Los hombres, ¿un nuevo elemento en el “manglar de los cuidados”?
Una mirada desde la pandemia

Men, an element absent from “the mangle of care”?
A look informed by the pandemic

Recepción: 27 de enero de 2023 / Aceptación: 21 de marzo de 2023

Norma Elisabete Silva Sá1

 

DOI: https://doi.org/10.54255/lim.vol12.num23.722

 

Resumen

Vivir en tiempos de pandemia de Covid-19 visibilizó globalmente el tema de los cuidados y la percepción de los trabajos esenciales que sostienen la vida. Cuidar de los demás siempre ha sido considerado como un acto femenino o feminizado que, a través de las manos de las mujeres, establece una red de cuidados. Esa red, a la que me referiré en este artículo como el “manglar de los cuidados”, se vio alterada, se movieron los dominios público-privado. El nuevo escenario presenta una danza inesperada de agencias de lo humano y lo no humano, mezclado a la materialidad y, para analizar la presencia/ausencia de los varones, empleo la metáfora del manglar utilizada por Andrew Pickering (1995) como modelo teórico e interpretativo de la “danza de agencias” de nuevos elementos, una especie de desplazamiento posthumanista de los marcos interpretativos tradicionales. Mirando desde una perspectiva feminista, que no pretende construir una nueva verdad absoluta sobre el fenómeno, sino contextualizarla, busco una comprensión performática y relacional de los cuidados. Propongo un diálogo que considera el cuidado como un conjunto de prácticas sin género, una necesidad existencial, ontológica, inherente a la existencia y también interdependiente y vulnerable. Se espera que la participación de los hombres en la división de las tareas de cuidado tenga el potencial de liberarnos de las limitaciones de un modelo binario de género y permita nuevas configuraciones en el manglar.

Palabras clave: masculinidades, cuidados, red de cuidados, pandemia de Covid-19, feminista

 

Abstract

Living in times of the Covid-19 pandemic made the issue of care and the perception of essential jobs that sustain life globally visible. Caring for others has always been considered a feminine or feminized act that, through the hands of women, establishes a network of care. That network, which I will refer to in this article as “the mangle of care”, was altered, the public-private domains were moved. The new scenario presents an unexpected dance of agencies of the human and the non-human, mixed with materiality and to analyze the presence/absence of men I use the theory of Andrew Pickering (1995) as a theoretical and interpretative model of the “dance of the agencies” of the new actors in “the mangle of care”, a kind of posthumanist displacement of traditional interpretive frameworks. Looking from a feminist perspective, which does not intend to build a new absolute truth about the phenomenon, but to contextualize it, I seek a performative and relational understanding of care. I propose a dialogue that considers care as a set of practices without gender, an existential, ontological need, inherent to existence and also interdependent and vulnerable. It is hoped that the participation of men in the division of care tasks has the potential to free us from the constraints of a binary gender model and allow new configurations in the mangle.

Keywords: masculinities, care, care network, Covid-19 pandemic, feminist

 

La vivencia de la cuarentena, medida sanitaria de prevención al coronavirus que tomaron distintos gobiernos a nivel mundial, dejó a las personas confinadas en sus hogares, visibilizando los cuidados globalmente y la percepción de los trabajos esenciales que sostienen la vida.

De los cuidados, si bien no hay un concepto único y es difícil configurar sus límites, está claro que se brindan a través de circunstancias concretas, actividades realizadas en las vivencias cotidianas de las relaciones, en el mantenimiento y reparación del mundo (Tronto, 1987). Cuidar siempre estuvo vinculado a un hacer femenino o feminizado, en que, por las manos de mujeres (madres, hijas, tías, abuelas, vecinas, trabajadoras de casas particulares, profesoras, enfermeras, etc.), se forma una red de cuidados (Federici, 2013), que también llamaré de “manglar de los cuidados”.

La red de cuidados fue alterada con la llegada de la pandemia de Covid-19, los espacios casa-trabajo, público-privado, se movieron al igual que las personas, hubo una inesperada danza de agencias del humano y lo no humano. Estar en la casa entregó un escenario inédito para la mayoría, forzó un acercamiento a vivenciar la desigual distribución de los cuidados de niñas, niños y adolescentes, adultos mayores, personas con discapacidad, con enfermedades crónicas o con condiciones de salud débiles. La sobrecarga se evidenció en la vida de las mujeres, exponiendo la feminización de los cuidados, acentuada por vivir en una sociedad heteropatriarcal, donde a los hombres se les asignan los espacios públicos, trabajar y proveer y a las mujeres los espacios privados, educar y cuidar, aunque ellas estén presentes en el mercado de trabajo remunerado (Valdés, 2009; Biroli, 2018). Los hombres o todo lo que está relacionado a la masculinidad hegemónica (Connel y Messerschmidt, 2013) tradicionalmente se ha posicionado fuera del “manglar de los cuidados”, salvo experiencias puntuales u otras relacionadas al ámbito profesional.

El filósofo francés Bruno Latour (Martel, 2021), al reflexionar sobre la pandemia, afirma que para las ciencias sociales la pandemia de Covid-19 se convierte en un “experimento social” en escala real, que mueve el organismo vivo y activo que es la tierra, bajo la presión humana. Me preguntaría si ¿estamos inmersos en un nuevo experimento en el “manglar de los cuidados”? Las medidas de confinamiento y otras restricciones impuestas por la crisis sanitaria, han permitido observar nuevos arreglos en la red de cuidados y presencia de otros actores en el cuidar que me impulsa a hacer otras preguntas: ¿Los hombres fueron interpelados a cuidar?, ¿ellos se hicieron cargo de los cuidados?, ¿los hombres serían un nuevo elemento en la composición de interdependencia, acomodación y resistencia en el “manglar de los cuidados”?

Es sobre la agencia de nuevos actores en el “manglar de los cuidados” - los hombres (humano), impulsado por el SARS-CoV-2, (coronavirus - no humano), frente a la adversidad de un escenario movido y visibilizado con la llegada de la pandemia de Covid 19, que busco dialogar en ese artículo, ocupando la metáfora del “mangle”, señalada teóricamente por Andrew Pickering (1995) en su libro The Mangle of Practice, donde expone una comprensión performática de la práctica científica, como un sistema dinámico que se mueve desde una “danza de agencias”, una especie de desplazamiento posthumanista de los marcos interpretativos tradicionales (Pickering, 1993; Braidotti, 2015). El diálogo se extiende a estudios sobre los cuidados desarrollados a luz de la pandemia y desde una lectura feminista, que concibe los cuidados como prácticas complejas, una necesidad existencial, ontológica, inherente al existir, interdependiente y vulnerable (Puig de la Bellacasa, 2012).

 

Los cuidados para sostener la vida

Es complejo conceptuar “care”, traducido como “cuidado” en español y portugués, ya que sus límites son difusos y están relacionado con la vida, con el bienestar (Tronto, 1987). En un sentido más amplio, es un estado de atención, incluso emocional, hacia al otro/a (Faur, 2014). Al sumergirse sobre los estudios de los cuidados es posible identificar el protagonismo y contribución del feminismo, una mirada cada vez más situada y conectada a legitimar a las mujeres como sujetos de conocimiento (Harding, 1988).

Uno de los primeros estudios que visibiliza el “care” es de Carol Gilligan (1982), al proponer reflexiones en torno a una ética del cuidado cuando aborda las diferencias en el desarrollo moral de niños y de niñas, como una respuesta al modelo de moralidad de Lawrence Kohlberg, con quién había trabajado. La investigación de Gilligan (1982) acerca de los dilemas morales, encuentra un abanico de perspectivas distintas: en el universo de las niñas está la afectividad, las relaciones y la interdependencia, presentando responsabilidad y atención a otras/os, mientras las respuestas de los niños apuntan a individuos, principios abstractos y soluciones basadas en justicia. Carol Gilligan reconoce una ética del cuidado desde la existencia de la “voz diferente” de las mujeres, entregando una otra forma de pensar sobre los dilemas morales, una voz que venía sucesivamente siendo excluida de las teorías acerca de la moral, ya que la perspectiva “masculina” se sobreponía a la perspectiva “femenina”, generalmente asociadas a hombres y a mujeres respectivamente (Kühnen, 2014). Comparar las respuestas de hombres y mujeres revela la racionalidad y las maneras abstractas y masculinas de conocer (o no reconocer) el trabajo de cuidado (Tronto, 2020).

El entendimiento del cuidado como una tarea de mujeres se naturaliza, vinculado a la estructura de dominación masculina y la aceptación de ese modelo desvalora toda las tareas y características que involucra cuidados (Gilligan, 2013). Para Gilligan, la participación de los hombres en la división de las tareas de cuidado tiene el potencial de liberarlos de las limitaciones de un modelo binario de género inflexible (Gilligan, 2013), así como libertarlos de la matriz hegemónica, ya que la rigidez en la división sexual del trabajo, que no acompaña la entrada de la mujer en el mercado laboral remunerado (Valdés, 2009; Biroli, 2018), compromete negativamente la equidad de género y la responsabilidad con los cuidados.

Cuando Carol Gilligan enuncia otra manera de pensar la moral, menos que establecer una división de los sexos a la moral, ella está ampliando el concepto del “care” y problematizando una actitud de cuidado, que en inglés nombra “caring attitude”, o sea, una atención a las otras y los otros, sacando a luz una ética del cuidado. En estudios posteriores, Gilligan refuerza sus ideas de la ética del cuidado como una ética de la democracia que se mueve contra el patriarcado para eliminar un modelo jerárquico y binario de género (2013), lo que de alguna forma responde a las críticas recibidas por haber reducido el cuidado a roles femeninos, al publicar “La voz diferente” en 1982.

Muchos estudios acerca de los cuidados emergieron de académicas vinculadas al pensamiento feminista en las décadas de 1980 y 1990, como el trabajo de Patricia Hill Collins ([2009] 2019) que, junto al movimiento de las mujeres negras en Estados Unidos, plantea el valor político del cuidar (caring), aportando a un pensamiento interseccional; y las publicaciones de Berenice Fisher y Joan Tronto (1990), que apuntan a que las prácticas del cuidado están en todo lo que afecta al mundo. Joan Tronto (2020) reivindica pensar una sociedad del cuidado y consolida la definición de referencia para los estudios feministas sobre los cuidados, enfatizando que el cuidado está en todo lo que es hecho para sostener la vida.

En los años más recientes, María Puig de la Bellacasa (2017) rescata las ideas planteadas por Fisher y Tronto (1990) sobre un cuidar que sea por un vivir lo mejor posible, en que nosotras/os y el medioambiente son elementos de una compleja red, una red que permite mantener, perpetuar y reparar el mundo y nuestros cuerpos. Para Puig de la Bellacasa (2012) esta visión del cuidado es ontológica, revela la heterogeneidad del existir y de entidades ontológicas que componen un mundo más que humano, que reconoce la interdependencia y saca la idea de necesidad normativa, moral o por obligación. En las palabras de Puig de la Bellacasa (2017) el cuidado es omnipresente, incluso cuando está ausente.

El cuidado es vital y tiene implicaciones éticas y afectivas, cuidar es caminar en un terreno ambivalente, se encuentra: amor, tensión, opresión, alegría, aburrimiento, labor, compromiso, etc., el cuidado no es algo inocente (Puig de la Bellacasa, 2017; Caduff, 2019). Además, involucra procesos que Joan Tronto (2020) los nombra como: preocuparse (caring about), hacerse cargo (caring for), suministrar cuidados (care giving) y recibir cuidados (care receiving); incluye la atención, reflexión sobre la responsabilidad de brindar cuidados (care giving), el autocuidado y a quienes reciben cuidados (care receivers). Las cuestiones de cuidado fomentan una normativa del pensamiento ético, que Puig de la Bellacasa denomina “ética especulativa”, afirmándose en el terreno de crítica feminista y conocimiento situado, en que, pensar con cuidado, pone al descubierto los límites científicos (Puig de la Bellacasa, 2012, 2017).

 

La ausencia de los hombres en el “manglar de los cuidados”

El cuidado es parte de la vida humana, afirma Joan Tronto (1987), pero es un trabajo, mayoritariamente, hecho por las mujeres y feminizado. En América Latina y el Caribe las mujeres son las que se ocupan del cuidado. Cerca del 80% de los trabajos de cuidados no remunerados y la mayoría en las ocupaciones de cuidados remunerados, están a cargo de mujeres (Batthyány, 2020). Las mujeres siguen ampliando la participación en los espacios públicos mientras acumulan los roles de cuidados asignados en el mundo privado. Esto implica un menor acceso de las mujeres al tiempo para el trabajo remunerado, incluso al tiempo libre, con el impacto de su posibilidad de participación en la toma de decisiones públicas (Biroli, 2018).

En Chile, la distribución de los cuidados y de las tareas domésticas está lejos de ser equitativa en el hogar. La Encuesta Nacional del Uso de Tiempo (Instituto Nacional de Estadísticas [INE], 2015) identificó que las chilenas dedican más tiempo al trabajo no remunerado, mientras que los hombres más al trabajo remunerado. En promedio, las mujeres destinan tres horas más que los hombres a las actividades de trabajo no remunerado, mientras que los hombres dedican 2,74 horas al trabajo no remunerado y las mujeres dedican 5,89 horas diarias. En todas las regiones de Chile la brecha de género en el trabajo no remunerado es mayor que la del trabajo remunerado.

La inequitativa división de las tareas del hogar, expresa la idea del sexo como algo natural y género como concepto sociológico o cultural dentro de la lógica del binarismo de género (Butler, [1999] 2019), reduciendo el trabajo doméstico y de cuidados a un trabajo de mujeres, y convirtiéndolo en un trabajo que se hace por amor, cuando en realidad es un trabajo no pagado (Barriga et al., 2020; Federici, 2013). Esto refuerza la desigual responsabilidad sobre los cuidados dentro de las familias. La división sexual del trabajo es la base sobre la cual se sustenta el trabajo no remunerado y no afecta por igual a todas las mujeres, considerando que clase, etnia/raza, edad, nacionalidad son categorías que marcan la producción de género (Biroli, 2018; Viveros, 2020). Una división que reafirma el género como performativo y de algo que se realiza por una convención social preexistente (Butler, [1999] 2019) y en el caso de brindar cuidados: encarnado en los cuerpos de las mujeres. Hay un propósito en los actos performativos de que nos habla Butler ([1998] 2019), funcionan para mantener al género dentro de un marco binario y no se tratan de una elección individual, pero tampoco son impuestos, se configuran dentro de un contexto socio cultural. Los estereotipos y roles de género afectan el brindar y recibir cuidados, sin embargo, todas las personas en algún momento necesitan de cuidados y deberían responsabilizarse por cuidar a otras y otros, no importando el estatus de género en el que se encuentren (Gilligan, 2013).

La relación con los cuidados está generizada y no hay un equilibrio en dar o recibir cuidados, son los cuerpos de las mujeres o los cuerpos feminizados los que se hacen cargo del cuidar. Por supuesto, siguiendo las ideas de Butler (2002), como la generización pasa por el contexto social y cultural, son los cuerpos masculinos o masculinizados los que se ausentan de hacerse cargos de los cuidados, sin embargo, sí son cuerpos receptores de cuidados.

El cuidado, entendido como una potencialidad de la vida humana, necesita de condiciones para manifestarse y desenvolverse. A los hombres, en especial aquellos que viven en territorios urbanos, no se les dan espacios de prácticas de cuidados de niñas, niños y adolescentes, en general vivencian una socialización que aleja a los varones de tareas marcadas como femeninas, como el cuidar (Barker et al., 2012). La mayoría de los hombres no se responsabiliza por las labores del hogar, no son obligados a cuidar de hermanas o hermanos menores, no arreglan o limpian sus ropas, o bien, no hacen la comida e incluso tampoco tienen internalizado un repertorio de autocuidado (Aguayo et al., 2020; Medrado et al., 2021). Además, las actividades relacionadas al cuidado de la salud, educación o asistencia social se organizan para tener la presencia de mujeres y algunas veces inhiben la presencia de hombres que se aventuran como cuidadores (Barker y Aguayo, 2012).

En Chile, un análisis de la presencia de los hombres en el trabajo no remunerado que se realiza en los espacios privados, los cuidados y labores domésticos, observa que la única categoría de trabajo no remunerado en que los hombres participan en la misma proporción que las mujeres es el trabajo para la comunidad y voluntario, es decir, actividades que los hombres realizan en espacios públicos, por lo tanto, fuera de los hogares, reforzando roles de género (INE, 2020).

Un estudio de Lucía Saldaña (2018), realizado con padres y madres de hijos de 0 a 14 años de la región del Bío Bío en Chile, acerca de las relaciones de género y arreglos domésticos, encuentra que existe una prevalencia de liderazgo femenino en la organización de la vida doméstica familiar, en la cual muchas veces las mujeres actúan como guías de los hombres para las tareas y labores domésticas, la agencia e intencionalidad es de la mujer. Esto no permite una redefinición de los roles de género y puede provocar tensiones y disputas dentro del hogar, generando, según la investigadora, una sobrevaloración del trabajo doméstico masculino y una subvaloración del trabajo femenino.

Los privilegios de los hombres de ausentarse de los cuidados, tienen relación con la forma de “ser hombre” vinculada a la masculinidad hegemónica, un modelo de ser hombre identificado por Connell (1995) como el modelo que legitima el patriarcado y “garantiza (o se toma para garantizar) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres” (p.39). La masculinidad hegemónica se construye en relación con otras a las que subordina, a través de un sistema interdependiente, en que ese modelo de masculinidad se va transformando en dominante en la medida que las otras masculinidades son desvalorizadas, infantilizadas o feminizadas, expresando una forma disminuida de ser hombre (Kimmel, 1997). La masculinidad hegemónica, suma características como ser fuerte, no expresar emociones, no tener miedo, ser libre, autónomo, trabajador/proveedor y de no comprometerse con los cuidados de otras personas, así como muchas veces no cuidan de su salud o autocuidado (Heilman et al., 2017). Es una masculinidad que puede no ser adoptada por todos los hombres y de verdad no lo es: Connell y Messerschmidt (2013) identifican que no equivale a un modelo de reproducción social, pero domina el imaginario social.

 

La pandemia de Covid-19, los cuidados y los hombres chilenos

El tema de los cuidados no es una novedad en los estudios de las ciencias sociales, pero fue con la pandemia que el cuidado se vio interpelado cuando el coronavirus se instaló en países asiáticos y europeos en mediados de diciembre de 2019 e identificado en el territorio chileno a finales de febrero de 2020. Por medidas de prevención al contagio por coronavirus las personas quedaron en aislamiento, obligatorio o voluntario, madres y padres en casa vivieron una larga cuarentena y debieron hacerse cargo de la educación y cuidados de sus hijas e hijos, sin apoyo de instituciones educativas, de familiares o trabajadoras de casas particulares. Cambiar la rutina, integrar nuevos modelos de estudio y trabajo, a lo que en algunos casos se sumó la cesantía o la disminución de los ingresos y la preocupación por el futuro (Sato, 2020), significó un cambio abrupto en la vida de múltiples familias y la necesaria reconfiguración de los cuidados.

En cuanto a los hombres, durante la pandemia de Covid 19, se observa la frágil presencia de ellos en hacerse cargo de los cuidados. Encuestas realizadas durante la pandemia muestran una baja proporción de padres que se dedican a las tareas del hogar, independiente si se encuentran o no con teletrabajo, lo que genera para las mujeres una sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados agudizadas por los protocolos sanitarios de la pandemia (Aguayo et al., 2020; Medrado et al., 2021). En Chile, dónde se vivió una de las más largas cuarentenas de la región, las familias con niñas y niños en la casa tuvieron que cambiar su rutina, adaptar los cuidados a los tiempos dedicados al trabajo y encargarse de lo doméstico sin redes de apoyo, por lo que se vieron delante de la inequitativa división del trabajo doméstico, que sobrecargó a las mujeres (Rojas-Navarro et al., 2021).

Resultado similar entrega el Estudio Cuidar (Energici et al., 2020) que realizó una encuesta sobre macro dimensiones del cuidado en la primera quincena de mayo de 2020 en Chile, con una muestra de 2005 personas (74,3% mujeres), comparando quién se hace cargo de los cuidados de niñas y niños menores de 12 años de edad, antes de la pandemia y en el contexto de pandemia. Se constató que antes de la pandemia era el sistema educativo el que respondía a un 65,4% de la demanda, seguido por las madres quienes asumían un 16,6% y por padres con un 1,9%. En las tardes las madres asumían en un 40,3% los cuidados, 22,9% de las niñas y niños eran cuidados por servicios domésticos y un 7,5% por los padres. En la noche 80,8% las madres se hacían cargo de esa tarea y un 12,5% de los padres. Durante la pandemia la sobrecarga aumentó para las mujeres, ya que por la mañana un 73,6% de las que cuidan son madres versus un 12,4% de padres, por la tarde un 69,4% de las madres y un 17,7% de los padres se dedicaron a cuidar y por la noche ellas con un 71,4 % y ellos con un 15%. Se observa que en los tres rangos horarios se elevó el número de hombres a cargo de los cuidados, si se compara con antes de la pandemia, aunque las mujeres siguieron con la mayor carga y jornada de cuidado ampliada.

Los datos del informe Chile en Tiempos de Coronavirus publicado en abril de 2020 (IPSOS y La Tercera, 2020), señalaba que 44% de los hombres están muy de acuerdo o de acuerdo que “con la pandemia del Coronavirus he debido comenzar a realizar labores en el hogar que antes no realizaba con frecuencia” y 46% de ellos que “con la pandemia del Coronavirus ha aumentado la cantidad de tareas que cumplo en el hogar”.

En la misma línea, otra encuesta realizada el 2020 concluyó que el 57% de los hombres dedicó cero horas a los cuidados de niños/as, mientras que el 38% de los hombres dedicó cero horas a las labores domésticos, así como también las mujeres dedicaron nueve horas semanales más que los hombres a las tareas domésticas (Bravo et al., 2020). En este sentido, la pandemia expuso una crisis en torno a los roles de género dentro de la familia heteropatriarcal y los cuidados a terceros, evidenciando la sobrecarga en particular para las mujeres, quienes dedican el triple del tiempo que los hombres a labores domésticas y de cuidado (Comisión Económica para América Latina y el Caribe [CEPAL], 2021).

Investigando acerca del involucramiento paterno con parejas que estaban con bebés de pocos meses, en un estudio cualitativo durante la primera ola de Covid-19 en Chile, identificamos que el encierro en la casa presionó la distribución del trabajo no remunerado entre las madres y padres y una adecuación al modelo y ritmo de trabajo remunerado, frente a la llamada de compartir las responsabilidades por sus bebés. Si bien las parejas siguen visualizando a la mujer como la cuidadora principal, estar en la casa posibilitó a los hombres involucrarse más de lo que tradicionalmente suele corresponder respecto a los cuidados de sus hijas e hijos, lo que fue valorado de manera positiva por ambos miembros de la pareja (Silva Sá y Pérez, 2022). La muestra del estudio es reducida y de un recorte interseccional homogéneo, lo que no se espera generalizar a la población chilena, pero entrega pistas de que hay un cambio en progreso.

A nivel internacional, una investigación realizada por Sarah Crook (2020), en Inglaterra, sobre la experiencia de equilibrar las responsabilidades del cuidado de las hijas e hijos con el trabajo académico durante la primavera y el verano de 2020, explora el difícil equilibrio entre los cuidados y el teletrabajo de académicas y académicos. Entre los resultados las entrevistas reflejan que los hombres percibieron, con algún grado de sorpresa, la rutina doméstica y la presencia de niños en medio del trabajo, como relatos de risas, llantos y juguetes entrelazados con notas laborales. El episodio, que puede ser parte de la rutina de las mujeres, sorprende a los participantes varones de la investigación inglesa, por supuesto que encontrar juguetes en el cajón de trabajo evidencia el mezclar diferentes elementos humanos y no humanos, da cuenta de la interacción de la vida laboral y los cuidados en la crianza, que, para esos hombres, hasta la llegada de la pandemia, no la tenían en su rutina. El escenario laboral se ve “contaminado”, para ocupar el lenguaje performático de Pickering (1993), por la rutina doméstica y el hacerse cargo de los cuidados.

 

Mirar los cuidados desde la metáfora del manglar de Andrew Pickering

Las diferentes encuestas dan cuenta de la agencia de los hombres en el escenario de los cuidados, aunque no sea equitativa, nos hace entender que la presencia masculina se empieza a mezclar a otros elementos en el “manglar de los cuidados”, tensionando un espacio con nuevas prácticas de cuidados desde la agencia de otros actores.

Andrew Pickering (1995) usa la simbología del manglar para hablar del proceso entre teorías, instrumentos y sujetos implícita en la producción de conocimiento científico, describiendo una dialéctica de resistencia y acomodación en la práctica científica. A Pickering le interesa la performatividad, el desempeño al hacer ciencia, la relación de elementos humanos y no humanos (2013), una dialéctica que él llama “the mangle of practice”, que fue traducido como “ajuste robusto” por Marisa García (2007). La teoría de Pickering presenta una aproximación de factores conceptuales y naturales, sociales y tecnológicos, máquinas y materiales, animales y seres humanos, que se encuentran en relaciones cambiantes, que se mezclan, se conectan moldeadas por la cultura, tiempo y el lugar en que están (1993). Algo que Donna Haraway (1986) y Sandra Harding (1988) ya habían referido con la objetividad feminista, los saberes situados y las conflictivas relaciones entre ciencia y género. El sociólogo y filósofo describe un hacer ciencia en un lenguaje performático, fuera de los patrones tradicionales del hacer científico, en sus palabras: I am especially keen to establish the possibility of engaging nature in a directly performative fashion, one that does not centre itself on knowledge, science and the laboratory (Pickering, 2013, p.77).

La teórica feminista Susan Hekman (2010) identifica que el objetivo de Pickering es definir lo que él llama una imagen “performativa” de la ciencia, en que hay una “danza de agencias” de elementos humanos y no humanos que se mezclan. De acuerdo con la lectura de Hekman (2010), el concepto de mangle de Andrew Pickering tiene mucho en común con el concepto de la Teoría Actor- Red de Bruno Latour, pero ella destaca que Pickering logra capturar el entrelazado de los diferentes actores involucrados en el proceso, que en el manglar se mezcla todo y también se contamina, generando resultados diversos. La “danza de agencias” puede ser entendida como el mezclar de la agencia material y social, la capacidad de actuar en la transformación del mundo, en que al mismo tiempo en que el sujeto construye el mundo es también construido por él (Pickering, 1995; García, 2007). Sin embargo, Pickering (1995) destaca que es la agencia humana la que tiene intencionalidad. Su análisis de la práctica científica es posthumanista y pone énfasis en que las agencias materiales y humanas se producen mutuamente y de forma emergente (Pickering, 2013; Braidotti, 2015).

En sus estudios, Pickering piensa en generalizar la historia de hacer ciencia más allá del laboratorio y del paradigma ciencia y conocimiento. Identifica que las relaciones con animales, naturaleza y medioambiente deben ser miradas, afirmando que nosotras/os estamos involucrados con el medioambiente de forma performática, hay una agencia de la naturaleza que interpela la agencia humana y viceversa (2013). Sus textos están llenos de eventos sobre el clima e intervenciones humanas en la naturaleza, como el caso de las anguilas asiáticas que fueron llevadas al medio oeste norteamericano. Las anguilas crecieron rápidamente y sus propietarios comenzaron a descartarlas en las lagunas locales, en este ambiente se multiplicaron aún más y comenzaron a competir por alimentos con los peces y otros animales autóctonos. Hubo intervenciones humanas para inhibir el crecimiento de la población de anguilas asiáticas, como drenaje de la laguna y construcción de barreras, que tampoco funcionaron como se esperaba, las anguilas seguían en gran número. Es decir, el caso sirve como ejemplo de la “danza de agencias”, que no sucede en un laboratorio, sino en la naturaleza, que como Pickering retrata es un ida y vuelta performativo entre lo humano y lo no humano en la dialéctica de resistencia y acomodación (1995; 2013).

Para seguir con la metáfora del manglar, desde el entendimiento como un ecosistema de la naturaleza, es importante entender cómo funciona. Mangle (manglar en español y mangue en portugués) es encontrado en áreas costeras de importantes funciones para la preservación ambiental y recuperación de áreas degradadas, en que conviven e interaccionan diferentes especies en un contexto, muchas veces, adverso. Este está al mismo tiempo sujeto a las mareas y una infinidad de intemperies de la naturaleza, donde diferentes especies de animales y de plantas se adaptan a condiciones adversas, como alta salinidad, baja concentración de oxígeno y un terreno formado por lodo (Souza et al., 2018). La dinámica en el manglar está relacionada directamente con las mareas y características ambientales inconstantes, su terreno es un área lodosa y de olor hediondo. Los manglares sufren interferencia de la contaminación, construcciones y agricultura, aunque son resistentes y los estudios de Souza et al. (2018) confirman que los manglares son la primera línea de defensa contra tormentas tropicales, tsunamis y huracanes y son considerados uno de los ecosistemas más eficientes frente al calentamiento global.

Podemos entender que la vida en el manglar es relacional, así como es el cuidado. Cuidar involucra suministrar cuidado, recibirlo, el propio cuidado y admite una interdependencia (Tronto, 2020), actúa como el ecosistema de los manglares, los elementos que están en la red de cuidados se mezclan, resisten y acomodan de forma interdependientes, mismo en condiciones adversas, como en el caso de la crisis sanitaria mundial estallada con la llegada del coronavirus. Es importante asumir que los cuidados exigen atención constante, una gestión continua para brindar bienestar a otra persona o grupo, que puede llevar a agotamiento emocional y físico de quién cuida e incluso tener que lidiar con dolores y algunas veces con la muerte (Caduff, 2019), además del impacto por la frágil presencia de instancias de cuidados en el contexto público, agravado por la crisis sanitaria y las medidas preventivas al contagio de coronavirus (Cifuentes, 2020). Por supuesto, no se trata de una concepción instrumental del cuidado, resulta del mantenimiento de la vida, con sus complejos procesos de cohesión (Puig de la Bellacasa, 2017).

Los cuerpos que se mueven para cuidar, los cuerpos que demandan cuidado y todo lo no humano que intercepta el cuidar, performan. El cuerpo humano no es mera materia, un cuerpo se materializa continuamente, está lleno de posibilidades, se hace de manera diversa, pero se ve obligado a actuar/performar el género en función de un acuerdo social previo, legitimado culturalmente (Butler, [1998] 2019), tal como la performatividad que está presente en la lectura de Pickering sobre la práctica científica (1995).

Es pensando en una posible agencia de los hombres y en referencia a interdependencia, acomodación y resistencia que esta agencia podrá provocar, que ocupo las ideas de Pickering para pensar sobre la entrada de los hombres en el “manglar de los cuidados”, en especial en el terreno de lo doméstico y con desplazamiento en los roles de género frente a la pandemia de Covid-19. Por supuesto, sabemos que los cuidados siguen mayoritariamente en las manos de las mujeres, mismo durante la crisis sanitaria, aunque no se puede negar la presencia masculina (Aguayo et al., 2020; Crook, 2020: Energici et al., 2020; Medrado et al. 2021).

 

La danza de agencias en el “manglar de los cuidados”

De acuerdo con Pickering (1995), la agencia humana está hecha de elecciones intencionales y condicionadas por factores históricos y contexto cultural y se da en un tiempo real delante de fenómenos y lo no humano. El Covid-19, un elemento no humano, provoca nuevos arreglos en el “manglar de los cuidados”, donde la agencia de los hombres se mezcla a los demás elementos del “experimento” real de cuidar en la vida de inúmeras familias, grupos y comunidades. Mirar los cuidados como un manglar, un sistema dinámico que se mueve desde una “danza de agencias”, la cual podemos entender como un proceso abierto y emergente, permite una nueva forma de acomodar el cuidar (Tronto, 1990; Pickering, 1995).

Susan Hekman (2010) argumenta que la metáfora del mangle describe todos los aspectos de la vida, en sus palabras:

The advantage of looking at this from the perspective of the mangle is that it allows us to see the interaction and, most importantly, to accept it as the way the world is. In other words, it allows us to stop expecting to separate the elements of the mangle and find the “right” answer. The right answer is that we are in the mangle. (p.26)

Es posible que los hombres estén en busca de su lugar en el “manglar de los cuidados”, impulsados por una crisis sanitaria que de alguna forma interpeló a todos/as y visibilizó la ausencia del varón en la rutina doméstica de cuidados. Los hombres se cruzaron con la vida doméstica, desde pasar más horas en la casa, sea por teletrabajo o por desempleo, o por el confinamiento obligatorio o voluntario, o bien por el deseo de involucrarse en la educación y cuidados de otras personas, sin la barrera más común para hacerlo: trabajar fuera de la casa. El trabajo es identificado como una barrera transversal en la vida de los hombres (Heilman et al., 2017). Ellos pudieron involucrarse en cuidar o no: el cuidar es relacional. Y como ya se ha relatado anteriormente, la crisis sanitaria no afecta a todas las personas o grupos igualmente: hay una serie de condiciones y experiencias previas a pandemia, que exigen un análisis interseccional y situado (Haraway, 1988; Collins, [2009] 2019).

Al redefinir los cuidados como parte de los valores humanos esenciales (Tronto, 2020) hay que tener claro que no es una tarea individual, no puede estar a cargo sólo de un grupo de personas: es un tema político y estructural en la organización social, dentro y fuera de los hogares (Carrasco et al., 2011). La Organización Social del Cuidado (OSC) en Chile tiene un carácter mixto, que es realizada por organismos públicos y privados, dentro y fuera de los hogares y familias (Arriaga, 2010). La socióloga chilena Irma Arriagada conceptualiza tres tipos de cuidados en el interior de los hogares chilenos: trabajo doméstico no remunerado, cuidadoras remuneradas y servicios médicos y de enfermería. Y otras tres modalidades, fuera del hogar: mercado, estado y organizaciones comunitarias (2010). Condición que implica un carácter ético-político de la ontología de cuidado, convierte los cuidados en una necesidad existencial (Puig de la Bellacasa, 2017).

La propuesta de un Sistema Nacional de Cuidados en Chile parece tomar fuerza en el reciente gobierno del presidente Gabriel Boric, que llega a La Moneda en marzo de 2022, declarado como un “gobierno feminista”, que prevé asegurar cuidados a los y las que requieren, así como garantizar derechos a las personas que cuidan. La idea central del Sistema Nacional de Cuidados, vinculado al Ministerio de Desarrollo Social y Familia, es considerada una medida fundamental para interrumpir la feminización del trabajo doméstico y de cuidados y avanzar en la corresponsabilidad y equidad, evitando que el cuidado recaiga exclusivamente en las mujeres, de acuerdo con el declarado por el mandatario en su primer discurso de Cuenta Pública (Ministerio de Desarrollo Social y Familia, 2022). Aún no es posible hacer un análisis del sistema, que recién se desarrolla, pero ya se observa la intención de valorar el trabajo de cuidados y la claridad en nombrar un trabajo que no es sólo de las mujeres, sino sin género, donde los hombres y disidencias deben involucrarse de igual forma.

La antropóloga Mara Viveros (2020), dedicada a estudiar las masculinidades, resalta que hay que tener las condiciones para que los hombres pasen del discurso igualitario a actos que concreticen esa intención, por lo que podríamos considerar que para los hombres la cuarentena de Covid-19 generó o forzó cambios en sus prácticas de cuidados. Es imaginable que la entrada de un nuevo elemento en la red de cuidados pasara un sin números de episodios de resistencia, hasta acomodarse en el manglar conformado por diferentes elementos, en el que paulatinamente cada elemento encuentra su función. Aunque en un grado bajo y lejos de ser igualitario para con las mujeres, se nota los cambios y es posible identificar el iniciar del involucramiento de los hombres en los cuidados, migrando de la ausencia masculina para componer un elemento más en el “manglar de los cuidados”.

Con el desarrollo de la pandemia por coronavirus, la agencia de las mujeres se encontró con la de los hombres y también con elementos materiales, como el teletrabajo, masivos encuentros digitales, utensilios sanitarios, protocolos de salud, licencia médica parental, extensa información sobre la situación del virus en el mundo y en el vecindario, cuidados preventivos cada día más exigentes, la presencia de mascotas y plantas en la casa, etc., condiciones que provoca una “danza de agencias” y constante [re]organización de los cuidados. María Puig de la Bellacasa sostiene que el cuidado, que es omnipresente, es una fuerza distribuida a través de una multiplicidad de agencias, de corporalidades, hechos-valores y tecnologías implicadas y materializadas dentro de la extensa red de cuidados (2017).

La contribución de la teoría de Pickering (1995; 2013), y su lenguaje performático siempre fuera de los estándares científicos, es un aporte para mirar lo que pasa con los cuidados frente a la adversidad de la pandemia de Covid-19, posibilita analizar los diferente arreglos, ser sensible a las diversidades de grupos y corporalidades diversas y de cómo toca a cada una/uno combinar cuidados con la vida cotidiana, ya que las resistencias y acomodaciones serán únicas e interdependientes, a construirse desde la perfomatividad del humano y no humano, involucrado en cuidar, o no cuidar y recibir o no recibir cuidados. La misma teoría también revela que las miradas de los eventos deben ser contextualizadas, situadas, comprendida desde sus elementos y actores (Haraway, 1988: Harding, 1988; Pickering, 1995), por lo que es necesario huir de los macros datos, de las estadísticas y lo que sería más común y esperado en la relación varones y cuidados, para extender la mirada al manglar más allá del binarismo de género.

El “experimento social” está en proceso, la interacción está puesta en el “manglar de los cuidados”, pero los resultados dependerán del contexto cultural performático, social y económico más que humano. Hay que mirarlo desde una perspectiva feminista que no busca construir una nueva verdad absoluta sobre determinado fenómeno o evento, no se pretende universal, sino busca situar la verdad, contextualizarla y publicitarla (Haraway, 1988). The world is too lively. We can interfere performatively with it, and it will respond, but there is no guarantee whatsoever that the response will be what we expect (Pickering, 2013, p.79).

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1 Licenciada en Psicología (UGF-Brasil), Mg. En Estudios de Género e Intervención Psicosocial, Universidad Central de Chile, Doctoranda en Psicología, Universidad Alberto Hurtado y miembro fundadora de la Sociedad Chilena de Salud en Masculinidades Diversas (SOCHISMAD). Almte. Barroso 10, Escuela de Psicología, CP: 8320000 Santiago, Región Metropolitana, Chile. Correo electrónico: norma.psi@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8348-608X