Una entrevista a Teresa Matus.
Hacia una sociedad más inclusiva entre los diferentes, no entre los iguales
An Interview with Teresa Matus.
Towards a More Inclusive Society Among Differences Rather Than Similarities
Fecha recepción: mayo 2025 / Fecha aceptación: junio 2025
DOI: https://doi.org/10.51188/rrts.num34.1015
ISSN en línea 0719-7721 / Licencia CC BY 4.0.
RUMBOS TS, año XX, Nº 34, 2025. pp. 159-169
Teresa Matus es Doctora en Trabajo Social por Universidad Federal de Rio de Janeiro.
Doctora en Sociología IUPERJ por Universidad Cándido Mendes Rio de Janeiro, Brasil.
Trabajadora Social y Decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
https://orcid.org/0000-0002-2974-9678
Entrevistadores
Rodrigo Ahumada Cabello
Doctor en Trabajo Social, Trabajador Social.
Académico Magister en Intervención Social y Desarrollo Humano,
Universidad Central.
https://orcid.org/0000-0002-4044-1084
Samuel Erices Riquelme
Magíster en Intervención Social, rabajador Social.
Director y Académico Magister en Intervención Social y Desarrollo Humano, Universidad Central
https://orcid.org/0000-0002-2399-6491
Ana María Galdames Paredes
Doctora en Educación, Trabajadora Social.
Directora Instituto de Investigación y Postgrado.
Académica. Magister en Intervención Social y Desarrollo Humano.
Magíster en Derecho Corporativo, Universidad Central de Chile.
https://orcid.org/0000-0002-9779-7698
En el marco de la conmemoración de los 100 años del Trabajo Social en Chile, la Revista Rumbos TS. Un espacio crítico para la reflexión en Ciencias Sociales presenta la entrevista realizada a Teresa Matus Sepúlveda, destacada trabajadora social, doctora en Trabajo Social y en Sociología, y actual decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
Su pensamiento, profundamente crítico y comprometido con la transformación social, nos invita a repensar el sentido de la disciplina, sus horizontes éticos y los desafíos contemporáneos ante un escenario global complejo.
Desde su enfoque, Teresa Matus reflexiona sobre los hitos históricos del Trabajo Social, trascendiendo una lectura lineal y atomizada, para proponer un análisis que problematiza las fidelidades teóricas tradicionales y enfatiza la urgencia de construir un Trabajo Social transdisciplinario, generador de conocimientos y comprometido con la necesidad constante de repensar el horizonte desde el cual se sitúa lo social.
Así, ante la expansión de discursos que fragmentan y excluyen, el Trabajo Social está llamado a abrirse a la pluralidad de enfoques, desinstalar dogmas y construir caminos que permitan proyectar soluciones innovadoras, orientadas a la construcción de sociedades más justas, inclusivas y democráticas.
A partir de esta óptica, presentamos la entrevista realizada.
Entrevistador/a (E): Desde una perspectiva amplia, que permite observar, comprender y reflexionar sobre el Trabajo Social —y particularmente en relación con los 100 años desde su institucionalización como profesión en Chile—, ¿cuáles consideras que han sido los hitos más relevantes en esta trayectoria?
Teresa Matus (TMS): Parto diciendo lo que no sé, lo que no es. Cuando Adorno (1981), en sus Tres estudios sobre Hegel, hace la reseña que le piden sobre qué significan los 125 años de Hegel, dice que hay dos cosas que uno no puede hacer cuando habla de tiempos históricos grandes, como 100 años. Uno no puede poner un marco rígido al pasado, en el sentido de intentar periodizarlo, porque esa lógica no necesariamente es expresión de la dinámica histórica. Por lo tanto, esta no es una respuesta sencilla; no se puede responder como las crónicas tradicionales que dividen en etapas lineales el transcurso del siglo, como la Primera Guerra Mundial, la Segunda, etc. En este caso, la única pregunta que vale la pena hacerse en un contexto de esa naturaleza es: ¿Cuál es el todo que se persiguió durante esos 100 años? Es decir, ¿cuál es el horizonte profundo de qué es el Trabajo Social? ¿Cómo se piensa trabajar lo social?
Además, esos 100 años representan también el contexto del Trabajo Social en América Latina, aunque ya hay regiones del mundo que han superado ese centenario, como los anglosajones en Canadá y Estados Unidos. Entonces, plantear los 100 años no es ofrecer una historia lineal, sino una oportunidad para reinventarla. Sí, porque en este caso, los 100 años además representan los 100 años en el contexto del Trabajo Social en América Latina, pero indudablemente ya hay regiones del mundo que han pasado los 100 años. O sea, especialmente en los países anglosajones —Canadá y Estados Unidos— ya pasaron los 100 años. Entonces, el punto de poner los 100 años es una posibilidad de poder ofrecer no cómo fue esa historia, sino cómo reinventarla, en términos de cómo se retoma la reinvención de la memoria. Me parece que la pregunta de sentido por el horizonte del Trabajo Social y su propósito público nos ofrece un común denominador: el espíritu debería ser el mismo. Aquí planteo un segundo nivel de reflexión, porque ustedes me conocen: soy de la teoría crítica de Frankfurt aplicada al Trabajo Social, y esta pregunta por el “todo” es una pregunta moderna.
A diferencia de otros historiadores clásicos, no creo que el Trabajo Social haya sido simplemente un cúmulo de las primeras manifestaciones de solidaridad, ayuda o filantropía que se fueron congregando y después dieron origen al Trabajo Social. Es decir, no comparto ese nivel de tesis, pero tampoco comparto que el talante crítico del Trabajo Social haya tenido que esperar a la reconceptualización y a la división entre capital y trabajo. Entonces, más bien, mi respuesta sería que este “todo”, en términos del contexto de estos 100 años, responde a la pregunta por ese gran ideario moderno de cómo pensamos en sociedades más libres, más iguales, más fraternas, pero donde no se nos separen los tres vectores. Porque hoy día, si uno analiza el radicalismo de la extrema derecha, éste nos quiere convencer de que incluso algunas cosas son opuestas: la libertad por un lado, pero sin solidaridad; fraternidad, nada.
En ese sentido, un artículo emblemático de la ruta de la derecha chilena, de Ximena Hinzpeter y Carla Lehmann, Los pobres no pueden esperar… la desigualdad sí (2000), señala que luchar contra ésta puede ser, incluso, traicionero para el desarrollo. Esto explica, en parte, por qué nos cuesta tanto cambiar, como señala el último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2024), que hace eco de la “paradoja de la modernización en Chile”, un concepto de Norbert Lechner (1999) respecto a que Chile nunca ha sido un país moderno, sino modernizado, sin un proyecto de modernidad ni de desarrollo. Cuando escuchamos a distintos actores académicos y políticos, la pregunta es si tenemos un proyecto de desarrollo país. Esta reflexión no me extraña cuando pienso en los dos rechazos de los procesos constitucionales: uno cargado hacia la fraternidad, sacrificando ciertas ideas liberales, y otro cargado hacia la libertad, sin igualdad ni fraternidad, y donde el pueblo chileno dijo no, una y otra vez.
En este sentido, la dinámica histórica revela un pensamiento negativo en Chile, desde el “no”. Por ejemplo, en el tránsito de la dictadura a la democracia hubo un “no más”, o “no más AFP”, “no más restricciones a la sexualidad”, “no más maltrato animal”, etc. Uno puede hacer el listado de las reivindicaciones del estallido social de octubre, en términos de que la gente dijera: “hasta aquí no más llegamos, más de esto, no”. Por eso, creo que ese espíritu de rebeldía, ese espíritu de entender que nosotros, en nuestro ADN de trabajadores y trabajadoras sociales, nos vinculamos con un horizonte que busca transitar hacia una sociedad más libre, más fraterna, más igualitaria. Y trabajamos con lo que no es: lo contrario de la libertad, que es el dominio; lo contrario de la fraternidad, que es el individualismo salvaje; lo contrario de la igualdad, que son las enormes asimetrías de desigualdad en las que todavía vivimos.
Si yo pienso de esa manera, encuentro interesantísimo pensar no solo el Trabajo Social en Chile, sino el Trabajo Social a nivel global, con un compromiso con esos valores. Es decir, no solo en América Latina, sino en África, en Oceanía, en los países de Europa, sobre todo hoy día, en términos de las regresiones sociales en las que estamos. Una política de guerra, que surge en distintos lugares; una política de desastres climáticos como nunca antes hemos vivido, que pone en peligro el riesgo planetario de la vida, y no sólo ya un Estado contra otro Estado; y el riesgo de un radicalismo en términos de las extremas derechas, que viene marcando no solo la última elección de Trump, sino, en este caso, si ustedes empiezan a hacer el recorrido europeo y el recorrido en que estamos en Latinoamérica, me entiendes… tú vuelves a decir: esto que creíamos superado o que creíamos conquistado, parece que no era así. Si uno analiza, por ejemplo, el caso de Milei en Argentina, la educación pública está en riesgo, el Ministerio de la Mujer desaparece, y se reducen no solo las libertades civiles y políticas, sino también los fundamentos del desarrollo, como la educación pública y un Estado de bienestar que combata la desigualdad y la pobreza creciente.
E: Entonces, ¿es en estos escenarios donde se manifiesta la lógica de la disputa por el “todo”? En ese marco, ¿cómo evalúas el rol que ha desempeñado el Trabajo Social? ¿Consideras que ha operado desde una mirada progresista y crítica, o más bien desde una lógica funcionalista? En otras palabras, ¿cómo interpretas el posicionamiento del Trabajo Social en este contexto?
TMS: Creo que hemos tenido un giro radical en la crítica dentro del Trabajo Social, que es la premisa de la tesis que he llamado “punto fuga”. Hay un talante crítico en el ADN del Trabajo Social, en los niveles de esa crítica y, por lo tanto, hay que saber cuándo parar. A mí me parece que no saber detenerse en una crítica que no pierda el pluralismo, sino que, al entusiasmarse lo suficiente hasta llegar a un punto dogmático de la crítica, nos hace perdernos en la discusión. ¿Por qué? Porque entonces, si tú transformas la crítica en dogma, terminamos teniendo una mirada subcompleja de la crítica. Y, por lo tanto, tenemos una crítica donde estás a favor o en contra del sistema. O sea, el camino de la crítica estaba tan perfectamente delimitado que te orientaba en una visión dicotómica de la crítica, que era o los conservadores o los críticos. Pues bueno, ahí salíamos en dos posibilidades: los críticos y los conservadores. No había mucho más que decir en términos de elección de bando, pero yo creo que es una reducción de la crítica, porque una crítica abierta que se mantiene radical en sus preguntas no puede dar lugar a un tipo de metafísica. Lo que, en este caso, no significa que cualquier cosa valga lo mismo.
Estoy diciendo que, en este caso, ¿qué es lo que compite? ¿Qué visiones son las que compiten? Lo que compite no son las áreas donde trabajamos; lo que compite no son los clásicos niveles: caso, grupo y comunidad. Tampoco competimos en términos de si trabajamos en los hospitales, en los consultorios, en los municipios o nos dedicamos a la academia o no. Lo que compite son las lógicas ético-políticas de los enfoques. Entonces, en este caso, uno va a la universidad a estudiar Trabajo Social y lo que te aparece son las posibilidades diversas de encontrar tu sitio, en este caso, epistémico, ético y político, para desarrollar un tipo de Trabajo Social. Ciertamente crítico, pero que, claramente, tiene que entrar en controversia, en disonancia, en debates sobre la hegemonía de eso con los demás enfoques. Y, por lo tanto, tú tienes, por decirlo así, un árbol de frondosas ramas de la crítica, que son disonantes entre sí y que, por lo tanto, tienen que orientar hacia dónde tú vas a encontrar tu lugar en el mundo como trabajador y trabajadora social. Pero eso no significa que el árbol tenga solo una rama buena, sino que hay enfoques diversos en el Trabajo Social contemporáneo.
En todos ellos existe la tentación metafísica del retorno: “pero el verdadero enfoque es el mío”. Entonces, hay una tentación metafísica en todas las miradas: en la pluralidad, en el marxismo, en el funcionalismo, en el constructivismo, en la hermenéutica, en lo que es mío. En fin, hay una tentación metafísica presente en cada enfoque. Por lo tanto, hay que trabajar para que eso contemple un propósito, en este caso mayor, que tiene que ver también, en este caso, con el mundo, no con una disputa entre pares al interior de disputas dentro del Trabajo Social.
Por eso, no tiene mucho sentido mantener estas disputas internas, justamente porque trabajar lo social te proyecta hacia una dinámica de lo social existente, que tú quieres cambiar. Entonces, el desde dónde te ofrece pluralidades cada vez más interesantes, donde tú tienes que hacérselo difícil a los estudiantes, donde no sea baladí hacer la pregunta por el lugar que constituyen sus enfoques, sin hacer caricatura, sin hacer metafísica y, por lo tanto, realmente disputar en el sentido de la hegemonía, en el sentido en que tú vayas y constituyas tu mirada. Por cierto, esta es una pregunta que también tiene que estar extraordinariamente presente hoy día en las formaciones de los y las trabajadoras sociales, tanto en pregrado como en postgrado.
E: A partir de lo conversado, ¿qué tipo de formación deberíamos desarrollar para proyectar este pensamiento crítico y contextual desde el Trabajo Social?
TMS: ¿O qué es lo que no tenemos que hacer, en serio? Siempre parto desde ahí. Hay que ir desinstalando el dogma. No más “caso, grupo y comunidad”, por ejemplo. No más teoría solamente en los primeros años y práctica después; por supuesto, no más sistematización de práctica como compartimentos estancos. En este sentido, no hay una forma, hay formas. Actualmente, tenemos cabida para distintas propuestas, pero no cualquier propuesta. Y, en este caso, yo creo que uno tendría que ser más denso en términos de mirar más cosmopolita el Trabajo Social, porque de la cordillera hacia acá tenemos una radiografía, y de la cordillera hacia allá tenemos otra, que no necesariamente tiene como único influjo los puntos cardinales del sur contra el norte.
En esta perspectiva, seré polémica: está bien celebrar los 100 años del Trabajo Social latinoamericano, pero no debemos creer que el “verdadero” Trabajo Social crítico y político es solo el latinoamericano. Celebramos para descubrirnos a nosotros mismos, pero no podemos negar lo que se escribe en otros idiomas, ni cerrar la puerta a aprendizajes externos, aunque el contexto político sea complejo.
Somos nosotros quienes celebramos los 100 años para descubrirnos a nosotros mismos, y en este caso decir, por ejemplo, que todo lo que no se escribe en español o en portugués es malo, o preguntarnos qué vamos a aprender de los Estados Unidos si va a estar Trump. Imagínate que nos hubieran dicho eso con los 17 años que vivimos bajo Pinochet… O sea, los sistemas de pensamiento son una cosa; los regímenes políticos de nuestros países tienen una montaña rusa interesante. Entonces, ¿hacia dónde volver? Vuelvo al punto de pensar el todo, desde el origen, pero no en el sentido de génesis, sino en el sentido de lo desclasificado de la memoria que está ahí, en el sentido de ese salto, de ir a los desclasificados de Benjamin (1996). Eso es lo que nos pone en estos 100 años. Aquí es donde uno puede leer una pasión por el mundo. Ese punto de decir: “Yo no puedo cambiar los males del mundo, pero por lo menos voy a agarrar uno de esos males y, cuando me muera, por lo menos este no va a estar igual”. No en el sentido de no saber en qué vamos a estar en 20 años más. No es un mesianismo, sino un compromiso con el presente y el futuro incierto.
Mis amigas que estudian el cambio climático se preguntan si habrá planeta o no en el futuro. Yo pienso que no puedo predecir ni anticipar, pero sí puedo decir nuevamente lo que no quiero más. Por lo menos, algunas de esas cosas voy a trabajar para que no ocurran. Ahí es donde uno tiene en cuenta los intereses, las relaciones de conocimiento, de interés, pues algunos lo harán de una manera, otros lo abrirán en un determinado campo y otros lo trabajarán desde otro. Por eso, me parece —voy a decirlo de este modo— que, cuando uno lee a Marx, y lo importante que es leer a Marx, es porque creo que el marxismo, en términos de su dialéctica, está en el porvenir.
Nunca hemos sido demasiado marxistas en el Trabajo Social. Hemos sido insuficientemente “marxianos”. El marxismo no mira para atrás, está mirando para adelante y, por lo tanto, propone un camino en una enorme pluralidad abierta, no cerrada. Entonces, no le vamos a creer a Fukuyama. En este sentido, las inspiraciones hegelianas, marxianas o weberianas representan la recreación de esos grandes niveles de pensamiento, los cuales se confrontan con las dinámicas del mundo existente hoy. Es una relación Estado-sociedad cada vez más separada en el tiempo. Un ejemplo de aquello lo representa en Chile el hecho de que llevamos 104 años para una ley de divorcio heterosexual: 104 años. Recién en 2004, los heterosexuales que querían separarse pudieron hacerlo.
Así, en este caso, uno va asociando dinámicas históricas que son completamente imprevistas. Imagínate, antes del Gobierno de Piñera, si tú te presentaras y te preguntaran: “¿Quién crees tú que se va a atrever a dictar, en ese país conservador, la Ley de matrimonio igualitario?”. Te aseguro que hubiera perdido si hubieras dicho que se hizo durante el Gobierno de Piñera. En este caso, y siguiendo las ideas de Eric Hobsbawm, hay lecciones históricas que no transitan por los caminos habituales. Es decir, no por decir que se abrirán las anchas alamedas se tiene un camino prescriptivo de la crítica. No hay una trayectoria lineal; es lo que estoy intentando decir.
Por otra parte, el Trabajo Social configura una cierta paradoja en el sentido de lo siguiente. Nosotros estudiamos que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Lo que yo quiero decir hoy día es que, tal vez, el aire sea lo más sólido que tenemos. Por lo tanto, toda esta idea de plataformas, de ciencia abierta… Toda esta idea de que todos pongamos lo que hemos escrito… Para eso, tendrías que estar en una potencia mundial. Pero, en cambio, si nosotros ofrecemos esta misma idea de plataforma a todos los trabajadores sociales del mundo, transformamos una cosa tan sencilla en información real. Por lo tanto, si tuviéramos una idea de lo que podría ser el Trabajo Social a nivel mundial… Hoy por hoy, no tenemos ni la menor idea de lo que es el Trabajo Social en el mundo.
En Trabajo Social, no tenemos la idea de totalidad que necesitamos. No hay totalización, que es la metafísica, pero la idea de totalidad es lo que nosotros requerimos. Piensa que tenemos más de 10.000 tesis de doctorado escritas. O sea, uno conoce no más del 2 % de todo lo que se produce del Trabajo Social contemporáneo. Entonces, nos estamos perdiendo la posibilidad de conocer, por mantener una forma de pensar fragmentada o distribuida en los puntos cardinales habituales: el sur contra el norte.
Creo que, para atrevernos a mirar el Trabajo Social contemporáneo, debemos creer en la vía aérea. Necesitamos un Trabajo Social de plataformas donde distintos idiomas puedan encontrarse, porque lo más sólido es el aire. Además, un Trabajo Social que ya no se piense como se pensó en términos de las formaciones. Un Trabajo Social mucho más transdisciplinario. Un Trabajo Social donde uno piense fenómenos complejos, sabiendo que eso no se puede pensar desde un solo saber. Un punto en el que, en este caso, la posibilidad de los conocimientos se democratice mediante la ciencia abierta. Por lo tanto, no importa si tú escribes para Finlandia; lo importante es poder leer desde ciertos lugares que son opciones, insisto, éticas, políticas y epistémicas. A partir de ahí, seleccionas una suerte de aparato de visión, que son aquellos con los cuales tú recorres el mundo, y ahí nos podemos sorprender enormemente.
Es necesario ir leyendo las señales y avanzar en la innovación. La idea de trabajar con núcleos que ya no son las prácticas. En esta línea, los núcleos son estos lugares que uno escoge, que son políticos, éticos, conceptuales, y que se ponen al servicio de un tipo de campo de saber: el feminismo interseccional, las luchas sociales, las relaciones sociales y la lucha social, la posibilidad de que los y las trabajadoras sociales no solo trabajemos en la redistribución, sino en el reconocimiento. Se trata de entender innovaciones, pero no en el sentido del emprendimiento, sino en términos de la efectividad de un propósito público. Porque la aguja no se mueve ni en términos de infancia, ni en términos de pensiones.
Tenemos ahí larguísimas décadas en que sigue siendo lo mismo, la misma desgracia por delante. Y con eso termino esa parte: si nosotros lográramos hacer una concepción más dúctil, una dinámica más abierta, que contemple la totalidad del universo del Trabajo Social a nivel mundial, y no estemos presos de los puntos cardinales en los cuales nos hemos formado, nos sorprenderíamos con un tipo de Trabajo Social increíble, absolutamente increíble y desconocido. De ahí que la pregunta sobre qué somos, para qué servimos, cuál es nuestro ethos, ya no esté en discusión.
Tenemos más de 300 doctorados y más de 1.000 maestrías en Trabajo Social, y un corpus enorme e inabarcable de conocimiento. Claro, dentro de ese universo, hay que elegir y especializarse, porque no podemos abarcarlo todo, como en medicina o arquitectura. La clave es que el Trabajo Social no es solo práctica; requiere fundamentarse en la producción de conocimiento. No solo los académicos, sino todos los trabajadores sociales deben tener interés en la investigación, que genera conocimiento básico, aplicado, de transferencia y de escalamiento. Ese corpus es la joya más preciada para comunicar y para cambiar el rumbo de los programas y políticas.
E: ¿Y qué profesionales necesitamos para el Trabajo Social en el Chile de hoy y de los próximos años?
TMS: No como los estamos formando. Hago este NO categórico y radical. No estoy diciendo “no” a cómo los estamos formando. No estoy para nada menospreciando la formación actual ni la de algunas Escuelas o Departamentos de Trabajo Social, diciendo que los estamos formando bien solo en la Universidad de Chile. Mi NO es radical. Así no. Desde todas las Escuelas de Trabajo Social en Chile. Lo que no significa que ninguna haya hecho aportes. Pues, en este caso, tenemos que atrevernos a cambiar algunos códigos de fidelidades inhabitables que se han sostenido por demasiado tiempo.
E: En el contexto de las opciones y las disputas ético-políticas en el Trabajo Social, ¿dónde sitúas tu discusión y la disputa?
TMS: Yo la sitúo en el magma de lo que nosotros mismos trabajamos. Como la pedagogía, como la medicina. Somos un oficio imposible. ¿Por qué? Porque los profesores, por más que enseñan, siempre hay más estudiantes que enseñar. Luego, la medicina, por más que cure enfermedades, siempre habrá nuevas pandemias y enfermedades que nos van a llevar al colapso. El Trabajo Social también, porque nosotros podemos luchar, pelear con decisión, apasionadamente, para que no retrocedamos socialmente, y para avanzar hacia una sociedad más libre, más democrática, más inclusiva, pero en ese movimiento nosotros trabajamos en su contracara.
Nosotros no trabajamos con la igualdad, sino con la desigualdad. No trabajamos con la libertad, trabajamos con el dominio. No trabajamos con la inclusión, trabajamos con la discriminación, que puede tener distintos factores y ya no solo la clasificación socioeconómica. O sea, nosotros no trabajamos solo con los sectores más desposeídos. Porque, por ejemplo, pon violencia doméstica, pon sida, pon discriminación, pon envejecimiento, pon violencia radical o persecución. Entonces, nosotros ya no podemos decir que trabajamos con un único fenómeno. Ahí está el desafío enorme que también está cambiando la forma de ejercicio profesional. En términos del uso, a propósito de los sistemas enormes de registros de datos, creo que tenemos que ser capaces de lograr atravesar la crítica con ello. Hoy día, nuestro punto es cómo gestionamos, cómo hacemos gestión en términos sociales. O sea, tú ya no tienes solo una hilera de personas. Tú te mueves en el registro social de datos, que son datos de millones de personas. Entonces, si no sabes trabajar con ese tipo de fenómenos, tu intervención estará sumamente limitada. Entonces, esa intervención que cree que lo único importante es el terreno está irremediablemente condenada al fracaso. Porque el terreno de las cosas es el terreno donde se describen las categorías. Es decir, lo que nosotros tenemos que transformar es la gramática, es la lingüística, como pasó con nosotros cuando partimos el siglo diciendo que trabajábamos con las mujeres abandonadas, que hoy día son mujeres jefas de hogar.
Por eso, los cambios de posiciones estructurales son una de las cosas más importantes con las cuales nosotros tenemos que trabajar. Por lo tanto, la dinámica de las posibilidades de categorías, el cambiar las categorías, el trabajar con otras categorías, es de lo más importante. Porque todavía, sobre todo en países conservadores como Chile, por ejemplo, tú dices “droga” y atribuyes a la drogadicción causas que son de la estructura familiar. Es decir, a determinada estructura familiar, yo te puedo anticipar los rangos de posibilidad del algoritmo de riesgo. Pero esa cuestión está mal hecha conceptualmente. Habría que preguntarse, por ejemplo, más que si tú tienes determinada estructura familiar, si tienes a alguien a quien puedas contarle lo que te pasa, alguien de confianza. Alguien que te pueda valorar más allá de los éxitos o fracasos que hayas tenido en tu vida escolar, alguien que no te encasille en un tipo de ruta. Pues, si no tienes eso, estarás solo.
De ahí que las preguntas para trabajar lo social hoy día no pueden ser estructuralistas, sino que es aquí donde se abre un abanico de posibilidades. No es solamente trabajar con data, sino crear conceptos y categorías que lleven a construir otro tipo de realidades sociales.
Por ejemplo, el Trabajo Social, ¿cuánto demora en construir conceptos y categorías que permitan construir otro tipo de realidades sociales? El mismo tiempo que vamos a demorar en tener pensiones… Pensiones que no digamos que van a ser la seguridad social. O, en otro ejemplo, cómo nosotros, los trabajadores sociales, podemos entender que esa misma población está muy lejana de aquella idea que se tenía al mencionar la palabra “pueblo”. Es ese mismo “pueblo” el que te dice: “con mi plata no”. Ese mismo “pueblo”, que debe ser pensado cuando se analiza el futuro de las democracias, ese sentido más popular, más interior de los “pueblos”, que están escogiendo la extrema derecha. La idea de “pueblo libre”, la idea de lo popular. ¿Qué es? ¿Dónde está eso? ¿Qué tipo de fenómenos están existiendo hoy día y cómo saber leerlos?
En este caso, la idea es una propuesta progresista, democrática, plural, donde, además, podamos tener una sociedad más inclusiva entre los diferentes, no entre los iguales.
Referencias bibliográficas
Adorno, T. (1981). Tres estudios sobre Hegel. Taurus.
Benjamin, W. (1996). Experience (1913). En M. Bullock y M. W. Jennings (Eds.), Selected Writings (vol. 1, 1913–1926). Belknap Press.
Lechner, N. (1999). Transición política, política en transición. De por qué la política ya no es lo que fue. En D. Salinas Figueredo (Coord.), Problemas y perspectivas de la democracia en América Latina (pp. 57-68), Triana Editores.
Hinzpeter K. y Lehmann, C. (2000). Los pobres no pueden esperar… La desigualdad, sí. Puntos de Referencia, 233. https://www.cepchile.cl/investigacion/los-pobres-no-pueden-esperar-la-desigualdad-si-los-que-mas-importan-tienen-la-palabra/
Hobsbawm, E. (1994). Age of Extremes: The Short Twentieth Century, 1914–1991. Abacus.
Marx, K. (1867/1976). El capital: Crítica de la economía política (Vol. 1). Siglo XXI Editores.
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. (2024). Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 2024. ¿Por qué nos cuesta cambiar?: conducir los cambios para un Desarrollo Humano Sostenible.