Comentario

 

 

Aportes de Habermas en el Trabajo Social

 

 

Ana María Galdames Paredes1

DOI: https://doi.org/10.51188/rrts.num21.401

Licencia CC BY 4.0

 

 

Resulta de gran interés el artículo de Morales, en torno a la impronta que ha dejado Habermas en el Trabajo Social chileno, a través del certero análisis de publicaciones académicas en revistas especializadas durante los últimos veinte años, cuyos aportes han nutrido las discusiones disciplinares, ubicando como ejes problematizadores transversales los conceptos de “sistema” y “mundo de vida”, como conceptos centrales del análisis social, a partir de la década de los noventa y con mayor énfasis entre 2011 y 2015.

Ad portas a la edición de este número, y acogiendo la invitación de su autora en torno a desarrollar “un ejercicio de disección” frente a la incesante producción del filósofo y sociólogo alemán, me he permitido redituar algunas de sus ideas y vincularlas reflexivamente con el Trabajo Social, valiéndome para ello a la referencia de dos hitos que han atravesado recientemente el escenario contemporáneo chileno.

Así , puedo ubicar un primer hito, que bajo el lema de “Chile despertó” rotula el movimiento social iniciado en octubre de 2019, denominado también “Estallido social”, que mediante una serie de protestas y manifestaciones populares, expresa el clamor de diversos conglomerados de ciudadanos que muy probablemente aspiran a abandonar su estado de meros espectadores de la vida política, agenciando la apertura de espacios comunicacionales en los que se reconozca otro tipo de racionalidad, aquella que opera más allá de la técnica e instrumental y que expresa necesidades de su mundo subjetivo, el mundo de la vida, desconectado del conjunto de estructuras sociales, económicas y funcionales, dejando al descubierto tensiones y paradojas de inclusión y exclusión social, de bienestar global y malestar subjetivo, de cifras macroeconómicas exitosas y también de vulnerabilidades individuales y colectivas.

En efecto, tras varias décadas desde el retorno a la democracia, en Chile se exhiben indicadores socioeconómicos alentadores y una tasa de pobreza inferior a los países de la región, aun cuando la desigualdad persiste, aumenta y se reproduce. Esto va dejando de manifiesto que el operar del mundo social permite a ciertos grupos beneficiarse y obtener ventajas significativas en relación a otros, generando la inquietud y malestar respecto de los fundamentos sobre los cuales se proyecta el país, y muy especialmente, por la percepción de injusticia que emerge cuando bienes sociales especialmente valorados –como la salud, la educación o el buen trato– están inequitativamente distribuidos en la sociedad tal como lo evidencian Cociña, Frei y Larrañaga (2017).

Lo anterior se contrapone a los ideales de igualdad, justicia social y por tanto, desde una lógica habermasiana, concreta “la colonización mundo de la vida”, a partir de la cual el ámbito sistémico invade y debilita el tejido social, cultural, simbólico y moral, disminuyendo los espacios para que las personas se expresen socialmente, lo que permite sustentar la vigencia de los postulados de Habermas en el contexto actual, que proveen criterios de análisis que relevan la importancia de transformaciones sociales basadas en la participación y el necesario avance hacia una racionalidad comunicativa, cuestión que había sido olvidada, o al menos escondida bajo el aparente éxito económico chileno, enmarcado principalmente en un enfoque neoliberal.

Por ello, el desarrollarse de manera incipiente cabildos comunitarios, asambleas territoriales y barriales, y el interés de la ciudadanía por un nuevo proceso constituyente, explica el denominado “despertar”, trasuntando la necesidad de abrir espacios de organización y participación, que desde el enfoque de la política deliberativa valoriza el rol dinamizador y comunicativo de los movimientos sociales, alejado de una democracia elitista, y reducida a procesos eleccionarios.

De forma inimaginable, a pocos meses de iniciado este movimiento y en pleno curso de éste, aparece como segundo hito la pandemia Covid19, que sumerge al planeta en su conjunto, ante una crisis sanitaria, social, cultural, política y humana, y que vuelve a evidenciar en Chile las tensiones que transitan entre el incierto futuro para algunos y el seguro paso a la exclusión y la vulnerabilidad para otros.

Esto cobra particular relevancia, tanto en el presente, frente al acceso de las personas a la salud en los países de la región, la disponibilidad de pruebas para detectar el virus y el latente riesgo de enfrentarse al descontrol de la curva de la letalidad, como en el futuro, respecto a los impactos al menos sociales y económicos que conllevan la etapa postpandemia y muy probablemente las nuevas expresiones del estallido social, que ya algunos se han aventurado a catalogar como “Estallido 2.0”.

Es precisamente esta conjunción de fenómenos y escenarios desplegados en los últimos meses a nivel nacional y planetario, los que permiten constatar que desde los distintos ámbitos desde donde se desarrolla el Trabajo Social, en especial en la implementación de políticas sociales, se mantienen los quiebres entre las necesidades y expectativas manifestadas por distintos actores sociales y los andamiajes del sistema.

Ello deja entrever la legítima aspiración a establecer espacios y condiciones mínimas para gran parte de la población, y cuyo sentido puede ser explicado a partir de Habermas, en función de la teoría de la acción comunicativa, basada en la racionalidad discursiva, y el establecimiento de una democracia que instaure nuevas formas de interacción centradas en la comprensión mutua, el logro de mayores equilibrios, menores desigualdades y más condiciones de inclusión y solidaridad.

Sin embargo, resulta necesario volver y recordar que Habermas reconoce respecto a la esfera pública, la existencia de sostenidas amenazas ejercidas por las fuerzas sistémicas, que pueden inhibir y controlar al individuo, colonizando el mundo de la vida mediante el poder y el dinero, en vertientes y manifestaciones diversas.

Es precisamente en esta colonización del mundo donde se desarrollan procesos de dominación, que limitan espacios de racionalidad comunicativa, donde parece pertinente, por su vigencia, recordar el término “Tecnocapitalismo” al que ya se refería Kellner en 1989, a través del cual describe la integración de capital y tecnología, enfatizando la creciente y cada vez más significativa incidencia de la tecnología, que no solo sostiene sino refuerza las estructuras dominantes del sistema y que adquiere especial impacto en tiempos que conjugan la obligada reclusión y distanciamiento social que impone la pandemia, junto con la necesidad de revitalizar el diálogo social en su vertiente más evidente que es el estallido social.

Sólo a modo de ejemplo, y como uno de los más nocivos, aparecen las llamadas Fake News (noticias falsas), cuyo objetivo se orienta a engañar o desinformar, y las Deep Fake (ultrafalso) que permite editar material audiovisual y doblajes optimizados, articulando voces y gestos que parecen reales, utilizados para desprestigiar, impactar a la población, y cuya difusión instantánea y masiva a través de las redes sociales virtuales han materializado significativos efectos, especialmente el escenarios de la política electoral mundial y la participación social y que soterradamente están presentes en el escenario nacional.

Ya lo advertía la Federación Internacional de Trabajo Social (2018) al incorporar en su Declaración de principios, el uso ético de la tecnología y las redes sociales, y la necesidad de contar con conocimientos y habilidades para ello, haciendo alusión a su formación y su quehacer profesional. Sin embargo, en una lectura más amplia, el Trabajo Social en su vertiente crítica debe asumir, junto con otras disciplinas, especialmente aquellas enfocadas en la educación, la necesidad de retomar la revisión de la validez de la acción comunicativa atendiendo a aspectos que el autor desarrolla en distintas etapas de su obra, fomentando una mirada crítica al respecto.

Desde las incertidumbre y por qué no decirlo, también algunas sombrías certezas, la huella habermasiana puede seguir plasmando parte de las reflexiones que necesariamente acompañarán al Trabajo Social, en torno a buscar viejas y nuevas estregias antiopresivas que tengan como horizonte, la necesaria integración del ámbito estructural con el subjetivo, ante las ya consabidas y expresas inequidades que atentan contra los derechos sociales, la inclusión y el ejercicio de derechos fundamentales y nuevas formas de manipulación.

Frente a este nuevo contexto, adquiere importancia revisar los postulados de Habermas, alertando a no perder de vista que hay un potencial humano –que rescata permanentemente en sus obras– provisto de capacidades, de cuestionamiento, crítica y autodeterminación, donde el Trabajo Social puede y debe seguir fomentando ya que es en este punto donde el trabajo social y su propósito emancipatorio debe estar aleta.

Así, el artículo de Morales adquiere un doble valor, ya que junto con rescatar el sello que ha dejado en el Trabajo Social chileno la obra habermasiana, nos alienta a seguir explorando sus aportes.

La invitación entonces está abierta…

 

 

 

Referencias bibliográficas

Cociña, Frei y Larrañaga (2017). Desiguales. Origen, Cambio y Desafíos de la Brecha Social en Chile. Santiago de Chile: Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo. Uqbar Editores.

Federación Internacional de Trabajo Social. Extraido de https://www.ifsw.org/declaracion-global-de-los-principios-eticos-del-trabajo-social/

Kellner, D. (1989). Postmodernism: Jameson Critique. California: California Maisonneuve Press.