La crítica de lo crítico en trabajo social:
Hacia una óptica sociomaterial

The critique of the critical in social work:
Toward a sociomaterial perspective

Fecha recepción: septiembre 2021 / fecha aceptación: noviembre 2021

Raul Hozven Valenzuela1 y Enrique Baleriola Escudero2

DOI: https://doi.org/10.51188/rrts.num26.544

Licencia CC BY 4.0

 

Resumen

La crítica3 alude a la transformación y resistencia, y cada disciplina la asume bajo sus miradas, pero ¿cómo comprenderla en tiempos de cambios tecnológicos, postpandémicos y de incertidumbre económica? El presente artículo ofrece una respuesta en diálogo con los estudios sociales de la ciencia y tecnología, y el concepto de actitud crítica foucaultiana, ejemplificada en el Programa Familias del Subsistema Chile Solidario. Esta política pública es ejemplificadora por cuanto enlaza estratégicamente tanto racionalidades de organismos internacionales como nacionales respecto al abordaje de la pobreza, abriendo posibilidades para su transformación desde el Trabajo Social. Esta profesión-disciplina actualmente es interpelada por los fenómenos anteriores, los que demandan respuestas y acciones propias desde y para los y las trabajadoras sociales. Así, nuestra propuesta consiste en transitar desde una posición experta hasta un posicionamiento diplomático, trasladándonos desde un domicilio estático a uno asociativo, impregnado por mediaciones entre actantes humanos y no humanos.

Palabras clave: Trabajo social; Teoría crítica; Programa social; Desarrollo cultural; Intervención social

 

Abstract

Critical theory alludes to transformation and resistance. Each discipline attends to it from its own point of view, but: how can Critical Theory be understood in times of technological and post-pandemic change and economic uncertainty? This article offers an answer in dialogue with the social studies of science and technology and the Foucauldian concept of critical attitude, as exemplified in the Families Program (Programa Familias) of the Socially Committed Chile (Chile Solidario) Subsystem. This exemplary public policy strategically links arguments from international and Chilean organizations regarding the approach to poverty, opening up possibilities for transformation through social work. This profession-discipline is currently facing challenges from the aforementioned phenomena, which demand responses and actions from and for social workers. Thus, we propose shifting from an expert position to a diplomatic one and from a static place to an associative one permeated by mediations between human and non-human actors.

Keywords: Social work; Critical theory; Social program; Cultural development; Social intervention

 

El qué y el porqué de lo crítico

Quizás uno de los conceptos más trabajados y normalizados en las ciencias sociales es el de crítico. En la actualidad, casi no hay disciplina o ámbito de estudio en el que no existan estudios críticos. Desde la sociología crítica de Boltanski, entendida como la identificación y condena de las manifestaciones de poder consideradas extremas y abusivas (Boltanski, 2011, p. 1), hasta la pedagogía crítica, entendida como la sensibilidad de la labor educativa para reformular los códigos culturales, políticos y sociales y las normas de privilegio de la sociedad dominante (Mclaren, 1994, p. 3); pasando por los estudios críticos de la gestión y el trabajo en relación a las dinámicas organizacionales, las condiciones de poder y los aspectos éticos de la economía globalizada (Alvesson y Willmot, 2011; Pulido-Martínez y Sato, 2013). También se ha ocupado intensamente en diversos marcos teóricos transversales a las ciencias sociales como los estudios críticos del discurso, donde lo crítico denota una mirada o actitud que compromete a las y los investigadores con la igualdad y la justicia social en el análisis de los modos de emergencia del poder y resistencia en la creación de realidad discursiva (Van Dijk, 2016).

La raíz común tras estos estudios se encuentra frecuentemente en la denominada Teoría Crítica que emerge en la primera mitad del siglo XX en Alemania. En aquel contexto, marcado por las guerras mundiales, el colonialismo o la Gran Depresión de 1929, autores como Horkheimer y Adorno (2007), Habermas (2002) o Benjamín (1996), postulan una serie de trabajos que rondan en torno al necesario compromiso de las ciencias sociales con la valoración de los fenómenos de sus estudios y su relación con procesos históricos, políticos sociales, y materiales. De esta forma y según estos autores, la investigación social sería capaz de transformar aquellas realidades donde existiesen relaciones de dominación, poder o injusticia; acontecimientos que escapaban de los tradicionales análisis sociales en términos de experimentos y objetividad mediante la descripción de su funcionamiento dentro del paradigma positivista imperante hasta la fecha. Durante la segunda mitad del siglo XX se producirá una dispersión de los estudios basados en los postulados de la Teoría Crítica, que acabarán conjugándose con los contextos históricos, políticos y culturales de cada país, disciplina y temática. Entre todos ellos, destacan dos ejes principales en los que se posicionan un amplio espectro de estos trabajos.

El primero, es el eje referido al marxismo. Desde este marco, resulta importante la comprensión de la dialéctica que implica el reconocimiento de una de las claves del pensamiento filosófico de Marx en la tesis y antítesis, que plantean la búsqueda y desaparición de las contradicciones sociales, para la configuración de la realidad (Morán, 2006). Entonces los conflictos sociales, el desequilibrio y la agudización de la inestabilidad juegan un papel central para estos cambios ante la consolidación del capitalismo que es sostenido y defendido por la burguesía, que detenta el poder económico e industrial, a expensas de otra capa social, el proletariado. Este estrato ostenta condiciones materiales diametralmente diferentes, cuyas condiciones y demandas terminan por generar la cuestión social, que, sobre la base filosófica marxista, se resuelve con la victoria y asunción del proletariado en la estructura social. La síntesis dialéctica del marxismo pasa por experienciar la emancipación, resistiéndose a todo efecto del capital que tenga como condición a la opresión. El propósito se vincula con su desmantelamiento a través de la transformación profunda pues contradictoriamente, el perfeccionamiento del capitalismo a lo largo de la historia social y económica desde el siglo XIX y XX, trae consigo la posibilidad de protesta y resistencia (Boron, 2020; Gómez-Hernández, 2017). A modo de síntesis y con la idea de representar integradamente estos puntos, la frase que a continuación se detalla, nos lleva a comprender el propósito crítico transversal de este primer eje:

“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo y, con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: “De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades.” (Marx, 1977, p. 24).

El segundo eje alude a los trabajos de raíz postestructuralista (Butler, 2004; Deleuze y Guattari, 2004). En estos, a diferencia de las teorías realistas donde se afirma la existencia de una estructura transversal a la sociedad que explica los fenómenos sociales (como la estructura de clases, organizaciones sociales dialécticas u otras); los estudios críticos hacen un especial énfasis en el estudio de los procesos micro y locales afirmando la relatividad del conocimiento y la imposibilidad de generalizar los procesos sociales a una estructura universal. De este modo, la realidad social se entiende como un proceso de construcción en el que los significados locales dan forma a las relaciones de poder, subordinación y transformación (Derrida, 1978).

En estos, los procesos históricos, culturales y sociales crean las condiciones de posibilidad para la emergencia de aquellas realidades y no de otras posibles (Foucault, 1982). Por ejemplo, la construcción de la locura como una enfermedad mental mediante los dispositivos y las técnicas de observación corporal, de encierro o los discursos de exclusión de los siglos XVIII y XIX al servicio de una naciente racionalidad económica liberal y capitalista (Foucault, 1998). Así, el entendimiento de las condiciones sociales que permitieron la emergencia de esta concepción sobre la locura, permitiría la búsqueda de herramientas para la transformación de esta realidad. Es a esta concepción a la que Foucault denominará como actitud crítica (Foucault, 1995), aludiendo a la sensibilidad por escapar, limitar y transformar los modos de gobierno, o en palabras del autor, el arte de no ser de tal modo gobernado (Foucault, 1995, p. 7).

 

Lo crítico en los estudios sociales

Si bien el entendimiento de lo crítico en ciencias sociales no se reduce a los dos ejes anteriormente mencionados, como ya avanzamos, un gran abanico de investigaciones desde finales de los años 60 parte de los postulados que recogen el marco marxista o el marco postestructuralista para después aterrizarlos en diferentes disciplinas o áreas de estudio. En este sentido, es destacable el papel que lo crítico ha tenido desde entonces en los modos de investigar e intervenir en algunas vertientes de las ciencias sociales. De hecho, es en esta época cuando emerge un profundo debate en las ciencias sociales sobre qué es lo crítico y cómo se diferencia de una investigación o intervención tradicional, con una epistemología y ontología propia. El nacimiento de esta escisión se ubicaría en la crisis que las ciencias sociales padecen en los años 60 y 70 acerca de cuál era su objeto de estudio y qué hacen estas disciplinas con y respecto a él (Ibáñez, 1990). Hasta esa fecha, las ciencias sociales se habían dedicado mayoritariamente al estudio cuasi-experimental de los fenómenos sociales, mediante experimentos en los que las condiciones reales y cotidianas en las que ocurren esos fenómenos, son imposibles de recrear mediante manipulación de variables en un contexto neutro y aséptico que represente la realidad externa a un laboratorio (Íñiguez-Rueda, 2003). Por tanto, el alcance de aquellas investigaciones poco podía aportar a los problemas sociales, culturales y políticos como la Guerra Fría, el nacimiento del neoliberalismo, el racismo o el colonialismo de la época.

En este contexto de crisis de valores, objetivos y conocimientos de todo un paradigma de investigación en los estudios sociales, emerge una importante oleada de estudios sociales críticos. Precisamente, el apellido “crítico” designa aquí el surgimiento de nuevas corrientes de pensamiento y de modos de intervención a raíz de la mencionada crisis. Y para salir de esta crisis, una de estas corrientes apuesta y reconoce la necesidad de difuminar las fronteras entre disciplinas, ámbitos de conocimiento y modos de investigación para una real transformación de las condiciones de injusticia social o el desmantelamiento de las condiciones de poder y dominación de la sociedad (Íñiguez-Rueda, 2003; Fernández-Christlieb, 2019). Es en este marco donde aparecen los estudios culturales como una forma de analizar los significados sociales y sus efectos en términos de poder y dominación de una forma transversal a cada disciplina tradicional de las ciencias sociales (Jameson, 2016). Así, mediante la incorporación de trabajos de la filosofía (Wittgenstein, 1988; Austin, 1990), la psicología (Lacan, 2009), la antropología (Lévi-Strauss, 1964) o la sociología (Garfinkel, 2002), emerge un conglomerado de marcos de investigación que recuperan la esencia de la Teoría Crítica de décadas atrás. En estos, el lenguaje se sitúa como el elemento performativo que, dentro de contextos sociales, políticos, culturales y económicos; construye las realidades mediadas por condiciones de poder, opresión, discriminación o exclusión que multitud de personas y grupos sociales padecen cotidianamente en la sociedad (Antaki, 1988; Potter, 1996).

De esta forma, el lenguaje deviene el centro de los estudios sociales críticos para comprender las problemáticas sociales y para su transformación. Así, gracias a este cambio de enfoque denominado giro lingüístico (Rorty, 1992), emerge una sensibilidad crítica en los estudios sociales sobre el análisis de los problemas que afectan a las personas, grupos o instituciones en la cotidianidad de la vida diaria, consistente en el cuestionamiento de los modos en que una realidad social es construida y una reflexión sobre los procesos de transformación de la misma hacia aspectos más justos y democráticos.

 

El giro simétrico en los estudios sociales críticos

Pero prontamente, el giro lingüístico se tornó en foco de crítica por ámbitos como los estudios de la ciencia y la tecnología (STS, por sus siglas en inglés) (Irwin y Michael, 2003; Latour, 2008). Los STS señalan que pese a que el rol del lenguaje en la construcción de la realidad es indiscutible, el análisis de los componentes lingüísticos, semióticos y discursivos es solo una parte del estudio crítico para comprender un fenómeno social. Por tanto, analizar el lenguaje nos daría una mirada parcial e incompleta sobre la construcción de la realidad social. Los objetos, los seres vivos no humanos, la tecnología, o los elementos de un laboratorio, tienen una ontología que no es solamente discursiva y que también opera en la construcción de cualquier problemática social. Consecuentemente, también deben ser analizados por los estudios sociales críticos (Stengers, 2000; Latour, 2008).

La base de los STS parte del denominado principio de simetría generalizada (Callon, 1998). Este principio postula que, para comprender una problemática social, las tradicionales dicotomías epistemológicas humano-no humano, mente-cerebro o social-natural no son precisas, pues la realidad sería más bien el resultado de un tejido de relaciones donde conviven elementos humanos como los discursos y los significados, pero también objetos y artefactos, microbios, un parlamento, la financiación de una ley, la orografía del terreno donde vive una comunidad, la atmósfera o el planeta Tierra como un ecosistema global. Esta es la propuesta del conocido como giro simétrico, mediante la cual los humanos, los discursos y las prácticas cotidianas, pero también los elementos no humanos, terrestres, micro o macro, y las asociaciones que tejen entre sí, tienen una agencia explicativa en la construcción de la realidad (Vayreda, Tirado y Domènech, 2005).

De esta forma, se amplía la concepción de lo crítico para dar cabida a los análisis de las relaciones que personas, objetos y seres vivos no humanos establecen entre sí y las realidades parciales y fragmentadas, siempre procesuales; que de esas asociaciones emergen. Un ejemplo contingente al momento actual sería el de las vacunas contra la COVID-19: podríamos afirmar que para el estudio del desigual reparto de vacunas entre los países, la farmacéutica Pfizer está en una posición de dominación o de poder porque ha sido capaz de enrolar a más científicos, inversiones de dinero públicas y privadas, instituciones internacionales, gobiernos, universidades y hospitales de todo el mundo que una farmacéutica latinoamericana en el momento de decidir a qué países priorizar en el suministro de inoculaciones (Law, 1986). Como vemos, desde los postulados de los STS, un análisis social crítico debe partir del análisis de los elementos múltiples y heterogéneos que constituyen la problemática de estudio y de las relaciones que establecen entre sí. Y como producto del estudio de la red que tejen estos elementos asociados, obtendremos una comprensión densa del funcionamiento, las prácticas y los acontecimientos de la realidad analizada (Domènech y Tirado, 1998).

 

La concepción de lo crítico en trabajo social

Si bien el panorama sobre el concepto de lo crítico en psicología, sociología o antropología no se restringe a las teorías y autores ya mencionados (la exposición de las posiciones decoloniales, feministas o postconstruccionistas merecen otro trabajo por sí mismas), este permite mapear las sensibilidades y horizontes que las disciplinas o ámbitos de estudio han hecho sobre qué es un posicionamiento o una intervención social crítica. Pero, ¿cómo entender lo crítico en el trabajo social contemporáneo? El trabajo social, como parte de las ciencias sociales, encuentra en su recorrido histórico sus propias lecturas e interpretaciones sobre el concepto y el sentido de lo crítico (Siqueira, 2021). Si bien esto es común al resto de ciencias sociales y a priori no supone una novedad, el análisis de lo crítico en trabajo social reviste de importancia en la actualidad por diversos motivos.

En primer lugar, como disciplina enfocada en la urgencia de la intervención comunitaria, en la vinculación cotidiana con el territorio y en la coordinación burocrática entre las instituciones que proveen de servicios a la sociedad; las indagaciones entorno a lo crítico desde y para el trabajo social, que no hayan sido impuestas desde disciplinas aledañas, son escasas en comparación a las otras ciencias sociales. En segundo lugar, como veremos a continuación, el enfoque de lo crítico en trabajo social ha estado fuertemente adherido a la concepción marxista, que, si bien es relevante y ha servido para la transformación social, también ha provocado que otras concepciones igualmente útiles y contingentes sobre lo crítico queden en un segundo plano. Finalmente, y por todo lo expuesto hasta ahora, el actual debate académico sobre lo crítico en otras ciencias sociales en diferentes ámbitos de investigación, interpela al trabajo social para realizar su aporte propio y proponer así nuevas herramientas, conceptos y teorías desde las que repensar la transformación social con la que la gran mayoría de trabajadores sociales están comprometidos.

Es importante reseñar que, en trabajo social, igual que en el resto de disciplinas sociales, las concepciones sobre lo crítico son minoritarias, primando los estudios de corte positivista, frecuentemente asociados al mantenimiento del status quo que impera en un país o un territorio particular (Gómez-Hernández, 2020). De este modo, la trayectoria histórica del trabajo social ha estado vinculada a una doble vertiente en relación con la intervención social. Por un lado, relacionada con cambios pero que se asocian más bien a la reproducción y mantenimiento de determinados órdenes sociales propuestos por gobiernos de turno. Esto se sustenta en el paradigma clásico de las ciencias sociales, relacionado a la impronta positivista y su afán por el dato cuantificable y generalizable, propio en las políticas sociales (Morán, 2006). De esta manera, el trabajo social arriesga escindirse de la idiosincrasia local de las dinámicas sociales, económicas, culturales y políticas, sentidas por sujetos y colectivos en territorios determinados (Vélez, 2003).

Por otro lado, la intervención social crítica del trabajo social, frecuente, aunque no exclusivamente (Saavedra, 2015) se ha entendido desde la base de los postulados de Marx y la teoría dialéctica (Netto, 1989). Este vínculo del trabajo social crítico con el marxismo emerge por la histórica desigualdad del proyecto modernizador de raíz hegemónico-conservadora presente desde hace más de un siglo, y que continúa en nuestros días en Latinoamérica y especialmente en Chile (Vidal, 2017; Siqueira, 2021). Para entender la concepción de lo crítico en trabajo social desde el marxismo, son claves las discusiones que se producen en el contexto de las tesis endógenas y exógenas en la conformación del trabajo social (Netto, 1999), en particular, en la última de éstas, en donde se plantea abiertamente al trabajo social como producto del capitalismo monopolista, que se explica en la división social del trabajo o posteriormente frente a un capitalismo cognitivo (Negri y Vercellone, 2008).

Estas discusiones se posibilitan gracias la reconceptualización del trabajo social, que cuestiona entre fines de la década del sesenta e inicios de los setenta el acervo de sus postulados hasta entonces, que implica para la intervención social, el des-asistencializarse, des- terapeutizarse y sobre todo de-colonizarse, a modo de participar de los idearios de transformación profunda y radical, la lucha de clases y la emancipación proletaria (Borón, 2020; Vidal, 2016). Esto implica atender a los cambios socioeconómicos y culturales propios de Latinoamérica en general y de Chile en particular, que plantean una disputa entre bases revolucionarias y reformistas (Castañeda y Salamé, 2012).

Sin embargo, la dictadura chilena y la implementación de la gestión neoliberal mediante la privatización y la externalización de los servicios públicos por parte del estado (Ruiz y Caviedes, 2020), supone un profundo cortocircuito con esta forma de comprender la intervención social crítica, profundamente tensionada por la represión de la época. Ergo, aquello no omite la importante labor del trabajo social, en favor de los derechos humanos y la recuperación de la democracia que tan relevante resulta ser para la memoria en tiempos de revuelta social y pandemia (Güell, 2019).

Precisamente en este momento acontecen dos eventos que suponen la búsqueda de nuevas teorías y conceptos para repensar la transformación y el compromiso social desde el trabajo social, y consecuentemente, la noción de lo crítico en esta profesión-disciplina. El primero, configurado durante y tras la dictadura chilena con el asentamiento del modelo neoliberal, lo que forja nuevos escenarios sociales difíciles de inferir por Marx a fines del siglo XIX, por cuanto las derivas que asumen sus criterios, resultan espinosos de encuadrar por las superposiciones, nuevos idearios y lecturas sobre su filosofía, mas no necesariamente estructural, en donde cabe una nueva verdad, pues lo crítico, no es necesaria ni exclusivamente marxista, dialéctico, o hegeliano, como señala González-Saibene (2021).

El segundo, un proceso internacional referido a la crisis de utilidad y de sentido de las ciencias sociales, que también interpela al trabajo social para la búsqueda de nuevos enfoques teóricos y modos de intervenir con las personas y colectivos (Llorente y Luxardo, 2018), particularmente por su papel en la gestión estatal en la que trabajo social emerge como mediador de las políticas sociales (Fernández y Alemán, 2006). En consecuencia, cabe preguntarse respecto a otros razonamientos que nos permitan movilizar las ideas de transformación que propone el trabajo social crítico en tiempos donde las nuevas tecnologías, la normalización del neoliberalismo, la masificación de internet e incluso recientemente la pandemia COVID-19, desbordan los postulados marxistas (aunque no limitan ni invalidan su utilidad) e invitan a la búsqueda de otros paradigmas críticos.

Una alternativa es la que hacen autores como Gómez-Hernández (2017), planteando que el trabajo social crítico contemporáneo pasa por un cuestionamiento del modelo neoliberal, competitivo e individualista que ha marcado la realidad latinoamericana y chilena, en particular desde hace más de cuarenta años. En base al análisis intersubjetivo y de las prácticas sociales, la autora propone desmontar los ideales de la modernidad colonial impuestos desde otras fronteras, más no latinoamericanas, y que han persistido por institucionalidades de diversa índole, que reproducen herencias coloniales que nuevamente sirven al capitalismo, institucionalizando prácticas que implican formas de control y de mantenimiento de las lógicas de poder norte-sur, centro-periferia o primer mundo-tercer mundo. Una colonialidad que se extiende al poder del saber que se afinca en la ciencia como fuente comprensiva del mundo, desconociendo el conocimiento situado de los sujetos y que “inferioriza el grado de humanidad y de civilización de ciertos grupos poblacionales” (Gómez-Hernández, 2017, p. 133), esto es, los valores que caracterizan en esencia al trabajo social. De este modo, se propone un cambio teórico y conceptual para entender lo crítico desde una mirada comprometida con la intervención en todo tipo de injusticia social e incluso no antropocéntrica.

Como se puede apreciar, las discusiones sobre lo crítico en la labor del trabajo social están a la orden del día y dotan de sentido y de modos de hacer a la cotidianidad de la actividad de las y los trabajadores sociales. Es por este motivo y recogiendo el recorrido histórico y conceptual planteado hasta aquí, que consideramos necesario ampliar la discusión sobre lo crítico en el trabajo social contemporáneo. Para aquello, a continuación, ofrecemos una aportación propia sobre en el contexto de la intervención que propicia esta profesión-disciplina, en las coordenadas de la protección social.

 

Una propuesta de lo crítico para el trabajo social en el Siglo XXI

Del recorrido anterior, podemos concluir que la concepción de lo crítico en ciencias sociales abarca todo un conjunto de acepciones, sensibilidades y teorías que persiguen la transformación de las condiciones de desigualdad y exclusión de diferentes grupos sociales. Entonces, la extrapolación de aquel ideario en el trabajo social, implica una visión amplia de lo crítico, particularmente en el espacio de la intervención comunitaria a través de políticas sociales. Por ello ofrecemos dos ejes más allá del marco marxista, que deben entenderse como líneas de fuga, aunque no exclusivas ni suficientes. Estos corresponden a una apuesta por lo sociomaterial y la actitud crítica. Para su ilustración, tomaremos como caso demostrativo en el Programa Familias, inserto en el subsistema Chile Seguridades y Oportunidades del Ministerio de Desarrollo Social.

La opción por esta política pública resulta sugestiva por cuanto representa los esfuerzos y cambios realizados por parte del Estado chileno en los últimos veinte años, para abordar la protección de los (las) sujetos (as) y colectivos sociales en extrema pobreza. Debido a acontecimientos recientes como la aparición de nuevas tecnologías como los algoritmos o el big data, los cambios sociopolíticos, o la reciente pandemia por COVID-19, el Programa Familias requiere de los y las trabajadoras sociales nuevas herramientas y marcos desde los cuales complejizar los análisis para la sociedad de este tipo de políticas (Fuica y Carrasco, 2021). Además, si bien el caso aquí expuesto se ancla al ámbito chileno, su relevancia es internacional ya que se alinea con otros programas latinoamericanos, signados por las directrices económicas e ideológicas de organismos internacionales como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.

 

La apuesta por lo sociomaterial

Pese a que el giro simétrico ya comentado nació en los años 80 del siglo pasado y se fue expandiendo progresivamente bajo estudios sociológicos, antropológicos y de la psicología en ámbitos como la economía (Muniesa y Callon, 2020), la educación (Landri, 2020) o el estudio de las enfermedades infecciosas (Baleriola y Tirado, 2019); en trabajo social resulta necesario visibilizar estudios que aborden la mirada simétrica en el estudio de la intervención.

En aquel sentido, la apuesta por lo sociomaterial implica un compromiso por el estudio de las asociaciones y redes que constituyen el fenómeno interventivo que propicia el trabajo social. Esto último implica una reflexión pausada, por cuanto las prescripciones materiales (legales o que emanan de la política social) deben observarse complejamente, mas no meramente como un marco incuestionado e incuestionable que determina el accionar de los profesionales. Ergo, desde una perspectiva sociomaterial (Hozven y Baleriola, 2019), las políticas y las normas legales se conciben como actores no humanos con agencia activa, imbricados en un diverso entramado en el que participan en conjunto con las comunidades, los propios trabajadores sociales, las consultorías, otras instituciones públicas, normas, decretos, discursos políticos, entre otros, siendo todos ensamblados en una red heterogénea que conforma la realidad en la que el trabajador social interviene.

Por tanto, la apuesta sociomaterial implica una descripción detallada sobre la intervención social y todos sus procesos vinculantes pues el reconocimiento de las múltiples asociaciones, entre materialidades, la cultura, las prácticas cotidianas de las personas, los planes, programas y proyectos sociales, sus traducciones locales, los intereses confrontados, las instituciones interpeladas, son parte indispensable de las controversias y problemáticas (Venturini y Latour, 2010) que el trabajador(a) social encuentra en el terreno de intervención. Controversias que se comprenden más allá de pugnas o conflictos dialécticos entre grupos humanos tal como se advierte desde el marxismo, siendo más bien alternativas dialogantes que aperturan la visibilización de las grietas presentes en la política social conforme las explicaciones locales de los actores que componen la controversia particular, y que son necesarias antes, durante y después de cualquier intervención.

La noción crítica que atiende a los elementos sociomateriales se ilustra en el caso del Programa Familias de protección social. Se trata de un programa estatal que plantea bonos y transferencias monetarias para familias de pobreza extrema, identificadas a través del Registro Social de Hogares de Chile. El programa busca contribuir a la superación de la pobreza a través del desarrollo de intervenciones sociales y visitas domiciliarias (Muñoz y Larraín-Salas, 2019). Para aquello, cada grupo familiar es acompañado por un equipo profesional de la Unidad de Intervención Familiar (UIF) formado entre otros por trabajadores sociales, quienes implementan un proceso de acompañamiento integral psicosocial y sociolaboral.

Desde una mirada sociomaterial, el centro consiste en describir cómo se construye el proceso interventivo en el Programa Familias. Entonces, aparece como necesaria la visualización de las asociaciones entre el (la) trabajador (a) social, como parte de los apoyos o gestores familiares de las UIF. Esto implica describir detallada y complejamente la práctica del profesional, desde el contrato de trabajo, su posición en esta unidad hasta el despliegue en los propios domicilios de las familias, reconociendo el rol que juegan tanto otros actores humanos, como jefaturas, colegas, familias participantes, dirigentes comunales; como las materialidades no humanas: protocolos, manuales, reglamentos, o los procedimientos formales para la ejecución y tecnologías como los softwares. Lo anterior cobra énfasis en el actual contexto de pandemia, marcado por la tele asistencia, las video llamadas y las consecuencias psicosociales que de estos dispositivos derivan (Actis di Pascuale, et. al, 2021). En rigor, demostrar el escenario de mediaciones sociotécnicas entre diferentes programas de acción, sobre los cuales emergen posibilidades de cambio.

Para el trabajador(a) social, el reconocimiento de la complejidad y la heterogeneidad de elementos que componen la intervención del Programa familias resulta interpelante, a modo de observar derivas y grietas en los procesos de intervención que dan lugar a microresistencias locales, a la no aceptación de la intervención o el rechazo frontal ante cualquier acción estatal. De este modo, la apuesta por lo sociomaterial permite pasar en el Programa Familias de una intervención focalizada en la formación en emprendimiento que persigue crear autoempleo para una persona identificada como vulnerable; a una atención localizada en los elementos que componen la realidad local de un territorio concreto, subvirtiendo aquellas asociaciones (de catastro en vulnerabilidad) y levantando otras renegociaciones entre actantes, por ejemplo, en el marco de una economía solidaria, y no managerial. Ergo, hay una posibilidad que emana de otros criterios pues afloran otros sentidos, significados y necesidades situadas en un aquí y ahora. Por tanto, hay una alternativa evidente para hacer aparecer una voz diferente entre actantes humanos, pero a través de actantes no humanos en términos de políticas sociales.

 

La actitud crítica

En una pequeña entrevista, Michel Foucault define la actitud crítica como una cierta manera de pensar, de decir, también de actuar, una cierta relación con lo que existe, con lo que sabemos, con lo que hacemos, una relación con la sociedad, con la cultura, también una relación con los otros (Foucault, 1995, p. 5). En clave Foucaultiana, la actitud crítica es una forma de ser y de estar en el mundo a la hora de desenvolvernos como sujetos en relación con el resto de personas, seres vivos y materialidades. Sirviéndose de los postulados del poder pastoral surgido en la Edad Media, según los cuales las personas debemos dejarnos gobernar obedeciendo al pastor-estado que nos guía para salvarnos, Foucault propone la actitud crítica como el no dejarse gobernar de esa forma, para unos objetivos y bajo unos principios propios de poder pastoral.

Siguiendo la lógica de Foucault, el poder pastoral de aquella época se habría subsumido actualmente bajo otros regímenes como el disciplinario o el de control (Deleuze, 2014), lo que no implica que su solapamiento con otros regímenes de poder lo haya hecho desaparecer. En este sentido, es dable encontrarlo en la gubernamentalidad que se promueve en determinadas políticas sociales, ante lo cual resulta inminente una actitud crítica en el campo de las intervenciones que producen las y los trabajadores sociales. De este modo, la actitud crítica ofrece al menos tres ejes que sirven como coordenadas para entender su vigencia actual como parte de lo crítico en trabajo social:

En primer lugar, la actitud crítica busca otros modos de relación con respecto a las relaciones de poder, las situaciones de injusticia, o las problemáticas que afectan a las personas y comunidades con que los y las trabajadores sociales se enfrentan cotidianamente. En segundo lugar, igual que el clásico relato de Melville (2012), supone la posibilidad de negar, de decir no, de cortocircuitar las prácticas cotidianas que reproducen las injusticias y la discriminación social que pueblan la actividad cotidiana de los y las trabajadores sociales. De la misma forma en que el escritor neoyorquino narra los acontecimientos cotidianos y normalizados que Bartleby preferiría no hacer, desvelando las relaciones de poder ocultas y desplegando otros modos de hacer. Finalmente, la actitud crítica ofrece ahora la posibilidad de discutir las verdades normalizadas y reificadas sobre la cotidianeidad de las asimetrías de poder de grupos minoritarios como las familias en extrema pobreza, tensionando las prácticas de gobierno. De este modo, la actitud crítica en la intervención social permite pausar las relaciones entre los elementos sociomateriales que componen una realidad social, y abrir un espacio de paréntesis para la reflexión, el cuestionamiento y el hacer de otro modo.

Si asociamos lo precedente con el Programa Familias, lo interesante es que mediante una actitud crítica en la visita domiciliaria es dable desnudar un problema de certeza, específicamente frente a un nuevo dictamen legal, el rol experto de cualquier institución pública o el cuestionamiento de cualquier acción o beneficio a aplicar. Entonces, es probable un acto de desujeción que implica nuevas asociaciones sociomateriales y, por tanto, la emergencia de nuevas verdades contingentes para la red de actores locales (tanto humanos como no humanos) que son interpelados por el Programa Familias.

En complemento a esta actitud y engarzando con la mirada sociomaterial, nos encontramos con otro desmonte de verdades, en este caso las asentadas en binarismos, tales como micro-macro, humano no humano. Frente a lo anterior, la potencia que se posibilita en el Programa Familias a través de la densidad de los elementos a atender en las visitas domiciliarias propiciadas por los apoyos y gestores familiares, implica amplias posibilidades para desmontar la simplificación creadores-ejecutores de políticas sociales. Así, el trabajador social pasa de ser frecuentemente el que implementa un programa que ya viene diseñado de forma estandarizada, a ser un mediador activo en el diseño del Programa Familias mediante la exposición del contexto y las necesidades específicas del territorio en el que trabaja, visibilizando un intersticio que posibilita tensionar la certeza que emana de una autoridad experta, reflejada desde un imperativo en un manual de trabajo hasta en el ideario del emprendedurismo propio del programa.

Por tanto, nos encontramos con una multiplicación de puntos de observación posibles de ser capturados, lo que amerita reconocer en la red todos los actores implicados, fundamentales para la búsqueda de condiciones de justicia social. Pero también para posibilitar la transformación de los vínculos entre el trabajador social y la comunidad, abandonando la relación experto-lego y permitiendo reinterpretar el vínculo estado-sociedad, pasando de una relación clientelar a una visión asociativa en la que los políticas y programas sociales no son ya un incentivo estandarizado, sino que emergen de la propia participación local en base a las necesidades, la micropolítica, las condiciones culturales, y de la historia propia de los territorios.

 

Conclusiones

Retomando la pregunta que formulamos más arriba: ¿cómo entender lo crítico en el trabajo social contemporáneo? Podemos afirmar que el concepto de crítico en trabajo social es una noción heterogénea, fractal y dependiente del contexto local en que los y las trabajadores sociales intervienen. El hilo común que atraviesa a la concepción de lo crítico, desde las posiciones marxistas a las postestructuralistas, pasando por las socioconstruccionistas y otras que no hemos abordado aquí como las feministas o las decoloniales; es la sensibilidad y el compromiso por la transformación de las condiciones y relaciones de injusticia, desigualdad, opresión o discriminación hacia cualquier grupo social, comunidad o territorio. En particular para este texto, hemos querido resaltar dos ejes dentro del concepto de lo crítico que permiten seguir expandiendo y repensando aquel hilo común. Estos son la apuesta por lo sociomaterial y la actitud crítica. Si bien ambos ejes en las ciencias sociales llevan tiempo trabajándose, su conjugación, así como su aplicación a la intervención que realiza el trabajo social contemporáneo, dotan al concepto de lo crítico de nuevas dimensiones y herramientas analíticas desde las que diseñar la intervención, el acceso al terreno, y el tipo de actuaciones que él o la trabajadora social lleva a cabo.

En este sentido, la dirección que hemos tratado de dar al concepto de crítico en este manuscrito, se alinea con los últimos trabajos de Braidotti (2019) y Haraway (2016). Para estas autoras, la salvación de la humanidad debido a los grandes problemas globales como el cambio climático o el capitalismo, pero también la solución a los problemas locales; pasa por el reconocimiento explícito de la vida inmanente, esto es, la necesidad mutua y la interdependencia que vehicula a los humanos, el resto de animales, los objetos y la naturaleza. Desde este punto de partida, en el que se reconoce el dolor, el sufrimiento y la exclusión a la que millones de personas, animales y el propio planeta están sometidos, se plantea una reflexión que permite la emergencia de una potentia, de un aprendizaje, un crecimiento, una “alegría” en el sentido del afecto spinozista que nos permite actuar (Braidotti, 2019). Como se puede apreciar, las diferencias respecto a los postulados marxistas son evidentes. Y si bien estos últimos conforman un espacio de trabajo prolífico y de gran valor en trabajo social, la apertura a otros conceptos permitirá un enriquecimiento de la labor que los y las trabajadoras sociales llevan a cabo en la práctica. Este marco teórico, que ya resuena en la psicología social crítica, en la sociología o en los estudios culturales, es el que reclamamos para la concepción de lo crítico en el trabajo social actual.

Bajo esta propuesta, lo crítico desplaza lo social: de ser la causa a ser la consecuencia. Esto es, lo social no es aquello que explica los problemas sociales en los que el trabajador social interviene, sino aquello que debe ser explicado (Callon, 1998; Domènech y Tirado, 1998). De este modo, lo social, antes que ser la causa de la formación de ciertas condiciones de injusticia o discriminación, es el producto o el resultado de una red conformada por leyes, unas instituciones oficiales, ciertos grupos de personas con intereses contrapuestos, una historia local en el territorio a intervenir, unas políticas económicas y culturales particulares, y de unas relaciones únicas con los recursos naturales o la comunidad. En el caso del Programa Familias, del ensamblaje particular entre estos elementos (y otros que difieren en cada situación particular) emerge una realidad específica a la que el trabajador social se enfrenta y a la que debe sumarse para lograr una transformación. Si bien esta transformación se puede considerar crítica en un sentido tradicional, pues apunta a la mejora de la calidad de vida de las familias y a la reducción de la pobreza y precariedad en la que viven diariamente, la novedad reside en la sensibilidad al vínculo inmanente e indisoluble familias-territorio-estado y política nacional-intereses contrapuestos-presiones nacionales-contexto económico-materialidades locales-trabajador social.

Teniendo en cuenta estas asociaciones entre humanos y no humanos como configuraciones locales y específicas de una problemática social, el rol del trabajador social se reconfigura: de ser el ejecutor externo de una política preestablecida e implementada de manera estandarizada por un ministerio; pasa a ser ahora un mediador que, para intervenir, parte de la realidad particular y cotidiana en la se asocian los diferentes actores involucrados. En esa intervención, el o la trabajadora social es un actor más, poniendo al servicio del resto de actores participantes su experiencia y su conocimiento para la transformación local. De este modo, frente al rol del experto que mantiene la lógica de poder frente al grupo vulnerado, o frente a la dialéctica que entiende la problemática como un conflicto cuasi-bélico, emerge un rol de diplomático para con lo social (García, 2012).

Como vemos, entender tanto al trabajador social como a la realidad en la que se interviene como parte de una misma configuración ontológica (Stengers, 2005), permite articular nuevos modos de intervención por los que transformar las condiciones de injusticia, discriminación, exclusión o vulnerabilidad. Y estos nuevos modos de intervención vienen marcados por la actitud crítica, en tanto que dan pie a no ser gobernado de esa forma, es decir, no ser gobernado bajo la lógica en que funcionan actualmente las políticas sociales chilenas, amparadas en el marco del nuevo management público y en una relación clientelar que finalmente mantiene y reproduce la injusticia y la exclusión social (Ruiz y Caviedes, 2020). El rol diplomático que adopta el trabajador social bajo esta nueva concepción de lo crítico es un modo de transformar la realidad en que (por ejemplo) son atendidas las personas bajo el Programa Familias. Por otro lado, el trabajador social, como un elemento más de la red que configura la problemática particular, actúa como un mediador que no dirige, no impone, no coloniza: más bien busca impregnar de actitud crítica a todos los elementos que la componen. Y así, permite que emerjan nuevas asociaciones que den como resultado realidades transformadoras. Siguiendo nuestro ejemplo, esas asociaciones permiten otro tipo de relaciones entre los elementos que componen la situación de vulnerabilidad de la familia: apropiación del territorio, apoyo mutuo, nuevas identidades o vínculos imposibles de ser aprehendidos por la política tradicional o en todo caso, de manera invasiva y poco sensible a la realidad local. Las nuevas asociaciones emergentes, la posibilidad del “no” rotundo, de la inacción a lo Bartleby, o el cuestionamiento de los regímenes de verdad que se imponen en la configuración de la realidad a intervenir; conforman la actitud crítica en que los elementos humanos y no humanos, políticos o ciudadanos, sociales o naturales se asocian para transformar la realidad. Se trata de actuaciones a nivel micropolítico, contingentes a cada lugar de intervención y en las que los actores locales tienen una voz y un peso decisivo en la constitución de su propia realidad (Ureta, 2014).

Si bien nuestra propuesta plantea ciertas afinidades con la concepción crítica marxista de lo crítico empleada típicamente en trabajo social, existen diferencias insoslayables. Estas se centran en la concepción esencialista y dialéctica que la crítica marxista en trabajo social (Gouvea y Rocha, 2021) frente a la concepción inmanente y microsociológica que aporta lo sociomaterial y la actitud crítica foucaultiana. Esta última noción de lo crítico, permite preguntarnos respecto a cómo transformar una realidad en constante modificación, precariamente sostenida por las relaciones que los actores humanos y no humanos mantienen en cada momento en su localidad, conforme mediaciones y micro-resistencias únicas que conforman cada realidad en que la exclusión y las problemáticas sociales ocurren. Por ende, si apelamos al derrotero y discurso histórico del trabajo social, nuestra propuesta plantea una reconceptualización de la noción de lo crítico en esta profesión-disciplina, que tiene como centro la complejización de los análisis sobre el modo en que el ámbito del trabajo social se configura. De este modo, emergen nuevos esquemas comprensivos discursivos, éticos, y sociales. Como corolario, planteamos la urgencia de visibilizar esta concepción de lo crítico junto con otras miradas como los feminismos o los decolonialismos, a fin de plantear nuevos conceptos desde los que intervenir en la realidad en que los y las trabajadoras sociales actúan cotidianamente.

 

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  1. 1 Asistente social de la Universidad de Valparaíso, Magíster en Educación, mención currículum, Universidad Católica de Valparaíso, Doctor en Psicología por la Universidad Católica de Chile.
    Correo electrónico: raul.hozven.v@hotmail.com
  1. 2 Licenciado en Psicología por la Universidad de Almería, Máster en Investigación e Intervención Psicosocial Universitat Autònoma de Barcelona, Doctor en Persona y Sociedad en el Mundo Contemporáneo, Universitat Autònoma de Barcelona. Postdoctorado en el Centro de Investigación para la Educación Inclusiva en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile. Profesor lector de la Universitat Oberta de Catalunya (España). Correo electrónico: ebaleriola@uoc.edu
  1. 3 Este trabajo cuenta con el apoyo del Fondo de Investigación Interna de la Universidad Santo Tomás (UST) mediante el proyecto categoría regular Nº 22721. Período 2016-2018.