Coreanos en Chile: Aculturación en un Caso de Migración Reciente1
Koreans in Chile: Acculturation in a Recent Migration Case
Fecha recepción: abril 2020 / fecha aceptación: junio 2020
Jinok Choi2 y Camilo Aguirre Torrini3
DOI: https://doi.org/10.51188/rrts.num22.380
Resumen
El presente trabajo se refiere a la comunidad coreana en Chile y a su inserción, tanto en las corrientes migratorias en Chile como en la diáspora coreana en Latinoamérica. Para ello, este artículo analiza críticamente la literatura sobre migración, producida tanto en Corea como en Chile. El análisis de ambas perspectivas se utiliza para enfatizar un punto en común de ambas: el carácter relativamente reciente de la migración coreana, conceptualizando a los coreanos en Chile como “recién llegados”. Además, mediante una serie de entrevistas, esta investigación se enfoca en la interacción de los migrantes coreanos con “tres sociedades”: la sociedad de destino, la sociedad de origen y un espacio en el cual las sociedades de origen y destino convergen, la comunidad coreana en Chile. Los resultados de este estudio permiten retratar la vida cotidiana de los inmigrantes coreanos como serie de “conexiones” y “desconexiones” que contribuyen a explicar los procesos de aculturación de esta colectividad.
Palabras Clave: Diáspora coreana; Migración reciente; Chile; Aculturación; América Latina
Abstract
This paper refers to the Korean community in Chile and its insertion, both in the migratory flows in Chile and in the Korean diaspora in Latin America. To this end, this article critically analyzes the literature on migration, produced in both Korea and Chile. The analysis of both perspectives is used to emphasize a common point of both: the relatively recent nature of Korean migration, conceptualizing Koreans in Chile as “newcomers”. In addition, through a series of interviews, this research focuses on the interaction of Korean immigrants with “three societies”: the destination society, the origin society, and a space in which the origin and destination societies converge, the Korean community in Chile. The results of this study allow us to portray the daily life of Korean immigrants as a series of “connections” and “disconnections” that help explain the acculturation processes of this community.
Keywords: Korean Diaspora; Recent Migration; Chile; Acculturation; Latin America.
Introducción
El presente trabajo se refiere a la comunidad coreana4 en Chile y a su inserción, tanto en las corrientes migratorias en Chile como en la diáspora coreana en Latinoamérica. También indaga en los distintos mecanismos de interacción entre la comunidad coreana y la sociedad chilena. El estudio de la migración asiática en Chile, y de la migración coreana en particular, es relevante por dos motivos. Primero, Chile constituye un caso especial dado el explosivo incremento de los flujos migratorios que se dirigen a este país. En las últimas dos décadas, además de experimentar un aumento en el número de migrantes provenientes desde países limítrofes como Perú y Argentina, también ha observado un rápido incremento en el número de migrantes provenientes desde países más lejanos y que tradicionalmente migraban a México o los Estados Unidos, como Colombia, Haití y Venezuela. Lo anterior ha fomentado un gran debate en torno a los fenómenos migratorios recientes y su impacto en los servicios de salud, educación y otros (Bernales et al., 2017; Salas et al., 2018; Stefoni, 2011; Imilán, Márquez y Stefoni, 2016). En comparación con el aumento de los flujos migratorios intrarregionales, el número de inmigrantes asiáticos en Chile se mantiene relativamente bajo 21.6545 (Instituto Nacional de Estadísticas [INE], 2017). No obstante, cuando se considera que los inmigrantes asiáticos en Chile administran negocios y emplean a ciudadanos migrantes provenientes de otras naciones, se logra apreciar la necesidad de profundizar en los estudios de esta colectividad y sus relaciones con los grupos migrantes de mayor presencia en Chile.
Segundo, el incremento de la influencia de los inmigrantes asiáticos. De acuerdo con Zlotnik (1991), la presencia asiática en América Latina ha alcanzado la madurez. En efecto, datos de las Naciones Unidas (2016) indican que un 43% de la población migrante en el mundo corresponde a migrantes asiáticos y Latinoamérica refleja estas tendencias migratorias con un incremento en el número de estos últimos, lo que ha contribuido al desarrollo de estudios de dicha temática (Antonio & Araújo, 2019; Chou, 2002; Inter-American Development Bank, 2004; Masterson & Funada-Classen, 2004; Yoon, 2015). Sin embargo, a pesar de que los asiáticos en América Latina constituyen una minoría en una sociedad tradicionalmente gobernada por una élite europea y blanca, su influencia en los ámbitos políticos, económicos, sociales y culturales ha aumentado paulatinamente (Kim, 2017).
Lo anterior es reflejo de la globalización de los procesos migratorios, la cual diversifica los tipos de migración. Si en el pasado el adaptarse a la cultura del país receptor y obtener la ciudadanía o la nacionalidad constituía un imperativo, en la actualidad es posible identificar diversos fenómenos tales como: una migración circular entre el país de origen y el país de destino, una migración de retorno al país de origen una vez alcanzada la edad de jubilar o la remigración a un nuevo destino. Por lo tanto, en vez de referirnos a un concepto diaspórico de la migración, es necesario abordarla bajo el concepto “pertenencia transnacional” (Dahinden, 2012), según el cual los países de origen y destino interactúan en múltiples niveles para crear una nueva sociedad y cultura.
Junto con la diversificación de los tipos migratorios, los mecanismos de adaptación de los migrantes también se han diversificado. De acuerdo con Berry (2005), los inmigrantes experimentan un proceso de aculturación en el cual las condiciones de la sociedad receptora, los mecanismos de adaptación utilizados por los migrantes y las circunstancias convergen. Siguiendo con la lógica de Berry, la combinación de dos elementos: 1) la intención de los migrantes de preservar su cultura de origen y 2) el grado en el cual los migrantes buscan interactuar y mantener una relación con la sociedad receptora, da lugar a cuatro estrategias de interacción: Asimilación, Separación, Integración y Marginalización. De esta forma, la asimilación ocurre cuando la valorización de la sociedad local es superior al de la cultura de origen y la separación cuando se le otorga valor al mantenimiento de la cultura original mientras que se evita la interacción con otros. Se habla de integración cuando los migrantes otorgan el mismo valor a la cultura de origen y a la cultura local, y de marginalización cuando los migrantes manifiestan un rechazo por ambas culturas.
Sin embargo, una de las limitaciones de este enfoque es su excesivo énfasis en la interacción con la sociedad receptora. En cambio, es común que los inmigrantes interactúen con miembros de su comunidad en una etapa temprana y luego se integren a la sociedad local. Por consiguiente, al analizar los procesos de integración de los migrantes, en lugar de prestar atención a las características de la sociedad receptora, es imperativo considerar a la comunidad y el contexto que rodea a los migrantes.
Además, el imperativo tradicional de que los migrantes se adapten única y exclusivamente a la cultura de la sociedad receptora ha dado paso a un segundo tipo de encuentro, esta vez entre distintas comunidades migrantes. A través de una triple interacción con locales y otros migrantes, se genera una nueva jerarquía entre migrantes que implica un proceso de aculturación aún más complejo y que opera en diferentes niveles, tales como: la discriminación racial y las relaciones laborales. Así, la identidad de los migrantes se distancia tanto de la sociedad de origen, cuyos principales elementos son la nacionalidad y la etnia, como de la sociedad receptora, según el viejo paradigma de la aculturación. No se trata de un mero equilibrio entre la identidad nacional y la identidad de la sociedad receptora, sino de un proceso que surge en el espacio propio de la migración y en el que se construyen las “identidades migrantes” (Mera, 2005).
En vista de lo anterior, se plantean dos objetivos. Primero, insertar esta corriente migratoria en la gran narrativa de la migración de ambos países. Para ello se hace un análisis crítico de la literatura de ambos países, de la forma en que los académicos chilenos y coreanos han caracterizado a este grupo de migrantes. Segundo, indagar en las dinámicas de interacción de los coreanos residentes en Chile, darles voz y retratar sus anhelos y sus frustraciones. Para ello, se realizaron una serie de entrevistas en profundidad con doce integrantes de la comunidad coreana y se llevaron a cabo sesiones de observación participante en los hogares de cinco de ellos entre el año 2013 y el año 2015. Las entrevistas en profundidad se realizaron sobre la base de preguntas semiestructuradas, a fin de que los entrevistados pudieran detallar y dar sentido a sus experiencias. El grupo de personas que participan en esta investigación está compuesto por tres hombres y nueve mujeres. Sus edades oscilan entre los treinta y los cincuenta años, y la mayoría posee estudios de nivel universitario. Una de los entrevistados está casada con un chileno y cinco mujeres están casadas con coreanos residentes en Chile. Seis de los doce entrevistados migraron desde Corea en compañía de sus cónyuges e hijos y nueve de los doce entrevistados administran comercios en compañía de su cónyuge. Los entrevistados consideran que tienen un poder adquisitivo igual o superior al de la clase media en Chile. Además, han vivido en Chile por un mínimo de cinco años y algunos han vivido más de veinte años en el país. Lo anterior permite a este estudio reflejar la vida de la comunidad coreana en Chile desde 1990 a 2015.
A través de este doble planteamiento, este artículo analiza la migración coreana en Chile en dos niveles: a nivel macro como un fenómeno enmarcado dentro de los grandes movimientos migratorios globales, en el cual confluyen dos continentes ubicados en las antípodas, y a nivel micro explora la forma en que la experiencia migratoria se construye a través de la interacción entre la comunidad coreana y la sociedad chilena. En definitiva, el presente estudio caracteriza a la migración coreana en Chile como un fenómeno de carácter reciente y propone una aproximación a esta que considera la complejidad de los movimientos migratorios en un contexto global.
Coreanos en Chile: perspectivas de dos procesos migratorios
Las corrientes migratorias en Chile
Primero cabe señalar que Chile, en términos comparativos dentro de la región, no se ha caracterizado por ser un país receptor de inmigrantes. A pesar de que cuantitativamente la inmigración no ha sido relevante, los aportes de los migrantes al desarrollo del país, desde sus inicios como nación independiente, han motivado una serie de estudios históricos, enfocados principalmente en comunidades o grupos y sus procesos de integración (Estrada, 2011). Desde un punto de vista teórico, las corrientes migratorias en Chile son conceptualizadas como un proceso que inicia durante la emancipación, en el cual es posible identificar dos grandes etapas: la migración de ultramar y la migración reciente (Cano y Soffia, 2009).
La migración de ultramar hace referencia a los inmigrantes provenientes de un continente distinto y abarca los flujos migratorios que iniciaron tras la independencia de Chile y hasta mediados del siglo XX. En contraste con estos movimientos migratorios de ultramar, tanto europeos como no europeos, los procesos de migración reciente destacan por su carácter intrarregional y dinámicas propias tales como: la feminización de los flujos migratorios, el transnacionalismo y la precariedad (Martínez, 2008).
Con respecto a los flujos migratorios de ultramar, estos se caracterizan por la fuerte presencia europea tras el colapso del monopolio que sostenía la Corona española sobre sus colonias. Destaca la presencia de inmigrantes británicos, quienes establecieron rápidamente comercios e industrias en Valparaíso, la región de Magallanes y en los enclaves salitreros del norte (Cavieres, 1988). La migración francesa constituye otro ejemplo de migración libre, coordinada principalmente a través de cadenas migratorias que inician con antiguos oficiales napoleónicos para dar paso a comerciantes, profesionales y agricultores (Domingo, 2006). En el caso de los italianos también destaca la espontaneidad de un flujo migratorio que se establece en las zonas urbanas y se dedica principalmente al comercio, aunque también es posible identificar algunos proyectos de migración dirigida hacía el sector agrícola en la región de la Araucanía y Chiloé (Estrada, 1993 y Calle Recabarren, 2019). Finalmente, la corriente migratoria alemana en Chile también inicia como un fenómeno de carácter espontáneo, sin embargo adquiere mayor relevancia tras la participación de ciudadanos alemanes en el proyecto colonizador de la zona de Valdivia y Llanquihue (Krebs et al., 2001).
No obstante, Chile también fue un país receptor de migración no europea, principalmente árabes y judíos sefardíes que migraron en el contexto de desintegración del Imperio Turco Otomano (Estrada, 2017 y Matus, 1993). Por otra parte, la colectividad china en Chile ha sido estudiada, tanto en el ámbito del trabajo forzado de los culíes en minas, guaneras y latifundios (Segall, 1968) como en el contexto de la guerra del Pacífico (Chou, 2001 y Tinsman, 2018). Por último, la migración japonesa también ha sido objeto de estudios enfocados en los procesos de aculturación (Aróstica, 2013) y en la introducción de nuevas técnicas en el campo de la floricultura (Estrada, 1997).
En Chile es común etiquetar a los inmigrantes de los distintos países del Este de Asia como “asiáticos” o “chinos”. Las raíces de esta tendencia se proyectan a principios del siglo XX, cuando estaba en boga la idea del “peligro amarillo”. Este concepto orientalista atribuía a la “raza amarilla” inconvenientes morales y físicos que desaconsejaban su ingreso al país, una actitud xenófoba que contrastaba con la tradicional cordialidad del chileno frente al extranjero. Estos conceptos, fuertemente arraigados en el inconsciente colectivo, han llevado a una categorización de los migrantes asiáticos como un grupo panétnico. En su revisión de la literatura sobre migración internacional en Chile, Cano y Soffia (2009) agrupan a las colectividades no europeas que arribaron a Chile entre 1865 y 1960 bajo el rotulo de “inmigrantes asiáticos”. Estos inmigrantes tendrían como característica común el no haber sido beneficiarios de los programas de atracción de migrantes y haber enfrentado fuertes prejuicios y discriminación por parte de la sociedad chilena. Cano y Soffia remiten a los trabajos de Estrada (1997) y Ferrando (2004) para el caso japonés y Flores (1994), Godoy de los Ríos (1991) y Chou (2004) para el caso de la colectividad china. En cuanto a los coreanos, la única obra consultada es “Coreanos en Chile: una investigación exploratoria” de Vial y Maxwell (1995).
A pesar de que la comunidad coreana en Chile es un tema que permanece relativamente inexplorado, es posible listar una serie de trabajos que abordan la problemática desde diversas perspectivas. La tesis de magíster de Mellado (1994) marca el punto de partida para los estudios sobre la colectividad coreana en Chile. En dicho trabajo, Mellado pone énfasis en el carácter reciente de la migración coreana, el establecimiento de tratados bilaterales entre ambos países y la forma en que estos favorecieron la llegada de coreanos a Chile. Posteriormente, el trabajo etnográfico de Vial y Maxwell (1995), con foco en la inserción de esta comunidad en el barrio de Patronato, se convirtió en uno de los primeros estudios publicados sobre la colectividad coreana. El trabajo de Rossel (2005) representa una continuidad respecto del trabajo de Vial y Maxwell, poniendo énfasis en las identidades barriales. Rossel concluye que, pese a que los coreanos son tradicionalmente identificados con el barrio de Patronato, los coreanos no se identifican con el mismo. Min (2005) aborda a la comunidad coreana en Chile desde las percepciones y valoraciones de los chilenos con respecto a la historia, la cultura, el desarrollo económico y la presencia de las marcas surcoreanas en Chile. Pérez Le-Fort (2009) invierte lo hecho por Min (2005) y pone el foco en las percepciones de los coreanos sobre los chilenos. De acuerdo con Pérez Le-Fort, los chilenos serían percibidos como: individualistas, superficiales, irresponsables, hipócritas y racistas. Finalmente, Aguirre (2011) limita el objeto de su estudio a la comunidad católica coreana como un subgrupo de la comunidad coreana, y analiza la forma en que la religión y las instituciones eclesiásticas contribuyen a la integración de estos individuos en la sociedad chilena.
Cabe la pregunta, ¿cómo se inserta la diáspora coreana en la historia de la migración en Chile? Primero, contrario a los casos de migración china o japonesa, la coreana corresponde a un fenómeno de migración reciente. Si bien los orígenes de la migración coreana se remontan al establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países a comienzos de la década de los sesenta, la incertidumbre política de principios de los setentas y el establecimiento de relaciones formales entre Chile y la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) terminaron por truncar el proceso. Los pocos inmigrantes coreanos, junto con la delegación diplomática de la República de Corea, abandonaron el país tras la llegada de la Unidad Popular al poder.
La dictadura cívico militar y el establecimiento de un modelo económico neoliberal generaron una fuerte demanda por inversión extranjera. A su vez, el desarrollo económico coreano, basado en un Estado Desarrollista de corte autoritario, buscaba nuevos mercados para el desarrollo de su industria. La conjunción de estos dos modelos económicos y la sintonía política entre ambos países propiciaría la llegada de inversionistas inmigrantes coreanos desde otros países latinoamericanos, un movimiento característico de la diáspora coreana. Por lo anterior, es posible categorizar a la diáspora coreana como una migración intrarregional y reciente, contrario a lo que el componente étnico podría indicar.
La diáspora coreana en Latinoamérica
Los trabajos sobre la diáspora coreana producidos en Corea del Sur abordan la problemática desde una perspectiva histórica, identificando los principales hitos en la historia de Corea y vinculándolos con las corrientes migratorias y el asentamiento de los coreanos en el extranjero (National Institute of Korean History, 2007; Yoon, 2013). Además, buscan identificar, desde una óptica nacionalista, los mecanismos a través de los cuales se reproduce y conserva la cultura coreana entre las colectividades residentes en el extranjero (Kee, 2001). Finalmente, muestra un profundo interés por los coreanos en el extranjero como valiosos recursos humanos y su potencial aporte a la nación coreana.
A finales de la década de los noventa, aumentó el número de migrantes coreanos que alcanzaron éxito a nivel comercial y, a medida que el estatus económico de Corea cambiaba, el número de inversiones y de apertura de filiales en el extranjero también aumentó. En este contexto, surgieron las primeras redes de contacto entre coreanos residentes en el extranjero y comentarios que destacaban el rol de estos últimos en el fortalecimiento de la economía coreana. Para que los residentes en el extranjero pudieran invertir en la economía doméstica, se implementaron una serie de políticas para fomentar su participación. A nivel político, dado que el número de coreanos en el extranjero supera los siete millones, estos se convirtieron en un factor importante a considerar en el mapa electoral coreano. Por lo mismo, la principal motivación del estudio de la diáspora coreana en Corea es la promoción de políticas públicas que permitan conectar a los coreanos residentes en el extranjero con la sociedad coreana (Kim, 2020).
Sin embargo, estos enfoques político-económicos no logran capturar la complejidad de los procesos de aculturación en las colectividades coreanas residentes en el extranjero. Los coreanos no se limitan simplemente a conservar la cultura coreana de una forma conservadora, ni tampoco absorben la cultura local de forma unilateral. La integración de ambos elementos es lo que permite el desarrollo de una “sociedad nueva”, con elementos específicos de la colonia coreana. Por lo tanto, la colonia coreana se alza como un elemento clave dentro de las múltiples piezas que componen el rompecabezas de la sociedad coreana transnacional.
De acuerdo con los datos censales y registros del Ministerio de Relaciones Exteriores de Corea, la migración coreana en Chile inició en la década de los setenta y el volumen de migrantes solo se volvió relevante a principios de los noventa. Al comparar este desarrollo con las experiencias de los inmigrantes coreanos en otros países de la región como Brasil y Argentina, donde la migración tuvo un carácter dirigido y rural en los sesenta, es posible definir a la corriente migratoria coreana en Chile como un fenómeno tardío. No obstante, más que enfocarse en el año de inicio de la migración, es importante destacar los contextos históricos en que ambas migraciones ocurrieron y sus diferencias.
Tabla 1: Población nacida en Corea del Sur, según período de llegada a Chile (1900-1989).
País |
Total |
Período de llegada |
|||
1900-1959 |
1960-1969 |
1970-1979 |
1980-1989 |
||
Corea del Sur |
477 |
1 |
|
62 |
414 |
Durante los primeros años de la década de los sesenta, el gobierno de Park Chung-hee (1963-1979) estableció relaciones diplomáticas con la mayoría de los países de Latinoamérica, comenzando con Brasil. Dicho accionar respondía a la promulgación de la “Ley de Migración Internacional” (해외이주법) impulsada por el gobierno de Corea y que tenía por objetivo disminuir la presión del sobrepoblamiento y fomentar el desarrollo de la economía (National Archives of Korea, 2016). Esta política fue diseñada teniendo en mente que los migrantes coreanos se establecerían en zonas rurales (Yoon, 2013, p.139), razón por la cual los coreanos pudieron migrar a las zonas agrícolas de Brasil, Argentina y Paraguay. Chile, a pesar de ser el primer país que estableció lazos diplomáticos con Corea en el año 1962, no consideró la migración rural coreana. Desde fines del siglo XIX, Chile persiguió una política de migración selectiva que buscaba promover la migración europea.
Otras de las razones que explican que Chile se mantuviera al margen de estos procesos migratorios son los cambios políticos y la inestabilidad social. A partir del año 1970 inició un proceso de construcción de un sistema socialista de la mano de Salvador Allende, el cual fue abruptamente interrumpido por un golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973. De acuerdo con la Asociación de Colonia Coreana en Chile, debido a los vaivenes políticos y al trauma de la Guerra de Corea, las seis familias que conformaban la comunidad coreana durante los setenta decidieron remigrar a Estados Unidos u otros países. La dictadura militar (1973-1990), liderada por el general Augusto Pinochet, se mostraba reacio a permitir el ingreso de extranjeros. Como resultado, para el año 1982 el porcentaje de extranjeros residentes en Chile alcanzó un 0,75% del total, el porcentaje más bajo en toda su historia (Doña-Reveco y Levinson, 2012). A pesar de que algunos coreanos provenientes de países limítrofes arribaron a Chile a mediados de los setenta, no alcanzaron un volumen significativo.
De acuerdo con lo anterior, es posible observar que la migración coreana en Chile no tuvo una relación directa con una política estatal, sino que respondió a los intereses particulares de cada uno de los migrantes. En efecto, la llegada de migrantes coreanos a Chile se vio fuertemente influenciada por el desarrollo del comercio textil en Brasil y Argentina. Los coreanos que habían migrado a dichos países como agricultores, a inicios de los sesenta, se encontraron con que los terrenos agrícolas no estaban preparados y debieron enfrentar climas húmedos y una fauna salvaje. Tras el fracaso de las actividades agrícolas, los coreanos migraron a las grandes ciudades realizando distintos tipos de trabajos, destacando entre ellos el comercio ambulante de productos textiles. (Joo, 2010).
En el año 1971 más de 1.400 coreanos ingresaron a Brasil con un visado técnico, la mayoría de ellos comerciantes textiles de los mercados de Namdaemun y Dongdaemun (Choi, 2012). "En abril de 1985 y tras la firma de un convenio de inversión y migración entre Corea y Argentina, máquinas de tejer, técnicos y capital coreano permitieron el desarrollo de la industria del suéter en dicho país" (National Institute of Korean History, 2007, p.265). Lo anterior derivó en un aumento del número de inmigrantes coreanos en los diversos países de Latinoamérica. Si en 1985 aproximadamente 22.000 coreanos residían en Brasil, para el año 1995 su número aumentó a 38.000. "En el caso de Argentina, en el mismo período el número de coreanos se duplicó, pasando de 15.000 a 32.000" (Jun, 1996, p.71). En 1985, el número de coreanos residentes en Paraguay y Bolivia alcanzó los 17.566 y 4.255 respectivamente. De esta forma, a medida que la migración coreana en los países vecinos aumentaba, el número de coreanos que migraron a Chile también aumentó. Por lo tanto, es posible señalar que el factor principal de ingreso a Chile no fue el atractivo del país en sí mismo, sino los cambios económicos y sociales de los países vecinos.
Tras la dictadura de Pinochet, Chile inició en el año 1990 un proceso de democratización y de apertura de sus mercados, acelerando su desarrollo económico y promoviendo políticas para garantizar la estabilidad social (National Institute of Korean History, 2007, p.298). Por el contrario, las economías de Argentina y Brasil se estancaron, mientras que Bolivia y Perú experimentaron períodos de gran inestabilidad política. La relativa estabilidad de Chile terminó por convertirlo en un destino migratorio atractivo, comparado con el resto de las naciones sudamericanas. Esto, sumado a que los costos de migrar a Chile eran menores que los de migrar a los Estados Unidos, motivó a coreanos que habían elegido a Perú y Bolivia como sus destinos migratorios a decantarse por Chile como su nuevo destino. En el caso de coreanos residentes en Argentina y Brasil, tras experimentar las crisis políticas y económicas de finales de los ochenta, algunos decidieron migrar a Estados Unidos mientras que otros optaron por volver a Corea. No obstante, aquellos coreanos que por motivos económicos no podían ir a Estados Unidos optaron por migrar a Chile, un país con características similares a las de Argentina o Brasil.
Los coreanos que migraron a Chile directamente desde Corea lo hicieron motivados por una serie de acuerdos bilaterales de cooperación económica entre Chile y Corea, los cuales iniciaron a mediados de los noventa y alcanzaron su punto culmine con la firma del Tratado de Libre Comercio entre ambos países en 2004. En el año 1978, cuando se estableció la asociación de coreanos residentes en Chile, el número de migrantes, organizados entorno a treinta familias, no superaba las cien personas. Para 1990 dicho número había aumentado a doscientas cincuenta familias. En el año 1997, aumentó a 1.470 individuos y, con posterioridad a la firma del TLC, a 1.858 en el año 2005. En 2015 se registraron 2.725 coreanos residentes (Ministry of Foreign Affairs, 2007; 2011; 2019).
Tabla 2: Coreanos en Chile
Año |
1978 |
1985 |
1992 |
1997 |
2005 |
2007 |
2015 |
2019 |
Población |
100 |
611 |
1292 |
1470 |
1858 |
2018 |
2725 |
2510 |
La política de apertura de Chile permitió a los inmigrantes coreanos emprender en el rubro de la importación de productos al por mayor y al detalle sin grandes dificultades. Los prospectos de esta migración eran muy distintos a los del grupo de migrantes agricultores que abandonaron una Corea pobre, parte del “Sur Global”, con el fin de ganar algo de dinero. Esta característica permite explicar la razón por la cual los coreanos que migraron a Chile con capital a su disposición pudieron mejorar su estatus económico de forma más rápida que aquellos que migraron a otros países latinoamericanos.
El caso de la migración coreana en Chile constituye un ejemplo de lo que Castle y Miller denominan como la “característica selectiva” de la migración internacional (2009, p. 56). En el momento de considerar el desplazamiento y el asentamiento, solo aquellos que cuentan con el capital económico, y logran además conectar las oportunidades de la sociedad de destino con el capital social que poseen, pueden alcanzar el éxito.
Desde mediados de la década de los ochenta, con el crecimiento económico coreano y el declive de la industria de las fibras, muchos de los técnicos y trabajadores de la industria textil empezaron a posar sus ojos en Latinoamérica. Al comprar en los mercados de Namdaemun y Dongdaemun a un precio bajo, podían alcanzar precios muy competitivos al momento de vender. En ese entonces, aquellos individuos que migraron directamente desde Corea a Chile se beneficiaron de la experiencia de sus pares que se desempeñaban en el comercio textil en Brasil y Argentina, pudiendo de esta forma evitar muchos de los problemas iniciales del desarrollo de dichos emprendimientos.
Por lo tanto, en el caso de la experiencia inicial de los coreanos residentes en Chile, es difícil encontrar las dificultades que experimentaron aquellos que migraron a otros países latinoamericanos. En el caso de los coreanos que migraron a Brasil y Argentina como agricultores, estos conformaron comunidades pobres desarrollando toda clase trabajos y enfrentado muchos obstáculos durante el inicio de su asentamiento (Son, 2005).
En síntesis, la mayor parte de los trabajos sobre la comunidad coreana escritos en Chile se limitan a tesis de grado, proyectos de investigación sobre identidades barriales y ponencias publicadas con posterioridad en compilaciones impresas. Esto solo dificulta la divulgación del conocimiento sobre esta comunidad. Es precisamente el desconocimiento de las características específicas de este grupo lo que ha llevado a los investigadores de la migración en Chile a concluir, erróneamente, que la migración coreana comparte características con otros procesos migratorios del Este asiático, principalmente los de las comunidades árabes, japonesas y chinas.
Con respecto a las investigaciones publicadas en Corea, estas hacen hincapié en las relaciones interestatales y las experiencias migratorias principalmente en China, Japón y Estados Unidos, países que concentran el mayor número de inmigrantes coreanos. En el caso de la presencia coreana en Latinoamérica, una de las principales características es que el estudio de esta es monopolizado por los expertos “latinoamericanistas”: coreanos que estudiaron literatura hispana. Los “latinoamericanistas” aventajan a los investigadores de otras disciplinas al momento de realizar estudios comparativos, al poseer un conocimiento sobre la cultura y el idioma de ambos países y han contribuido a solucionar el desbalance geográfico en los estudios de la diáspora coreana. Sin embargo, es posible argumentar que la contribución de dichas investigaciones se limita a trabajos exploratorias con el fin de determinar las condiciones actuales de los coreanos residentes en América Latina, y cronologías donde se relata el proceso migratorio desde sus orígenes y se registran las experiencias de la primera generación de migrantes, por lo que carecen de la profundidad de los enfoques históricos y de las ciencias sociales.
En definitiva, en la literatura disponible sobre la comunidad coreana en Chile es posible identificar dos perspectivas: una representada por investigadores chilenos y otra basada en el trabajo de investigadores coreanos. Desde este punto de vista, a pesar de que la llegada de los coreanos a territorio chileno se enmarca en un mismo período histórico, los distintos contextos regionales llevan a los investigadores a enmarcar la corriente migratoria coreana en diferentes momentos históricos y olas migratorias mayores. Uno de los objetivos de este trabajo es conciliar ambas perspectivas con el fin de ofrecer una nueva aproximación a las dinámicas de la colectividad coreana en Chile.
Newcomers: Reconceptualización de la diáspora coreana en Chile
Como ha sido expuesto anteriormente, la inserción de la comunidad coreana en el proceso migratorio chileno, comparada con otras colectividades migrantes de Asia, ha sido tardía. De forma similar, considerando el desarrollo de la diáspora coreana en América Latina, el perfil de los migrantes coreanos, inversionistas y emprendedores, dista mucho del perfil de inmigrante de otras etnias asiáticas. Contrario a las experiencias más comunes de migración reciente en Chile y a las experiencias de los coreanos que migraron como agricultores en los sesenta y setenta, los coreanos que arribaron a Chile rápidamente se encontraron en la posición de emplear trabajadores de otros grupos migrantes y gozar de un estatus económico alto. Es por esta razón que este estudio introduce el concepto de los newcomers (recién llegados) para acentuar las diferencias que los separan de otras colectividades migrantes.
En el caso de los primeros coreanos que llegaron a Sudamérica, principalmente a Brasil y Argentina durante los sesenta y setenta, su “éxito” está vinculado a las grandes “sacrificios” del pasado. Por el contrario, cuando los coreanos residentes en Chile se refieren a su experiencia inicial, rememoran un “pasado glorioso”, cuando ganaban mucho más dinero del que obtienen actualmente. Al preguntarles por las dificultades experimentadas durante el asentamiento en Chile, señalan: “No fue fácil, pero si lo comparamos con las experiencias de otros migrantes, no experimentamos grandes dificultades”. También están conscientes de haber experimentado una vida relativamente mejor que las de sus pares en otros países de América Latina. En la actualidad, el nivel de gastos de los coreanos residentes en Chile, considerando los ítems de vivienda, matrícula y arancel de los hijos en escuelas privadas o internacionales y el pago del canon de arriendo de los locales comerciales, es equiparable al de la clase alta chilena (Oficina Comercial del Gobierno de Corea [KOTRA], 2020). Lo anterior se ve reflejado en la distribución residencial de la colectividad coreana, concentrándose en los municipios de ingresos altos, tales como Providencia, Vitacura y Las Condes.
Ilustración 1: Distribución de la Población Coreana según Censo 2002
Por lo tanto, se genera una situación en la que se recuerda con nostalgia la época del asentamiento en Chile y del éxito económico alcanzado, lo que impacta en las expectativas de ingresos y explica el bajo nivel de satisfacción con su vida actual. Como es posible apreciar, contrario a lo establecido por la literatura existente, la diáspora coreana en Chile se enmarca en los flujos migratorios recientes, invisibilizada por la migración intrarregional y la llegada de grupos más vulnerables, tales como los refugiados políticos y la migración con fines humanitarios. Si bien es posible rastrear los inicios de la migración coreana a la década de los sesenta, la incertidumbre político-social de la época forzaría a muchos de estos migrantes a buscar un nuevo país para vivir. No sería hasta después del golpe de Estado y el cambio de paradigma económico con la introducción de políticas neoliberales y de apertura, que Chile sería atractivo para los inversionistas coreanos.
Los coreanos en Chile han alcanzado un éxito comercial tal que no requieren mayor atención por parte del Estado chileno. Lo anterior ha causado que este grupo migratorio escape del interés de los investigadores de la migración, los cuales, principalmente desde las ramas de la sociología, la antropología y la ciencia política, buscan aportar al desarrollo de políticas públicas a favor de los sectores más desvalidos. La contemporaneidad de este flujo migratorio, sumado a las barreras idiomáticas, también mantiene a raya a los historiadores de las migraciones.
Coreanos en Chile: un ciclo de conexión-desconexión
En esta sección se analizan en detalle las principales características de la identidad migrante de la comunidad coreana. Comúnmente los coreanos en Chile interactúan con tres sociedades distintas en su vida cotidiana: 1) la sociedad chilena, destino de migración y lugar de residencia; 2) la sociedad coreana, en la cual persiste su pasado y 3) la colonia coreana en Chile, espacio en el cual desarrollan sus actividades comerciales y el sentido de colectividad se refuerza a través de instituciones como las iglesias y la Asociación de Colonia Coreana en Chile6.
Cabe señalar también que los vínculos y las interacciones con cada una de las sociedades se interrumpen. Los coreanos en Chile, por razones que serán detalladas a continuación, experimentan un proceso de reiteradas conexiones y desconexiones con las tres sociedades. Es precisamente esta continua conexión y desconexión lo que dificulta su integración. Este estudio introduce el término “flotación” para conceptualizar la incapacidad de este grupo migrante de “anclarse” a cualquiera de las tres sociedades con las que interactúa.
Sociedad chilena: conexión indispensable y desconexión cotidiana
La principal fuente de ingreso de los coreanos en Chile proviene del comercio. La interacción con los chilenos, sus principales clientes, es clave para garantizar su subsistencia y mantener su estatus económico. No obstante, esta conexión con la sociedad chilena se restringe al ámbito comercial. En otros aspectos de su vida cotidiana, los coreanos no logran conectar de la misma manera con los chilenos. Esta incapacidad de conexión con la sociedad y la cultura local se explica por las diferencias culturales, la barrera idiomática y una aparente falta de interés por parte de los coreanos.
La mayoría de los comerciantes coreanos administran una tienda de ropa, telas o venta al por mayor o detalle de artículos varios, concentrándose en Patronato, un tradicional sector comercial en la zona norte de Santiago que acoge a comerciantes extranjeros desde 1890, cuando los árabes llegaron a la zona. Las seis calles principales de Patronato concentran alrededor de cuatrocientos comercios administrados por coreanos. El comercio coreano en Patronato muestra algunos aspectos de lo que ha sido definido como un “enclave étnico”. Samers (2010) define “enclave étnico” como una comunidad de compatriotas, articulada en torno a una etnia, la cual desarrolla una serie de redes que permiten a los recién llegados encontrar trabajo, entre otras cosas, aportando capital social.
El caso más representativo de un “enclave étnico coreano” es el de los coreanos residentes en Los Ángeles, Estados Unidos. De acuerdo con Park (1997, p.65), en Korea Town de los Ángeles es fácil encontrar tiendas y fabricas coreanas donde todos los trabajadores son coreanos. Por el contrario, en el caso de las tiendas administradas por coreanos en Chile, el número de trabajadores de la misma nacionalidad es casi inexistente. Si bien algunos migrantes coreanos recién llegados optan por trabajar bajo el alero de sus connacionales antes de emprender por cuenta propia, la realidad es que esta experiencia corresponde a una minoría y por lo general este periodo de “aprendizaje” es muy breve. Además, dada la confianza que los coreanos depositan en sus compatriotas, estos “trabajadores” acaban realizando funciones de gerencia o a cargo de la caja. Al no desempeñarse como vendedores regulares, su interacción con los clientes chilenos se restringe a “recibir dinero”.
La clientela es otro factor que determina si un grupo cumple con las características de un “enclave étnico”. La mayoría de los clientes de las tiendas de ropa y textiles coreanas son chilenos, no coreanos. En la actualidad, y producto de la creciente popularidad de la música coreana (K-Pop) y de la industria del entretenimiento en Corea (Hallyu, Ola Coreana), supermercados y restaurantes que tradicionalmente estaban dedicados de forma exclusiva a la comunidad coreana han experimentado un rápido aumento del número de clientes chilenos y extranjeros. De esta forma, desde el punto de vista de su subsistencia, los coreanos en Chile deben “conectarse” con la sociedad chilena para poder subsistir, lo que dificulta su caracterización como “enclave étnico”.
A pesar de lo anterior, es común que los chilenos se refieran a Patronato como un “barrio coreano”. En un especial de uno de los noticieros más populares de Chile, titulado: “Así llegaron los Coreanos a Chile”, la “Pequeña Corea” fue retratada como un barrio completamente integrado: “un elemento más de la sociedad chilena” (Tele13, 2016). Irónicamente, aun cuando los coreanos parecieran estar estrechamente vinculados a la sociedad chilena, la realidad es que su identificación con el comercio del barrio de Patronato no hace más que reforzar su desconexión. Al optar por dar continuidad a sus comercios, los inmigrantes no persiguen carreras profesionales, lo que imposibilita su inserción en otros ámbitos de la sociedad chilena. Más aún, el perfil de negociante en un barrio comercial tradicional, vinculado con la clase media-baja, no contribuye a mejorar el estatus de un grupo que, además, debe lidiar con su condición de minoría étnica asiática y los prejuicios de la sociedad chilena.
Los coreanos que migraron a Chile desde Corea u otros países cercanos en la década de los noventa, lo hicieron aprovechando el boom de la industria textil, un rubro que, a medida que pasan los años, se vuelve cada vez más competitivo y vulnerable a los cambios en la economía, así como también a las transformaciones introducidos por el desarrollo de nuevas tecnologías y el abaratamiento de los procesos. Esto, sumando al aumento de la competencia que introdujo un incremento explosivo de inmigrantes chinos que se han posicionado en el sector, no hace más que acrecentar la incertidumbre de los coreanos respecto a su futuro.
En un comienzo, los coreanos importaban productos directamente desde Corea o instalaban fábricas para elaborar los propios. A partir del inicio del nuevo milenio, y debido a la baja de precios de los textiles una vez que los productos chinos “inundaron” el mercado, los comerciantes coreanos comenzaron a viajar a China para importar directamente con precios más competitivos. La cercanía geográfica entre China y Corea y las redes transnacionales formadas por los coreanos en el extranjero permitieron a los comerciantes coreanos acceder a productos a precios competitivos. Sin embargo, a medida que un mayor número de comerciantes chilenos comienza a aventurarse en el mundo de posibilidades que ofrece China, la inseguridad de los coreanos aumenta. Los coreanos en Chile optaron por priorizar aquello en lo que se sentían más seguros, en vez de diversificar sus emprendimientos e inversiones. Al estar confinados a un ámbito específico, comercio textil en Patronato, la “desconexión” con la sociedad chilena provoca la exclusión de este grupo en otros ámbitos. Esta exclusión favorece los intercambios entre coreanos:
No se trata de asimilar o absorber un poco más la cultura chilena, el tema es que, mientras vivo aquí, siento que no tengo oportunidades de hablar español. Cuando estoy en la tienda, solo necesito unas cuantas palabras específicas. Voy a una iglesia coreana, como comida coreana, las personas con las que me junto también son coreanas. A veces me pregunto: ¿Para qué me fui? Me siento excluida y no encajo bien. Al final, las personas con las que interactúo son básicamente mis trabajadores y mis clientes, por lo que mi conocimiento sobre Chile es muy fragmentado. Es lamentable (Sra. KJ, comunicación personal, diciembre 2013).7
Además, los coreanos enfrentan otro desafío al momento de interactuar con la sociedad chilena: la barrera idiomática. Los coreanos residentes pasan la mayor parte de su tiempo en sus tiendas y repiten solo algunas palabras muy específicas. Esto les impide desarrollar un vocabulario que permita una fluida interacción con otros miembros de la sociedad chilena. Dado que son los trabajadores chilenos y extranjeros quienes enfrentan a la clientela, los coreanos no tienen la necesidad de hablar español. La mayoría de ellos migró sin saber español y recuerdan haber aprendido “a golpes”, en vez de realizar estudios formales. Considerando esto, el idioma, que es una de las principales herramientas para interactuar con la sociedad chilena, se convierte en una barrera que no puede ser superada.
No podía hablar ni una palabra de español. Lo único que hacía era ir con un diccionario y mostrar a las personas las palabras mientras les preguntaba. Pero ahora… en realidad puedo hablar, pero no bien. Debería hablar más, pero es que en esto de aprender idiomas no hay un final (Sr. PJ, comunicación personal, enero 2014).
El momento en que la barrera idiomática se convierte en un gran obstáculo ocurre durante las reuniones con profesores y apoderados. Cuando sus hijos son niños, los coreanos sienten más la necesidad de aprender español, como una forma de asegurar que sus hijos puedan tener amigos y no sean marginados en el colegio. No obstante, a medida que los hijos van creciendo, estos comienzan a formar grupos más cerrados y las reuniones sociales que requieren la asistencia de los apoderados, tales como los cumpleaños de niños, comienzan a disminuir. A medida que los hijos crecen y el nivel de español mejora, la barrera idiomática que enfrentan los padres crece. Los hijos que hablan bien español entienden perfectamente los comunicados oficiales del colegio y no requieren ayuda de sus padres para resolver sus problemas.
Aquí cuando un niño está de cumpleaños, los padres también van. Y los chilenos hablan tanto. Toman un vaso de cerveza y pueden hablar horas. La primera vez, como soy extranjero, me hicieron un montón de preguntas, fue muy duro. Mientras hablaban entre ellos, hablaban más rápido, la conversación se volvió aburrida y, aun cuando no podía entender nada, lo único que hacía era sonreír. Al final, lo tomo como un sacrificio que debía soportar por mi hijo. Pero, a medida que los hijos crecen, estas reuniones ya no son tan habituales (Sr. KS, comunicación personal, enero 2014).
Otra instancia en la cual la barrera idiomática se hace presente ocurre durante las disputas legales con sus empleados. Al momento de ser culpados por sus trabajadores, la mayoría no dispone de las herramientas para defenderse. Es común que los empleadores coreanos sean denunciados por forzar a sus empleados a trabajar sin contrato o por haber gritado a los trabajadores. En dichas ocasiones, el desconocimiento del idioma les impide defenderse correctamente.
Lo que pasa es que si los trabajadores renuncian de forma voluntaria no reciben el finiquito, por lo que aguantan hasta que los despidan. Cuando el empleador les pide algo, no responden. Superados por la angustia, los empleadores les gritan que lo hagan rápido. Esto les sirve como un pretexto para hacer una denuncia. Lo denuncian como abuso. Aquí siempre están del lado del trabajador. Si el trabajador hace una denuncia, la Inspección del Trabajo realiza una investigación. Si no existen pruebas de que el hecho denunciado no ocurrió, la palabra del trabajador siempre tiene preferencia. Cuando me llegó la primera notificación, en un principio tuve miedo porque me hablaban y preguntaban sin que yo pudiese entender. En el caso de los contratos, para no pagar impuestos ambas partes acuerdan trabajar sin contrato. Es normal entre los coreanos porque es más costoso al incluir los seguros [cotizaciones previsionales]. Después de malas experiencias, aprendí que se debe escribir un contrato. Por esta razón los peruanos y bolivianos recién llegados trabajan en las tiendas coreanas, porque ellos necesitan un contrato de trabajo para poder solicitar la visa de trabajo (Sr. KH, comunicación personal, diciembre 2015).
En las palabras del Sr. KH, y a pesar de que parezca que los coreanos residentes en Chile se encuentran perfectamente integrados en la sociedad chilena, es posible verificar una vez más el nivel de su desconexión. Pareciera que se encuentran conectados con la sociedad local, respetando sus leyes e instituciones, pero la realidad es que la desconexión que produce la barrera idiomática es fruto de una elección. Es por esta razón que los coreanos, aun después de vivir muchos años en Chile siguen albergando la idea de “aprender bien” español.
Creo que llegó el momento de aprender un poco. Me gustaría hablar bien, principalmente por vergüenza. Pienso que, a medida que van pasando los años, uno va entendiendo cada vez más. Creo que no podría hablar bien. En realidad, no hablo bien el español. Siento que he mejorado. A pesar de que no hablo correctamente, por lo menos puedo comunicarme sin grandes dificultades. Tampoco es que las personas con las que hablo sean personajes importantes, por lo tanto, no creo que sea fuente de problemas. Como logro comunicarme, he podido sobrevivir todo este tiempo (Sra. CHS, comunicación personal, enero 2014).
En la frase: “tampoco es que las personas con las que hablo sean personajes importantes”, es posible verificar de forma directa la desconexión de los coreanos con la sociedad chilena. Lejos de asumir el desafío de aprender el idioma para integrarse mejor, relativizan la importancia de su aprendizaje, escudándose en el hecho de que su clientela no merece el esfuerzo. En resumen, los coreanos están conectados a la sociedad chilena porque esto asegura su subsistencia. Sin embargo, este enfoque también incide en su desconexión y aislamiento, al limitarse a un ámbito de interacción en específico, el comercio, y al postergar el aprendizaje del español.
Sociedad coreana: conexión práctica y desconexión psicológica
Como fue explicado anteriormente, los coreanos en Chile han modificado su modelo de negocios al importar productos desde China. Es precisamente a través de sus visitas de negocios a China, de las mejoras en las telecomunicaciones y al establecimiento de filiales de grandes empresas coreanas en Chile, que los coreanos siguen conectados con su país. Sin embargo, debido a que ambos países están situados en las antípodas, la distancia y las diferencias, tanto horarias como estacionales, generan una desconexión psicológica.
Como la mayoría de los coreanos en Chile se dedican al comercio textil y a la venta al por mayor y al detalle de varios artículos, deben visitar China tres a cuatro veces al año para pedir y encargar la fabricación de productos. La cercanía geográfica entre China y Corea permite que los coreanos aprovechan estos viajes para visitar a sus seres queridos. Esto termina por conectar de forma física a los coreanos residentes en Chile con su sociedad natal. En general, cuando un migrante ha pasado mucho tiempo sin visitar su país de origen, sufre un choque cultural al ver cómo ha cambiado su país. En el caso de los coreanos en Chile, viajar se ha vuelto parte de la cotidianidad.
La verdad es que voy a menudo a Corea. Después de terminar todo lo que tengo que hacer en China, y antes de volver a Chile, paso por Corea y compro lo que necesito. Mi mamá también me prepara Kimchi8… Cuando me casé y vine a Chile, mi mamá estaba triste porque pensaba que no nos veríamos. La verdad es que ahora nos vemos bien seguido (Sra. YH, comunicación personal, enero 2014).
Los coreanos en Chile, gracias al desarrollo de las comunicaciones, pueden vivir en constante conexión con la sociedad coreana. De acuerdo con el reporte “State of the Internet – Q1 2016”, publicado por Akamai Technologies, Chile es el tercer país con mejor conexión a internet en el continente americano, después de Estados Unidos y Canadá (Publimetro, 2016). Es por esta razón que algunos coreanos importan desde Corea teléfonos IP “070”. Basta con conectarlos y pagar la tarifa local coreana, relativamente barata, para poder comunicarse. En el centro de Santiago existen muchos centros de llamadas internacionales y puntos de ventas de tarjetas de prepago para realizar llamadas hacia el extranjero, ambos muy concurridos por grupos de migrantes. No obstante, es muy difícil encontrar a un coreano que utilice dichos servicios. Como la velocidad de internet es adecuada, basta con utilizar Skype o el teléfono IP mencionado anteriormente. En la actualidad las aplicaciones de mensajería también tienen funciones de llamada, siendo Kakao Talk la más popular entre los coreanos, lo que permite una conexión más fluida con familiares y amigos en Corea.
Además, la televisión satelital también ha encontrado un espacio en el mercado, por lo que los restaurantes y hogares disfrutan de programas de televisión coreanos prácticamente en vivo. A pesar de que en Santiago existe un local dedicado a la venta de DVD de telenovelas coreanas, el público objetivo de ese local es chileno, razón por la cual incluyen subtítulos en español. Incluso entre los chilenos la opción de comprar tampoco es muy popular, dado que a través de internet pueden disfrutar de dramas subtitulados con una mínima diferencia de tiempo con respecto a su emisión en Corea. Finalmente, el servicio de streaming más popular en Chile, Netflix, cuenta con un amplio catálogo de películas y series de televisión coreanas, algunas exclusivas de la plataforma.
Gracias al desarrollo de la tecnología y las comunicaciones, la distancia geográfica que los separa de su tierra natal se acorta. Al estar más conectados con Corea que con la sociedad chilena, refuerzan su identidad coreana. El éxito de marcas coreanas tales como Samsung, LG y Hyundai, las cuales son muy bien evaluadas en el mercado chileno, y la popularidad de las producciones culturales coreanas se convierten en un motivo de orgullo para los coreanos en Chile.
Un día un amigo chileno me preguntó si Samsung es coreano. Le respondí que no solo Samsung, sino también LG y Hyundai. Él me respondió que en su casa tiene productos de todas esas marcas; su celular es Samsung, su refrigerador y su televisor son LG y su auto es Hyundai. No sé bien porqué, pero me sentí halagada (Sra. LS, comunicación personal, mayo 2015).
A través de los viajes de negocios, de las nuevas tecnologías y del nuevo estatus de la “marca país” coreana, los coreanos residentes permanecen conectados con Corea. Sin embargo, a pesar de las mejoras en las tecnologías, la distancia geográfica entre ambas naciones es real y el sentimiento de desconexión es difícil de superar. Chile se encuentra en el otro extremo del mundo y, considerando solamente las horas de vuelo efectivas, el viaje supera las veinticuatro horas. Si se añaden los tiempos de espera, los itinerarios de vuelo, y las distintas opciones de escalas, el viaje tiene una duración mínima de treinta horas. Es por esta razón que los coreanos en Chile, a diferencia de sus pares viviendo en China u otros países cercanos a Corea, tienen que considerar muchos factores al momento de viajar: el costo de los pasajes, el cansancio acumulado por el largo viaje y los estragos que el desfase horario causa en la salud. Probablemente la principal queja tiene que ver con los tiempos de vuelo. Al respecto, es común escuchar a coreanos comentar: “si tan solo viviera en los Estados Unidos”. Esto no hace sino reforzar el sentimiento de pesar por no haber podido migrar al país norteamericano. Un ejemplo extremo de la desconexión física ocurre cuando alguno de los padres que viven en Corea fallece, dado que es muy difícil encontrar pasajes sin antelación y ajustarse a los tiempos del cortejo fúnebre.
Si tan solo fuera Estados Unidos, sería feliz. Es que es muy lejos. Siempre me preocupo por mi familia en Corea. Mi mamá está en edad avanzada, pienso que, si algún día le pasa algo, sería muy difícil para mí llegar en el momento correcto. Por eso siempre estoy pensado qué debería hacer. Esto es un problema que otros coreanos en el extranjero desconocen. Es un problema que no se soluciona con dinero. El sentimiento de soledad es mayor (Sr. KH, comunicación personal, diciembre 2015).
Además, el hecho de vivir en un lugar diametralmente opuesto a Corea también genera incomodidad. Cuando en un lugar es de día, en el otro es de noche, cuando en uno es invierno en el otro es verano. Esto termina reforzando la sensación de vivir en “otro mundo”. Cuando un coreano se comunica con sus familiares o amigos en Corea, es común que lo primero que se pregunten sea: “¿qué hora es allá? ¿cómo está el tiempo? Para luego responder: “aquí es exactamente lo opuesto”. Es por esta razón que el desarrollo de las tecnologías y las telecomunicaciones difícilmente puede superar la alienación que produce la distancia geográfica. Por lo tanto, además de la sensación de desconexión con la sociedad chilena, es posible observar una desconexión con la coreana.
Para los coreanos que viven en Estados Unidos, Canadá, Australia, entre otros, basta con tomar un solo avión para llegar a Corea. Chile es distinto. Un avión y después otro y otro. China está tan cerca… Supongo que los que viven en China deben estar super bien (Sra. CHM, comunicación personal, diciembre 2015).
En síntesis, los coreanos en Chile generan una conexión física con Corea a través de sus visitas por viajes de negocios, al mirar los programas de TV o cuando ven con orgullo cómo sus marcas se posicionan en el mercado chileno. No obstante, también experimentan una sensación de desarraigo cuando son conscientes de que no pueden superar la distancia que implica vivir en el otro extremo del planeta. Sin poder echar raíces en ninguna de las dos sociedades, los coreanos viven “flotando” entre ambas.
Comunidad coreana en Chile: conexión religiosa y desconexión para mantener la privacidad
Los coreanos en Chile constituyen una comunidad estrechamente vinculada a través de instituciones religiosas. En los inicios de su proceso de migración reciben ayuda, forman redes y encuentran un espacio en el cual pueden compartir sus experiencias con otros. Incluso algunos no creyentes utilizan esto como una herramienta para fortalecer sus redes de negocios (Min, 1992, p.1371). Min (1992) identificó cuatro diferentes funciones sociales que cumple las iglesias coreanas en el extranjero: sentido de camaradería, conservación de la tradición coreana, servicio social y estatus. Park (1997, p.183) destaca la importancia de las iglesias en la comunidad coreana de la siguiente manera: “Si tres chinos se encuentran en el extranjero, abrirán un restaurante. Si tres japoneses se encuentran en el extranjero, crearán una empresa. Si tres coreanos se encuentran en el extranjero, construirán una iglesia.” A pesar de que lo anterior parezca un chiste, lo cierto es que la influencia que ejercen las iglesias coreanas en la vida de la comunidad no puede ser subestimada.
Si le preguntamos a un coreano que está preparándose para salir de su país por la información más relevante del lugar de destino, no sería exagerado pensar que nombraría los datos de contacto de un establecimiento religioso. En el caso de los coreanos que viven en Estados Unidos, el porcentaje de personas que frecuenta una iglesia supera el 60% (Choi, 2011, p.17). Sin embargo, el hecho de forjar lazos estrechos en una comunidad tan pequeña también conlleva problemas. La mayor queja de los coreanos con respecto a las comunidades que se forman en torno a las iglesias tiene relación con la falta de privacidad. Los chismes están a la orden del día. Por lo que, aun cuando deben frecuentar la iglesia para ser parte de la comunidad, tratan, en lo posible, de no exponer su vida privada. En esta instancia, la conexión y desconexión de la comunidad se convierte en una opción personal.
En Chile el número de coreanos residentes no supera los tres mil. No obstante, existen muchos establecimientos religiosos considerando el tamaño de la comunidad: cinco iglesias protestantes, una iglesia católica y un templo de budismo Won, entre otros. El año 2013, durante la celebración número treinta y cinco del “Día del Inmigrante Coreano”, se realizó una competición deportiva y los equipos se separaron por establecimiento religioso. Aquellos que pertenecían a establecimientos con menos creyentes o quienes se declararon como no creyentes, pasaron a formar parte del grupo común compuesto por funcionarios de la Embajada y trabajadores de empresas coreanas en Chile, entre otros. Es precisamente este el nivel de representación que tienen los grupos religiosos mayoritarios dentro de la comunidad coreana. Por lo tanto, incluso dentro de esta comunidad, son las iglesias las que otorgan un sentido de pertenencia a los migrantes, lo que los desconecta aún más con la sociedad chilena y los conecta con la comunidad coreana en Chile.
Cuando no había pasado mucho desde que llegué a Chile, cada vez que me encontraba con alguien me preguntaban: ¿A qué iglesia vas? Si decía que no voy a la iglesia, me preguntaban que cómo lo hice al principio para poder asentarme. Si decía que no era creyente, me contestaban que si iba a la iglesia me daría cuenta de que muchos de los que la frecuentan son no creyentes y que en el extranjero las iglesias no se pueden administrar como “simples centros de adoración”. Una vez una persona me comentó que, si no iba a la iglesia, tendría que pagar la “matrícula” (los costos de adaptarse al país sin la ayuda de la iglesia). Mirando atrás, creo que así fue. Sobre todo, cuando considero todo lo que sufrí durante la firma del contrato de arrendamiento y la apertura de la cuenta de banco (Sr. KS, comunicación personal, enero 2014).
Por supuesto que los coreanos no planean vivir su vida sin salir de la comunidad coreana. En un principio buscan conectar con los chilenos, sobre todo realizan esfuerzos por sus hijos y asisten a las reuniones sociales. Sin embargo, a medida que se dan cuenta de las barreras culturales e idiomáticas que existen, optan por volver a la comunidad coreana. Por esta razón, el rol de los grupos religiosos es mayor. En estas comunidades los coreanos pueden recibir el apoyo y la contención que necesitan:
Eso de los coreanos y la iglesia se hace de forma pasiva, para evitar sentirse marginalizado y también por la nostalgia del hogar. Leí en un libro que las personas que viven en el extranjero deben recibir atención psicológica al menos una vez al año. También está el tema de comunicarse en la lengua materna. ¿Será que todavía se usa esta expresión? ¿Dónde se puede comprobar esto? La respuesta es la iglesia, lugar en el que todos se reúnen con regularidad. Lengua y nostalgia por el hogar. Cuando uno quiere practicar su idioma, va a la iglesia (Sra. KJ, comunicación personal, diciembre 2013).
De esta manera, la vida religiosa ayuda en el proceso de adaptación a la vida de migrante y conecta a los coreanos residentes. Sin embargo, el estrés que produce la falta de anonimato provoca que los individuos muestren desinterés por los otros y que no se hablen, generando a la vez una vida desconectada de los demás. Los coreanos trabajan en el mismo lugar, viven en el mismo lugar, sus hijos estudian en los mismos colegios y van a las mismas iglesias, al punto en que solo basta con nombrar a una persona para que todos la reconozcan.
Fui dos o tres veces a la iglesia coreana con mis amigos nacidos en Chile. En ese momento me di cuenta de que en ese lugar la vida privada no existe. Me sentía muy observada. Se supone que es un lugar al que uno va cuando tiene una necesidad espiritual, pero el hecho de estar siendo observada todo el tiempo, más que una medicina para el espíritu se convierte en una enfermedad. La vida de todos es prácticamente igual, pero al ser una comunidad cerrada, el menor cambio llama la atención y se convierte inmediatamente en objeto de comparación (Sra. KJ, comunicación personal, diciembre 2013).
La Sra. KJ no frecuentaba la iglesia al principio de su vida en Chile pero, para superar la nostalgia por su país, siguió a sus amigos y se unió a una. Sin embargo, la curiosidad excesiva de la gente de la iglesia solo le produjo más estrés. Personas con diferentes pasados en un ambiente donde no existe el anonimato. El bajo número de migrantes coreanos en Chile no hace sino aumentar la sensación de estrés.
En Brasil viven muchos coreanos, los que tienen dinero se juntan con sus pares. Los pobres se juntan entre ellos. Todos separados terminan congeniando bien. Pero aquí no es así. Cuando los que tienen dinero empiezan a exponer su superioridad, es muy difícil que los otros puedan incorporarse (Sra. LS, comunicación personal, mayo 2014).
Nos conocemos de la iglesia, del negocio, nos encontramos muchas veces. En Corea la vida privada y la vida espiritual están separadas. La gente de la iglesia no sabe lo que hago en mi vida privada. Por ejemplo, en Corea, cualquier persona puede estafar a otra y después ir a la iglesia y participar sin que nadie sepa. Aquí eso no se puede. Incluso me ha tocado compartir en la iglesia con gente con la cual tengo problemas. Problemas que muchas veces son imperdonables (Sra. CHM, comunicación personal, diciembre 2015).
La comunidad coreana es pequeña y sus miembros están en constante contacto, lo que atrae conflictos. La mayoría de los coreanos en Chile trabajan en el mismo rubro, textil y venta de productos coreanos, son vecinos o van a la misma iglesia. Esto genera competencia. Los coreanos recién llegados confiesan que los más antiguos no son “muy amistosos”.
La anterior dueña del local que ahora ocupo vendía accesorios. En el mismo edificio hay una tienda de ropa administrada por coreanos. Ellos tenían una buena relación con la anterior dueña. Ahora nosotros abrimos una nueva tienda y simplemente nos odian. Así, sin razón. Esto limitó nuestras opciones de establecer relaciones con otras personas de la comunidad. Fue muy difícil. Se entrometen mucho en lo que hacen otras personas. Son muy arrogantes. No es algo con nosotros en particular, es con todos. Todos, bueno… la mayoría es así (Sra. CHM, comunicación personal, diciembre 2015).
Estas experiencias son comunes en una comunidad tan pequeña como la coreana. Además, aun cuando muestren rechazo por los recién llegados, no les queda más remedio que conectarse, porque es difícil abandonar la comunidad y pasar a formar parte de la sociedad chilena. Normalmente el migrante experimenta el rechazo de la sociedad receptora pero, en el caso de los migrantes coreanos, son sus pares quienes los rechazan, lo que termina por estresarlos.
Una vida que gira en torno a la iglesia, donde todos se conocen, produce conflictos y estrés. Cuando a un coreano en Chile se le consulta por la comunidad coreana, responde que no lo sabe porque está muy ocupado y no comparte con coreanos. Esto es porque entre coreanos se toman precauciones contra los rumores. Sin embargo, si no interactúan pueden quedar aislados o verse perjudicados, razón por la cual son constantes en su vida religiosa. Esto es otra muestra de la paradoja de la conexión y desconexión de los coreanos residentes en Chile, quienes viven en una comunidad aislada, sin contacto activo con la sociedad chilena, y confinados en una colectividad pequeña.
Conclusiones
El presente estudio analizó la forma en que la migración coreana en Chile se inserta en la historia de los procesos migratorios chilenos y en la diáspora coreana en Latinoamérica, identificando las principales características específicas de este grupo migrante. Además, a través de entrevistas con miembros de la comunidad, este trabajo ahondó en los procesos de aculturación experimentados por esta colectividad. Los coreanos que residen en Chile son reconceptualizados como newcomers, tanto desde el punto de vista de la historia de la migración coreana en Sudamérica, como de la historia de los flujos migratorios en Chile. Puesto que llegaron con un desfase de veinte años, cuando se comparan con inmigrantes coreanos que arribaron a otros países sudamericanos, y su experiencia migratoria es completamente distinta a la experimentada por los inmigrantes asiáticos de finales del siglo XIX. Por lo tanto, este artículo ha hecho hincapié en la necesidad de estudiar a este grupo migrante, reconociendo sus características específicas y evitando las grandes generalizaciones que suelen acompañar a los estudios de la migración asiática.
Otro elemento para destacar es el hecho de que los newcomers no tenían en mente a Chile como el destino final de su migración. A medida que los países vecinos experimentaban periodos de crisis e inestabilidad, el atractivo de Chile como país receptor de inmigración fue aumentando y logró atraer a inversionistas coreanos. Por esta razón, desde el inicio del proceso migratorio, los coreanos han contado con el capital necesario para emprender sus negocios y adquirir el poderío económico que los caracteriza.
Sin embargo, es importante señalar que los inmigrantes coreanos siempre pensaron su paso por Chile como una etapa de preparación para su destino final: Estados Unidos. Esta disposición mental restringe su adaptación a la sociedad chilena, puesto que no tienen la intención de arraigarse en el país. Al limitarse a trabajar en un barrio comercial, generan un vínculo de dependencia respecto a la clientela chilena. Es precisamente esta conexión material, y la desconexión psicológica descrita en el párrafo anterior, lo que los deja “flotando a la deriva”. El mismo fenómeno se observa en su relación con la sociedad coreana. A pesar del desarrollo de tecnologías para la comunicación y a los constantes viajes de negocios que realizan, la distancia geográfica impacta psicológicamente. Finalmente, respecto a la vida en comunidad, las iglesias coreanas en Chile sirven de apoyo a los migrantes durante su proceso de integración, conectándolos con otros coreanos. Sin embargo, es también una fuente de estrés debido a la incapacidad de mantener el anonimato en grupos tan reducidos.
Este trabajo expone la necesidad de incorporar dos aproximaciones a los estudios de los procesos migratorios. Primero, la necesidad de integrar un análisis que considere tanto la perspectiva del país emisor de la migración, como también la del país receptor de la inmigración. Las corrientes migratorias internacionales son fenómenos transnacionales que requieren de al menos dos países. Por lo tanto, para poder establecer las características de la migración, es necesario determinar de qué forma los movimientos migratorios se insertan en los procesos históricos de ambas naciones. Segundo, la necesidad de analizar las características específicas de los grupos migrantes y los procesos de construcción de identidad, considerando la interacción de los migrantes con las sociedades que los rodean: la sociedad de origen, la sociedad de destino y la comunidad migrante. Las características propias de la cultura tradicional del país de origen interactúan con la cultura del país de destino. Así, a pesar de que la migración se desarrolla como un proceso transnacional, los migrantes la “glocalizan”, desarrollando una nueva identidad migrante.
Por último, abre posibilidades para nuevos estudios. Primero, promueve la discusión sobre la comunidad coreana en el campo de los estudios migratorios en Chile, posicionándola como un sujeto de estudio relevante. En Chile, el foco de los estudios migratorios ha estado en la migración intrarregional, principalmente por su volumen y la presión que ejercen sobre las instituciones chilenas. A través del análisis de una corriente migratoria que inicia en el otro extremo del mundo y cuyo número es relativamente bajo, como es el caso coreano, se introducen nuevas perspectivas. Los coreanos en Chile poseen un estatus socioeconómico distinto de los migrantes intrarregionales y, a través de su interacción con la sociedad local y con otros grupos de migrantes, van dando forma a una nueva sociedad chilena. Así, a partir de la experiencia de los coreanos, es posible apreciar cambios que introducen elementos de multiculturalidad en la sociedad chilena.
Segundo, la necesidad de ampliar el objetivo de los estudios sobre los inmigrantes coreanos con el fin de incorporar a la segunda generación, hijos de coreanos nacidos en Chile. Los sentimientos de desconexión y de desarraigo, retratadas en este trabajo a través del uso de los conceptos de “conexión-desconexión” y “flotación”, son aún más complejos y diversos en el caso de los migrantes de segunda generación. A pesar de haber nacido en Chile y poseer la ciudadanía de este país, sus padres no participan de la sociedad chilena. Además, desde la educación prescolar, la mayoría es educada en colegios internacionales, lo que limita su interacción con la sociedad chilena. Su coreano dista de ser perfecto y son criados con estándares distintos a los de la sociedad coreana, por lo que desarrollan un temor a la misma. No son ni chilenos, ni coreanos, por lo tanto, se sienten más cómodos manteniendo una “identidad extranjera”. En este sentido, para identificar las características específicas de los procesos de construcción de identidad entre los inmigrantes de segunda generación, es necesario incorporar el concepto de “identidades transnacionales”, así como también es necesario evitar las generalizaciones y reconocer la diversidad de experiencias. A través del uso del concepto de “identidades individualizadas”, investigaciones sobre coreanos pertenecientes a la segunda generación podrán contribuir al desarrollo de los estudios sobre la comunidad coreana en Chile.
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