DICCIONARIO HISTÓRICO-CRÍTICO DEL MARXISMO
Histórico-crítico1
Al.: historisch-kritisch. — Ar.: tārīḫī naqdī. — Ch: lishi-kaozheng de. —
Fr: historique et critique. — I: historical-critical — R: istoričesko-kritičeskij.
Desde la ‹ilustración griega›, como documentan entre otras las obras de Tucídides y Aristóteles, la relación entre historia y crítica se fue construyendo y tomó su impulso de la tradición narrativa popular y del elogio poético al servicio de la dominación. La filología antigua y la práctica editorial crítica de los humanistas en la época del renacimiento habían preparado elementos que la conformarían. Pero la aproximación histórico-crítica a la tradición en su conjunto es un logro de los primeros intelectuales burgueses, formados en permanente confrontación con la censura y la persecución, especialmente la de los aparatos religiosos. De manera sistemática, esta combinación aparece por primera vez en el Dictionnaire historique et critique de Pierre Bayle (1696), inaugurando la era de la ilustración como la «era de la crítica» propiamente dicha (Kant). Para Bayle, historia (Geschichte) sigue significando Historia (Historie) en el sentido de transmisión escrita u oral; y crítica, su examen a ‹la luz natural de la razón›. Este racionalismo prepara el suelo para el historicismo y la historiografía ‹científica› (i.e. de referencia ‹crítica› a las fuentes). El materialismo histórico de Marx, y más tarde el marxista, buscan explicar la historia recurriendo al modo de producción y reproducción de la vida social.
Como en su día el cristianismo, que al transformarse en estado («giro constantiniano») , cayó en aparato ideológico de estado que «en el trato con las ideas y con la transmisión de tradiciones le dio a las relaciones basadas en la autoridad estructuras férreas y un centro» (Haug 1983, 6; trad. InkriT), así también el marxismo comunista en el poder. En el apogeo del régimen de ‹comandos administrativos› instituido bajo Stalin, sus aparatos ideológicos, en su «disponer y ocultar controlado por el poder» (ibid.), operaban como una «administración central de verdades eternas» (Havemann 1982). Había que luchar nuevamente por darle el estatus de derecho natural, si no el de deber para todo marxista, a la relación crítica con la propia historia, y a la relación histórica con las propias teorías. En el socialismo de estado europeo del siglo veinte fueron en último término los cinco años de la Perestroika, del intento de democratización bajo Gorbachov, los años en los cuales se ‹liberó› a los individuos en este sentido. El derrumbe del socialismo de estado europeo «estimuló un ‹corte epistemológico› y provocó una oleada de historización», lo que dotó a lo histórico-crítico de «una firme actualidad» para los marxistas: «Se trata en todo ello, por un lado, de la valoración crítica (y autocrítica) de las experiencias históricas y, por otro lado, del examen científico, la apertura y la elaboración crítica de un enorme material de pensamiento.» (DHCM 1, Prefacio; trad. InkriT)
1. Después de los «ensayos notables de historia y crítica de la Biblia» del Leviathan de Thomas Hobbes (Lange 1903, I, III.2, 283), cuyo cuarto libro, que trata de las maquinaciones de la institución religiosa, se titula Reino de las Tinieblas, no hay ninguna otra obra que siente mejor las bases del Diccionario histórico-crítico de Pierre Bayle como la crítica bíblica de Baruch Spinoza anónimamente aparecida en 1670 (su Tractatus theologico-politicus) – un texto verdaderamente «revolucionario» (Giancotti Boscherini 1985, 23), un «escrito político de lucha» (Gadamer 1976, 19; trad. InkriT). De acuerdo con el subtítulo, hay que mostrar que, «la libertad de filosofar no sólo puede ser concedida sin peligro para la piedad y la paz del Estado, sino también que no se la puede suprimir sin destruir a la vez la paz del Estado y la piedad misma”.
«Erreurs» (errores) y «fautes» (faltas) son categorías centrales en el Diccionario histórico-crítico de Bayles}. Su plan había sido continuar con «un Dictionnaire de Fautes». Pero la demasía de faltas sin interés alguno hubiera hecho «pedante» a la obra, lo que lo condujo a una «nouvelle Oeconomie»: Comenzando por lo que se puede constatar históricamente, le añade a esto (al modo de notas de composición tipográfica palmariamente mas pequeña) comentarios, rectificaciones, crítica de juicios tradicionales, y ocasionalmente algunas reflexiones filosóficas. Es ejemplar el artículo de 19 páginas sobre Spinoza, el autor por aquel entonces más odiado y difamado por parte de los ideólogos clericales de todas las confesiones. Formalmente: La parte Histórica del artículo abarca normalmente no más que dos o tres renglones por página; el resto lo componen, en petit, las observaciones ‹críticas›. En cuanto al contenido: Es cierto que Bayle, atendiendo a la regulación oficial del idioma, denomina «detestable» al Tractatus de Spinoza («un livre pernicieux et détestable, où il fit glisser toutes les sémences de l’Athéisme») ; sin embargo, la intachable personalidad de Spinoza luce en todo ello aún más: «c’étoit un homme qui n’aimoit pas la contrainte de la conscience, & grand ennemi de la dissimulation». De la ejemplar vida ética de Spinoza infiere él la posibilidad de que una comunidad de ateístas podría convivir en mayor paz que una de cristianos. «Cela est étrange; mais au fond il ne s’en faut pas plus étonner, que de voir des gens qui vivent très-mal, quoiqu’ils aient une pleine persuasion de l’Evangile”.
Es contra esta emancipación de los criterios morales frente al convencimiento religioso que entra Leibniz en campaña con su Teodicea. Éste critica el Diccionario histórico-crítico de Bayles, «donde la religión y la razón aparecen en lucha, y donde su autor quiere imponer silencio a la razón, después de haberla hecho hablar demasiado» (Prefacio; trad. InkriT). Escribe que, en la segunda edición del Diccionario histórico-crítico, Bayle agregó a su exposición de las posiciones maniqueas y escépticas, censurada «por algunas personas celosas por la religión», un tratado «en donde trataba de mostrar con ejemplos, autoridades y razonamientos, la inocencia y utilidad de su procedimiento» (Teodicea, Prefacio dis. §39). En semejante uso del derecho propio de la razón, Leibniz divisa el comienzo del fin de la fe. No puede ser admitida contradicción alguna entre ambas actitudes, «la razón es un don de Dios, lo mismo que lo es la fe», por lo cual un combate entre ambas sería un «combattre Dieu contre Dieu» (ibid.). Leibniz parece percibir que la apología de la religión se mueve en un terreno peligroso. En ningún caso se puede decir «que lo que se cree es insostenible: pues esto sería hacer que triunfara la razón a su vez de una manera que destruiría la fe» (§41; trad. InkriT).
Mientras que Descartes se había propuesto demostrar la compatibilidad de la ciencia, y en especial la de su propia filosofía, con la religión, Bayle, «como observa Voltaire, no insertó una sola línea que atacase abiertamente al cristianismo”, pero al mismo tiempo «no escribió ni una palabra que no tuviese por objeto despertar dudas» (Lange 1903, I, IV.1, 330). Ciertamente hizo creer que la contradicción entre razón y revelación se resolvía a favor de ésta última, «pero el efecto estaba calculado hacia la toma de posición del lector en sentido contrario» (ibid.; trad. modificada). «Pocos libros han producido tanta sensación» (ibid.), tanto al mundo erudito en general, como al de «los más doctos» (ibid.). «Su estilo”, dice Hermann Hettner, «tiene una vivacidad eminentemente dramática, frescura, naturalidad, atrevimiento y temeridad provocadora; a pesar de esto es siempre claro y va derecho al fin»; mientras que aparenta tan sólo jugar ingeniosamente con su materia, la «penetra (prüft) y […] analiza (zergliedert) hasta en sus profundidades más secretas» (1894, 48, según Lange 1903, 330). Aquí «se encuentra […] el germen de la táctica empleada por Voltaire, y por los enciclopedistas» franceses; e incluso al modo de pensar y escribir de Lessing se extiende esta influencia (Lange 1903, 330). Una prueba de ello se encuentra por ejemplo en el juicio de Lessing sobre Alexander Pope: «Como […] proceden los más de los poetas”, leyó «antes a este y al otro escritor sobre su materia y, sin estudiarlos según los propios principios”, conservó «de cada uno de ellos» lo que creyó «que puede rimarse mejor en versos armoniosos. Respecto a sus fuentes creo haber dado con el rastro, en torno a lo cual he hecho algunas otras observaciones histórico-críticas, a las que consagro el apéndice siguiente» (¿Pope, un metafísico?, Escritos Filosóficos y Teológicos, p. 301).
El Diccionario histórico-crítico de Bayle marcó época, en el sentido de un corte epistemológico innegable. Kant por ejemplo, en su recensión sobre una obra de Herder, «hubiera deseado que [a éste] una mente histórico-crítica [le] hubiera preparado el terreno». Aquí se considera como criterio de competencia histórico-crítica el que la persona en cuestión haya «seleccionado entre el […] cúmulo de informaciones relativas a la naturaleza humana, […] justo aquellas que se contradicen mutuamente, colocándolas unas junto a otras (por supuesto, con advertencias adjuntas respecto a la credibilidad de cada narrador)», evitando así el apoyarse «en informaciones unilaterales, sin haber sopesado previamente otros informes» (1994, 62-63). Esto define el proceder histórico-crítico en el siglo de las luces. Como dice Kant, todo conocimiento es, si se abstrae de su contenido objetivo, «subjetivamente, o bien histórico o bien racional», siendo que «Histórico» aún no significa «geschichtlich», sino la noción de datos que le fueron dados al sujeto de conocimiento «desde fuera, ya sea por la experiencia inmediata, por un relato, o a través de una enseñanza (de conocimientos generales)» (Crítica de la Razón Pura, B 863 ss.). El contra-punto arquimédico alrededor del cual gira esta determinación es la cognitio ex principiis, en la cual el sujeto de conocimiento no sólo recepciona (rezipiert) racionalmente, sino que extrae de su propia razón. Quien se entrega a lo ‹Histórico› (por esto entiende Kant también el que alguien estudie la filosofía existente en lugar de filosofar a partir de los principios encontrados en sí mismo) «se ha formado a la luz de una razón ajena, […] y aunque es, desde un punto de vista objetivo, un conocimiento racional, es meramente histórico desde un punto de vista subjetivo» (ibid.). Quien «ha entendido y retenido bien» lo así recepcionado, es en realidad tan sólo «una reproducción en yeso de un hombre viviente» (ibid.). Los conocimientos (objetivamente racionales) son también subjetivamente racionales recién cuando han surgido «de las fuentes universales de la razón –fuentes de las que puede surgir la misma crítica o incluso el rechazo de lo aprendido» (ibid.). El problema de lo Histórico reside en que, como todo lo «que no podemos aprender más que por la experiencia de otro, por medio del testimonio», en primera instancia hay que ‹creerlo›. Pero «éstas no son, sin embargo, cuestiones de fe», ya que, para algún testigo, fueron «experiencia propia, y cuestiones de hecho o que, al menos se suponen tales». Por consiguiente «debe ser posible llegar por este camino (de la fe histórica) a la ciencia; y los objetos de la historia y la geografía, como en general todo lo que es […] posible saber […], entran […] en las cuestiones de hecho» (Crítica del juicio, § 91, 3; trad. InkriT). En este sentido, una ordenación crítica de los hechos históricamente transmitidos es, según la Antropología en sentido pragmático de Kant, una obra histórico-crítica.
2. El joven Marx, a los 24 años, tras sus primeras dos explosivas publicaciones sobre censura y libertad de prensa ataca el uso conservador y reaccionario de lo histórico-crítico en la «Escuela histórica del derecho», que llevó «la pasión por las fuentes hasta el extremo de sugerir al navegante que mueva su buque no por el río, sino por la fuente de que nace» (El manifiesto filosófico de la Escuela Histórica del Derecho, 237). Gustav Hugo, fundador de la escuela, tergiversa la relativización Kantiana del conocimiento ‹histórico› tornándola en su contrario, imaginándose, como se mofa Marx, que «si no podemos llegar a conocer la verdad (das Wahre), tenemos derecho, consecuentemente, a admitir como moneda de buena ley lo falso (das Unwahre), siempre y cuando que exista» (238).
Que lo existente es irracional, y por tanto malo, había sido el argumento para el cambio. Después de fracasar en su intento de exponer al viejo régimen como racional, la contra-ilustración pasa a totalizar el veredicto de lo irracional. Si la equiparación de Hegel había sido racional (vernünftig) = real (wirklich), la de Hugo era: positivo-real = irracional, y con ello la razón = no-real. «Trae de todos los puntos cardinales […] razones para llegar a la evidencia de que ninguna necesidad racional anima las instituciones positivas, por ejemplo la propiedad, la Constitución del Estado, el matrimonio, etc., de que estas instituciones contradicen incluso a la razón» (ibid.). Para quitarle a la izquierda el argumento de la razón, «Hugo profana cuanto es sagrado para el hombre jurídico, moral y político, pero sólo destroza a estos dioses para poder rendirles el culto histórico debido a las reliquias» (ibid.). Su crítica «nivela»: «Toda existencia es para él una autoridad y toda autoridad es reconocida por él como un fundamento.» (ibid.). Un relativismo radical neutraliza todas las diferencias civilizadoras del desarrollo. «El escepticismo del siglo XVIII frente a la razón de lo existente se manifiesta en él como el escéptico frente a la existencia de la razón. Hugo adopta el iluminismo, […]; entiende que se han despojado las cadenas de las flores falsas para poder llevar auténticas cadenas no adornadas por flores.» (239) Con ello, la deslegitimación histórico-crítica de todo régimen despótico se ha convertido en la justificación del «derecho del poder arbitrario» (243). –Marx aplica ahora el procedimiento histórico-crítico a las aún más barrocas «teorías jurídicas e históricas» que suceden a Hugo, en las que, «tras algunas operaciones del arte crítico del discernimiento, se torna legible el texto original» (ibid.; trad.modificada).
En lo sucesivo, Marx y Engels trasladan las exigencias histórico-críticas al terreno de la historia, medida ahora desde el patrón de la teoría social y en observancia de las luchas de clases. Entretanto, Feuerbach había resuelto (aufgehoben) la crítica de la Biblia en la crítica ‹atea› de la religión. Llevar a cabo la crítica de la tierra después de la del cielo, y extender la crítica de la religión a una crítica general de la ideología, va a ser el sentido de la concepción materialista-práctica de la historia, la cual busca en la producción y reproducción de la vida social las fuerzas impulsoras y ‹elementos› últimos del proceso histórico. La crítica de la economía de Marx dejará entrar en escena lo Histórico de las formas de valor capitalistas bajo la apariencia de la naturalidad que las envuelve tanto en la conciencia cotidiana como en la teoría económica. Lo histórico-transitorio puesto así al descubierto ha de estimular la fuerza histórico-formadora del proletariado. Apoyándose en Benedetto Croce, lo ‹stórico› no es para Gramsci necesariamente la historia en formación (en alemán: geschichtlich. Cfr. Haug 1994, 1214); más bien, «la tradición de todas las generaciones muertas» puede oprimir «como una pesadilla el cerebro de los vivos» (Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte , 404). Este impulso teórico-práctico de abordar las raíces sociales de lo históricamente solidificado para ayudarle a ‹otro mundo› a realizarse, es en Marx la base para la apertura del «Continente-Historia» (Althusser, 1992, 20), aún cuando este sentido emancipador haya sido frecuentemente obscurecido por discursos objetivistas acerca de ‹leyes›.
3. Es ahora ya en reacción al movimiento obrero socialista, que Friedrich Nietzsche declara «historia y crítica» como síntesis (Inbkegriff) de lo decadente (El nacimiento de la tragedia, 23). Si «un pueblo» comenzara «a concebirse a sí mismo de un modo histórico y a derribar a su alrededor los baluartes míticos» ocurriría una «mundanización», en el sentido de «una ruptura con la metafísica inconsciente», metafísica que constituye el ‹valor› de un pueblo el cual, gracias a ella, es capaz «de imprimir a sus vivencias el sello de lo eterno» (ibid.). Esto es lo que Nietzsche ve «disgregado por el espíritu histórico-crítico de nuestra cultura (Bildung)» (ibid.). En Más allá del bien y del mal (§ 209) elogia, en contra del escepticismo histórico-crítico, «el escepticismo de la virilidad temeraria, que está estrechamente emparentado con el genio para la guerra y para la conquista”, y al que ve encarnado en Federico el Grande. De este escepticismo, ensalza la paradójica idea del Herrenmensch, que «desprecia y, sin embargo, atrae hacia sí; […] otorga al espíritu una libertad peligrosa, pero al corazón lo sujeta con rigor ; es la forma alemana del escepticismo, que […] ha tenido sometida durante largo tiempo a Europa bajo el dominio del espíritu alemán y de su desconfianza crítica e histórica.”
«El espíritu histórico-crítico de nuestra cultura (Bildung)» fustigado por Nietzsche, encuentra su expresión anti-positivista en la Geistesgeschichte, creación que en lo esencial se atribuye a Wilhelm Dilthey. Ella reclama que «la cuestión del valor de los diversos procedimientos de que el pensamiento se sirve para resolver sus tareas se decida histórico-críticamente dentro del cuerpo de esas mismas ciencias, y que se esclarezca mediante la consideración de ese gran proceso cuyo sujeto es la humanidad misma la naturaleza del saber y del conocer en este dominio» (Introducción a las ciencias del espíritu, 13). Dilthey explica el «señorío» medieval «de la superstición» a través de «la autoridad de una tradición mutilada y falsificada del mundo antiguo» (o sea, en lo básico, siguiendo los pasos de Bayle). Contra la combinación «acrítica» de «los supuestos gnoseológicos de la escuela histórica y los del idealismo» de Humboldt, funda Dilthey «la edificación de un mundo histórico en las ciencias del espíritu» sobre una «crítica de la razón histórica» (136), para lo cual parte del supuesto de que las estructuras internas, psicológicamente descriptibles, se expresan en cosmovisiones etc. (ibid.). También aquí, en los «frentes científicos […] encuentra su continuidad la política» (Krauss, Literaturgeschichte , 30; trad. InkriT); y es que Dilthey esperaba que del aumento del «poder autónomo de las ciencias del espíritu», se diera una «depresión de las clases más altas» (Briefwechsel, 29.2.1892, 139).
4. Después de haberles preparado el camino, el «Diccionario histórico-crítico» de Bayle fue eclipsado por el éxito de la Enciclopedia editada por Diderot y D’alambert. El concepto de lo «histórico-crítico» se estableció con firmeza tan sólo en la praxis editorial. Lo que Erich Auerbach declaró con respecto a la «edición crítica”, tiene validez de modo especial para la «edición histórico-crítica de textos»: En el mundo de la erudición se la considera como «la plus noble et la plus authentique» (1965, 9) entre las obras de la filología. «Investiga sobre todo la antigüedad, propiedad y autenticidad de las obras escritas, y estima su exactitud original o sus corrupciones ora casuales, ora deliberadas, no pocas veces hasta un reestablecimiento, verificable, de aquello que un autor realmente había escrito, o empero hasta una indicación satisfactoria de aquello que no corresponde al supuesto autor (Urheber)» (Wolf 1807, 39 ss.; trad. InkriT). Para realizar esto de un modo transparente (verificable) se han de acreditar la historia y los portadores («testigos textuales») de la tradición, como también las variantes textuales, en lo posible insertas en la historia de su génesis con sus referencias contextuales; mientras que el efecto y la transmisión interactúen, la historia de la recepción ha de ser incluida (véase Grundzüge, 1996, 179 ss.). Karl Lachmann desarrolló el paradigma de edición crítica para la edición de los autores ‹antiguos› (en los que se persigue la reconstrucción de lo que a menudo ha sido transmitido tan sólo fragmentaria– o contaminadamente) y lo trasladó después a la edición de las obras de un autor moderno como Lessing (1838-40). «Siguiendo este modelo, el tipo de edición histórico-crítica de los escritos de Schiller (a partir de 1867)» ofrecido por Karl Goedecke «se convirtió en norma para las siguientes ediciones» (Reallexikon, 1958, 318; trad. InkriT). Por cierto que la reconstrucción histórico-crítica que apunta a la autenticidad del texto no puede ser separada de la mediación de sentido: «Vivir clásicamente y realizar prácticamente en sí la edad antigua» es para Friedrich Schlegel el «objetivo de la filología”, si bien no está del todo seguro de si esto «es posible sin cierto cinismo» (Athenäumsfragmente, Nr. 147; trad. InkriT).
Donde se refiere a los autores proscritos por su crítica de la dominación y de la ideología, a los perseguidos o a los censurados por su postura democrática o por su compromiso para con los explotados y oprimidos, cuyos libros fueron quemados –es decir precisamente a los que son de particular interés para un diccionario histórico-crítico del marxismo– el concepto de lo histórico-crítico da un giro hacia lo histórico-inconcluso de los movimientos sociales y sus luchas. Así, de forma más comprehensiva que sus predecesores de principios de la época burguesa, el método histórico-crítico hace verdadero honor a su nombre y pasa de una existencia meramente formal a darse para sí como contenido. Por ejemplo, en la búsqueda de la ‹otra historia› de las mujeres, que en el transcurso de la opresión patriarcal fue borrada o sobre-escrita masculinamente: ahí le nace al procedimiento histórico-crítico, en referencia a todos los subalternos y los colonizados, el significado de un cepillar la historia a contrapelo desde la posición de los oprimidos. Queda aún por someter a este proceder la censura ‹histórico-crítica› de la tradición efectuada desde la posición de los dominadores mismos, a lo cual apuntaba la frase de Karl Barth: «Los histórico-críticos deberían ser más críticos conmigo» (1998, 52). Esto refería a la interpretación histórico-crítica de la Biblia, por aquel entonces dominante, que reducía la ‹causa› de la que trata la Biblia (la liberación de las relaciones de esclavitud) a la pregunta de ‹cómo fueron en realidad las cosas›. Contra este proceder reduccionista, que hace del Mesías un ‹Jesús histórico› cortado conforme a la idea burguesa de ‹buen hombre›, escribió Barth: «Krínein, cuando se aplica a un documento histórico, significa para mí medir todas las palabras y grupos de palabras contenidos en él con el asunto del que, si todo no engaña, parece que hablan» (52).
En la historia de la filosofía y de la teoría, lo histórico-crítico se activa cuando se trata de testimonios de crítica radical de la dominación y de la ideología, comenzando por Demócrito, el materialista y acaso único demócrata entre los filósofos clásicos (compárese el fragmento 251, que la tradición, significativamente, suscribe a un «Demócrates»), cuyas obras, según Aristoxeno (Comentarios históricos), acopiara el antidemócrata y antimaterialista Platón -para luego «quemar los escritos de Demócrito que había podido recoger» (Vidas de los filósofos más ilustres, Diogenes Laercio, Libro IX, 5, 257); pasando por Epicuro, a quien a lo largo de los siglos llamaran «el cerdo» (cfr. ibid., Libro X,3 ss.; Kimmich 1993) porque había declarado al temor a la muerte, y sobre todo al temor a un más allá de castigo o recompensa (introducido en la filosofía por Platón, y corroborado por Cícerón), como cuestión libre de objeto («pues lo que se disuelve carece de sensación y el carecer de sensación no es nada para nosotros.» Kyriai doxai, §2); o Spinoza, el autor maldecido por los rabinos judíos y prohibido por las instituciones cristianas; así hasta los autores demócratas radicales y marxistas que fueron a dar entre las piedras molares del estalinismo y del fascismo: en todos los casos semejantes, en los que la tradición, practicada desde la posición de los dominadores, cerró el acceso a las fuentes a través de la censura, la instauración del silencio, la aniquilación o la difamación, lo histórico-crítico se fusiona con la causa misma. Es este tipo de ampliación del procedimiento histórico-crítico, que se consuma en sus contenidos, lo que presenta Peter Weiss en aquella escena de la Estética de la resistencia , en la que el altar de Pérgamo, en los primeros años del nazismo, es mirado con los ojos de los jóvenes antifascistas a la luz de una historia milenaria de opresión de clases y explotación (no sólo económica, sino también estética-corporal), buscando recuperar así para la causa de los oprimidos el poder allí vertido con objeto de la reproducción simbólica del orden de dominación.
5. Una aparición sorprendente es la del concepto de «filología» en los Quaderni del carcere de Gramsci, donde «la teoría y práctica de la crítica filológica […] constituye, como tal , una contribución de lo más importante para la elaboración de una filosofía de la praxis de carácter anti-dogmático» (Buttigieg 1991, 64; trad. InkriT). Gramsci no sólo habla de filología en el sentido técnico del trabajo con el texto, sino que describe con ella todo procedimiento que se ocupe de lo singular-concreto –incluso la metódica de un partido de masas. La inspiración podría haberle venido de Giambattista Vico: Mientras que éste le asigna a la filosofía la constatación fundamentada en la razón de lo verdadero (verum), le encomienda a la filología, como «nuevo arte crítico”, la constatación de aquellas cosas que son ciertas (certum) porque «dependen del arbitrio humano» (La ciencia nueva; trad. InkriT)
Por un lado, la filología posee para Gramsci «un valor puramente instrumental, junto con la erudición» (Q11, §42, 1461; trad. InkriT). Para estudiar la «concepción del mundo» de Marx, la cual «nunca fue expuesta sistemáticamente por su fundador (y cuya coherencia esencial no se ha de buscar en cada escrito o serie de escritos, sino en el entero desarrollo de la variada labor intelectual […]), hay que hacer preliminarmente una labor filológica minuciosa, conducida con el mayor escrúpulo en cuanto a exactitud, honestidad científica, lealtad intelectual, ausencia de todo prejuicio» (Q 16, §2, 1840-41; trad. InkriT). Gramsci perfila en lo que sigue los fundamentos para una relación histórico-crítica con Marx y para una correspondiente edición de sus obras, capaz ésta de ofrecer un «texto crítico en su referencia a las fuentes» («testo diplomatico»; 1841-42; trad. InkriT). Al mismo tiempo «hay que plantear la cuestión de las relaciones de homogeneidad entre los dos fundadores de la filosofía de la praxis» (1843); no hay que identificar ni el uno con el otro, «ni hay que pensar que todo lo que el segundo ha atribuido al primero sea absolutamente auténtico y sin infiltraciones» (ibid.). En vista de las tendencias dogmatizadoras dentro la Internacional Comunista, una filología de este tipo adquiriría inmediatamente una fuerza política explosiva.
En segundo lugar, contra la tendencia a hacer del materialismo histórico una ‹ciencia de las leyes› sobre la sociedad y la historia, Gramsci eleva la filología a órgano para la lógica de lo histórico, la cual se distingue para él por el hecho de dejar a lo singular encontrar su justa expresión, sobre todo cuando el sujeto es en cierto modo parte integral del objeto en tanto que estamos hablando de actividad humana. «La experiencia sobre la que se basa la filosofía de la praxis no puede ser esquematizada; ella es la historia misma en su infinita variedad y multiplicidad» (Q11, §25, 1428; trad. InkriT). Pero sobre la investigación de la historia, señala que «puede dar lugar al nacimiento de la ‹filología› como método de la erudición en la verificación de los hechos particulares» (1428-29; trad. InkriT), lo que hace necesario ampliar «la esfera de la filología como es entendida tradicionalmente» (1429; trad. InkriT). Bajo estas condiciones se pueden llevar luego los nexos regulares a la forma de «leyes de tendencia […] que corresponden, en la política, a las leyes estadísticas o de los grandes números» (ibid.; trad. InkriT). El paradigma de una filología ampliada no se dirige tan sólo contra el objetivismo científico basado en leyes, sino también contra la interpretación especulativa de la historia, para liberarse «de todo residuo de trascendencia y de teología también en su última encarnación especulativa» (Q10, §8, 1226; trad. InkriT): «Si el concepto de estructura es concebido ‹especulativamente› ciertamente deviene en un ‹dios oculto›; pero justo por eso no debe ser concebido especulativamente, sino históricamente, como el conjunto de las relaciones sociales en las que los hombres reales se mueven y operan, como un conjunto de condiciones objetivas que pueden y deben ser estudiadas con métodos de la ‹filología’» (ibid.; trad. InkriT). «El carácter fragmentario de los cuadernos se debe», en opinión de Joseph A. Buttigieg, «al menos en parte, al método ‹filológico› que gobierna su composición.» (1991, 63)
En tercer lugar , y en ello sale a la luz la quintaesencia político-práctica de su intervención, Gramsci transfiere el concepto de la filología al modo práctico de acción de los «partidos de masa y su adherir orgánicamente a la vida más íntima (económico-productiva) de la masa misma”;en ello no se trata sólo del «conocimiento y el juicio sobre la importancia» de los sentimientos que se agitan dentro de las masas, sino de la influencia que ejerce sobre éstos «el organismo colectivo a través de la ‹co-participación activa y consciente›, a través de la ‹compasionalidad› (con-passionalitá), a través de la experiencia de las particularidades inmediatas, a través de un sistema que se podría decir el de una ‹filología viviente› (filologia vivente). Así se forma una estrecha ligazón entre gran masa, partido, grupo dirigente, y todo el complejo, bien articulado, se puede mover como un ‹hombre colectivo›.» (Q11, §25, 1430; trad. InkriT)
6. Al publicar los escritos de Marx, los problemas técnico-filológicos de una edición histórico-crítica se superponen con los de una recepción histórico-crítica. Por cierto que aquí, dejando a un lado la versión final de la Ideología alemana , se ha conservado casi todo gracias a las virtudes administrativas de los implicados y sus continuadores, y nada –aparte de la letra de Marx, que pueden descifrar tan sólo los especialistas– se interpondría a la publicación, si no fuera por el inaudito historial de repercusiones histórico-universales y sus efectos. El problema no son sólo los enemigos, de los cuales el más atroz sobrevino en la forma del «contra-bolchevismo» nazista (Haug 1980, 59-63; trad. InkriT), sino también los amigos y sucesores que, casi sin excepciones, cada vez que hicieron accesible al público algo del montón de manuscritos lo utilizaron tan sólo de forma táctica. Los méritos de Friedrich Engels al promover la impresión de los libros II y III de Das Kapital son indiscutiblemente tan grandes que se lo ha podido calificar ‹padre del marxismo›, y a éste como «engelsismo» en realidad (Künzli, citado según Hirsch 1968, 95); pero no obstante, las Tesis sobre Feuerbach las publicó en 1888 con graves cambios, que dan fe en parte de una falta de comprensión, rayan en falseamientos del texto, y suministraron material a una recepción vulgarizadora. El formato que dio de obra acabada a los manuscritos marxianos para Das Kapital II y III atendía a un efecto político, no a una transparencia histórico-crítica (véase MEF 2001). Las Theorien über den Mehrwert fueron editadas por Karl Kautsky con fuertes intromisiones, transposiciones, retoques, infringiendo todas las reglas de una edición crítica. Por cierto que los manuscritos que se tomaron como base exponen en gran medida un material más o menos en bruto. «Junto a detalladas exposiciones hay frases cortas sin terminar, normalmente sólo breves indicaciones para la ulterior elaboración. Marx alterna continuamente además tres idiomas […] –alemán, francés e inglés. Ésta y otras dificultades permiten en casos concretos varias interpretaciones […]. Por eso no es oportuno aquí querer retocar el texto en este lugar, y queda completamente descartada la composición de un texto ‹fluido›, si es que no ha de resultar algo totalmente distinto a la obra de Marx» (MEW 26.1, Vorwort ; trad. InkriT; véase Sander 1983).
Otra dificultad la pone la aserción de que todo texto existe «como producto intelectual […] tan sólo en sus interpretaciones» (Heinrich 1991, 22; trad. InkriT), una afirmación que declara absoluta una posición legítima. Los pareceres que a menudo se superponen a los originales a la manera de prejuicios grupales llevaron a Brecht a afirmar que el marxismo se volvió tan ignoto «a causa principalmente de los muchos escritos sobre él» (carta a Korsch, 1939, GA 29, 131; trad. InkriT). En vista de ello, fue de la máxima significación la decisión del PCUS de publicar, en lugar de meras compilaciones, ‹todos los Marx y Engels› en una presentación histórico-crítica de los textos. Los méritos del editor de la primera MEGA, David Rjazanov, son incalculables (véase Vollgraf et al. 1997). Historia aparte es la de las maniobras para sonsacarle a la custodia socialdemócrata copias de los manuscritos de Marx, y más tarde, para salvarlas de las garras de los nazis. Pero, entonces, Stalin mandó a asesinar a Rjazanov. Tras la invasión alemana sobre la Unión Soviética se suspendió el proyecto MEGA. A la dirección estaliniana le habrá resultado tanto más fácil tomar esta decisión, en cuanto el Marx íntegro y auténtico, que allí había comenzado a sacarse a la luz, no era compatible con el método de dominación por ella practicado ni con el marxismo-leninismo codificado para su legitimación.
En la década del 1970 –como proyecto internacional bajo responsabilidad de los Institutos de Marxismo Leninismo (IML) de Moscú y Berlín– se acometió la segunda MEGA. Corresponde a las contradicciones de las estructuras políticas postestalinistas el que también asumieran, con sus enormes costos, los riesgos ‹ideológicos› de publicar un material a fin de cuentas incompatible con las formas de dominación todavía etatistas comando-administrativas. Mientras que la redacción de los textos, incluido el aparato crítico, satisface todas las exigencias «técnicas» y suponen un logro enorme, las introducciones encerraban a Marx, no pocas veces tan ahistórico como acrítico, en un mausoleo de elogio bizantino (véase Haug 1985). Esta cárcel de solemnidad y celebración no admite en Marx problema alguno, ni momento especialmente crítico en el estudio, ni ninguna indeterminación, ni ninguna ambigüedad textual. Pero la masa de los manuscritos publicados en la MEGA según las reglas de la técnica histórico-crítica dicen algo muy distinto. Es como si Marx hubiera cambiado su lugar de trabajo una y otra vez, dejando atrás inmensos excerptas, esbozos y obras inacabadas. Incluso el único de los libros de Das Kapital que editara el mismo Marx (el primero) contiene tantas capas de reelaboración en las que se consuma tácitamente un cambio de paradigma que se lo podría comparar con un «palimpsesto”, un pergamino continuamente vuelto a pintar, o sobre el que se ha escrito, capa a capa, una y otra vez (Scaron 1975, VIII; Lefebvre 1983, XXX ss.). Partiendo de la última edición (en este caso de Engels), una edición histórico-crítica tendría que hacer explícitas las capas de reelaboración y, en lo posible, «historizarlas». De este modo, como «una primera aproximación a una edición crítica» que documenta «en conjunto» (aunque no completamente) todas las ediciones publicadas en vida de Marx, como también los cambios efectuados por Engels en la cuarta edición alemana, está concebida la edición latinoamericana de Pedro Scaron en Siglo XXI (1975, XI). Ésta tiene la extraordinaria virtud de mostrar el proceso de estudio de Marx, cuyo enfoque y racionalidad han sido poco investigados, aún menos comprendidos, y que han sido de decisiva importancia para la interpretación–proceso que a los ojos marxista-hegelianos de muchos intérpretes (como Fetscher, Reichelt, Backhaus, Heinrich) resulta histórico-decadente. Pero como la Crítica de la economía política sólo tiene sentido en tanto que con ella se pueda pensar una realidad sometida, ya desde tiempos de Marx, a siempre nuevas transformaciones, hay que poner especial atención al desarrollo conceptual marxiano. En vista de la extremadamente compleja situación que rodeaba a cada texto, los editores de la MEGA se decidieron por publicar las distintas ediciones, no «en conjunto», sino cada una por separado. No sólo había que tomar en cuenta las distintas ediciones alemanas de Das Kapital I , sino sobre todo la traducción francesa, supervisada por Marx, e incluso (aunque fuera como contraste, para documentar la divergencia en la concepción metodológica entre Engels y Marx) la traducción inglesa, «de cuyo texto» dijo Engels ser él mismo «responsable en última instancia» (III, 6, 3). Ciertamente, toda estimación acerca de cambios o traducciones hubiera requerido respectivamente competencia en cuanto a los contenidos, y cada valoración se hubiera tenido que mover sobre el hielo resbaladizo de una censura que congelaba las diferencias aún no esclarecidas entre escuelas y enfoques en vez de entregarlas a un proceso de discusión abierta.
Los editores MEW del tomo I de Das Kapital , por otra parte, se abocaron a la tarea que Engels anunciara en la cuarta edición (I, 1, 33) de «fijar definitivamente, en lo posible, […] la forma del texto», y –con algunas excepciones– desistieron a la caracterización de las capas del texto. La adopción por parte de Engels de los sustanciales cambios de la edición francesa no se revisó en su integridad ni se completó. Debido a esto, en la edición-estándar alemana faltan cambios que aportan indicios decisivos acerca del desarrollo y perfeccionamiento de la concepción de la dialéctica por parte de Marx, dialéctica cuyos «límites» ya eran para él de tanta importancia que remitiera a los lectores rusos de El Capital a la traducción francesa, pese a que existía una rusa desde hacía ya tiempo (véase MEW 19, 108). En su lugar, el texto se custodió de una manera tan exagerada, que hasta un claro error de imprenta, pasado por alto por Marx en la corrección de la segunda edición, fue arrastrado, contra todo sano juicio, hasta la duodécima edición de Das Kapital (MEW 23), de 1977 (Skambraks 1979), al tiempo que otro error, que se había deslizado en la póstuma tercera edición a cargo de Engels, y que siguió reproduciéndose de forma irreflexiva aún en la edición número 33 de 1989 (página 53, el singular de Ware [mercancía] en lugar de su plural, Waren [mercancías]), legitimó interpretaciones dialéctico-hegelianas, por más que Marx ya había tronado furiosamente contra éstas en las Notas marginales al Tratado de economía política de Adolph Wagner y remitido a la versión (todavía) correcta de la segunda edición (cfr. Haug 1992).
Que una técnica de edición histórico-crítica limitada a lo formal no se puede separar nítidamente de la interpretación, eso se muestra en los índices de materias de la MEGA, de un modo no muy distinto a como se mostraba en los de la MEW anteriormente. Bajo la dirección del IML (hasta 1989) se echan en falta muchos conceptos de Marx que ganaron importancia fuera de la estrecha esfera de influencia del marxismo-leninismo, al tiempo que se constatan conceptos que no sólo no aparecen en el texto de Marx («Mehrwertgesetz»), sino que en parte contradicen abiertamente el pensamiento marxiano: Así, en el registro del Tomo II.5, la Kritik der politischen Ökonomie se transformó en la «marxistische politische Ökonomie», y el concepto clave de Marx, «Kritik», incluso falta del todo (Haug 1985, 216).
El carácter histórico-crítico de la MEGA se concreta en el precepto de transparencia de los expedientes editoriales, bajo proclama de símbolos ‹diacríticos› y de un ‹aparato crítico› que indica correcciones y enumera variantes. La introducción, como dicen las reglas reformuladas en la situación poscomunista de 1993, da cuenta de «la constitución del tomo, su delimitación o su relación respecto a otros tomos y su estructura interna; las razones para la incorporación o la exclusión de documentos; la ordenación de los materiales, el análisis crítico del texto conforme a su carácter específico; las decisiones editoriales tomadas como resultado de la crítica del texto (por ejemplo determinación de la autoría, datación, reproducción del texto, revisión del mismo, presentación de las variantes y otras particularidades editoriales)» (Editionsrichtlinien, 30; trad. InkriT).
7. El derrumbe del socialismo de estado europeo expulsó a Marx y al universo marxista de la ‹eternidad› de una ideología que giraba alrededor de la dominación de estado y su legitimación, arrojándolos, como a un ‹objeto sin dueño›, a la tierra de nadie de la historia. El presente Diccionario Histórico-Crítico del Marxismo dejó que fuera esta cesura de la historia universal la que determinara su tarea. Ella encuentra su mejor expresión en el concepto de «crítica salvadora”, la «rettende Kritik» de Walter Benjamin, en combinación con la imagen de un «arca de Noé» del conocimiento crítico (DHCM 1, Prefacio , III). En cuanto a los contenidos, el procedimiento histórico-crítico reacciona aquí ante «una constelación de peligros, que amenaza tanto a lo transmitido como al receptor de la transmisión» (Benjamin, La Obra de los Pasajes, N 10a, 2 , 150). La intención salvadora no desactiva «el momento destructivo o crítico en la historiografía materialista» del que habla Benjamin (149). No se la debe confundir con la apología.
En el trato con Marx, la primera palabra posee un carácter de filología analítica que extiende el ‹amor a la palabra› hasta el ‹amor al concepto›. No es la teoría de las ideas de Platón y todos sus ulteriores disfraces los que han de orientar esta lectura, sino ante todo la máxima de Ludwig Wittgenstein: «el significado de una palabra (Ausdruck) es su uso en el lenguaje» (Investigaciones filosóficas, parte I, 43) Antes de seguir el rastro de un concepto de Marx en las luchas históricas y en los enredos contemporáneos, hay que asegurarse del uso que Marx le da, a través de una labor filológica textual. Por regla general, se muestran en este proceso ambigüedades que hacen imposible mantenerse ‹pegado› al texto. Quien reconoce «que no se trata de la conservación de un monumento, sino de un ‹work in progress›, y que el progress justamente radica en la continuación histórico-crítica de la obra» (Knepler 1996, 53; trad. InkriT), tendrá que enfrentarse a la pregunta de (por continuar la metáfora del «análisis espectral» de Derrida) cuáles son los colores ‹espectrales› de Marx a los que hay que hacer referencia, y cuáles no. Para el Diccionario Histórico-Crítico del Marxismo , pese a todo el significado que le atribuye a las obras de los fundadores del marxismo, no puede ser válida la máxima de la hermenéutica conservadora que encuentra su esencia de autoridad (autoritatives Wesen) en lo que ha sido (Gewesenen), y que se propone la «rehabilitación de autoridad y tradición» porque su paradigma lo constituyen la interpretación de leyes, santas escrituras y obras de arte canónicas (véase Gadamer 1972, 261ss.; trad. InkriT). Ahora más que nunca se prohíbe la formación pseudo-histórica de leyendas (véase Bertram 1918, 1), que Werner Krauss caracterizó con la fórmula: «la historia la hacen los héroes, y por eso la pueden interpretar sólo los profetas que se les parecen» (Literaturgeschichte, 42; trad. InkriT). Para un marxista debiera estar fuera de lugar hacer referencia a Marx de un modo no-crítico. De entre todas las «inhibiciones del pensamiento», a cuya eliminación el DHCM debe estar siempre enfocado (Knepler 1996, 54), no son las dogmáticas las menos importantes. «Cada término», escribe Georges Labica en el prefacio de su Diccionario crítico del marxismo , «fue tratado como un acusado al que no se le podía dar crédito simplemente en razón de lo que decía de sí mismo. […] Siempre que fue necesario, [la instrucción] llamó a declarar a los distintos testigos, parientes cercanos y lejanos, e hizo uso del contra-interrogatorio y del escudriñamiento.» (trad. InkriT)
Al exponer los textos clásicos, como también los más importantes testimonios de la historia de su recepción y de sus repercusiones, a una relectura crítica históricamente informada, el Diccionario Histórico-Crítico del Marxismo suministra la mejor arma contra marxismos no-históricos y no-críticos, como los que siempre volverán a aparecer. No puede conocer las luchas históricas del futuro, pero puede ser un aporte a las mismas, a través de su labor. «Qué individuos o grupos, qué organizaciones o instituciones podrían, siquiera en lo básico, abarcar con la vista, reconocer y hacer fructíferas las investigaciones y los discursos del pasado y del presente», escribió Peter Von Oertzen al DHCM, «si no existiera un lugar en el que ello, al menos en parte, se hubiera resumido y hecho accesible.» (1996, 68; trad. InkriT)
El joven Hans Magnus Enzensberger declaró como «labor de la crítica histórica» «no momificar el pasado, sino exponerlo al juicio de la posteridad» (1969, 105; trad. modificada). Pero una exposición a la manera de un archivo museístico de lo ya-sido, no entregaría nada a lo por-venir. Las teorías de Marx son «al mismo tiempo una parte del proceso histórico, por tanto también, ellas mismas, un proceso» (Luxemburg, GW 1/2, 377; trad. InkriT). Cuando Rudi Dutschke apuró al movimiento estudiantil a unirse de un modo histórico-crítico al socialismo del movimiento obrero, sabía que, por más indispensable que fuera, no bastaba con el conocimiento histórico. «Los viejos conceptos del socialismo tienen que ser superados (aufgehoben) críticamente, no anulados, ni conservados artificialmente. Un nuevo concepto no puede existir aún; tan sólo puede ser elaborado en la lucha práctica, en la permanente mediación de reflexión y acción, de praxis y teoría.» (1968, 90f; trad. InkriT) La interminable mediación de la reflexión y la acción en las luchas le aportan a lo histórico-crítico su sentido no-doctrinario. Es precisamente aquí donde el procedimiento histórico-crítico encuentra su cometido particular en un diccionario del marxismo. Como «compendio de memoria crítica y taller abierto de pensamiento» (Behrend 1996), no «historiza», sino que filosofa con el martillo y busca sacudirle a lo histórico (das Historische) sus potencias históricas. Eso marca la diferencia entre un diccionario histórico-crítico y una enciclopedia que pretenda dar a conocer un ámbito cerrado de ámbitos del conocimiento. Al mismo tiempo, el estar «no sobre su objeto, sino en el», determina «la dimensión inquietante» del trabajo del DHCM. Éste «no reproduce (abbilden) simplemente lo que existiría fuera e independiente de él, sino que mantiene presente su objeto, o en cierto modo incluso lo llama a la existencia, o influye sobre su formación.» (Haug 1999, 95; trad. InkriT)
La pregunta histórico-crítica por el marxismo, con la que este diccionario se aproxima a la historia, no sólo resulta productiva en referencia a su objeto más cercano. Ella hace necesario, y posible, leer a contrapelo la « Geistesgeschichte », sobre todo la europea, que se ha vuelto hegemónica a escala mundial. De ese modo, no son sólo los conocimientos de los movimientos sociales emancipadores los que aquí tienen acogida, sino que también, si uno se aproxima con la «sonda-Marx», se muestran aspectos de otro mundo en el terreno mismo de la burguesía. Al Historischen Wörterbuch der Philosophie , ejemplar en cuanto a su erudición en la forma, pero en cuanto al contenido de un proceder ampliamente no-crítico, aún le parece válida la máxima « cada existencia […] para una autoridad , cada autoridad […] para un fundamento » (1/79; trad. InkriT). Frente a ello, el método histórico-crítico, de fundamento histórico-materialista, puede conducir, cuando es efectivo, a una «creciente concentración (integración) de la realidad», como la que tenía en mente Benjamin, «en la que todo lo pasado (en su tiempo) puede adquirir un mayor grado de actualidad que al momento de su existir» (GS V 2, 1026; trad. InkriT). Lo que en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte de Marx aparece como anti-histórico, el sacudimiento de «la tradición de todas las generaciones muertas», recibe aquí, como en Gramsci, el sentido de una ayuda al impulso formador de historia.
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