El rechazo anoréxico como maniobra para devenir sujeto. Desde el enfoque psicoanalítico lacaniano
Anorexic rejection as a maneuver to become a subject. From the lacanian psychoanalytic approach
Recepción: 15 de octubre de 2024 / Aceptación: 22 de noviembre de 2024
María José Lizana1
DOI: https://doi.org/10.54255/lim.vol13.num26.916
Licencia CC BY 4.0.
Resumen
El presente artículo analiza la relación entre el devenir sujeto a través del rechazo anoréxico desde la perspectiva psicoanalítica lacaniana, encontrando que dicho rechazo no es universal, sino que cumple funciones específicas en la subjetividad de cada persona con anorexia. A partir de esta temática, se abordan los tres registros de Lacan, la adolescencia, la identidad y el ravage materno, conceptos clave para explicar y reflexionar, desde la clínica psicoanalítica, sobre la maniobra de separación que imparte la anorexia desde su radicalidad. Además, se explora cómo, mediante un proceso de identificación, la identidad de cada sujeto se fija a la anorexia, con el temor a perderla. Asimismo, se trabajan temáticas como el amor y lo perverso en el vínculo con el Otro Primordial. El objetivo principal de este escrito apunta a visibilizar la radicalidad con la que una persona puede actuar para no quedar como objeto de este Otro Primordial, sino devenir en sujeto de deseo.
Palabras clave: anorexia; rechazo; separación; ravage; adolescencia
Abstract
This article analyzes the relationship between becoming a subject through anorexic rejection from the Lacanian psychoanalytic perspective, finding that such rejection is not universal but rather fulfills specific functions in the subjectivity of each person with anorexia. This theme addresses Lacan’s three registers, adolescence, identity, and maternal ravage–key concepts to explain and reflect, from the psychoanalytic clinic, on the separation maneuver imparted by anorexia from its radicality. Additionally, it explores how, through a process of identification, each subject’s identity becomes fixed to anorexia, fearing its loss. Moreover, themes such as love and perverseness in the link with the Primordial Other are also examined. The main objective of this work is to make visible the radicality with which a person can act to avoid remaining an object of this Primordial Other and instead become a subject of desire.
Keywords: anorexia; rejection; separation; love; adolescence
Introducción
La anorexia, socialmente, se entiende como el acto de no comer y mantener una figura delgada a toda costa. Sin embargo, desde la perspectiva del psicoanálisis, puede interpretarse desde un enfoque más reflexivo y analítico: el devenir sujeto a través de la palabra ‘no’, la cual articula el rechazo anoréxico.
En cuanto al rechazo, este puede analizarse desde diversas perspectivas, como el rechazo al alimento, al Otro o al cuerpo. Estas manifestaciones pueden representar distintas posibilidades en la práctica psicoanalítica para alcanzar una cura. Sin embargo, Cosenza (2014) plantea que el rechazo no es universal; aunque pueda parecer similar entre sujetos, la función que cada persona le atribuye es distinta. Además, el autor desarrolla cuatro funciones del rechazo: como demanda, como defensa, como pseudo-separación y como goce. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué determina que cada sujeto asigne una función específica a este rechazo?
Una posible respuesta podría encontrarse en uno de los conceptos propuestos por Lacan en el Seminario 5 (2020): la demanda, entendida como aquello que “de una necesidad, por medio del significante dirigido al Otro, pasa” (p. 90). Esta demanda podría ser el motor del rechazo, particularmente en casos de una presencia materna excesiva que no permite la separación ni el desarrollo del deseo propio. Entonces, ¿es la metáfora paterna la que falla al no permitir esta separación en la relación con la madre? ¿O es que la madre es tan voraz que no avala ni permite esta ley paterna?
En relación con estas preguntas, podría hipotetizarse que este rechazo radical hacia el alimento articula la separación de una madre presente y voraz, llevando al cuerpo a pagar un precio extremadamente alto para lograr esta separación.
En este sentido, este trabajo busca abrir nuevas perspectivas sobre la anorexia. Desde el sentido común, este trastorno se asocia con el alimento y el impacto que tiene en el cuerpo. Sin embargo, la misma sintomatología podría dar lugar a una nueva visión: la separación. En esta línea, la psicología y, en particular, el psicoanálisis permiten explorar cómo la relación con la madre sería una de las principales causas del origen de la anorexia.
Desarrollo
La anorexia nerviosa no solo afecta el ámbito psicosomático, al estar directamente relacionada con la percepción del propio cuerpo, sino que también suele manifestarse en la adolescencia. Por ello, a menudo se percibe como una etapa adolescente, un llamado de atención o de maña.
Desde el psicoanálisis, el objetivo no es únicamente alimentar el cuerpo, sino que las personas anoréxicas recobren el deseo. López (1999) afirma que «no basta con alimentar ese cuerpo; se necesita un ser humano vivo, un ser de deseo: “sí, que viva, pero con deseo”»(p. 608). Para ello, la palabra y el encuentro psicológico permiten liberar ese deseo capturado, ese “deseo de larva” al que se refiere Recalcati (2004).
Con base en lo anterior, resulta necesario abordar los registros de necesidad, demanda y deseo para, posteriormente, vincularlos con el concepto central: el rechazo en la adolescencia.
Anorexia nerviosa y su lazo con los registros de necesidad, demanda y deseo
Antes de comenzar con el desarrollo de este apartado, debemos recordar que, antes de la intervención del lenguaje en la vida de cada persona, es decir, antes de que el registro simbólico sea incorporado, el registro que está presente es el de la necesidad. Como ejemplo, tanto en animales como en humanos, encontramos la necesidad de comer y beber; sin embargo, hay una gran diferencia entre ambos. Cuando el animal siente sed, puede movilizarse hacia el objeto deseado, como el agua. Por el contrario, un bebé no puede hacerlo, lo que genera un problema: el bebé debe comunicar su necesidad para poder satisfacerla. A través de este intento de comunicación, se evidencia la presencia de un centro ordenador: el lenguaje, que nos precede.
Aquel intento de comunicación que el bebé realiza mediante el llanto y el quejido requiere que el Otro primordial interprete y dé significado a esas expresiones. Así, el infante comienza a incorporar los significantes del Otro mediante las idas y venidas de la madre, es decir, a través de su presencia o ausencia. En este proceso, cuando ese Otro primordial interpreta y responde a lo que el bebé necesita, se pasa a un nuevo registro: la demanda. Según Lacan (2020), la demanda “es lo que, de una necesidad, por medio del significante dirigido al Otro, pasa” (p. 90). Es decir, la madre responde con el objeto de necesidad y, en ese momento, el bebé queda inscrito en el deseo del Otro.
Desde esta perspectiva, comprender los aspectos psicoanalíticos de la anorexia implica reconocer cómo se entregó este objeto de necesidad por parte del Otro primordial. Aunque la madre puede proveer el alimento, lo principal no es el objeto en sí, sino el cómo es dado. Es decir, la demanda trasciende y se convierte en una demanda de amor (Dor, 1994). En este sentido, la presencia y ausencia de la madre al entregar el objeto de satisfacción –en este caso, el alimento– transforma ese objeto en un objeto de don (Lacan, 1994).
Una vez que el infante queda inscrito en el lenguaje a través de la demanda, pasa al siguiente registro: el deseo. Este cambio del registro de la demanda al deseo se facilita mediante la Metáfora del Nombre del Padre.
Explicaré brevemente el significado de la “Metáfora del Nombre del Padre”. Es una metáfora porque no se refiere al padre físico, al padre de carne y hueso. Al hablar del Nombre del Padre, hacemos alusión al padre simbólico, aquel que sustituye al significante materno, es decir, al deseo materno. Según Lacan (2020), el Nombre del Padre tiene la función de “ser un significante que sustituye al primer significante introducido en la simbolización, el significante materno” (p. 179).
El Padre viene a romper, quebrar y separar la dualidad madre-hijo/a, permitiendo que, mediante el Complejo de Edipo, el hijo/a pueda separarse de la alienación materna y forjar su propio deseo. Sin embargo, en esta transición del registro de la demanda materna al del deseo, emergen los primeros síntomas radicales de la anorexia, y uno de ellos es el no. Este no posibilita la separación de la demanda materna, del Gran Otro primordial.
Lacan (2003) plantea que “este no. La negación, el desvío, el me gusta eso y ninguna otra cosa del deseo, se introduce ya aquí, y la especificidad de la dimensión del deseo salta a la vista” (p. 234). Siguiendo esta cita, podemos deducir que, antes de un no, hubo un sí. Antes de rechazar algo, es porque ese algo estuvo presente, quizás en exceso, saturando. En la anorexia, la relación madre-hijo/a se ve truncada por una acción de llenar, atiborrar, saturar al infante por parte de la madre, tal como se llena una bolsa vacía. La entrega de alimento, cuidado y protección no responde a la necesidad afectiva. Lo que la persona anoréxica pide es exactamente lo que el Otro no tiene: el amor (Recalcati, 2004).
Al sentirse llenada, pero al mismo tiempo vacía, la “anoréxica se coloca radicalmente del lado del deseo, deseando nada” (Recalcati, 2004, p. 55). Es en este movimiento radical donde la separación se vislumbra desde el propio cuerpo, pagando un precio elevado e incluso llegando a la muerte.
Anorexia Nerviosa y Adolescencia: Puntos de encuentro
¿Por qué hablar de anorexia nerviosa y adolescencia? La anorexia nerviosa emerge frecuentemente durante el pasaje a la adolescencia (Recalcati, 2004).
En esta etapa, se producen cambios significativos como el desarrollo pondoestatural, la menarquia y la espermarquia. Por tanto, la identidad personal se vincula profundamente con la vivencia de la sexualidad y el cuerpo. Desde este punto de vista, la anorexia comienza a operar como una maniobra de separación del Otro primordial, ya que el sujeto adolescente busca dejar de ser el fantasma del Otro, como lo fue en la infancia al alienarse frente a su demanda, para ahora crear su propia demanda.
Dolto (citado en Recalcati, 2004) describe este proceso en la etapa prepuberal como una “padresctomía”, un concepto que alude a la separación del deseo del Otro primordial y permite transitar hacia el deseo propio.
Los cambios corporales en este período pueden vivirse de manera contrapuesta. En muchos casos, conducen a la dismorfofobia, donde los adolescentes construyen una imagen distorsionada e irreconocible de sí mismos frente al espejo. Cuando esto ocurre de forma intensiva, el espejo devuelve una imagen deformada del cuerpo, rompiendo con el narcisismo y el yo ideal.
Este golpe al narcisismo y al Ideal genera que la imagen en el espejo sea siempre “monstruosa si no está perfectamente ajustada a la imagen del cuerpo-delgado” (Recalcati, 2004, p. 26).
El deseo de ver un cuerpo delgado en el espejo refleja la perpetuación del “deseo de nada” que caracteriza a la anoréxica. Este mecanismo permite a la persona mostrar fuerza de voluntad al mantener su yo ideal y su narcisismo. Curarse de la enfermedad se vuelve impensable, ya que ello implicaría perder esa identidad construida en torno a la anorexia.
Hekier y Miller (1994) sostienen que la paciente anoréxica teme perder la identidad que la enfermedad le otorga. En sus palabras: “si pierdo mi enfermedad, no sé qué hago, ¿qué soy?” (p. 29). Esta cita evidencia que el deseo de mantener el yo ideal y el narcisismo es más fuerte que el deseo de curarse, por el temor a perder la identidad representada por la anorexia.
La interrogante “¿Qué soy?” se conecta directamente con la posición que ocuparía la persona respecto al Otro si la anorexia desapareciera: “¿Qué soy para el Otro? ¿Qué soy para mi madre?”.
En general, los adolescentes no son quienes piden ayuda; son los padres quienes claman por asistencia urgente debido al malestar o sufrimiento de sus hijos (Aveggio y Araya, 2016). En esta dialéctica, la pregunta “¿Qué soy para mi madre?” toma relevancia. Sin la anorexia, no hay demanda; sin la anorexia, no soy.
Se desarrolla un temor profundo a perder la anorexia, lo que podría llevar al vacío, a quedar desnuda y despojada frente al mundo. La persona se percibe entonces como una adolescente recuperada, pero vulnerable y expuesta a la demanda del Otro, aquel que inicialmente rechazó.
Semblante, Cuerpo e Imagen
Dentro de la adolescencia, hay dos conceptos importantes que comienzan a desempeñar un rol decisivo en la formación de la identidad: la imagen y el cuerpo. En relación con la imagen corporal durante los cambios de la pubertad, es donde la anorexia muestra sus principales síntomas. Thibierge (2022), al hablar de imagen, la asocia con el reconocimiento del cuerpo al levantarse y mirarse al espejo, un acto cotidiano que todos realizan. Sin embargo, hay días en los que cuesta reconocerse, y es ahí donde la imagen reflejada en el espejo no coincide con lo que se percibe y siente. Esto es lo que Lacan (2006) denominó la imagen especular, que advierte al cuerpo que la imagen que ve en el espejo se ha modificado, y marca un momento en el que la mirada propia y el valor atribuido a la imagen cambian.
Algo ocurre en el cuerpo de las pacientes anoréxicas que ellas no pueden explicar; ese cuerpo se convierte en algo completamente extraño, ajeno al sujeto. De manera más precisa, hay una relación con el cuerpo porque no se puede desprender de él, lo que genera una conexión forzada que hace sentir que no se tiene control sobre ese cuerpo (Thibierge, 2022).
En la anorexia nerviosa, se experimenta un extrañamiento con la imagen reflejada en el espejo, que no concuerda con lo que las pacientes sienten. Este fenómeno, conocido como dismorfofobia, implica una alteración significativa en la percepción visual de la imagen real, lo cual causa angustia y desesperación.
Desde el concepto de semblante, tratado por Lacan (1971) en su Seminario 18, se articula lo que es la imagen y el cuerpo en relación con la verdad del sujeto, la cual se revela a través del semblante. En términos simples, el semblante es aquello que se muestra de manera natural, algo que está a la vista. Un ejemplo se encuentra en el Estadio del Espejo, descrito por Lacan (2009) en Escritos 1, donde la imagen reflejada en el espejo que se presenta al niño funciona como un semblante, una Gestalt que produce júbilo, en la que el semblante actúa como una forma de verdad.
La verdad no es lo contrario del semblante. La verdad es esa dimensión (...) que es estrictamente correlativa del semblante. La dimensión de la verdad soporta el semblante. Algo se indica, pese a todo, del lugar a donde quiere llegar ese semblante. (Lacan, 1971, pp. 24-26).
Lacan (1971) aclara que el semblante no es un artificio, ya que está arraigado en la naturaleza. En este sentido, afirma que la naturaleza está llena de semblantes, lo que implica la concreción de una Gestalt imaginaria, tal como ocurre en el Estadio del Espejo. Todo esto refuerza la idea de que el semblante es todo aquello que se da a ver, que se muestra.
De manera similar, cuando la anoréxica se mira en el espejo, aparece un semblante que no provoca júbilo, en contraste con lo que sucede en el Estadio del Espejo. Ese semblante es la verdad que se le muestra. Además, el semblante opera en lo imaginario desde el cuerpo; al verse reflejada, la anoréxica percibe una verdad que no cambia, aunque otras personas la vean más delgada. Para la anoréxica, su verdad es que sigue estando en sobrepeso.
En el plano simbólico ocurre algo similar: el discurso que opera hacia ella refuerza su percepción al reconocer que está más delgada desde el diagnóstico de anorexia nerviosa. De esta manera, asume su verdad, que para ella es el semblante.
El semblante es una promesa, y para la anoréxica, es la promesa de seguir siendo gorda. Al asumir esta promesa, se genera un impacto en su cuerpo, que refuerza la creencia de que la imagen que ve en el espejo es la representación real de su cuerpo.
El porqué del rechazo y su maniobra
El rechazo cumple diferentes funciones según cada caso en particular (Cosenza, 2014). Recalcati (2013) reconoce seis tipos de rechazo. Para este escrito, nos centraremos en dos: el rechazo como maniobra de separación y el rechazo como invocación.
Comenzaremos con el primero. El rechazo como maniobra de separación se manifiesta cuando la anoréxica, al rechazar el comer, busca separarse de la demanda asfixiante del Otro primordial. Esta demanda, reforzada por su núcleo familiar, incrementa el rechazo, pues la anoréxica se niega a satisfacer dicha demanda.
La razón principal del rechazo como maniobra de separación es dejar de complacer las exigencias del Otro y forjar un deseo propio, desvinculado del deseo ajeno. Según Recalcati (2013): “¡No seré esclavo nunca más, de aquello que no domino! ¡Al fin libre de las cadenas del cuerpo pulsional! ¡Al fin separado para siempre de la demanda del Otro!” (p. 20). Esto evidencia que el sujeto anoréxico busca liberarse de las ataduras impuestas por las demandas del Otro.
El rechazo surge porque la paciente anoréxica se sintió aspirada y reducida a un objeto exclusivo del Otro. Por tanto, el rechazo busca la separación para existir como sujeto deseante, aunque este deseo se formule de manera radical. Como señala Recalcati (2004): “Porque nada, ningún objeto, ninguna cosa, podrá jamás saturar la medida del deseo” (p. 55).
Este tipo de rechazo cumple la función de generar una separación alienante entre la madre y el hijo. Según Recalcati, el sujeto anoréxico se percibió como un objeto aspirado, un recipiente que debía ser llenado, donde el equívoco materno desempeñó un papel central. La madre interpretó las necesidades del bebé únicamente como hambre, saturando al sujeto. En la adolescencia, esto se manifiesta como una demanda de separación, en la que ahora el sujeto anoréxico es quien demanda y desea.
Por otro lado, está el rechazo como invocación, relacionado directamente con la demanda de amor. Este rechazo puede dividirse en dos categorías: rechazo como amor y rechazo como perversión.
El rechazo como amor, según Recalcati (2013), busca interrogar el amor del Otro e invocar un signo de este. En el cuerpo anoréxico, el acto de “comer nada” pone en riesgo la vida, esperando que el Otro reaccione ante esta demanda de amor. Recalcati (2004) ejemplifica esta dinámica: “Hazme ver si te hago falta, hazme ver los signos de tu amor, yo que te muestro los signos de mi amor desesperado, hazme ver si en ti hay un signo de amor” (p. 99).
Retomando el concepto de bolsa vacía, el objeto de necesidad –el alimento– fue entregado en exceso, sin una demanda de amor mediando la interacción. Este equívoco resalta en la entrega del objeto por parte del Otro primordial. El sujeto anoréxico busca abrir una falta en ese Otro completo, usando su cuerpo deteriorado como signo de desesperación. Implora la llegada de la demanda de amor al dejarse morir por ese amor.
El rechazo como perversión, en cambio, implica un juego con la vida y la muerte que otorga poder sobre el Otro. Este juego genera angustia y desesperación en los padres frente a la enfermedad, demostrando que es el sujeto anoréxico quien domina la situación (Recalcati, 2013). Lacan (1994) lo explica así: “El niño come nada, algo muy distinto que una negación de la actividad […] la madre de quien depende, hace uso de esa ausencia que saborea. Gracias a esta nada, consigue que ella dependa de él” (p. 68).
Por lo tanto, el rechazo y su maniobra tienen cualidades específicas. Por un lado, rechazan la sobrepresencia del Otro primordial recibida mediante el alimento, con el fin de separarse de la demanda materna. Por otro lado, buscan abrir una falta en el Otro primordial a través de una invocación de amor. Ambas maniobras se ejecutan desde la radicalidad y a través del cuerpo.
En palabras de López (1999): “Hay que tener ya en cuenta, a partir de este momento, cómo la actitud de rechazo frente a la imposición del Otro representa una forma de preservar el deseo propio” (p. 600). Esto significa que el rechazo anoréxico permite al sujeto devenir como un ser con demandas y deseos propios, libre del deseo del Otro primordial.
Todos estos aspectos pueden observarse en el tetraedro/cuadrípodo planteado por Lacan (2012), que incluye los vértices de semblante, goce, verdad y plus-de-gozar. Este esquema permite entender cómo interactúan en el campo del lenguaje, el deseo y el goce. Desde la anorexia, estos vértices se pueden comprender de la siguiente manera:
A. Semblante: Se refiere a la apariencia que sostiene las relaciones sociales y permite la articulación simbólica con el Otro. En la anorexia, se relaciona con el cuerpo como lugar de inscripción simbólica mediante la delgadez extrema y la negación del goce al rechazar el alimento.
B. Goce: Representa un exceso destructivo. En la anorexia, se observa en el rechazo al alimento y el control absoluto sobre el cuerpo. Además, se vincula con el ravage, enraizado en la relación con el Otro materno-primordial, cuya finalidad es lograr una independencia radical.
C. Verdad: En la anorexia, este vértice se expresa como el intento de borrar las marcas del deseo del Otro en el cuerpo propio, específicamente el deseo de vida del Otro.
D. Plus-de-gozar: Este vértice se conecta con el dominio de sí misma, al no ceder al goce de comer, convirtiéndose en un goce destructivo con límites mortales.
Conclusión
El presente artículo de reflexión ha permitido visualizar cómo un diagnóstico psicológico, como lo es la anorexia, cumple diversas funciones para instalar la separación del Otro primordial, además de ser analizado desde la perspectiva psicoanalítica. Esto abre la posibilidad de una nueva puesta en escena al momento de trabajar en el área clínica psicosomática.
Por lo anterior, se vuelve crucial puntualizar la relevancia clínica de reflexionar y abordar este tipo de diagnóstico, reconociendo que no solo tiene un componente físico-corporal, sino que está profundamente ligado a las relaciones vinculares que cada paciente con anorexia experimenta de manera subjetiva, con un propósito clave: la separación mediante el rechazo.
En esta línea, considerando que el rechazo puede manifestarse de diversas formas y cumplir múltiples funciones, en la práctica clínica se deben analizar las maniobras y los objetivos finales de la sintomatología presentada por el paciente. A lo largo de este escrito, hemos identificado tres elementos centrales: el rechazo, el cuerpo y la adolescencia, los cuales estructuran el trabajo clínico. Además, se deben abrir nuevos espacios de conocimiento que permitan profundizar en cómo la relación con este Otro Primordial –la madre– podría adquirir otras dinámicas, como el ravage y la Ley Materna.
Asimismo, resulta pertinente reflexionar sobre cómo los significantes de separación y amor actúan como ejes estructuradores de un proceso psicoterapéutico. Desde esta perspectiva, se pueden forjar líneas terapéuticas dirigidas a liberar el deseo y permitir el surgimiento del sujeto deseante. La separación es un hito estructurante que toda persona debe transitar para evitar quedar alienada al Otro en calidad de objeto.
Finalmente, es esencial resguardar este proceso, ya que, aunque la sintomatología del trastorno puede volverse potencialmente mortal, desde el psicoanálisis se plantea que también puede constituir una solución y una vía hacia la cura. En nuestra labor profesional, debemos proteger esta maniobra y asegurarnos de que, aunque la separación radical tenga un factor positivo al abrir espacio al deseo propio, este deseo no se convierta en “nada.”
Es aquí donde el encuentro analítico o psicoterapéutico desempeña un papel esencial: permitir que la palabra trascienda la nutrición y la medicación –que, por supuesto, son importantes en términos de la vitalidad del paciente– y libere el deseo capturado. Solo así puede surgir un espacio para la vida, pero, lo más relevante, una vida con deseo de ser vivida (López, 1999).
Cuando observemos que el sujeto comienza a liberar ese deseo atrapado por el rechazo, podemos hablar del proceso que Freud (1923-1925) denominó la cura, un proceso que, según él, “se empeña en llenar esas lagunas del recuerdo, llega a inteligir que una cierta resistencia contrarresta la devolución de cada uno de esos recuerdos perdidos, y que es preciso compensar su magnitud mediante un trabajo” (pp. 287-288). Ese trabajo es, precisamente, el trabajo analítico.
Referencias bibliográficas
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1 Magíster en Psicología Clínica, Mención Teoría y Clínica Psicoanalítica por la Universidad Diego Portales. Diplomada en Intervenciones Terapéuticas en Infancia y Adolescencia por ADIPA. Diplomada en Docencia para la Educación Superior por la Universidad Central de Chile. Psicóloga por la Universidad Central de Chile, Santiago, Chile. Lord Cochrane 417. Autora para correspondencia. Código postal: 8050000. Correo electrónico: ps.mjlizana@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0009-0001-0214-1734