DICCIONARIO HISTÓRICO-CRÍTICO DEL MARXISMO

anticolonialismo1

 

Al.: Antikolonialismus. – Ár.: al-ʿadāʾliʾl-istʿamār. – Ch.: fan zhimin zhuyi.
– F.: anticolonialisme. – I.: anti-colonialism. – R.: antikolonializm

 

La ideología y la postura política del a. se fundamentan en el reconocimiento del derecho de todos los pueblos a disponer de un Estado independiente que, sobre la base de una igualdad de derechos con los demás, participe del sistema estatal. Este derecho es nuevo: en 1945, cuando se funda la ONU, se lo proclama por primera vez como derecho universal. Su reconocimiento supone identificar –entre los actores de la historia que están en condiciones de expresar una voluntad común– unidades de diferente naturaleza, caracterizadas como naciones, etnias, pueblos, etc. El debate requiere, por tanto, que se establezcan criterios a través de los cuales las unidades colectivas adquieren el estatus de un pueblo con derecho a la autodeterminación, así como una precisión de las condiciones que un pueblo debe cumplir para poder respetar las reglas del sistema internacional de Estados.

La opresión de un grupo étnico, lingüístico o religioso –sin importar si se trata de todo un pueblo o de una minoría en medio de un pueblo distinto– se remonta a la Antigüedad temprana; un ejemplo conocido es Roma. Aunque la opresión a menudo está estrechamente asociada con alguna forma de explotación del trabajo, es también un fenómeno en sí mismo, que a veces incluso puede existir en forma independiente de la explotación. Sin embargo, en comparación con la teoría de lo económico y de la explotación del trabajo, la teoría de la opresión –así como la de la política y el poder en general– está todavía en sus albores.

Desde su origen mercantilista en el siglo XVII, el surgimiento del sistema capitalista mundial se sustenta en una enorme expansión de la situación colonial, que adopta cinco formas distintas, con diferentes funciones cada una: 1) Las colonias con reasentamiento europeo –ya sea en áreas deshabitadas o escasamente pobladas, ya sea a través de la erradicación de la población asentada allí (Nueva Inglaterra y Canadá, más tarde Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda)– son el producto de un inmenso movimiento migratorio, causado en Europa por el desarrollo del capitalismo, que expulsa a los campesinos pobres de la tierra. Los emigrantes restauran un pequeño sistema de producción de mercancías libre de cualquier atadura feudal. Inspirados en una ideología anticolonialista, para la cual la Revolución de los Estados Unidos es el ejemplo más hermoso, rápidamente emprenden la lucha por la independencia respecto de las metrópolis. 2) En determinadas regiones de América Latina, las poblaciones, diezmadas pero no del todo erradicadas por el mercantilismo atlántico, se ven sometidas a una explotación que se relaciona primero con la extracción de los recursos minerales y luego con la agricultura. Aquí, como en el caso de Brasil, el movimiento independentista anticolonial de principios del siglo XIX es un asunto de las clases dominantes locales de origen ibérico (los criollos). El movimiento, que se dirige contra los monopolios de las metrópolis declinantes, es apoyado por Gran Bretaña, el poder ascendente del sistema capitalista. 3) Una tercera forma de colonización son las colonias reales de ese período, cuya importancia está relacionada con la extracción de plusvalor a través de la explotación esclavista (Las Antillas, el Sur de América del Norte, el Nordeste de Brasil). Aquí el a. asume la forma violenta de una revuelta de esclavos, cuyo principal ejemplo es Haití, durante la Revolución Francesa. 4) Los grandes territorios poblados de Asia (India, Indonesia y Filipinas) recién se integran en el nuevo sistema capitalista después de la Revolución Industrial y en el siglo XIX se desarrollan hasta volverse fuentes de suministros de materias primas agrícolas y mercados de consumo para las industrias manufactureras de las metrópolis. 5) Finalmente, la dominación de los mares –por parte de Inglaterra y, en posición subalterna, de Francia– permite construir una red mundial de asientos para el comercio marítimo.

El Acta General de la Conferencia de Berlín (1884/5) es el preludio de una nueva ola de conquistas coloniales, que conduce, después de unos años, a la repartición de África. Al mismo tiempo, los antiguos Estados de Asia (China, Persia, el Imperio Otomano) caen de facto bajo el estatus de ‘semicolonias’. Se cristaliza entonces la moderna ideología colonialista, que procura justificarse como una ‘misión civilizatoria’ de Occidente.

El contraataque de las víctimas del sistema imperial no se hace esperar: ya a fines del siglo XIX se forman movimientos de liberación nacional que son antiimperialistas y, a la vez, impulsores de reformas sociales y políticas internas. Este movimiento es el mediador del a. moderno, que, después de la Segunda Guerra Mundial, conduce primero al reconocimiento del derecho internacional y luego, tras la Conferencia de Bandung (1955), a la aceleración de la descolonización general, en especial la de África.

Se ha observado que el fenómeno colonial fue específico de los períodos de intensa competencia entre las diferentes metrópolis que se disputaban la hegemonía mundial: tanto los siglos XVII y XVIII, marcados por el enfrentamiento entre Inglaterra y Francia, como la etapa de conflicto entre los imperialismos analizada por Lenin, que se extiende de 1880 a 1945. Por el contrario, el poder hegemónico defiende, en los cortos períodos en los que realmente ejerce esta hegemonía (Inglaterra entre 1815 y 1870, los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial), el principio de apertura del mundo a todos los competidores (el libre intercambio del siglo XIX, la libre empresa actual), un principio que es absolutamente compatible con el reconocimiento formal de la independencia estatal.

El colonialismo se diferencia pues del fenómeno, más esencial, de la desigualdad en la expansión mundial del capitalismo, fenómeno que se caracteriza por la polarización entre centros y periferias. Esta polarización de ninguna manera puede reducirse a su forma imperialista-colonialista, propia del período comprendido entre 1880 y 1945; es inherente al sistema capitalista y acompaña todas las fases de su desarrollo, desde sus comienzos hasta nuestros días.

Aunque la forma colonial puede parecer antediluviana, existió, en dos casos, hasta la década de 1990: en Palestina, reclamada por la colonización del asentamiento sionista, y en Sudáfrica, donde el régimen del apartheid le negó a la mayoría africana los derechos de un pueblo. Estas formas solo podían sobrevivir porque estaban integradas en las estrategias globales del imperialismo.

La filosofía de la Ilustración produjo una primera ideología anticolonialista, que en el momento de radicalización de la Revolución francesa llegó incluso a solidarizarse con los insurgentes de Haití. Posteriormente, en Europa la izquierda liberal e incluso las corrientes dominantes del movimiento obrero (IIª Internacional) renunciaron al a. Estas últimas llegaron a justificar el trabajo de colonización ‘objetivamente progresista’. También en este plano, el quiebre consumado por Lenin sentó las bases de un nuevo internacionalismo, que puede conectar a los trabajadores del mundo capitalista desarrollado con los pueblos oprimidos y explotados de las periferias. Este objetivo permanece hasta el día de hoy como una tarea no saldada.

Al enfrentarse con el problema del desarrollo desigual del capitalismo, el marxismo siempre ha tenido posiciones antiimperialistas, anticoloniales y antineocolonialistas. Marx y Engels criticaron el efecto corruptivo de la colonización inglesa en Irlanda y el de la colonización rusa en Polonia: “Un pueblo que oprime a otro pueblo, no puede emanciparse a sí mismo” (MEW 18, 527)2. Luego, mientras la IIª International pasaba a tener posiciones favorables al colonialismo, Lenin expuso, en 1917, una teoría del imperialismo como “etapa superior del capitalismo” (Imp, LW 22, 189ss.)3, en la que vincula la formación de monopolios en los centros capitalistas de fines del siglo XIX con la repartición colonial, el conflicto entre los imperialistas y la corrupción de la ‘aristocracia obrera’. Desde el I° Congreso de los Pueblos del Este (Bakú, septiembre de 1920), la IIIª Internacional llamó a las clases trabajadoras de occidente a realizar una campaña de solidaridad con los pueblos en lucha por su liberación nacional. En ese espíritu, Stalin dijo que el emir afgano, que resistía las agresiones británicas, era objetivamente más progresista que los trabajadores británicos organizados en el Partido Laborista, que apoyaban a sus amos imperialistas. Finalmente, después de la Conferencia de Bandung (1955), la URSS superó el aislamiento al que la confinaron las potencias occidentales desde 1917, precisamente por su apoyo a los movimientos de liberación en Asia y África, así como también a los Estados radicales antiimperialistas y antineocolonialistas que surgieron de esta liberación. Con la disolución del sistema soviético, han cambiado entretanto las tornas: con motivo de la Guerra del Golfo en 1991, la nueva Rusia se ha unido al bloque unificado de los países capitalistas.

Si bien la colonización es, en sentido estricto, un fenómeno particular de ciertas épocas, el antagonismo entre centros y periferias resulta inherente a la expansión mundial del capitalismo desde sus inicios. Sin embargo, aún siguen incompletos tanto el análisis de las causas y los mecanismos de esta polarización mundial, asociada con el capitalismo, como las conclusiones para la acción política. El marxismo histórico, como todo el pensamiento socialista, puede incluso haber subestimado esta polarización. En su visión optimista, esperaba que las burguesías cumplieran su rol histórico asegurando un desarrollo de las fuerzas productivas que homogeneizara las condiciones de la lucha de clases en todo el mundo. En discrepancia con ello, Rosa Luxemburg formuló en Akku la tesis según la cual la reproducción del capital requiere una expansión hacia espacios precapitalistas y no capitalistas. Aunque Lenin rechazó el argumento teórico de Luxemburg, constató el desarrollo desigual y sugirió, mediante su teoría del “eslabón más débil de la cadena” (Stalin, FL, 32, cf. Lenin, LW 27, 265 y LW 5, 521) que la revolución mundial socialista podría introducirse a partir de las periferias del sistema.

La teoría y la práctica de la ‘transición al socialismo’ deben revisarse y criticarse a la luz de los análisis propuestos sobre la polarización del capitalismo mundial realmente existente. Ante los intolerables efectos sociales de esta polarización, los pueblos de la periferia están llamados a rebelarse y oponerse a la subordinación a la lógica polarizadora de la expansión mundial del capitalismo. Después de la Revolución rusa, las revoluciones en China, Vietnam y Cuba desarrollaron una estrategia para la construcción del socialismo en las periferias del sistema-mundo, que fue sistematizada en la teoría de la revolución “ininterrumpida” de la “nueva democracia” de Mao Tse-Tung (1940, AW 2, 395-449). En el otro polo del pensamiento de inspiración marxista, la teoría soviética se inclinó después de 1955 por un apoyo a los intentos nacionales burgueses de desarrollo en el período de Bandung (1955-1975). Estas prácticas consideraban oportunistas e ineficaces a quienes, como el Che Guevara, creían que el papel histórico de las burguesías en la periferia no podía superar los límites de la subalternización (compradorisation) impuestos por el capitalismo mundial.

La experiencia histórica muestra que hay que reconsiderar toda la teoría de la transición del capitalismo mundial al comunismo, transición que necesariamente es también global. Una mejor comprensión de la naturaleza de la polarización capitalista es condición necesaria para un impulso renovado tanto del pensamiento y la acción socialistas como del marxismo creativo.

 

 

Referencias bibliográficas

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S. Amin. Classe et Nation dans l’histoire et la crise contemporaine, París 1979.

N. I. Bujarín. El imperialismo y la economía mundial [1917]. Trad. de Luis Bustamante y José Aricó, Córdoba 1971.

A. Emmanuel. El intercambio desigual. Ensayo sobre el antagonismo en las relaciones económicas internacionales. Trad. de Sergio Fernández Bravo, Madrid 1972.

A. G. Frank. Le développement du sous-développement, París 1972.

A. G. Frank. Acumulación dependiente y subdesarrollo, México 1979.

H. Grossmann. La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista: una teoría de la crisis [1929]. Trad. de Jorge Tula, Madrid 2004.

G. Haupt, M. Löwy, C. Weil. Les marxistes et la question nationale 1848-1914. Études et textes, París 1974.

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J. A. Hobson. Imperialismo [1902]. Trad. de Jesús Fomperosa, Madrid 2009.

I. M. Wallerstein. El moderno sistema mundial I. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI [1974]. Trad. de Antonio Resines, Madrid 2016.

I. M. Wallerstein. El capitalismo histórico [1983]. Trad. de Pilar López Máñez, México D. F. 1988.

 

 

 

 

 

Remisión a otras entradas:

aristocracia obrera; capitalismo periférico; colonialismo; descolonización; disociación, desacoplamiento; explotación; guerra de Vietnam; guerrilla; imperialismo; intercambio desigual; la era de las luces, ilustración; liberación; liberación nacional; modo de producción colonial; movimiento campesino; neocolonialismo; no alineación; opresión; periferia / centro; poder; pueblo; revolución china; revolución cubana; revolución de octubre; revolución francesa; solidaridad; teoría de la dependencia; teoría de los tres mundos; Tercer Mundo

 

 

 

 

 

 

  1. 1 Autor Samir Amin (JR), Traducción: Angelo Narváez León
  1. 2 Corresponde a la primera parte del artículo de Engels “Literatura de los emigrados” o refugiados (1874, Der Volkstaat).
  1. 3 No hay sigla El imperialismo, etapa superior del capitalismo. En la ed. de Akal de 1977 (disponible en: https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oc/akal/lenin-oc-tomo-23.pdf) está en OC 23, 299ss.