Roles políticos de la psicología latinoamericana en la Guerra Fría1
Political Roles of Latin American Psychology in the Cold War
Recepción: 19 de enero de 2025 / Aceptación: 21 de abril de 2025
David Pavón-Cuéllar2
DOI: https://doi.org/10.54255/lim.vol14.num28.6
Licencia CC BY 4.0.
Resumen
Se adopta un enfoque materialista histórico al desplegar los roles políticos de la psicología latinoamericana en el contexto de la Guerra Fría. Un breve análisis de este contexto permite conjeturar por qué la psicología dominante en América Latina siguió ciertos derroteros teóricos y desempeñó ciertos roles como dispositivo ideológico, disciplinario y represivo al servicio del capitalismo en su fase imperialista avanzada. Tras considerarse los roles políticos de la psicología dominante, se abordan los de las opciones psicológicas disidentes, con sus propuestas críticas y alternativas. Luego se revisan varios casos de psicólogos que participaron en luchas anticapitalistas y antiimperialistas y que fueron víctimas de la violencia gubernamental de la época. Finalmente, se asocian los roles políticos de la psicología latinoamericana con dos actitudes opuestas en relación con el poder atlantista dominante en América Latina durante la Guerra Fría: la sumisión y la insumisión, la connivencia y la disidencia, el oportunismo y la resistencia.
Palabras clave: ideología; disciplina; represión; psicología; imperialismo
Abstract
A historical materialist approach is adopted to unfold the political roles of Latin American psychology in the context of the Cold War. A brief analysis of this context allows us to conjecture why the dominant psychology in Latin America followed certain theoretical paths and played certain roles as an ideological, disciplinary, and repressive device at the service of capitalism and imperialism. After considering the political roles of the dominant psychology, the dissident psychological options are addressed with their critical and alternative proposals. Then, several cases of psychologists who participated in guerrilla struggles and who were victims of the governmental violence of the time are reviewed. Finally, the political roles of Latin American psychology are associated with two opposing attitudes in relation to the dominant Atlanticist power in Latin America during the Cold War: submission and insubordination, connivance and dissidence, opportunism and resistance.
Keywords: ideology; discipline; repression; psychology; imperialism
Introducción
El presente artículo despliega una visión panorámica de los roles políticos desempeñados por la psicología latinoamericana en los años de la Guerra Fría. Esta visión es materialista histórica. Su objetivo es explicar históricamente el desarrollo de la especialidad académico-profesional psicológica en función de las condiciones materiales de un lugar y un momento bien delimitados.
El contexto de lo que aquí se estudia es el de América Latina después de la Segunda Guerra Mundial, entre 1947 y 1993, en los años del enfrentamiento entre el bloque occidental capitalista y el oriental socialista. En este contexto, el objeto de estudio está en los roles políticos de la psicología transmitida en la academia y ejercida como profesión, tanto en sus corrientes dominantes, las prevalecientes en su práctica y en su enseñanza, como en sus tendencias disidentes, caracterizadas por sus propuestas críticas y alternativas. La amplitud, la dispersión, la variabilidad y la heterogeneidad interna de lo estudiado excluyen la opción metodológica por un muestreo significativo y por un análisis exhaustivo, preciso y minucioso, justificando una revisión histórica distante, global, centrada en los indicios juzgados más visibles, más evidentes y salientes.
Hay indicios que solo alcanzan a vislumbrarse a distancia. La distancia es también indispensable para tener una imagen del conjunto que da sentido a cada una de sus partes. Esta imagen es, a su vez, necesaria para discernir las grandes tensiones y contradicciones estructurales que más interesan en la perspectiva marxista que aquí se adopta y que requiere una rápida explicitación.
Lo primero que debe explicitarse es que, sobre la base de cierta lectura de Marx y Engels (1846/2014), se asume que las hoy denominadas “ciencias humanas y sociales” no tienen historias específicas diferentes e independientes de la historia general con sus aspectos culturales, sociales, económicos y políticos. En otras palabras, tan solo hay una trama histórica y es en ella en la que se inserta el desarrollo de la psicología como especialidad científica, académica y profesional. No hay entonces, en sentido estricto, una historia de la psicología, sino la historia en la que surgen y se desarrollan las teorías y prácticas psicológicas.
De modo más preciso, para el tema que nos ocupa, lo que hay es una fase histórica de la modernidad capitalista, la fase correspondiente a la Guerra Fría, donde la psicología latinoamericana fue desenvolviéndose y maniobrando al interactuar con innumerables factores. Aquí el punto importante es que, desde esta perspectiva, la psicología latinoamericana carece de una historia propia, limitándose a interpretar diversos roles en la historia, entre ellos los roles políticos identificados en las siguientes páginas. Los roles obedecen a determinaciones que no son fundamentalmente las de la historia ideal-espiritual de la psicología, sino las de la historia material en su conjunto: la historia del mundo moderno, la del capitalismo, la del colonialismo y el neocolonialismo, la del imperialismo como fase avanzada en la historia del capitalismo. Esta historia, en su materialidad, no la de las ideas psicológicas, es lo determinante para los roles políticos desempeñados por la psicología.
Lo segundo que debe explicitarse es que los roles políticos representan aquí no expresiones del meollo teórico-epistemológico de la psicología, sino el meollo mismo que luego se manifiesta, elabora y racionaliza teórica y epistemológicamente. Se coincide así con Louis Althusser (1960/1998) cuando concibe los roles políticos de la filosofía como el fondo mismo de cada sistema filosófico y no como su aplicación o participación en la historia. En consonancia con esta idea, se considera que lo medular de la psicología, lo más real y fundamental de ella, radica en sus roles políticos y en su desempeño, latente o manifiesto.
La interpretación de ciertos roles políticos delata lo que habita en las teorías y prácticas psicológicas, aquello que las anima y hace que sean lo que son, aquello por lo que divergen y se contraponen unas a otras. Desde luego que hay razones teóricas y epistemológicas para sus divergencias y contraposiciones, pero estas razones, operando siempre coyunturalmente en la historia, manifiestan, elaboran y racionalizan causas estructurales políticas. La noción de causa es aquí decisiva, distinguiéndose de las razones que se dan, sin duda enunciándose y denunciándose a través de ellas, pero también disimulándose y mistificándose.
En el caso preciso de la historia de la psicología latinoamericana durante la Guerra Fría, lo más real y fundamental de su desenvolvimiento se nos descubre a través de sus roles políticos en la trama histórica de la confrontación entre los bloques oriental socialista y occidental capitalista. Es en esta historia, y no en la de las teorías y prácticas psicológicas, donde se encuentra la clave por la que deben explicarse los roles políticos de la psicología latinoamericana en la trama de la Guerra Fría. Se trata de roles interpretados en dicha trama y es por ella que son los que son. Esto hace que debamos tener claro lo que está en juego en la Guerra Fría para saber por qué la psicología latinoamericana desempeñó en ella ciertos roles y no otros.
Guerra Fría en América Latina
No es este el lugar para profundizar en un tema tan complejo como el de la Guerra Fría, pero sí conviene recordar que se trata de un conflicto político, social, económico, ideológico y militar en el que se opusieron, entre 1947 y 1993, los dos grandes bloques: el oriental socialista, dirigido por la Unión Soviética y formalizado con el Pacto de Varsovia, y el occidental capitalista, liderado por Estados Unidos y consolidado con la todavía existente Organización del Tratado del Atlántico Norte (McMahon, 2009).
Los dos bloques rivalizaron y contendieron por influencia en todas las regiones del mundo, enfrentándose indirectamente a través de múltiples guerras, incluso después de la Conferencia de Bandung de 1955, en la que varios países del Tercer Mundo acordaron mantenerse al margen de la Guerra Fría. Esta conferencia, la ruptura sino-soviética en los últimos años de 1950 y la creación del Movimiento de Países No Alineados en 1961 generaron tres bloques: el de Estados Unidos con sus aliados, el encabezado por la Unión Soviética y el de China con los demás países no alineados. Sin embargo, en los hechos, los dos bloques principales —el del Atlántico Norte y el del Pacto de Varsovia— continuaron compitiendo por el dominio del mundo hasta el derrumbe del socialismo en Rusia y en Europa del Este, entre 1989 y 1993.
El enfrentamiento entre los dos bloques fue diferente según la región en la que ocurrió. En un contexto latinoamericano dominado por Estados Unidos, la Guerra Fría se vivió, lógicamente, como un conflicto entre la implacable dominación imperialista estadounidense y una resistencia vinculada con los dos bloques: soviético y no alineado (Leal Buitrago, 2003; Pettinà, 2018). La resistencia recurrió predominantemente a partidos políticos de izquierda, movimientos de masas, organizaciones revolucionarias y luchas guerrilleras, mientras que la dominación estadounidense tendió a vincularse con la derecha, con los sectores oligárquicos y con los grupos más poderosos de cada país, valiéndose de presiones económicas, injerencias políticas, golpes militares, sangrientas dictaduras, gobiernos títeres y escuadrones de la muerte.
El desequilibrio de poder en América Latina hizo que el bloque occidental capitalista —encabezado por Estados Unidos— mantuviera el control de la región e impusiera sus modelos políticos, económicos e ideológicos. De modo correlativo, las fuerzas asociadas con el bloque socialista y no alineado quedaron, por lo general, reducidas a una posición defensiva, marginal y de resistencia, pese a prodigiosas victorias puntuales como las de Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979. Estas excepciones confirman la regla de la derrota de los frentes izquierdistas, populares, progresistas y democráticos latinoamericanos, los cuales, durante la Guerra Fría, fueron una y otra vez aplastados con brutalidad, invariablemente con el apoyo de Estados Unidos, como en Guatemala en 1954, en Brasil en 1964, en Chile en 1973, en Granada en 1983 y en El Salvador entre 1979 y 1992.
Guerra Fría y psicología dominante
La dominación imperialista del bloque estadounidense capitalista sobre América Latina fue militar, política, social y económica, pero también cultural e ideológica. El consumo, los gustos, los comportamientos, los estilos de vida, los pensamientos y el sentido común estuvieron marcadamente dominados, en el contexto latinoamericano, por el capitalismo y por los Estados Unidos. Lo mismo sucedió en el terreno científico y, específicamente, en las distintas ciencias humanas y sociales, entre ellas la psicología, cuya profesionalización y consolidación institucional en América Latina coincidió precisamente con los años de la Guerra Fría.
El año 1947, en el que suele situarse el inicio de la Guerra Fría, fue también el año de la fundación de la primera carrera de psicología en Latinoamérica, en la Universidad Nacional de Colombia. Le siguieron la Universidad de Chile en 1948, la Universidad de Santo Tomás de Villanueva en Cuba en 1950, la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro en Brasil en 1953, la Universidad del Litoral en Argentina en 1954, la Universidad Nacional de San Marcos en Perú en 1955, la Universidad Central de Venezuela en 1956, y muchas otras en los años siguientes.
Así, a partir de las décadas de 1940 y 1950, se fundaron las primeras carreras de psicología en América Latina, y en todas ellas, desde el primer momento, las corrientes psicológicas dominantes fueron las del bloque occidental capitalista, es decir, las provenientes de Estados Unidos y Europa Occidental.
Estudiar psicología era estudiar las corrientes psicológicas estadounidenses y europeas occidentales; es decir, en el plano teórico, la psicología psicodinámica, la Gestalt, la conductista, la existencial, la fenomenológica, la humanista y la cognitiva, entre otras. De igual modo, en el plano práctico, la especialidad profesional psicológica debía funcionar como en Europa Occidental y en Estados Unidos, esto es, como dispositivo ideológico, disciplinario y represivo.
Este funcionamiento de la psicología dominante, dilucidado en los hallazgos expuestos en los próximos tres apartados, fue indisociable de los intereses del bloque occidental capitalista. En cuanto a los intereses de los bloques oriental socialista y no alineado, parecen haber sido más consonantes con las opciones críticas y alternativas de la psicología latinoamericana, como se verá en los últimos apartados.
Psicología dominante como dispositivo ideológico
Durante la Guerra Fría, tanto en América Latina como en Europa y Estados Unidos, el uso de la psicología en el campo de batalla ideológico tuvo una de sus manifestaciones más flagrantes y escandalosas en la acción psicológica ejercida sobre la sociedad con fines de propaganda y de persuasión o manipulación contrainsurgente y anticomunista. Un exponente latinoamericano paradigmático de esta acción psicológica fue el argentino Jorge Heriberto Poli, autor de tres libros sobre el tema y asesor de la dictadura cívico-militar, quien era consciente de llevar el combate contra el comunismo al terreno ideológico de la moral, del espíritu y de la inteligencia, de las creencias y las opiniones (Risler, 2018). En este caso, como en otros análogos en distintos países de América Latina, la psicología opera como un medio para la ideologización contra la izquierda, la insurgencia, la revolución, el socialismo, el comunismo, el antiimperialismo y todo lo que se asociaba con el bloque soviético durante la Guerra Fría.
Paralelamente a la utilización de la psicología como instrumento de ideologización de la sociedad, está el funcionamiento más discreto —pero igualmente eficaz— de las propias ideas psicológicas transmitidas en el ámbito académico e implementadas en la esfera profesional. Aquí se identifica a la psicología dominante europea-estadounidense como un dispositivo ideológico que reproduce, legitima y promueve diversas configuraciones de la ideología burguesa reinante en el bloque occidental capitalista durante la Guerra Fría. Conviene evocar brevemente cinco de estas configuraciones, las cuales siguen operando en la actualidad: el individualismo, el objetivismo, el dualismo, el funcionalismo y el adaptacionismo (Pavón-Cuéllar, 2023).
La configuración ideológica individualista de la psicología contrae la subjetividad hasta convertirla en un individuo separado respecto de los demás, que interactúa superficialmente con otros, compite, trabaja por sí mismo y consume para sí mismo, tal como se espera en las sociedades capitalistas europeas y estadounidense en tiempos de Guerra Fría. Este individuo, carente de solidez comunitaria y de fuerza colectiva, puede ser fácilmente desubjetivado y reducido a la condición de objeto: primero, objeto de la psicología objetiva y, luego, objeto del capitalismo. La reducción del sujeto a objeto del capital suele ser, en efecto, el propósito último del objetivismo cientificista psicológico.
Además de objetivista, la psicología del bloque occidental capitalista era —y sigue siendo— irremediablemente dualista, basándose en una división tajante entre el objeto mental, psíquico, personal o cognitivo y el cuerpo o el mundo. Esta división le permite, aún hoy, al capital, separar al sujeto para vencerlo: despojándolo de la potencia de su cuerpo y de su mundo, y también instrumentalizando su mente para disciplinar su cuerpo y explotar su entorno. Esta división dualista del sujeto con respecto a su existencia corporal y mundana es indisociable de su adaptación al sistema capitalista y su funcionamiento en él, en concordancia con las configuraciones ideológicas adaptacionista y funcionalista, igualmente constitutivas de la psicología dominante en el bloque atlántico durante la Guerra Fría.
El individualismo, el objetivismo, el dualismo, el funcionalismo y el adaptacionismo son más o menos patentes en los trabajos de los más grandes e influyentes psicólogos latinoamericanos del periodo de la Guerra Fría. Pensemos, por ejemplo, en la orientación abiertamente funcionalista y adaptacionista de la tecnología social del uruguayo Jacobo A. Varela (1977), el idealismo dualista del concepto de personalidad del mexicano Rogelio Díaz Guerrero (1984) y el carácter individualista y objetivista de la concepción del aprendizaje del colombiano Rubén Ardila (2001).
El trabajo de estos psicólogos latinoamericanos —y de otros menos conocidos— no era políticamente neutro en el contexto de la Guerra Fría, sino que se insertaba en el bloque atlántico, desplegando sus configuraciones ideológicas y reproduciendo, legitimando y promoviendo estas perspectivas, compartiendo tácitamente las opciones políticas del bloque en el que se insertaban. Digamos que el bloque occidental capitalista se proveyó de una psicología políticamente compatible con él, funcional para el capitalismo, afín a su ideología burguesa y a sus modelos de propiedad, sociedad, actividad y subjetividad. Esta psicología es la que ha dominado en América Latina desde la Guerra Fría hasta nuestros días.
Psicología dominante como dispositivo disciplinario
Las opciones políticas de la psicología latinoamericana se aprecian claramente no solo en su dimensión ideológica —entendida en clave marxista—, sino también en su funcionamiento como dispositivo disciplinario, en el sentido foucaultiano del término. Gracias a lo que Michel Foucault (1975) ha enseñado, podemos vislumbrar el papel de la disciplina psicológica en el cumplimiento de tareas de vigilancia, examen, adiestramiento y normalización en América Latina: tareas indispensables para constituir educativa y laboralmente a sujetos aptos para ser dominados y explotados por el sistema capitalista en la periferia tercermundista en tiempos de Guerra Fría.
El capitalismo del bloque occidental estadounidense requería cierto tipo de trabajadores y consumidores cuya constitución fue asegurada por dispositivos ideológicos y disciplinarios como los de la pedagogía, la sociología y la psicología. En el caso de la disciplina psicológica en el contexto latinoamericano, esta se consolidó y desarrolló principalmente durante la época de la Guerra Fría. Los años de 1940 a 1990, en efecto, fueron los más fecundos para la implementación disciplinaria de la psicología en las especialidades escolar y educacional, industrial y organizacional, criminológica y social aplicada, así como también en la modificación de conducta y la ingeniería social de Varela, dirigidas a la enseñanza, el trabajo y la rehabilitación de personas privadas de libertad (Ardila, 1998).
En todos estos ámbitos, las y los psicólogos han servido para disciplinar a los sujetos, para domesticarlos y amaestrarlos, evaluarlos y clasificarlos, ponerlos en su lugar, convertirlos en estudiantes y trabajadores eficientes, volverlos obedientes y manipulables, disociarlos de la colectividad y encerrarlos en su individualidad.
La disciplina psicológica puede contribuir a producir no solo a trabajadores y consumidores imprescindibles para el sistema capitalista, sino también a los “buenos ciudadanos” requeridos por la democracia liberal. Digamos que tanto el régimen político del capital como su orden económico necesitan a seres disciplinados como los producidos por la psicología. Una vez producidos por la disciplina, estos sujetos pueden verse reflejados en el espejo de la ideología psicológica.
Psicología dominante como dispositivo represivo
Además de operar como un dispositivo ideológico y disciplinario, la psicología latinoamericana funcionó como un mecanismo represivo que fue también políticamente útil para el bloque occidental capitalista. Este mecanismo, empleado intensivamente por dictaduras y otros gobiernos autoritarios en América Latina, incluyó torturas, interrogatorios, confinamientos carcelarios, diversas formas de guerra psicológica y otras estrategias contrainsurgentes (Pavón-Cuéllar, 2017a; Baltazar Mozqueda, 2019; Jacó-Vilela, 2023; Vergara Araya, 2024). Se trata de un amplio abanico de técnicas de represión que, en algunos casos, seguían lineamientos de la CIA, como los contenidos en el manual KUBARK de 1963. De este modo, la psicología se integraba directamente en la estrategia bélica estadounidense a través del trabajo de ciertos psicólogos despiadados, ubicados entre verdugos y carceleros, en la primera línea de combate del bloque occidental capitalista durante la Guerra Fría. Conviene aquí recordar algunos casos que ya han sido estudiados.
El mexicano Salvador Roquet Pérez utilizaba películas y alucinógenos para interrogar y manipular a comunistas detenidos por la policía del régimen autoritario priista (Marín, 1985). Simultáneamente, en el contexto de la dictadura brasileña, los torturados contaban con las atenciones del psicoanalista Amílcar Lobo Moreira y del psicólogo Cleber Bonecker (Vasconcelos Moreira et al., 2014). Más al sur, en Uruguay, el psicólogo Dolcey Marcelino Brito Puig contó con la asesoría del psiquiatra Martín Gutiérrez Oyhamburo al diseñar y gestionar la reclusión de presos políticos, transformando su cárcel en un espacio de terror, coerción, control y modificación del comportamiento y del pensamiento (Servicio de Paz y Justicia, 1989).
El accionar violento de la psicología se vuelve aún más extremo en Chile, con figuras como Osvaldo Andrés Pincetti Gac, quien, además de especializarse en hipnotizar a prisioneros, parece haber estado involucrado en torturas, asesinatos y violaciones sexuales (Memoria Viva, 2024). En el mismo contexto chileno, el dispositivo psicológico represivo llegó incluso a operar en la cúpula gubernamental de la dictadura de Augusto Pinochet, mediante un Departamento de Relaciones Humanas y Conducta Social, en el cual destacaron Hernán Tuane Escaff y Moisés Aracena Bosshardt, este último acompañado por sus ayudantes Óscar Huerta y Sergio Rey (Ibáñez, 2021a, 2021b).
Estos psicólogos, además de participar en torturas y otras acciones violentas asociadas con la represión política en Chile, diseñaron e implementaron estrategias de guerra psicológica orientadas a intimidar, aterrorizar, conmocionar, confundir, manipular, controlar y transformar a la población, alejándola del espíritu socialista del gobierno de Salvador Allende. Así se legitimaron primero las medidas autoritarias del régimen dictatorial pinochetista y luego sus políticas económicas inspiradas en el neoliberalismo de Milton Friedman y la Escuela de Chicago. En consecuencia, los dos proyectos —imperialista-anticomunista y capitalista-neoliberal— fueron respaldados por una psicología latinoamericana políticamente comprometida con el bloque atlántico.
Los casos de Tuane Escaff y Aracena Bosshardt completan un rompecabezas del que ya se disponían varias piezas descritas por Naomi Klein (2007). La primera: que el neoliberalismo se impuso en Chile y otros países de América Latina mediante un estado mental de confusión y conmoción, estratégicamente inducido a través de una “doctrina del shock”. La segunda: que esta doctrina pudo tener origen en las investigaciones psicológicas de Ewen Cameron y Donald Hebb, centradas respectivamente en la regresión y la privación sensorial como métodos para quebrar y reconfigurar patrones mentales y conductuales. La tercera: que dichas investigaciones también fueron base para la tortura de presos políticos en países como Honduras, evidenciada en testimonios como el de la víctima Inés Murillo y el del torturador Florencio Caballero, quien fue entrenado en técnicas psicológicas en Houston en 1979 (Lemoyne, 1987).
Finalmente, los casos de Tuane Escaff y Aracena Bosshardt muestran cómo los mismos profesionales podían participar, al mismo tiempo, en la tortura individualizada de prisioneros y en la estrategia colectiva de la doctrina del shock, aplicando sus conocimientos tanto para reprimir a sujetos específicos como para someter a toda la población chilena.
La psicología dominante y la disidente
Los psicólogos represores, así como quienes se encargaban de cumplir funciones disciplinarias e ideológicas, nos ofrecen una imagen desoladora de los roles políticos de la psicología latinoamericana durante la Guerra Fría. Esta imagen corresponde a una realidad, pero no a toda la realidad, pues, además de la psicología dominante, hubo siempre también otra psicología en América Latina: una psicología disidente que no funcionó como un dispositivo ideológico, disciplinario y represivo (Carpintero y Vainer, 2004, 2005; Pavón-Cuéllar, 2017b; Morales Farías, 2024). Es verdad que la psicología disidente no tuvo, en general, ni el poder institucional y político ni la influencia cultural e ideológica de la psicología dominante en Latinoamérica, pero no fue por ello menos importante, marcando una diferencia política fundamental en la psicología latinoamericana durante la Guerra Fría.
La distinción entre la psicología dominante y la disidente no significa exactamente que la primera fuera la mayoritaria y la segunda la minoritaria. Lo que se indica es, más bien, que la psicología dominante era la que se conformaba con aquello que dominaba en el bloque occidental capitalista, del cual formaba parte América Latina, mientras que la disidente era inconforme con dicha dominación, ya sea por coincidir con aquello que dominaba en el bloque socialista rival o por asociarse con el bloque de los países no alineados. En ambos casos, la distinción entre la psicología dominante y la disidente era una distinción entre las teorías atlánticas —provenientes de Europa Occidental y Estados Unidos—, que prevalecían en el contexto latinoamericano, y las teorías alternativas que respondían críticamente a tal dominación teórica.
Sobra decir que la respuesta crítica frente a las teorías psicológicas atlánticas dominantes no garantizaba necesariamente una disidencia política de carácter anticapitalista o antiimperialista. En México, por ejemplo, el torturador Salvador Roquet estaba políticamente al servicio de un régimen priista autoritario y corrupto, subordinado al capitalismo y al imperialismo del bloque atlántico, lo cual no le impidió elaborar teóricamente una propuesta original de tipo psicosintético, en la que se nutría de saberes ancestrales indígenas y rompía críticamente con la tradición teórico-epistemológica de la psicología estadounidense y europea occidental (Roquet y Favreau, 1981). Esta ruptura pudo ser también política, pero no lo fue. ¿Qué lo impidió? ¿Conservadurismo? ¿Oportunismo? ¿Sadismo? ¿Algún otro factor que desconocemos? Solo puede saberse que Roquet no realizó la potencialidad política de su ruptura teórica.
Lo que sí es seguro es que la distinción entre teorías psicológicas dominantes y disidentes implicaba potencialmente una divergencia entre dos roles políticos opuestos de la psicología. De manera más precisa, en América Latina, la distinción entre la psicología dominante y la disidente pudo traducirse políticamente en una oposición entre lo represivo-adaptativo y lo subversivo; entre lo funcional y lo disfuncional para el capitalismo en su fase imperialista; entre lo neocolonial y lo descolonizador; entre lo dependiente y lo independiente; entre lo ventajoso para los opresores y lo emancipador para las personas oprimidas. En todos los casos, la psicología disidente surgió como una respuesta contra lo que dominaba políticamente a través de la psicología dominante.
Psicología disidente como crítica y alternativa
Sublevándose contra la dominación de corrientes estadounidenses y europeas occidentales como la psicodinámica, la conductista, la humanista y la cognitiva, la psicología latinoamericana disidente ofreció alternativas como la psicología crítica y la social crítica, la política y la marxista, la social comunitaria de Maritza Montero (1984, 2004) y la social de la liberación de Ignacio Martín-Baró (1986/1998a, 1989/1998b). Algunas de estas alternativas, como las dos últimas, no estuvieron alineadas ni con el bloque de Varsovia ni con el del Atlántico Norte. Otras alternativas se inclinaron hacia el bloque socialista y hacia los paradigmas psicológicos soviéticos.
Modelos como los de Iván Pávlov, Lev Vygotsky, Aleksander Luria, Alekséi Leontiev y Serguey Rubinstein aparecen en las propuestas de los argentinos Jorge Thénon (1963) y Marta Shuare (1990), del peruano César Guardia Mayorga (1967), de la brasileña Silvia Lane (Lane y Codo, 1988) y del cubano Fernando González Rey (1986, 1988, 1993). En los tres casos, rechazando la psicología objetivista, dualista, individualista, funcionalista y adaptacionista que dominaba en el bloque occidental capitalista, se buscaron alternativas en la psicología soviética y en su fundamento epistemológico marxista. Este fundamento reapareció en enfoques psicológicos latinoamericanos en los que se desafiaba el objetivismo con una insistencia en la subjetividad; el dualismo, con una teoría monista de la actividad; el individualismo, con un reconocimiento de la constitución cultural-histórica de lo mental; y el funcionalismo y el adaptacionismo, con una consideración dialéctica de las relaciones entre el individuo y la sociedad.
Lo que nos ofrecía la perspectiva marxista era no solo una alternativa, no solo una sólida teoría psicológica radicalmente diferente de la psicología dominante en Latinoamérica durante la Guerra Fría, sino una crítica teórica radical de la ideología subyacente a la misma psicología. Lo que aquí se criticaba teóricamente, en otras palabras, era la psicología concebida como dispositivo ideológico del bloque occidental capitalista. Esta crítica teórica debe distinguirse del tratamiento práctico de los efectos psicológicos de los diversos dispositivos represivos del mismo bloque, tal como se encuentra, por ejemplo, en el trabajo de las psicólogas chilenas Elizabeth Lira y Eugenia Weinstein (1984), quienes también pueden incluirse en la misma disidencia latinoamericana.
Además de los autores a los que me he referido, la disidencia contó con otros exponentes y referentes de la psicología latinoamericana durante la Guerra Fría. Algunos fueron seguidores de grandes figuras de la psicología marxista no soviética. Georges Politzer, con su proyecto de psicología concreta, fue clave para el argentino José Bleger (1955/1988), mientras que Alberto Merani (1968, 1976), en Venezuela, se inspiró en la psicología dialéctica de Henri Wallon. Hubo también psicólogos disidentes de América Latina que prefirieron guiarse por filosofías marxistas occidentales. El marxismo estructuralista de Louis Althusser, con su referente psicoanalítico y su llamado a una ruptura epistemológica de la ciencia respecto a la ideología psicológica, fue decisivo para Néstor Braunstein con sus colaboradores (1975/2006) en Argentina y México, así como también para Maria Elena Souza Patto (1984) en Brasil. En el mismo contexto brasileño, Oswaldo Yamamoto (1987) recibió la influencia del marxismo filosófico hegeliano de Georg Lukács y lo aplicó para criticar el conocimiento psicológico por su falta de una visión de la totalidad. La incidencia marxista puede notarse también en Álvaro Villar Gaviria (1978) en Colombia y en Armando Bauleo (1970), Marie Langer (1971/1989a, 1974/1989b) y Hernán Kesselman (1972) en Argentina. Hubo igualmente otros disidentes que no se afiliaron al marxismo, como Ignacio Dobles (1990) en Costa Rica, Enrique Pichon-Rivière (1970) en Argentina y Bernardo Jiménez Domínguez (1990) y Pablo Fernández Christlieb (1991) en México.
La disidencia teórica de todos los autores mencionados, tanto los marxistas como los no marxistas, podía llegar a tener importantes implicaciones políticas en el contexto de la Guerra Fría, como lo prueba el hecho de que algunos de ellos fueran perseguidos por frentes violentos del bloque occidental capitalista. Por ejemplo, entre 1974 y 1975, la Alianza Anticomunista Argentina, mejor conocida como Triple A, obligó a Langer, Bauleo, Braunstein y otros a exiliarse en tierras mexicanas. Este exilio es un efecto indirecto de la Guerra Fría, como lo es también la muerte de Ignacio Martín-Baró, asesinado por el batallón Atlácatl del Ejército Salvadoreño el 16 de noviembre de 1989, justo una semana después del 9 de noviembre en que se derrumbó el Muro de Berlín.
Antes de ser asesinado, en los años en que terminaba la Guerra Fría, Martín-Baró logró comprender mucho de lo que significaba la dominación del bloque occidental capitalista sobre el contexto latinoamericano. Esta dominación, como bien lo constató Martín-Baró (1986/1998a, 1989/1998b), tenía efectos paralizantes y alienantes tanto en los pueblos como en los psicólogos de América Latina. En su afán de liberar la psicología para darle un alcance liberador para las masas populares, Martín-Baró intentó devolverle su voz al pueblo salvadoreño, convirtiéndose así en alguien peligroso para un gobierno bochornosamente subordinado al bloque occidental capitalista. El peligro que representaba Martín-Baró fue aquello que le costó la vida.
Otra víctima de la Guerra Fría en el campo de la psicología disidente fue la argentina Beatriz Perosio, desaparecida por la policía de la dictadura de Jorge Rafael Videla el 8 de agosto de 1978, cuando era presidenta de la Federación de Psicólogos de la República Argentina y de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (Klappenbach, 2022). Perosio había sabido considerar cuestiones cruciales como la represión, la explotación y la dominación de clase al estudiar tanto la educación en un pueblo cerca de Junín como el trabajo de las operarias de la compañía Standard Electric (Perosio, 1974; Vezzetti y Pecheny, 1974). Además de estas investigaciones psicológicas y de su liderazgo en la organización gremial de los psicólogos, Perosio militó en el grupo revolucionario Vanguardia Comunista, el primer grupo maoísta de Argentina.
De la psicología a la guerrilla
Perosio no fue la única psicóloga disidente que se involucró en la militancia revolucionaria contra el bloque occidental capitalista dominante en Latinoamérica. Hubo otras y otros militantes que provenían de la psicología, pero generalmente abandonaron su trabajo psicológico académico y profesional para volcarse a su lucha revolucionaria (Massud de Souza, 2024). Fue el caso de varias guerrilleras y activistas clandestinas que lucharon contra la dictadura militar en Brasil entre finales de los años 1960 y principios de los 1970 (Almeida Cunha Arantes, 2012).
Recordemos a tres famosas psicólogas brasileñas revolucionarias. Lúcia Maria Salvia Coelho, profesora de psicología en la Universidad de São Paulo, imprimía periódicos del Partido Operário Comunista (POC) antes de ser detenida y recluida en una cárcel en la que prestó atención psicológica a otras presas políticas hasta el momento en que fue liberada y se exilió en Francia (Massud de Souza y Jacó-Vilela, 2023). La guerrillera urbana Pauline Philipe Reichstul, nacida en Checoslovaquia y psicóloga por la Universidad de Ginebra, militaba en la Vanguarda Popular Revolucionária (VPR) cuando fue ultimada y luego falsamente descrita como terrorista (Massud de Souza y Jacó-Vilela, 2019). Otra psicóloga asesinada, hija de una opulenta familia judía, fue la profesora universitaria Iara Iavelberg, feminista, defensora del amor libre e integrante de la Organização Revolucionária Marxista Política Operária (Polop) y del Movimento Revolucionário 8 de Outubro (MR-8), que se jactaba de cortarse el cabello en los mejores salones de belleza de Ipanema, en Río de Janeiro, al mismo tiempo que luchaba en la clandestinidad (Brandão, 2015).
Las brasileñas fueron pioneras, pero no estuvieron solas en la psicología comprometida con la revolución armada anticapitalista y antiimperialista en América Latina. Bien entrados los años 1970, la psicóloga argentina Liliana Marta Delfino Jedlizcka, integrante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), daba cursos a militantes y se ocupaba de la impresión y distribución de material de propaganda, pero fue detenida y desaparecida en 1976 mientras estaba embarazada (Veisaga, 2024). Luego fue el turno de Araceli Pérez Darias, nacida en España, criada en México, titulada en psicología por una universidad mexicana, movilizada en el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua y asesinada en 1979 por la guardia somocista (Yanes Rizo, 2019). Ya en los años 1980, destaca la figura de Álvaro Fayad Delgado, psicólogo por la Universidad Nacional de Colombia y cofundador y Máximo Comandante del grupo guerrillero M-19, con el que robó la espada de Simón Bolívar y tomó el Palacio de Justicia de Bogotá, para terminar siendo abatido por la policía en 1986, poco antes del final de la Guerra Fría (Lara, 1986).
Fayad y las revolucionarias latinoamericanas que lo precedieron, quienes fueron víctimas de la represión gubernamental en sus respectivos países entre los años 1970 y 1980, partieron de la psicología para terminar militando en organizaciones guerrilleras. Fue como si entendieran que se requería una revolución para tratar eficazmente aquello en América Latina que la psicología, incluso en sus versiones disidentes, únicamente podía calmar de modo paliativo, pero no remediar ni mucho menos curar. Más allá de la disidencia, pero sin duda en la misma dirección que ella, las psicólogas de las guerrillas latinoamericanas atravesaron y superaron la práctica psicológica para internarse en la praxis revolucionaria.
La revolución política y socioeconómica prometía resolver los problemas que la psicología quizás consiguiera plantear, pero que no era capaz de resolver, como bien lo sugirió la psicóloga mexicana marxista y feminista Dulce Pascual (1980) durante el Cuarto Encuentro Internacional de Alternativas a la Psiquiatría, organizado por Sylvia Marcos en México en 1979. En este encuentro, en el que participaron Franco Basaglia, David Cooper, Félix Guattari, Marie Langer y otros, la psicología disidente se pronunció abiertamente sobre sus límites, los que le imponía el espacio lógico cerrado por la sociedad capitalista liberal de Occidente. Era para ir más allá de sus límites que la disidencia de los psicólogos debía tornarse guerrilla, insurgencia, lucha armada revolucionaria contra la dominación de las prolongaciones latinoamericanas del bloque occidental capitalista.
Luchando conscientemente contra el capitalismo en una fase imperialista avanzada, las guerrilleras y los guerrilleros de la psicología tenían un rol político bastante claro. Su trinchera insurgente se encontraba justo frente al bastión contrainsurgente ocupado por figuras como Lobo Moreira o Tuane Escaff. El enfrentamiento entre los psicólogos torturadores y los guerrilleros, entre los amigos y los enemigos del bloque occidental capitalista, era una violenta manifestación de la Guerra Fría en el campo de la psicología. Este campo fue también un campo de batalla y en él hubo numerosos muertos, no solo guerrilleros, sino muchos otros.
Los que faltan
Martín-Baró fue siempre alguien pacífico, pero esto no impidió que fuera liquidado por el Ejército Salvadoreño. Lo mismo puede afirmarse de casi todos los 110 trabajadores y 66 estudiantes de salud mental asesinados o desaparecidos en la dictadura militar argentina (Vainer, 2005). La mayor parte de ellos fueron víctimas indirectas de una violencia que nunca ejercieron ellos mismos, ni siquiera para defenderse, como sí lo hicieron los guerrilleros.
Lo que está diciéndose puede ilustrarse con una historia que el autor de estas líneas escuchó de la boca de Jorge Mario Flores Osorio y Edgar Cajas Mena. Ambos fueron testigos presenciales de la ola de violencia gubernamental que se desató entre finales de los años 1970 y principios de los 1980 sobre la Universidad de San Carlos de Guatemala. De pronto, en una de las calles de la Ciudad Universitaria de esta institución, apareció un cadáver más de una estudiante de la Escuela de Psicología. El director de la Escuela, Julio Antonio Ponce Valdés, ya no pudo más y denunció apasionadamente la represión en un discurso público. Esto le valió ser detenido y desaparecido el 22 de agosto de 1980 por la policía militar.
El drama de Antonio Ponce Valdés, ejemplo elocuente de una víctima colateral de la Guerra Fría, puede asociarse con el caso de otro desaparecido guatemalteco, el profesor Juan Luis Molina Loza, filósofo y psicólogo a quien también se refirieron Flores Osorio y Cajas Mena, quienes le atribuyeron ideas brillantes y originales. Buscándose textos de Molina Loza, no se ha encontrado prácticamente nada, excepto los siguientes renglones: “el hombre es un ser abierto al mundo y, entre lo que aparece ante él, entre todas las cosas, aparecen otros hombres; hombres que a su vez son libres y deciden, actúan, hacen, y este hacer es un hacer que también los trasciende y los hace estar abiertos al futuro y a la vez abiertos hacia mí”, pues “en el hacer social nuestras acciones se funden y siempre mi hacer individual está untado de otros” (Molina Loza, 2021, párr. 1). Conviene citar estas palabras de Molina Loza para hacerlo vivir un poco, para compensar un poco su ausencia, para que nos falte un poco menos.
Molina Loza no es más que uno de los innumerables autores que faltan en la psicología disidente latinoamericana de los tiempos de la Guerra Fría. Faltan sobre todo sus palabras y sus pensamientos. Faltan igualmente las teorías y las prácticas de quienes prefirieron ya sea claudicar y someterse a los modelos dominantes europeos-estadounidenses o bien abandonar la psicología para entregarse a su lucha guerrillera.
Hemos perdido varias piezas del rompecabezas de la psicología disidente latinoamericana de los tiempos de la Guerra Fría. Esta psicología no incluye lo que le habrían podido aportar Molina Loza, Ponce Valdés y otros mencionados en este artículo. Tampoco hubo continuación para el trabajo de supervivientes como Eliseo Sosa Costantini, catedrático de psicología de Paraguay, autor de un libro sobre la reflexología rusa y detenido y torturado en 1961 por la dictadura de Alfredo Stroessner.
Es verdad que hay también mucho que se preserva, pero siempre mutilado, alterado y acechado por lo que falta y porque falta. La psicología que ha quedado está en un estado perturbado análogo al de muchos supervivientes, como el psicólogo José Dalmo Ribeiro Ribas, el cual, tras perder a su hermano Antônio Guilherme, desaparecido por la dictadura brasileña, se angustiaba fóbicamente con solo ver la bandera del Partido Comunista de Brasil, mientras que se aproximaba contrafóbicamente a personas asociadas con los aparatos represivos anticomunistas (Rousselet, 2013). ¿Y si la fobia y la correlativa contrafobia, tal como fueron interpretadas por el propio Ribeiro Ribas, operaran de algún modo en ciertos sectores de la psicología latinoamericana? De ser así, entonces tales sectores padecerían el síndrome de Ribeiro Ribas, quien, por lo demás, logró sobreponerse a tal síndrome al ser consciente de él y al mantener su militancia en el Partido Comunista. Dicho sea de paso que Ribeiro Ribas conoció personalmente al Che Guevara poco antes de su muerte, según lo que Juberto Antonio Massud de Souza relató al autor de este artículo durante una charla informal en Goiania, en Brasil, durante el Tercer Congreso Internacional de Marxismo y Psicología.
A modo de conclusión
Las charlas informales entre colegas pueden agregarse a los testimonios directos y a las fuentes documentales primarias y secundarias para entrever al menos una mínima parte de lo que fue el campo psicológico en América Latina entre los años 1940 y 1980. Aunque sea poco, lo que se entrevé permite discernir los principales roles políticos de la psicología latinoamericana de aquella época. Estos roles correspondieron fundamentalmente a dos actitudes opuestas ante el poder atlantista dominante en América Latina: la sumisión y la insumisión, la connivencia y la disidencia, el oportunismo y la resistencia.
Desde luego, los roles políticos no dejaron de subdividirse, difuminarse, trastocarse, complicarse y enredarse, especialmente en el nivel micropolítico enfatizado en la tradición foucaultiana de crítica de la psicología (Foucault, 1975; Rose, 2022). Sin embargo, si algo nos enseña la tradición marxista, es que la dualidad fundamental macropolítica no debe perderse de vista (Parker, 2010; Pavón-Cuéllar, 2019). Esta dualidad no solo define la oposición entre los dos bloques en la Guerra Fría, sino la estructura básica tanto de la sociedad en el capitalismo como del mundo en el imperialismo. Se tiene aquí un plano estructural determinante que no debe soslayarse al pensar en los roles políticos de la psicología que se han revisado en las últimas páginas.
Uno de los propósitos del presente artículo ha sido verificar y mostrar que los roles políticos de la psicología latinoamericana pueden llegar a encontrarse efectivamente ahí donde Althusser los habría puesto: en el fondo y en el centro de las teorías y prácticas psicológicas. Otro propósito ha sido comprobar que los mismos roles tienen una explicación como la enseñada por Marx y Engels: una explicación en la que los roles se explican por sí mismos, por la trama histórica de la que forman parte, por la historia global en su materialidad y no por la historia de las ideas psicológicas. Reconocer esto es adoptar una visión materialista histórica: una visión que también ha perdido terreno en el mundo académico latinoamericano como consecuencia del desenlace de la misma Guerra Fría que aquí se ha recordado.
La Guerra Fría fue perdida por una disidencia compuesta no solo de personas, sino también de ideas, conceptos y teorías. El marxismo forma parte de lo derrotado. Sin embargo, como lo hemos constatado en el caso de la psicología, la derrota se consiguió con la fuerza de las armas y no de las palabras, de la censura y no de los argumentos, de la ideología y no de la ciencia.
Más que una refutación, lo que truncó la herencia marxista fue un compuesto de seducción, confusión, intimidación, persecución, represión, mistificación y manipulación. Todo esto fue también lo que derrotó a la disidencia en general, pero ninguna derrota es irreversible. Aún podemos revertir la derrota cuando perseveramos en perspectivas disidentes como la del marxismo.
La perseverancia en una psicología crítica marxista constituye ya otro desenlace para la Guerra Fría en el terreno psicológico. ¿Acaso la determinación retroactiva de este otro desenlace no es ya por sí misma una razón para perseverar? Aun si no hubiera más razones de mayor peso, aquí habría una razón más que suficiente: la de impedir que la victoria sea de los dictadores y de sus torturadores, del capitalismo y del imperialismo, así como de la psicología dominante que operaba y sigue operando como dispositivo ideológico, disciplinario y represivo al servicio del capital y de su imperio.
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1 El presente artículo desarrolla la conferencia inaugural dictada por el autor el 28 de noviembre de 2024 en la Décima Jornada Chilena de Historia de la Psicología en la Universidad de Playa Ancha, en Valparaíso, Chile.
2 Doctor en Filosofía, Universidad de Rouen (Francia) y Doctor en Psicología, Universidad de Santiago de Compostela (España).
Afiliación: Profesor Investigador Titular en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México.
Autor para correspondencia: Calle Francisco Villa No. 450. Colonia Dr. Miguel Silva, Morelia, Michoacán, México. Código postal: 58110.
Correo electrónico: davidpavoncuellar@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1610-6531