional, lo que ha generado en los últimos años un aumento muy significativo de la población viviendo en estos asentamientos (Tabla 2).
Tabla 2
Campamentos y familias en la región de Antofagasta, 2011-2018
Año |
2011 |
2013 |
2014 |
2015 |
2016 |
2017 |
2018 |
Campamentos |
28 |
28 |
29 |
55 |
56 |
60 |
59 |
Familias |
1.061 |
1.146 |
1.276 |
4.100 |
6.229 |
6.771 |
6.831 |
Las discriminaciones etno-nacional y racial también inciden en este proceso, pues como hemos documentado en sendos estudios considerados para este artículo, abundan los testimonios de migrantes, sobre todo afrocolombianos, a los que se les ha negado el arriendo justamente por eso (Contreras et al., 2019).
Entre las diversas problemáticas que implica vivir en campamentos –dificultades para el acceso a servicios básicos, mala conectividad con el resto de la ciudad, carencias de infraestructura urbana, entre otras–, una de las más acuciantes es el horizonte de provisoriedad, el temor al desalojo:
Eso es lo que nos dicen a nosotros, porque los campamentos deben salir... Entonces para nuestros niños, han crecido, han pasado el desalojo con nosotros y dicen: ‘Será que nos van a desalojar. Yo no me quiero ir de acá, porque yo tengo mis amiguitos aquí, yo puedo salir a la calle a jugar con mis amiguitos, jugamos fútbol. Este es lo único preocupante que tenemos en el campamento. Creo que yo no duermo bien, así en paz, cuando el gobierno dice desalojo, cuando el gobierno dice que estamos en una zona de riesgo, que no hay mitigable. (Elena, 46 años, migrante boliviana residente en campamento, 2019)
Dijimos también que la dimensión sexo-genérica produce materializaciones específicas de esta desigual inserción de las y los migrantes en el territorio. Esta situación afecta especialmente a las mujeres afrodescendientes, y a las colombianas en particular, en un complejo entramado con la extranjeridad, la nacionalidad, el color de la piel y la clase. La literatura ha expuesto numerosa evidencia de este proceso social (Méndez et al., 2012; Tijoux y Palominos, 2015; Pavez, 2016).
Reflexiones a modo de cierre
Abordar las migraciones desde el prisma del extractivismo minero en esta región nos permitió dar cuenta de los distintos movimientos de personas que se han producido a lo largo de la historia de Antofagasta, y comprender la relación que cada uno de ellos tiene con su principal actividad económica. Esta mirada más integral de la movilidad hizo posible, a su vez, comprender los lugares diferenciados que ocupan estos diversos colectivos en la jerarquía social antofagastina, así como la de otras ciudades más pequeñas dentro de esta región. Así, la estructura de clase, étnico-nacional y de género, junto a los procesos de racialización, sostienen la desigualdad social que caracteriza a la región (y a las demás regiones del país, con sus expresiones específicas), obligando a cuestionar el rol que han tenido las políticas públicas para revertir su persistencia.
La centralidad de una economía extractivista se ha beneficiado de estas desigualdades, y en muchos sentidos, ha contribuido a su perpetuación. Si bien es cierto que Antofagasta es la región con mayores ingresos a nivel nacional, su desarrollo se ha sostenido sobre las formas diferenciadas de inserción social y laboral de sus habitantes, y entre esas diferencias, la migración ha actuado como un factor relevante, con diferentes sentidos, según el origen nacional y otros marcadores jerarquizadores.
Si bien hay especificidades, principalmente demográficas y territoriales, que exigirían la recopilación de evidencia empírica de otros escenarios para avanzar en afirmaciones de corte estructural sobre determinadas aristas de la relación entre migraciones y extractivismo minero, es posible sostener que estas zonas de producción extractiva emergen como sitios estratégicos para el análisis de los complejos ensamblajes entre distintos tipos de migraciones y desigualdades, además de sus variaciones históricas, una línea de trabajo que sería importante seguir desarrollando.
Existen otros movimientos que no abordamos en este estudio, por ejemplo, la emigración que se produce desde esta región hacia otros lugares del país, o la emigración desde localidades rurales en la cordillera, producto del uso de las aguas por parte de las compañías mineras, las que terminan por secar las napas subterráneas de las que dependen dichas comunidades. Estas otras movilidades también necesitan ser estudiadas, en relación con la economía extractiva y su encadenamiento migratorio.
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