La sociedad de la mentira: Viviendo entre falsedades
The society of lies: Living among falsehoods
Fecha recepción: agosto 2025 / Fecha aceptación: octubre 2025
DOI: https://doi.org/10.51188/rrts.num35.1064
ISSN en línea 0719-7721 / Licencia CC BY 4.0.
RUMBOS TS, año XX, Nº 35, 2025. pp. 73-89

Sonia Brito Rodríguez
Doctora en Ciencias de la Educación, mención educación intercultural,
Universidad de Santiago de Chile.
Trabajadora Social, Universidad Tecnológica Metropolitana, Santiago, Chile.
Universidad Alberto Hurtado, Avda. Bernardo O’Higgins 1825, Santiago, Chile.
Código postal: 8340576
Autora para correspondencia.
https://orcid.org/0000-0002-1211-1125.
Lorena Basualto Porra
Profesora de religión y moral, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
Magíster en Teología, Pontificia Universidad Católica de Chile y
Magíster en Educación, Universidad Andrés Bello, Santiago de Chile.
Universidad Católica Silva Henríquez, Gral. Jofré 462, Santiago, Chile.
Código postal: 8330225
https://orcid.org/0000-0001-8780-0841
Andrea Comelin Fornés
Trabajadora social, Pontificia Universidad Católica de Chile. Magíster en Educación Superior, Universidad Arturo Prat y Máster en Intervención Social,
Universidad Internacional de la Rioja, España.
Universidad de Tarapacá, Avenida 18 de Septiembre N° 2222, Arica, Chile.
Código postal: 1010069
https://orcid.org/0000-0003-2010-6577
Felipe Quiroz Arriagada
Profesor de Filosofía, Licenciado en Educación, Universidad Católica Silva Henríquez. Magíster en Psicología Educacional, Universidad Mayor.
Magíster en Educación, mención Currículum e Innovaciones Pedagógicas, Universidad Católica Silva Henríquez.
Universidad Autónoma, Ramón Subercaseaux 1404, San Miguel, Santiago, Chile. Código postal: 8910123
https://orcid.org/0000-0001-8937-409X
Resumen
El término de posverdad es una fotografía sociológica y antropológica contemporánea; sin embargo, termina siendo un eufemismo para suavizar la falsedad en la que vivimos. El objetivo del artículo es contribuir al desarrollo del estatuto epistemológico de la sociedad de la mentira con el propósito de proponer una alternativa al concepto de posverdad. La metodología del artículo es una indagación bibliográfica, a partir de la cual se problematiza la sociedad de la mentira para desarticular los engaños de los grupos de poder, las estructuras y las redes sociales, de modo de liberar al ser humano contemporáneo que sufre nuevas formas de esclavitud.
Palabras clave
Sociedad de la mentira; estructuras; esclavitud; redes sociales; libertad
Abstract
The objective of the article is to contribute to the development of the epistemological status of the society of lies with the purpose of characterizing current society. The methodology of the article is bibliographical research, from which the problematization of the society of lies is articulated. This, with the purpose of dismantling the deceptions of power groups, structures & social networks, in order to free contemporary human beings who suffer new forms of slavery.
Keywords
Society of lies; structures; slavery; social networks; freedom
Introducción
Hace algunos años se ha instalado el concepto de posverdad, que surge en los ámbitos comunicacionales para denunciar la falta de veracidad en los medios de información (Sánchez, 2019). El término se utilizó por primera vez en 1992 por el serbio-estadounidense Steve Tesich, donde, en el contexto de la guerra en el Golfo Pérsico, señalaba que lamentaba que los pueblos libres decidan vivir en un mundo donde gobierne la posverdad; es decir, en una cultura donde se miente sin ningún resquicio moral (Montoya, 2019).
El término se desarrolló conceptualmente con el estadounidense Ralph Keyes (2004), quien plantea que la información se embellece al gusto de quien la narra y se presenta como verdadera en su espíritu, pero no da cuenta de la realidad de los hechos. Posteriormente, en el año 2010, se acuña el término “política de la posverdad” (Aznar, 2018, p. 50), aplicando el concepto al mundo de la retórica partidista que se desconecta de los verdaderos problemas de la ciudadanía.
Posteriormente, en 2016, el concepto de posverdad fue declarado por el Diccionario Oxford como la palabra del año y, a fines de 2017, la Real Academia Española la incluye como un nuevo término. La define como: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales” (Flores, 2019, p. 214). Abundando en el tema, Lomelí (2019, p. 350) sostiene que la posverdad se alimenta de la falta de criterios de corroboración, “implica verdades que se contradicen; verdades que ya no dependen de los hechos o de la lógica, sino que se enraízan en las emociones y que encuentran en lo político un campo fértil”.
La posverdad tiene como consecuencia afectar negativamente la convivencia humana y la democracia, puesto que socava los cimientos de la confianza (Sánchez, 2019). De esta manera, la sociedad convive entre verdades incompletas o medias verdades, las cuales son posibles, principalmente, por las redes sociales y los medios de comunicación (Flores Morales, 2019). Por este motivo, el concepto de posverdad se encuentra estrechamente relacionado con el de fake news, pues la distorsión deliberada de la realidad necesita como vehículo las Tecnologías de la Información y la Comunicación (Arias, et al, 2023).
Actualmente, con el surgimiento de la inteligencia artificial, se empieza a utilizar el concepto de deepfake para caracterizar los contenidos y narraciones audiovisuales falsas que cuestionan aún más los medios de comunicación en su tarea de informar a la ciudadanía (Ballesteros-Aguayo y Ruiz del Olmo, 2024). Es necesario considerar que la manipulación deliberada de la realidad es un fenómeno que se ha dado a lo largo de la historia de la humanidad; sin embargo, lo propio del siglo XXI es que se ha perdido la valoración negativa de la mentira (Silva-García, 2024). En palabras de Adela Cortina, la posverdad vendría siendo una banalización de la mentira (Cortina, 2023).
Ahora bien, el término posverdad es una conceptualización interesante por su valor de fotografía sociológica y antropológica (Aznar, 2018); sin embargo, termina siendo un “eufemismo para suavizar la mentira que algunos medios de comunicación usan para crear corriente de opinión a través de las redes sociales apelando a la emoción, al sentimentalismo o indignación, donde los datos y los hechos no se contrastan” (Flores Morales, 2019, p. 219).
Incluso, el concepto de posverdad se vuelve inconsistente, pues encubre la mentira utilizando el término verdad para referirse a la falsedad. Por ello, como señala Aznar (2018, p. 50), “se adivina que va a ser sustituido en breve por algún otro nuevo concepto”. Según la filósofa uruguaya Karina Silva-García (2024), es necesario dinamitar el concepto de posverdad, pues no se puede comprender como un punto intermedio entre verdad y mentira, dado que es necesario denunciar la falsedad en los discursos políticos como única forma de reconstruir y valorar los diálogos ciudadanos que fortalecen la democracia.
Por este motivo, algunos autores han planteado como alternativa el concepto de sociedad de la mentira para significar, derechamente, que la realidad está teñida de falsedad, sobre todo en lo que se refiere a los discursos políticos y a la propagación de ideologías (Maldonado, 2024). A su vez, Aragüez (2018) aplica el concepto al ámbito económico cuando articula el binomio mercado capitalista y producción de mentiras para formatear ideológicamente a la población y producir beneficios a los dueños de los capitales.
También la abogada María del Carmen Gómez (2025) se refiere al concepto de ultrafalsificaciones cuando, en un juicio, se distorsiona la realidad mediante el uso de inteligencia artificial para recrear personas, objetos, lugares o sucesos, lo que conlleva sentencias incorrectas.
Ya en la década de los ochenta, la abogada colombiana María Teresa Herrán publica el libro ¿La sociedad de la mentira? Cuando Herrán (1986) plantea que vivimos en una sociedad de mentira, aborda la instalación de una cultura de la falsedad donde lo pseudo y la simulación están a la base de lo que se decide comunicar por los Estados y el mercado globalizado, apoyados por los medios de comunicación para instalar realidades sociales y lograr objetivos estratégicos.
La autora se cuestiona sobre el impacto de esta sociedad de la mentira en los valores morales y éticos y, por consiguiente, en las interacciones sociales, la integridad de los sujetos y la sociedad en general.
A su vez, Burnett (2005/2008) publican una obra colectiva denominada La sociedad de la mentira. El escrito desarrolla diversas teorías de la conspiración en algunas áreas como maquinaciones de impacto global, servicios de inteligencia, desinformación, entre otras. Los autores dan cuenta de que la sociedad de la mentira se sustenta en la estrategia de los “gobiernos que trabajan empleando medios muy reservados y engañosos en la defensa de aquello que es percibido como seguridad nacional” (Burnett, 2005/2008, p. 21). Es decir, buscan estrategias basadas en proporcionar información a través de los medios de información globalizados, que esperan que las personas reproduzcan voluntaria y autónomamente, sin coerción, para que finalmente se instalen como verdades sociales. Estas finalmente son difíciles de desestimar con argumentos basados en evidencia, pues ya se encuentran instaladas y reproducidas a gran escala.
Los autores mencionados tienen como denominador común plantear que la sociedad de la mentira ha permeado todos los intersticios de la vida, desde las grandes esferas como la política, la religión, las ideologías, hasta el ámbito microsocial, es decir, en las relaciones sociales cotidianas del mundo de la vida. Así, la mentira se normaliza y se acepta como algo cotidiano, horadando el tejido social y la confianza entre las personas. Surge, entonces, un desprecio a la verdad, que perpetúa la falsedad mediante la presión social basada en el desinterés por la otredad y sustentada en el individualismo. Entonces, desde las relaciones sociales, identidades falsas y mensajes equívocos, se construyen las relaciones sociales donde la mentira se transforma en un instrumento de poder al no ser cuestionada y, por tanto, puede ser utilizada para los fines que se estimen convenientes, constituyéndose en un atentado ético a la verdad y a la confianza ciudadana.
En razón de estos presupuestos filosóficos y sociológicos, el objetivo del artículo es contribuir al desarrollo del estatuto epistemológico de la terminología sociedad de la mentira con el propósito de caracterizar la sociedad actual y proponer una alternativa conceptual a la noción de posverdad. La metodología del artículo es de indagación bibliográfica, donde, a partir de algunos autores que han aportado al análisis de la sociedad contemporánea como Zygmunt Bauman y Byung-Chul Han, es posible articular los fundamentos de la sociedad de la mentira con el propósito de desarticular los engaños de los grupos de poder y liberar al ser humano que sufre la esclavitud de la manipulación de la información.
El artículo se ordena en tres apartados: el primero refiere a un acercamiento fenomenológico a la mentira que se vive en la sociedad actual en diversos ámbitos de la existencia; el segundo desarrolla el tema de las falsas estructuras; y el último despliega el contenido de las redes sociales que contribuyen a tejer y difundir la mentira.
Fenomenología de la mentira
La búsqueda de la felicidad es inherente al ser humano, sin embargo, el anhelado bienestar suele ser algo lejano a las personas que habitan la sociedad, debido a diversas problemáticas psicológicas, económicas, políticas y familiares que la aquejan (Baquedano-Rodríguez y Rosas-Muñoz, 2020). Toda situación compleja que afecta el bienestar objetivo y subjetivo de las personas, es decir, su calidad de vida, contempla situaciones tanto estructurales como también internas de los sujetos (Jaramillo, 2016).
De esta manera, el bienestar no solo depende de la acción individual de los sujetos o de las acciones que se despliegan en el entorno, sino que depende principalmente de las interacciones, o sea, de los intercambios intersubjetivos entre los sujetos y su contexto. Esto ya lo afirmaba Husserl (2008), cuando daba cuenta de su constructo denominado el mundo de la vida, espacio en donde, por medio del experienciar, se otorga sentido a la existencia y, por tanto, el actuar se dota de sentido en él.
Comprender la relevancia que tiene el contexto en el bienestar objetivo y subjetivo de las personas, es decir, en su calidad de vida, ha llevado a que continuamente los Estados declaren propuestas para que las ciudadanías alcancen el bienestar, articulando y estructurando políticas públicas para conseguir el tan ansiado desarrollo. Para ello, muchos Estados se basan solo en mediciones macroeconómicas para medir el desarrollo, como la renta per cápita, el poder adquisitivo o el Producto Interno Bruto (PIB) (Diamond, 2016). Sin embargo, el país asiático de Bután prefiere utilizar el indicador de la Felicidad Nacional Bruta (FNB), considerando factores como el uso del tiempo libre, la vitalidad de la comunidad, la cultura, la salud física y psicológica, la educación, la diversidad medioambiental, el nivel de vida y el gobierno (BCN, 2014), entendiendo que, en el deseo innato de felicidad en el ser humano, si bien implica decisiones personales, es necesario que exista una estructura social que entregue soporte al despliegue de la felicidad. De lo anterior se desprende que los Estados no son asépticos al momento de decidir y estructurar sus políticas, institucionalidad y la forma de medir sus impactos, ya que responden a principios ideológico-políticos y, por tanto, a una manera de comprender el Estado e interactuar con las ciudadanías.
La globalización del neoliberalismo, enfocada en el consumo y el individualismo (Von Werlhof, 2011), sostiene el paradigma de que ser feliz y alcanzar el bienestar implica tener más, consiguiendo un poder adquisitivo que permita comprar desde bienes materiales hasta compañía, sensaciones, salud, belleza o fama, transformando en sinónimo el ser/estar con el tener (Bauman, 2011). Mantener la lógica capitalista requiere de acciones permanentes donde crear pseudonecesidades es fundamental. Como señala Bauman (2007, p. 119), “el síndrome consumista ha degradado la duración, jerarquizado la transitoriedad y ha elevado lo novedoso por encima de lo perdurable”. A su vez, el neoliberalismo, al propiciar el individualismo, debilita el tejido social real, para crear la ilusión de un tejido social virtual que permite sostener y recrear múltiples realidades contextuales, reales o no. Este sistema ha creado un modelo social basado en la falsedad para hacer sentir bien a los individuos, propiciando lógicas de autoengaño que pueden actuar como autodefensa ante la imposibilidad material de alcanzar la felicidad impuesta o vendida por catálogo.
Si se realiza un acercamiento fenomenológico a la realidad que ha instalado el neoliberalismo, se puede observar que se invita a vivir una existencia que no es real. Algunas situaciones que se pueden mencionar se relacionan con la verdad creada e instalada de la felicidad en base al consumo material permanente. Al respecto, es sorprendente la posibilidad de sobreendeudamiento que permiten bancos y retail, lo cual hace vivir una falsa calidad de vida, donde se impulsa a utilizar dinero que no se tiene pero que está disponible en líneas de crédito, avances y préstamos. Esto multiplica la pobreza de muchos, pues la otra cara de la moneda es el enriquecimiento exacerbado de una élite mundial que cobra cada vez más poder e instala una perpetua desigualdad social (Diamond, 2016).
Desde un paradigma desarrollista y de libre mercado, la educación ha hecho una promesa que no se cumple, en el sentido de que la obtención de títulos profesionales y técnicos posibilitaría un buen vivir, lo que no siempre se realiza en la práctica. Esto porque no hay equidad entre las juventudes trabajadoras, pues quienes provienen de sectores más vulnerables se encuentran en una condición asimétrica entre sus pares que portan patrimonios culturales y económicos, donde existen círculos cerrados que no permiten el acceso a trabajos o grupos profesionales de élite, teniendo que contentarse con cargos menores y muchas veces no acordes con sus estudios (Basualto y Brito, 2023).
Esta situación de injusticia institucionalizada, entre otras asimetrías e inseguridades, produce en las juventudes miedo al futuro, miedo a las catástrofes o al potencial acabo de mundo, ya sea por el calentamiento global, guerras, sequías o la caída de un meteorito. La sensación de finitud lleva a pensar y actuar a corto plazo; por eso existe una tendencia de las juventudes a autoexplotarse, a producir para consumir su dinero en comida rápida, bares, ropa, calzado, viajes, drogas, entre otros. Cuestión que va configurando la imagen de personas depresivas que intentan ganarle a las circunstancias que no comprenden, pero habitan. Como señala Han (2012, p. 22), “el hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber: voluntariamente, sin coacción externa. Él es, al mismo tiempo, verdugo y víctima”.
Por su parte, la industria alimenticia promueve una información falsa de los alimentos, señalando que son productos light, otros libres de azúcar, pero en realidad de azúcar añadida. Algunos dicen ser libres de sellos o bien de productos químicos derivados, como la not mayo, not burger, entre otros, que en su denominación aluden a una negación de lo que son para entregar la ilusión de un producto sano. A la postre, no hay coincidencia entre el producto que ofrecen y el real, es decir, se constituye en una mentira química con la falsa promesa de ser saludable. A esto se une la mentira de la industria farmacéutica y derivados, que promueven productos para adelgazar, aliviar dolores y mejorar la calidad de vida; es decir, el mercado, con la facilitación de internet, tiene hoy más poder argumentativo que la ciencia, pues prima el acceso instantáneo a la información por sobre la calidad de la fuente. Lo peor es que nada de ello es instalado en contra de nuestra voluntad, pues se consume voluntariamente. Hoy, en la sociedad de las comunicaciones, el vigilar y castigar de Foucault (2002) no tiene sentido, pues la autorregulación consiste en la ilusión que se instala socialmente como verdad, y nos encargamos de reproducirla y experimentarla como real.
Otra muestra de la sociedad de la mentira es la creación de falsos territorios. Es lo que Augé (2000, p. 40) denomina los “no lugares”, que se definen como espacios donde no se construyen ni la identidad ni los vínculos personales; son zonas de circulación masiva como rutas, aeropuertos, centros deportivos, grandes parques o centros comerciales. En estos espacios se transita y no se habita; están lejos de constituirse en tejidos sociales de resguardo, cooperación y protección; por el contrario, son lugares inseguros, de soledad y de desesperanza. Si bien se reúnen gran cantidad de personas y aparentemente deberían sentirse acompañadas, no es más que un estar en medio de otros seres humanos sin rostro ni vínculos. Como señala Quiroz (2017, p. 117), “este extrañísimo fenómeno de una comunidad de entes aislados entre sí pero que comparten un mismo espacio urbano tiene como contrapartida exacta lo que ocurre con la comunicación mediante las redes virtuales”. Así, la falsedad de los lobbies, de los amigos de Facebook o seguidores de Instagram reduce las relaciones personales a falsedades de conveniencia, donde resulta estimulante el hecho de tener muchos seguidores o seguidoras porque posibilita la relación comercial de venta o de vanagloria de acuerdo con los likes recibidos. “Al parecer, la conexión con lo extremadamente lejano y ajeno es interpretada hoy en día como la verdadera manera de comunicarnos, mientras las relaciones interpersonales con nuestros vecinos y personas más próximas pareciera estar a una distancia cada vez mayor” (Quiroz, 2017, p. 117).
Se pueden mencionar múltiples ejemplos; el problema es que la sociedad de la mentira se institucionaliza y se alienta como una posibilidad de vivir de esa manera, es decir, aparece como positiva e incluso como una posibilidad de subsistencia. La sociedad de la mentira crea la falsa sensación de bienestar y libertad, pero lo que sucede en la realidad es que nos hace esclavos y esclavas del sistema que nos somete, nos sujeta y nos obliga a una sumisión activa. A esto se suma que las redes sociales poseen un permiso consciente e inconsciente para que otros accedan a nuestra vida, a nuestros datos, a nuestra intimidad y, finalmente, a nuestra voluntad. Como señala Han (2014, p. 7):
La sensación de libertad se ubica en el tránsito de una forma de vida a otra, hasta que finalmente se muestra como una forma de coacción. Así, a la liberación sigue una nueva sumisión. Este es el destino del sujeto, que literalmente significa “estar sometido”.
Desde la sociedad de la mentira emergen nuevas antropologías donde se crean pseudoidentidades que viven en la falsedad como única forma de bienestar y única forma de subsistencia emocional, psíquica y laboral. Lo anterior, propiciado, orquestado y controlado por las élites globales, que señalan la ruta a seguir y cómo se debe pensar-actuar, en qué se debe consumir y a quién se debe imitar en la política, la música, la estética, entre otros. Considerando que “el poder nunca es puro ni está desnudo. Más bien es elocuente. Se afianza generando perspectivas o modelos de interpretación que sirven para legitimar y mantener un orden de dominio” (Han, 2016, p. 71).
La trampa es que las y los herederas (Bourdieu y Passeron, 2009) seguirán reproduciendo desigualdades desde asimetrías sociales y educativas, manteniendo las posiciones inalterables para mantener el statu quo, dado que esa casta está irradiada actual o potencialmente en los espacios de poder, quienes traman, actúan e influyen en cómo opera el orden mundial. Logran su cometido valiéndose de subterfugios peligrosos. Así, “la élite tiende a mantener su dominio a lo largo de generaciones a través del control de los recursos económicos y la influencia política, mientras que las clases subalternas tienen oportunidades limitadas de ascenso social” (PNUD, 2024, p. 51). Queda claro quién propaga y a quién beneficia la sociedad de la mentira.
Falsas estructuras
Cada época ha generado estructuras, infraestructuras e instituciones para responder a una racionalidad. El orden pareciera ser la respuesta que la civilización ha encontrado para su desarrollo (Kissinger, 2016), sin embargo, existe una fina línea entre estructura y control. Cabe entonces preguntarse qué estructura es la que hoy configura la sociedad, la que transita cotidianamente en los espacios, de qué lógica se deriva y en qué poderes se sustenta. Detrás del orden aparente existen lógicas naturalizadas sobre el modo de funcionar, hacer y sentir, que muchas veces no se cuestionan por el hecho de estar instaladas. Por eso, es relevante pensar que, aunque un orden sea legalmente establecido, no significa que sea legítimo, y esto conduce a un ejercicio vigilante de la estructura actual.
Es posible observar que en todas las épocas se ha querido dominar las conductas de las personas. En un inicio fue doblegar los cuerpos a través del castigo físico y así lograr la obediencia de las hegemonías económicas y latifundistas. Luego se castigó la desobediencia a través de dictaduras militares; entonces la muerte y el exilio fueron los puntos de fuga. A inicios del siglo XX, Foucault (2002) desarrolla el modo en que las sociedades se organizan con el fin de controlar los cuerpos a través de su figura del panóptico, el ojo que todo lo ve. Así, el disciplinamiento de los cuerpos deja de estar ligado al castigo físico efectivo, pasando a estar controlado por el temor al castigo que ejerce la permanente vigilancia de quien detenta el poder.
Ahora bien, no es necesaria la presencia de quien ordena, reprime o castiga, pues el solo hecho de saber que existe vigilancia implica un proceso de ordenamiento de la sociedad y, por lo tanto, de una estructura. Por su parte, Bauman (2002) da cuenta de cómo la estructura de la modernidad, basada en el orden social establecido posguerras mundiales, es cuestionada. La posmodernidad entrega una nueva forma de organizar los procesos sociales y las estructuras.
Su concepto de modernidad líquida apunta a una sociedad en donde ya nada es permanente, todo fluye aceleradamente y lo que parece asible no responde a esa característica, pues la realidad es líquida e inaprensible. Esto impacta en la configuración de diversas instituciones, como por ejemplo en el mundo del trabajo donde los paradigmas laborales son cambiantes, poco seguros y muchas veces precarizados: en este contexto se configura el “sujeto del rendimiento” (Han, 2014, p. 7), que se torna esclavo, pues se explota a sí mismo donde vida y trabajo se configuran en la misma realidad.
En el siglo XXI ya no son necesarios los dispositivos de poder, puesto que se han incrustado en nuestros cerebros a través de la tecnología y el sistema económico. Ya no se precisa la presencia de quien detenta el poder para dominar. El espacio no es relevante, solo el tiempo y su instantaneidad. Como señala Han (2014, p. 14):
Nos dirigimos a la época de la psicopolítica digital. Avanza desde una vigilancia pasiva hacia un control activo. Nos precipita a una crisis de la libertad con mayor alcance, pues ahora afecta a la misma voluntad libre. El Big Data es un instrumento psicopolítico muy eficiente que permite adquirir un conocimiento integral de la dinámica inherente a la sociedad de la comunicación. Se trata de un conocimiento de dominación que permite intervenir en la psique y condicionarla a un nivel prerreflexivo.
Esto explica cómo se pasa del control social característico de las sociedades disciplinarias, señaladas por Foucault (2002), al de las sociedades del rendimiento, señaladas por Han (2012), o sea, de la biopolítica a la psicopolítica. En la primera de estas formas de control, este se ejercía desde la coerción del poder del Estado hacia el individuo, pero esto siempre generaba resistencia, ya que la opresión era explícita. Por el contrario, en las actuales sociedades del rendimiento, el control no se ejerce desde una oposición directa, sino, por el contrario, se hace desde la seducción del consumo y mediante todo el poder de los actuales medios de comunicación virtual y global, la herida narcisista de cada persona que habita el planeta. Así, la subjetividad queda alienada, ya que se la convierte en condición de objeto de consumo virtual. Al jugar voluntariamente todos el mismo juego, todos se transforman en vigilantes de la exposición del otro. De esta forma, se elimina, por completo, cualquier forma de resistencia, ya que los valores que convienen a quienes manejan los intereses de la sociedad del consumo se asumen como deseos de las personas que consumen, y se consumen en lo mismo. Por tanto, la violencia se termina ejerciendo en la psiquis individual, contra sí misma, por cada vez más consumo y más exhibición.
Las consecuencias de estas estructuras de dominio desde el punto de vista patológico son las enfermedades neuronales: depresión, déficit atencional, hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad o el síndrome de desgaste ocupacional (Han, 2012). En cuanto a salud mental, en Chile hace décadas que aumentan los diagnósticos por estrés, ansiedad y depresión (Pontificia Universidad Católica de Chile, 2024), porque las exigencias son cada vez mayores en los trabajos, las familias están sobredemandadas y el encarecimiento de la vida continúa aumentando (Aldunce y Quiroz, 2024). Entonces, “quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema” (Han, 2014, p. 10).
Concretamente en Chile, se crean falsas estructuras de bienestar, generando cada vez mayor desigualdad, porque los dueños de los capitales y los políticos se apoderan del poder. Pareciera que no existe escapatoria, pues todo aquello que se impulsa, aparentemente en pos del desarrollo del país, a la postre se torna un beneficio para estos grupos de poder. Es lo que de alguna manera percibió la ciudadanía en el estallido social del 2019 y la impulsó a movilizarse, puesto que las estructuras sociales desde “arriba” no estaban respondiendo a las necesidades de la ciudadanía (PNUD, 2024). El movimiento ciudadano desplegado durante esos meses tenía la convicción de que solo la organización desde “abajo” —donde los individuos se instituyen y buscan la fuerza para resistir a todo tipo de injusticias— podía superar las desigualdades en las que vivimos (Touraine, 2005).
Este proceso ha quedado en pausa por medio de un proceso constitucional empantanado (Pérez y De la Fuente, 2025) y una polarización política donde los esfuerzos parecieran situarse más en descalificar al bando opositor que en hacer una propuesta país. En este proceso, los mecanismos de la sociedad de la mentira juegan a favor de uno y otro sector, donde los más perjudicados en este juego de medias verdades es la ciudadanía, a la que se le impide avanzar hacia mejores condiciones de vida en el ámbito económico, social y cultural.
Redes de mentira
En la sociedad líquida descrita por Bauman (2002), todo es descartable, incluso las relaciones, los afectos y los cuerpos; también lo son las ideas y los principios. La estructura de la sociedad líquida fluye y se integra por los intersticios de las conciencias, invitada por nosotros mismos, cotidianamente, a través del mundo virtual. Esta invitación es propiciada mediante el poder de los medios de comunicación globalizados, las TICs y los dispositivos que nos cortejan, situación que generalmente no se percibe y, por tanto, no se opone resistencia al consumir su información. Es tal la importancia que esto tiene en nuestras vidas, que los aparatos tecnológicos que transmiten y portan esa información de manera móvil, sin espacio y a tiempo real, como lo son los teléfonos móviles o las tablets, pasan a transformarse en parte de nuestra corporalidad. Cuando se pierden o no funcionan, nos sentimos amputados, como si nos faltara algo de nuestro cuerpo, lo cual genera ansiedad y sensación de exclusión social.
Este paradigma de redes virtuales se introdujo en nuestras mentes, en nuestras casas, en nuestros trabajos y en los distintos espacios donde el ser humano transita. La consecuencia de esta realidad es la autoesclavitud que se sustenta en la mentira de la pseudorrealización, donde la idea de triunfo-felicidad y las utopías se cambiaron por las pseudoexpectativas del tener. Las redes representan un sustituto de lo social porque, en el plano real, la persona pertenece a una comunidad, mientras que en el mundo digital el individuo tiene una red donde puede incorporar o descartar sujetos a su propia medida o conveniencia; en definitiva, convive en una sociedad falsa que se alimenta de likes, de la cual depende su éxito o fracaso, su aceptación o rechazo (Bauman, 2016).
De esta manera, las identidades no se construyen como un proceso de trayecto vital, sino de manera fragmentada, cambiante, en base a aquello que se quiere mostrar para estar vigentes en las redes, cobrar popularidad y ser reconocidos por muchos a quienes no se conoce. Por tanto, no se construye identidad desde el ser, sino desde el tener y desde el mostrarse públicamente, para ser apreciados y consumidos en la web. De esta manera, la vida privada se hace pública y permanece en la red hasta la eternidad porque no se puede hacer que internet olvide, y así se levanta el nuevo paradigma antropológico: “me ven luego existo” (Bauman y Donskis, 2015, p. 42). Como señala Han (2023, p. 27), el ser humano se hace adicto a la selfie, y aquello que “genera la adicción al selfie no es un autoenamoramiento o una vanidad narcisistas, sino un vacío interior (…) El selfie es el sí mismo en formas vacías”.
En este paradigma cada persona se transforma en un posible competidor que se mira con desconfianza, porque no existen vínculos presenciales; solo se conoce su construcción de identidad virtual, y desde ese lugar se valora. Se piensa que esa es la realidad; por lo tanto, puede surgir la desconfianza, la descartabilidad, el fanatismo, la impopularidad. Emerge una relación con otro en donde ambos están construidos en imágenes que se relacionan, cotizan o desechan, sin importar el ser humano que está tras esa imagen. ¿Quién es? No es relevante, sino: ¿qué es y qué valor tiene en la red? Es eso a lo que se refiere Bauman (2002), cuando indica que lo que cobra importancia es el símbolo por sobre la realidad.
Entonces, aquello que entrega mayor acceso a la información y conocimiento a gran escala e instantáneamente, que pareciera acercar el mundo y tenerlo a la mano, no cumple su promesa. La promesa de mayor bienestar, de tener más tiempo libre para la vida personal y familiar, de tener un espacio seguro, de estar más saludables, de vivir confiados, de estar más conectados entre nosotros, de estar más próximos a la felicidad, no se realiza.
El tiempo hoy es absorbido por la necesidad de consumir, principalmente, información instantánea, muchas veces irrelevante, pero de moda; es decir, saber primero o ser el primero en dar a conocer una información para lograr posicionarse con una imagen en la web. Por eso, cuando alguien está en peligro, generalmente no es ayudado por otros, sino que es grabado, para contar con esa información y subirla a la red, ostentando la imagen de ser el primero en hacerlo. Por esto, el mundo digital es engañoso: en el fondo es un poder disfrazado donde se cambia la verdad por la información, el conocimiento por la recolección de datos (Han, 2021).
Actualmente, muchas personas son capaces de hipotecar su intimidad y mostrarla en redes, en un reality, en YouTube o en Instagram, para tener seguidores y ser populares en la virtualidad, aunque en la realidad se encuentren en absoluta soledad. Es por eso que, principalmente, jóvenes y niños, niñas y adolescentes siguen tendencias y realizan actos temerarios, como desafíos que en ocasiones han terminado con su vida, aunque estén exentos de toda lógica; por citar alguno: el juego de la ballena azul, juego viral que incluso llevó a realizar una película para mostrar sus consecuencias (Capelo, 2024). Pareciera ser que, mientras las personas están más conectadas a la matriz, más desconectadas y desvinculadas de la realidad y, por tanto, más solas y desamparadas.
Lo terrible es que existe miedo al futuro; por este motivo es preferible negar lo real y cobijarse en la mentira, dormirse u obnubilarse con la imagen y la posibilidad de consumo, con las relaciones virtuales por sobre las reales, ya que ello no deja espacio a preguntas, porque todo cambia y se presenta vertiginosamente. Si no me pregunto, los miedos y las inseguridades se olvidan, por lo que preferimos situarnos en el aquí y ahora. Sin embargo, a pesar de la negación, los miedos y las inseguridades no desaparecen, emergiendo en la realidad presencial cuando la soledad y la falta de tejido social se hacen evidentes.
El consumo de la imagen ha modificado incluso nuestros genes, nuestros cuerpos, nuestras posturas, nuestras neuronas y sus elaboraciones cognitivas; pareciera que el cerebro ya no se utiliza para pensar, volviéndose acuoso y con escasas conexiones neuronales. Tal vez por esas razones nos hacemos menos preguntas, no problematizamos y asumimos como verdades y obvio lo intrascendente, la mentira, lo facilista y la violencia instaurada como formas de relaciones y respuestas naturalizadas. Hoy lo violento, lo banal, lo riesgoso es valorado. Quien observa críticamente, a quien le importa el ser del otro, es considerado una especie en extinción: la persona rara, la que atraviesa el límite, la indiscreta, la sensible, la de otro tiempo, la que vive en el pasado, la que no comprende el mundo de hoy, la obsoleta; los boomers o viejos y viejas apegadas a antiguas tradiciones, incomprensibles en la era donde lo intergeneracional se ha extinguido y el edadismo se instala con fuerza. Tener tiempo y relaciones interpersonales cara a cara es un lujo y resulta antiguo, está en desuso, puesto que la tendencia es ser afectadas y afectadas por alteridades virtuales sin cuestionarse, solo porque son populares y vigentes en la web. Entonces se repite lo que está vigente en el momento sin cuestionarlo, sin ver cómo eso conversa con mi yo real. El efecto es que las relaciones humanas se deshumanizan y se instala la idea del “sálvese quien pueda”. Cabe la pregunta que se hacía Touraine (1997): si podremos, con esta realidad aparentemente en red, vivir juntos, pues lo que se observa es un mundo cada vez más dividido.
Se ha volcado la mirada a lo superfluo, la racionalidad de la distracción, porque siempre es posible construir rutas diferentes, pero las personas se distraen en los celulares, en responder eficientemente al sistema imperante, convirtiéndonos en una nueva especie, robots sin chip propio, cyborgs comandados por el sistema.
Nuestra sociedad posmoderna y fluida se ha convertido en la sociedad de la mentira, porque nuestras realidades oasis son verdaderos espejismos de felicidad basados en el consumo que encandila con sus luces y nubla la visión y el entendimiento. En este escenario solo está permitido documentar el sufrimiento, teniendo la ilusión de que haciendo esto será solo una imagen, una realidad que no nos toca, sino que les sucede a otros, porque se conoce su desgracia virtualmente. El problema es que la vulnerabilidad es real, y solo cuando es experimentada efectivamente es posible percatarse de lo necesario que es contar genuinamente con el otro, pues la soledad y la falta de solidaridad no permiten construir sociedades de paz y justicia social.
La virtualidad es una pantalla gobernada por los algoritmos, los cuales “pretenden dar a los individuos los medios para expresar su singularidad, gobernándose a sí mismos, pero incitan, de hecho, a actuar como lo hacen aquellos que se les parecen, mientras guían a los internautas a elegir lo que ya conocen” (Lipovetsky, 2021, p. 14). Por este motivo, muchas veces se ven imágenes, videos y estados de gente feliz divirtiéndose, con fondos que son armados o emociones que son fingidas, pues muchas veces el contexto tras ello es sufrimiento, soledad, violencia o pobreza.
En definitiva, lo que está en juego, según Heidegger (2015), es la conciencia de que la hipermodernidad ejerce violencia contra el fundamento de nuestra existencia como seres humanos, entiéndase este como origen natural o como tradición culturalmente situada; o sea, como la expresión identitaria de una comunidad, arraigada a un paisaje específico, a coordenadas desde las cuales se puede vivenciar de forma única e irrepetible el formidable espacio del firmamento. Como diría Ortega y Gasset (1942), cada persona es junto a sus circunstancias, es decir, indivisibles, y por ello el desafío es asumir nuestro entorno para poder apropiarse del espacio real, para ir reconstruyendo el tejido social, las confianzas y, por sobre todo, la propia identidad.
Conclusiones
Parafraseando a Touraine (1997, p. 52), se puede afirmar que “como un castillo en la arena cuando le alcanza la marea”, la sociedad de la mentira se desmorona ante nuestros ojos; sin embargo, se buscan las formas de reconstruirlo porque las élites de poder económico y político lo necesitan para mantener su estatus.
Visibilizar la sociedad de la mentira no busca suscitar la desesperanza; al contrario, pretende mostrar los peligros a los cuales nos enfrentamos como humanidad. Porque, a pesar de estar inmersos en ella, siempre es posible realizar un salto cualitativo y vivir de otra manera. Para ello es importante enfrentar la sociedad de la mentira desde una perspectiva crítica para liberarse de los engaños y vivir una existencia auténtica.
Para tal visibilización, es importante constatar que este tipo de sociedad utiliza la violencia en sus diversas manifestaciones para propiciar la obediencia y que esta se irradia en las conductas naturalizadas. Esa condición es importante, puesto que opera de manera inconsciente, provocando la obediencia desde una pseudo libertad. Son coacciones evidentes; sin embargo, la perversidad del sistema automatiza las acciones a tal punto de aparecer como sujetos y sociedades agradecidas por las oportunidades de un sistema enjambre que aparenta y pseudo incluye desde semánticas y gramáticas comunes, donde el lenguaje universal y el multiverso han de comprenderse, puesto que operan en clave de resignación, consumismo y conformismo.
Se piensa que esta pseudo inclusión discursiva genera ilusión de igualdad, porque al parecer existen accesos igualitarios; sin embargo, lo que intenta es dominar a través de los sentidos, y se irradia en nuestros cerebros a través de metaindicaciones al punto de que se pierde la voluntad para discernir y se acata como una especie de conformidad. La desesperanza se instala como un sino de vida, donde aparentemente no hay escapatoria, porque la incredulidad del cambio, la desconfianza y la aprensión aprisionan a tal punto que se inhibe la inteligencia para acatar lo que a todas luces son aberraciones de un sistema social, económico y político que ha actuado desde la doctrina del shock (Klein, 2010). La instalación del modelo opera coludido con los medios de comunicación para desviar la mirada de aquellas cuestiones fundamentales; entonces inventan situaciones inconcebibles para distraer, engañar y defraudar.
Falta un horizonte que mirar, hacia dónde arribar, donde sea posible construir. Existe miedo al futuro de una manera patológica; se ha instalado que no habrá planeta, que será destruido; entonces, mientras los poderosos construyen bunkers, el resto está consumiendo todo lo que se pueda para lograr alcanzar la felicidad diseñada y maqueteada por otros, la felicidad puesta en la capacidad de consumir y tener, de ser apetecible para ser consumidos como imagen.
La violencia es un aspecto central en la instalación del modelo: la amenaza, las represalias y la intimidación son mecanismos de choque para instalar un sistema económico, que se manifiestan en abusos policiales, corrupciones institucionales, apoyos a estados totalitarios para instalar un nuevo sistema mundial, donde los dueños del mundo van enmarañando las redes de corrupción de manera obscena y despiadada, a costa de aniquilar y devastar territorios, culturas y comunidades, generando una crisis ecológica de impacto mundial.
Las instituciones corruptas se han regalado al sistema; de ese modo, el Estado se ha subsumido al mercado, la educación ha sucumbido a la instrucción, la cultura ha quedado excluida y la sociedad civil ha debilitado su tejido social. Por tanto, la participación, que ha sido un motor fundamental de los movimientos sociales, ha dado lugar al individualismo, a la virtualidad, a la jibarización de las relaciones sociales, dando la sensación subjetiva de desamparo y un habitar objetivo de inseguridad ante un sistema gigante que ha desdibujado nuestro rol en el mundo.
Somos una sociedad que cada día tiene más posibilidades de vivir en la mentira porque el mundo virtual y la inteligencia artificial lo permiten, ya que podemos suplantar voces, imágenes, identidades, crear sin crear, entre otros elementos. Lo peor es que la mentira queda institucionalizada y es utilizada sin cuestionamientos éticos, porque el poder se va ejerciendo de manera subrepticia e ingresa por los espacios intersticiales de la vida y de las estructuras.
Entonces, ¿dónde queda la posibilidad de libertad y liberación? Las relaciones otras se cuelan en los intersticios de la voluntad, y el darse cuenta significa un despertar donde las comunidades y los Estados busquen las mejores formas para hacerle un gran agujero a un sistema que está destruyendo el planeta a vista impasible de nuestra generación epocal. Una respuesta puede estar situada en fortalecer el tejido social, urdiendo puntos de realidad con otros en el espacio-tiempo real del mundo de la vida, donde la interacción cara a cara nos devuelva la identidad y esa singularidad humana vuelva a transitar por las estructuras.
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