Estallido social, Pandemia y Virtualidad: Un análisis desde la Bio-Psicopolítica
Chilean protests, Pandemic and Virtuality: An analysis from Bio-Psychopolitics
Recepción: 20 de julio de 2021/ Aceptación: 5 de noviembre de 2021
Camilo Sepúlveda-Queipul1
Ignacia Salazar Piña2
Paula Romero Véliz3
Gabriela Gandolfi Monsalves4
Camilo Ortiz Cares5
Germán Rozas Ossandón6
DOI: https://doi.org/10.54255/lim.vol10.num20.531
Resumen
El presente artículo aborda la experiencia chilena desde el estallido social a la pandemia COVID-19 en el periodo 2019 y 2020, desde la lectura de las Bio-Psicopolíticas que se instalan como estrategias de control de la población y de la subjetividad, extendidas hacia la virtualidad en el actual contexto de crisis del Estado chileno de corte neoliberal y sus respuestas ante las crisis. El análisis aborda cuatro procesos de particular importancia durante el periodo de crisis, el primero referido a los Estados de Excepción para la realidad chilena en el contexto del estallido social y su extensión a la pandemia COVID-19. Un segundo análisis se desarrolla sobre las Biopolíticas vinculadas a los procesos de salud/enfermedad/atención como una construcción neoliberal de la salud, incluida la salud mental. El tercer nivel aborda las implicancias de la virtualidad como nuevo territorio de subjetivación psicopolítica. Finalmente se aborda el lugar de la exclusión de la comunidad durante la pandemia COVID-19.
Palabras clave: Biopolíticas, psicopolíticas, salud colectiva, sociología médica
Abstract
The present article engages the Chilean experience since the Chilean protests (Estallido Social) to the COVID-19 pandemic in the period of 2019 to 2020, from the lecture of Bio-Psychopolitics that are established as population control strategies and subjectivity, extended to the virtuality in the actual context of the crisis of the neoliberal Chilean policies and its responses to the crisis. The analysis addresses four processes of particular value during the period of the crisis, the first referred to the States of Exception for the Chilean reality in the context of the estallido social and its extension to the pandemic of COVID-19. A second analysis sets upon the Biopolitics linked to the processes of health/sickness/attention as a neoliberal construction of health, including mental health. The third level addresses the implications of virtuality as a new territory of Psychopolitic subjectivation, ending with the addressing of the place of exclusion of the community during the pandemic of COVID-19.
Keywords: Biopolitical, psychopolitical, collective health, medical sociology
Introducción
La protesta social de octubre 2019 inundó las calles de Chile y mantuvo en vilo al país en el transcurso de dos meses. Esto con una marcada represión estatal a un movimiento social heterogéneo. Las masas abrumadas ante la mercantilización de la vida tuvieron como hito el convocar a la marcha más grande del país con una estimación de 1.2 millones de personas en Santiago y unos 3 millones de personas en todo el territorio nacional, dando cuenta del inicio de la crisis de gobernabilidad.
Frente a un posible derrumbe social, el gobierno y distintos sectores políticos lograron llegar a un acuerdo mínimo de paz centrado en aceptar el cambio de la constitución, construida bajo la dictadura de Pinochet. Estas medidas y propuestas lograron liberar la presión y volver momentáneamente a la calma hacia fines del año 2019, la que duró hasta la conmemoración internacional de la Mujer trabajadora del 8 de marzo del año 2020 que congregó a más de un millón de mujeres que rechazaron organizadamente al patriarcado, con diferentes manifestaciones en la esfera social, pública y privada.
El 2020 inició con una línea de cambios sociales en el contexto de explosión social, en donde se generaron espacios de enorme creatividad, canalizados a través de asambleas, cabildos y encuentros que imaginaron otras posibles sociedades y futuros. En este contexto apareció el Coronavirus, un nuevo virus que amenazó con expandirse al mundo y que, por desgracia, llegó rápidamente a Chile, transportado por las personas que retornaban al país de sus viajes de vacaciones y negocios por el mundo.
El transporte aéreo constituyó una de las principales fuentes de contaminación intercontinental, ocurriendo este despliegue por casi todos los lugares del planeta, dando lugar a cifras de contagio y fallecimientos en ascenso. La Organización Mundial de Salud, finalmente, declara al COVID 19 una pandemia, en un escenario nacional de crisis institucional y sanitaria causada por la sistemática privatización de la salud y precarización del Estado.
Ahora bien, paradójicamente, para los gobernantes de Chile el COVID-19 se transformó en un verdadero balde de agua fría en contra del estado de agitación social en el cual se encontraba el país. Así, el segundo trimestre del 2020 estuvo marcado por un retroceso en el movimiento social, logrado no por la fuerza pública y los militares, sino por la imposición del virus y el escenario del miedo ante la muerte por posible contagio de la enfermedad. De esta manera, la energía del estallido social se fue consumiendo lentamente hasta dejar al país vacío de movilización y, por otro lado, dando una oportunidad a la élite gobernante de recuperación del poder perdido.
Metodología
El trabajo desarrollado en este artículo corresponde a un enfoque cualitativo de carácter interpretativo-conceptual (Tuhiwai, 2016), que aborda desde una perspectiva crítica la situación del COVID 19 luego de la emergencia de la revuelta social de octubre del 2019. Frente a la evidencia de dichos hechos, se realizó una articulación teórica que buscó comprender no solo la primera capa del estallido social y la pandemia, sino focalizarse en la estrategia de fondo del Gobierno, la cual a modo de hilo conductor (Mouffe, 1996/1998) permite observar la problemática de fondo.
El Estado de Excepción: de nuda vida y desigualdad
El Estado corresponde a la condensación de relaciones sociales de poder, de dominio, las cuales condicionan la sociedad e involucran a las comunidades. Para Osorio (2014), en las sociedades existen muchas formas de poder, por ejemplo: padre/hijo, hombre/mujer, confesor/penitente; médico/paciente; profesor/alumnos, clases dominantes/clases dominadas (Osorio 2014, p. 62).
En todos estos territorios existe poder político, entendido como la capacidad de ciertas clases de organizar la vida de acuerdo con sus intereses y proyectos, rechazando o limitando así los proyectos e intereses de otras clases (Osorio, 2014). Por tanto, la expresión del poder político se ve en distintos ámbitos de la vida, como la gestión de las crisis sociales, la gestión de la salud y también la gestión de la vida en la virtualidad.
Ahora bien, en Chile las tensiones entre Estado/comunidad se desarrollaron en una relación relativamente democrática en gran parte del siglo XX, hasta que irrumpe la antidemocracia en 1973 y luego se instala el proyecto neoliberal hasta hoy en día. En este sentido, Monedero (2003) refiere que una de las estrategias del proyecto neoliberal ha sido la deslegitimación de los discursos colectivos y la insistencia en el agotamiento del Estado de bienestar por parte de los centros de pensamiento neoliberal, alentando un giro en el diseño de la sociedad hacia el ingreso al mercado de todas las dimensiones de la vida a través de una progresiva incorporación del individualismo.
El quiebre del eje de la gobernabilidad por parte de las clases dominantes, fruto de la gigantesca e incontrolable revuelta social comunitaria del 18 de octubre de 2019, tuvo como correlato la declaración por parte del presidente Sebastián Piñera del primer Estado de Excepción posterior al retorno a la democracia. Lo que implicó rápidamente una vuelta atrás en la historia, con el re-inicio de una intensa represión a los colectivos, generando violaciones a los derechos humanos, detenciones ilegales, muertes, torturas y maltrato sexual denunciados por diversos organismos internacionales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch (International, n.d.; Nash Rojas, 2019).
En Chile existen dos momentos susceptibles de evaluación en torno a los Estados de Excepción. El primero instalado durante el estallido social y el segundo ocurrido durante la Pandemia COVID-19 que, aunque corresponde al mismo instrumento legal, tiene diferencias cualitativas susceptibles de revisión.
Sin embargo, en general, los Estados de Excepción son, para Agamben (2020), un proceso central para entender el funcionamiento jurídico y político de las democracias occidentales modernas. Son “el fundamento oculto sobre el que reposaba todo el sistema político” (Benente, 2019, pág. 211).
Para Agamben, el sistema jurídico se funda en dos elementos contrapuestos: lo normativo jurídico –potestas– y lo anómico metajurídico –auctoritas– (citado en Carvajal, 2006). Ambos se necesitan el uno al otro para existir. Sin embargo, el Estado de Excepción es un momento en que el orden pasa a estar fuera de la ley, es un “espacio anómico en el que está en juego una fuerza de ley sin ley” (Carvajal, 2006). Así, el aspecto normativo del derecho –potestas– queda cancelado, mientras que la parte gubernamental –auctoritas– pretende seguir aplicando el derecho (Carvajal, 2006).
Es decir, el Estado de Excepción permite que el soberano se ubique fuera del marco legal, al mismo tiempo que está dentro: es el sistema jurídico el que permite que el soberano los declare, a su vez que estos suspenden la vigencia del marco legal (Benente, 2019). Esta suspensión de lo normativo respaldó el uso de la fuerza contra los manifestantes. En tanto que las protestas arremetían contra estaciones de metros, supermercados, avenidas, plazas, estatuas y otros símbolos del capitalismo, la fuerza del gobierno respaldado por este Estado anómico arremetía contra sus vidas.
Al respecto, Agamben distingue, además, dos denominaciones para definir la vida: bios, la vida cualificada, y zoé, el hecho biológico de la vida. El zoé es intrínsecamente ajeno a la ley y, por ello, solo si la ley se suspende, es posible integrar al zoé dentro de ella (Benente, 2019). Es por eso por lo que, mediante el Estado de Excepción, el derecho puede incluir al zoé en la ley (nuda vida), una biopolítica ejercida en este espacio anómico.
En paralelo al proceso, en virtud del cual la excepción se convierte en regla, el espacio de la nuda vida que estaba situada originalmente al margen del orden jurídico va coincidiendo de manera progresiva con el espacio político, de forma que exclusión e inclusión, externo e interno, bios y zoé, derecho y hecho, entran en una zona de irreductible indiferenciación (Benente, 2019). Siendo este espacio de nuda vida aquel que permite la administración de la vida y muerte por parte del soberano.
Así, mediante este proceso se crea la nuda vida, que luego puede ser administrada por el gobierno y, por tanto, el Estado de Excepción es el “mecanismo por el cual la vida es excluida y apresada por el orden jurídico”. De hecho, lo decisivo del poder soberano es la producción de nuda vida como elemento político original (Benente, 2019, p. 211), lo que conlleva a una indiferenciación que permite implementar el uso sistemático de la fuerza desmedida como forma de control de masas.
En la misma línea, Agamben concluye que, eventualmente, el Estado de Excepción deja de justificarse por un peligro específico, real y “excepcional”, y se mantiene vigente en toda situación, permitiendo que el Estado administre la vida permanentemente (Benente, 2019). O, en otras palabras, la administración de un proyecto político dominante, suspendiendo los derechos de la población y controlando sus implicancias sobre la vida y la muerte.
Considerando lo anterior, es fácil imaginar cómo la declaración del Estado de Excepción en Chile no solo ha sido usada para declarar toques de queda, medidas sanitarias, prohibiciones de reunión y de movimiento durante el estallido social, sino que también para justificar acciones contra la vida y la integridad de los ciudadanos. Así, se termina empobreciendo de manera dramática la capacidad del gobierno para generar una estabilidad política en ausencia de este mecanismo, dada la fuerte crisis de legitimidad de instituciones y autoridades que se profundizó durante este periodo.
En este contexto, la Pandemia COVID-19 en marzo del 2020 instala un nuevo Estado de Excepción que permite nuevamente la restricción de los derechos fundamentales: el derecho a reunión, la requisición de bienes, limitación al ejercicio de la propiedad con la finalidad de restablecer la normalidad sanitaria en Chile.
Siguiendo la línea de Agamben, Granemann (2020) plantea que los grandes capitales –expresados en el Estado– han encontrado en el coronavirus la justificación perfecta para exigir a los trabajadores más sacrificios, incluyendo su propia vida. Entonces, las medidas sanitarias son un motor para generar mayores oportunidades de acumulación por parte de la burguesía y justifican todos los actos del Estado contra la clase trabajadora (Granemann, 2020). Es así como los trabajadores han debido exponerse y exponer a sus familias con la finalidad de mantener los recursos básicos para la vida, ante la ausencia de una respuesta del Estado de Chile para la población más expuesta al riesgo.
Sin perjuicio de lo anterior, De Soussa (2020) desafía la idea de que el Estado de Excepción es puramente control durante la Pandemia COVID-19, aduciendo que la realidad siempre va por delante de lo que pensamos de ella. A diferencia de Agamben que pone acento en la vigilancia y restricción con el consecuente peligro para la democracia, De Sousa (2020) plantea que ante el debilitamiento de los Estados y la falta de preparación de los sistemas de salud para hacer frente a la Pandemia, se instala una nueva concepción de Estados de Excepción democráticos y también antidemocráticos. Esto porque la restricción de movimiento es una de las pocas medidas efectivas para prevenir la morbilidad y mortalidad asociada al COVID-19.
En el mundo social, podemos encontrar evidencias de la utilidad de estos conceptos. Por ejemplo, organizaciones sindicales en Argentina responden movilizándose ante los incumplimientos sanitarios mínimos y los intentos de flexibilización laboral por parte de las empresas (Arecco, 2020). Tanto es así que en algunas empresas de transporte, de producción química y de alimentos, fueron los obreros sindicalizados los que, mediante la movilización, lograron imponer protocolos de seguridad para el COVID-19 (Arecco, 2020), siendo la propia organización sindical en el lugar de trabajo la que consiguió que se garanticen las licencias, las medidas de seguridad y cuidados de la salud (Arecco, 2020).
Gracias a la movilización consiguieron que trabajadores en ciertas situaciones pudiesen quedarse en su casa sin perder su salario (Arecco, 2020). Así, aun cuando los trabajadores se autoimponen medidas sanitarias más estrictas, como la restricción de movimiento, estas restricciones nacen del valor de la vida y dignidad de los trabajadores, y no son entendibles como solo un mecanismo de control estatal.
En Chile, el gobierno (hacia fines del año 2020) implementó una cuarentena selectiva, en la cual solo algunos sectores de la capital, Santiago, tuvieron confinamiento total. El sector oriente de la capital (de mayores ingresos) se benefició de esta medida mientras que en las comunas más vulnerables, debido a la no aplicación de la cuarentena, el índice de contagios subía por condiciones de vida y trabajo precarias que favorecían la propagación del virus. Cabe destacar que no se dieron a conocer los criterios de selección de las primeras comunas en cuarentena del sector oriente (como Las Condes, Lo Barnechea, Vitacura, Providencia, etc.) hasta la liberación del primer informe epidemiológico por el Ministerio de Salud (Olmos, C. y Stuardo, V., 2020).
El estudio de Olmos y Stuardo (2020) revela que “a pesar de que el concepto de vulnerabilidad es dinámico, las crisis sanitarias y humanitarias incrementan las desigualdades sociales y visibilizan las falencias estructurales de los estados” (p. 967). Falencias que, en el caso de Chile, fueron ampliamente denunciadas por el movimiento social de octubre del 2019, pero que se acentúan con otras formas de control social.
Es así que, en nuestro país, la implementación del Estado de Excepción ha servido al gobierno para mantener el poder en medio de una profunda crisis de legitimidad, a costa de la suspensión del Estado de Derecho. Se genera así un sistema jurídico chileno dual, con una normativa jurídica y otra anómica metajurídica, para mantener la gobernabilidad, pasando el Estado de Excepción a ser un espacio vacío como una estructura de normas sin relación con la vida. De manera que hoy el Estado cancela impunemente el aspecto normativo del derecho, con una violencia gubernamental que ignora el derecho internacional para ejercer coacción a toda la ciudadanía.
Por otro lado, se encuentra el Estado de Excepción democrático, que menciona De Sousa (2020), un modelo que en Chile se encuentra marcado por los privilegios de quienes pueden acceder a las cuarentenas sin amenazar su subsistencia, de quienes pueden suspender su trabajo y mantener su vida, de quienes no usan transporte público y nunca han estado expuestos a trabajos precarios.
El virus del COVID-19 no establece diferencias sociales entre clases dominantes y dominadas, pero las cuarentenas sí. Estas han sido más difíciles para unos grupos sociales que para otros. Al respecto, De Sousa (2020) señala que aquellas poblaciones que han vivido un sufrimiento injusto causado por la explotación capitalista, la discriminación racial y discriminación sexual, y que son contenidas con la metáfora de encontrarse “al sur”, son quienes han sido expuestas a una vulnerabilidad que ha precedido la cuarentena y que ha agravado su condición durante esta crisis.
En el empleo, en Chile podemos encontrar ejemplos de estas diferencias. La tasa de desempleo en el primer trimestre del año 2020 alcanzó 11,2%, siendo la cifra más alta desde el 2010 (El Mostrador, 2020). Dado el aumento generado por el cierre del comercio y paralización de trabajos en terreno (como construcciones), muchos obreros perdieron sus principales ingresos necesarios para subsistir. En los sectores más empobrecidos del país se comenzó a ver nuevamente cómo la gente se tomaba las calles para expresar su descontento por las medidas que el gobierno había implementado hasta ese momento, cuando la escasez de dinero cada vez se hacía más prominente y los recursos comenzaban a agotarse. Las cuarentenas ya no eran iguales para todos.
Las diferencias denunciadas se extienden a los procesos de enfermedad y de atención en salud, en los que la salud privada y pública han contado históricamente con diferencias sustanciales. Esto no solo tiene que ver con la atención, sino que con el acceso a la atención y las características de la población atendida. Así, la salud es otra esfera más donde la gobernabilidad neoliberal arrastra sus consecuencias.
Biopolíticas Sanitarias y Modelo Hegemónico en salud
“Son los hombres en sus relaciones con esas diferentes cosas que son los usos, las costumbres, los hábitos, las maneras de hacer o de pensar, y finalmente, son los hombres en sus relaciones también con esas otras cosas que pueden ser los accidentes o las desgracias, como el hambre, las epidemias o la muerte.”
(Foucault et al., 2007)
Las Biopolíticas permiten develar el poder de hacer vivir, o dejar morir, que presentan los dispositivos de control del modelo neoliberal, y que cobran especial relevancia en cuanto al análisis del manejo de la Pandemia COVID-19 en el país.
En las sociedades europeas del siglo XVI y XVII, el soberano ejercía su poder condenando o eximiendo de la muerte. Pero, para ejercer tales disposiciones, contaba con que su actuar era considerado legítimo. De este modo, las dimensiones del vivir y el morir dependían del poder político como una intervención basada en la ley, que calificaba tales facultades como derechos (López, 2013).
El dejar morir, como el permitir vivir, se constituyen como herramientas del poder político, las que se ocupan del cuerpo de la población en tanto sujeto-objeto del ámbito de la biopolítica.
Este cuerpo para la sociedad neoliberal encuentra su preocupación en lo somático, o lo biológico, abordado desde una particular racionalidad que lo saca del contexto histórico-cultural, para comprender a la población como un objeto a ser manipulado y observado desde la racionalidad del modelo médico hegemónico, que ha encontrado en el espacio neoliberal su principal fuente de validación y normalización.
El modelo hegemónico en salud articulado desde el antropólogo Eduardo Menéndez (Menéndez, 1998), se encuentra consolidado desde la triada de la salud, enfermedad y atención (s/e/a), que responde a una forma de entender la salud, el enfermar y la recuperación desde la mirada del modelo neoliberal. Esto implica que la salud se corresponde con un estado natural universal. Lo normal en el hombre es estar sano; el enfermar, por el contrario, es alterar ese orden natural de salud y bienestar, aunque la experiencia dé cuenta que cursar por periodos de enfermedad es, igualmente, una situación natural en la vida de cualquier ser humano. Por otro lado, la atención responde a la tecnificación y especialización que ofrece un remedio específico, con un valor de mercado, vinculado a la enfermedad que altera el estado de bienestar.
A su vez, otra característica distintiva del modelo hegemónico en salud se encuentra en la construcción de la existencia de una causa biológica concreta a la hora de comprender el origen de una enfermedad. Por tanto, en el contexto de la actual pandemia por COVID-19 el enemigo es el virus y no el neoliberalismo como racionalidad que constituye la muerte y la vida al establecer diferencias en las condiciones sociales de base en las que la población experimenta las cuarentenas, como se señaló anteriormente.
Para incidir en los cuerpos de la población, el modelo médico hegemónico se ha servido de herramientas como la estadística y la demografía, que permiten medir el comportamiento biológico de la población, facilitando establecer cuál es la norma y desviación de los cuerpos biológicos, así como las características de una vida estandarizada por los parámetros de la ciencia de la vida y la economía.
El modelo hegemónico en salud se instaura en la subjetividad colectiva desde el supuesto de la neutralidad científica, que ampara supuestas decisiones técnicas que cumplen la función de invisibilizar la ideología neoliberal que hay detrás del problema y de las estrategias de afrontamiento del gobierno chileno ante la pandemia del COVID-19. Ejemplo de esto es la demora en instalar las cuarentenas generales en la población para limitar el impacto de la pandemia en la economía, o la resistencia para dar una respuesta territorial basada en atención primaria, con la finalidad de centrar las decisiones en el gobierno central y bloquear la gestión local de la salud, sobre todo en el manejo inicial de la pandemia COVID-19. Después de este primer momento, cabe recalcar que hubo un giro hacia la atención primaria a partir de la demanda de los gobiernos locales organizados a través de la Asociación de Municipalidades de Chile. Sin perjuicio de lo anterior, este vuelco hacia estrategias más locales y sensatas demoró en aparecer como decisión por parte del gobierno central.
Un estudio desarrollado por Bilal et al. (2021) demostró que aquellas poblaciones expuestas a mayores inequidades (evaluada desde los años de escolaridad y hacinamiento) de 36 comunas de Santiago presentaron una mayor mortalidad que aquellas poblaciones en donde existen menores inequidades sociales. Lo que, en palabras de los autores, contradice las declaraciones realizadas en septiembre del 2020 por el ministro de salud (Jaime Mañalich), quien señalaba que no existía una relación entre mortalidad y pobreza en Chile.
Entonces, en la pandemia, el enemigo pasa a ser el virus del COVID-19, no las profundas inequidades sociales y territoriales que dan cuenta de una morbilidad-mortalidad diferencial que existe para los sectores más vulnerables de la población. Se instala el discurso del virus con el objetivo de invisibilizar las demandas sociales que se encuentran detrás de la verdadera explicación del impacto de la pandemia en Chile y en el mundo.
El Estado chileno se caracteriza por el desarrollo de un proyecto neoliberal y privatizador, empujando a los particulares a que sean ellos quienes asuman la responsabilidad y generen ingresos. Esto termina liberando al propio Estado en áreas como la salud, la educación y la seguridad pública, lo que se encuentra apoyado por la construcción de un sujeto social ad hoc al modelo hegemónico neoliberal.
Surge una construcción de subjetividad que se encuentra, a su vez, dada por la instalación de una ideología que opera en la lógica de la salvación individual. Esto a través de una focalización en lo somático, reforzando el enlace exclusivo entre enfermedad, virus, cuerpo. De esta forma, se refuerza desde el individuo el modelo de s/e/a (Menéndez, 1998), en donde el sujeto introyecta la idea de cómo la enfermedad aparece y debe ser tratada por un especialista.
Es así como el dejar vivir, en el modelo neoliberal, es solo posible para ciertos tipos de cuerpos, aquellos que se encuentran normalizados desde las ciencias de la vida y economía.
Por tanto, cabe preguntarse quién es el sujeto del modelo neoliberal. Al respecto, el filósofo Byung-Chul Han (2012), señala al individuo como “sujeto del rendimiento”, aquel que es soberano de sí mismo, que no se encuentra aparentemente sometido a nadie, solo a su propio esfuerzo, o a su capacidad para generar rendimiento. Entonces, el sujeto joven y productivo es aquel que participa del proyecto neoliberal, aquellos a quien dejar vivir o que, en el contexto de pandemia, tienen la posibilidad de sobrevivir desde su propio sacrificio o sometimiento, en contraste con los adultos mayores que se encuentran excluidos de la participación social en tanto ya no son sujetos de producción. En esta población, el gobierno ha puesto el acento en la respuesta somática, pero no en las determinaciones sociales que condicionan la salud, como por ejemplo, en el empobrecimiento sistemático de las pensiones que han dejado a esta población en condiciones de extrema vulnerabilidad, limitando la intervención y foco del Estado solo a la intervención biológica, como es la priorización por las vacunas, pero jamás sobre el modelo de pensiones.
El modelo hegemónico en salud se caracteriza por entender la enfermedad como una desviación del funcionamiento biológico normal. Por tanto, la salud en este contexto de pandemia mundial tiene que ver directamente con la cantidad de ventiladores, evaluaciones disponibles (PCR) y vacunas. No con las condiciones de vida, constituidas a partir de las determinaciones sociales que interceptan la vida de la población.
Ahora bien, en el contexto internacional la OMS ya advierte que la vacuna ha sido un enorme fracaso moral para la humanidad, dado el acaparamiento de los países ricos de las dosis de fármacos, que en colaboración con los fabricantes de vacunas han buscado la aprobación regulatoria de sus vacunas en aquellos de más altos ingresos. Esto contrasta con el escaso contacto con los países de bajos ingresos, lo que muestra que los procesos de salud / enfermedad / atención responden directamente a criterios económicos y sociales.
Es así como el Biopoder adquiere su mayor impacto y preponderancia ante la muerte. Reclamar la muerte y exponerla no solo a los enemigos, sino a los propios ciudadanos manteniendo la capacidad de gobernar se corresponde con una fuerza normalizadora implacable. Para Foucault (Foucault et al., 2007), la biopolítica encuentra en el racismo, por ejemplo, la excusa perfecta para la interrupción de la vida, en tanto son sacrificados aquellos sectores de la población que son fácilmente estigmatizables.
Siguiendo a De Sousa (2020), es posible ampliar esta acción normalizadora a poblaciones explotadas por el capitalismo, que viven discriminación racial y sexual, y que por esa condición son quienes han vivido una exposición diferencial durante la pandemia COVID-19.
Esta exposición diferencial no solo tiene efectos sobre la salud física de la población, además es posible rastrear su correlato en la salud mental. Una revisión desarrollada por Júnior et al. (2020) da cuenta de la especial consideración en salud mental que deben tener migrantes y refugiados, ya que las dificultades que estos enfrentan con la pandemia de COVID-19 se ven aumentadas. De este modo, cabe mencionar que muchos de ellos viven en situación de hacinamiento, malos estándares de higiene, mala nutrición, saneamiento muy bajo, falta de acceso a vivienda, atención médica, servicios públicos y seguridad. Lo anterior, vinculado al miedo y la incertidumbre, puede generar una crisis profunda de salud mental, además de la infección por COVID-19.
En esta misma línea, un informe de las Naciones Unidas da cuenta de poblaciones específicas expuestas a un mayor riesgo de tener problemas de salud mental, como adultos mayores que pueden ser víctimas de estigma y abuso, niños con discapacidad y en situaciones de calle (United Nations, 2020). Por consiguiente, la idea de un modelo neoliberal que expone a las poblaciones estigmatizadas a mayor daño no es un argumento espurio ni antojadizo.
Por su parte, las mujeres corresponden a otra población que ha experimentado un mayor impacto en su salud mental. Una investigación en India mostró que el 66% de las mujeres informaron estar estresadas en comparación con el 34% de los hombres. Mujeres embarazadas y madres son potencialmente propensas a estados ansiosos debido a la dificultad de acceso a servicios sociales, el miedo a la infección y a la violencia de género (United Nations, 2020).
Esta información indica cómo las vulnerabilidades sociales impactan de manera diferencial en las poblaciones más estigmatizadas y explotadas por el modelo neoliberal y, a su vez, permiten dar cuenta de la tensión y límites del modelo hegemónico en salud mental, principalmente la perspectiva biomédica en cuanto a su naturaleza técnico-ideológica, que tiene la responsabilidad histórica del ejercicio uniculturalista de la praxis biomédica (Madariaga, 2008).
Para Madariaga (2008), el modelo biomédico representa una fórmula de explicación de la salud mental basada en la expresión de elementos económicos, políticos y culturales desarrollados desde el siglo XX, que tienen como objeto proponer procesos de salud / enfermedad / atención que favorecen enfoques orientados a la individualización y la focalización en una neuro-norma, y no a la expresión de las inequidades sociales que determinan la salud mental de la población. En palabras del autor:
Esta propuesta pretende superar nodos históricos generados por el modelo biomédico (positivista y, por tanto, reduccionista): la primacía de lo individual por sobre lo colectivo, de los fenómenos biológicos por sobre los sociales, de las acciones curativas por sobre las preventivas y promocionales, de la atención clínica por sobre la intervención comunitaria, y, a partir de los años ochenta, la hegemonía de los modelos de gestión mercantil en salud por sobre los salubristas (Madariaga, 2008, p. 1).
Tomando en cuenta las diferentes dimensiones desde las cuales opera el modelo médico hegemónico en la salud de la población durante la pandemia COVID-19, y el modelo biomédico en salud mental, es posible dar cuenta entonces, como señala Madariaga (2008), que una respuesta oportuna a la salud de la población encuentra su posibilidad de transformación en un contexto sociopolítico, económico y cultural que garantice los derechos de las comunidades y las personas. Estos deben ser vistos como un principio rector que permita el disfrute del patrimonio social, económico y cultural del país, para una verdadera protección de la salud, y no en una perspectiva mercantil basada en vacunas, ventiladores y estadísticas distanciadas de la totalidad de las necesidades de la comunidad.
Psicopolítica y virtualidad, ¿más de una lectura?
Habiendo visto ya los estados de excepción y el modelo hegemónico s/e/a como expresiones de la biopolítica, se sostiene que la virtualidad también puede ser una vitrina para observar cómo actúa el poder. A ello se dedica esta sección del texto: vislumbrar la virtualidad como un espacio de poder.
La virtualidad está imbricada en un momento epocal clave: el neoliberalismo y la hiperindividualización. Las transformaciones de la sociedad del último siglo han sido revisadas en extenso por Bauman (citado en Sánchez y Velayos, 2020), quien apunta a que ahora los sujetos disponen de sus derechos humanos asegurados y, acto seguido, observa que el sujeto ahora solo debe preocuparse por cómo realizar su proyecto vital de manera particular y aislada.
Esta libertad del sujeto viene acompañada por una atomización de la vida: caen las comunidades y lo colectivo. El individuo, por consiguiente, se ve obligado a crear su propia realidad, empujado a creerse independiente de los demás, en una atmósfera que dice que somos todos diferentes.
Dicho esto, es interesante tener esta perspectiva en cuenta cuando en la ventana histórica de la revuelta de 2019 en Chile existieron atropellos a los derechos humanos. Pese a la posibilidad de un cambio constitucional para el país, la dirección y las dinámicas de producción y consumo no han postergado el neoliberalismo, desde un capitalismo cognitivo. Este último concepto alude a que el capital ha cambiado y ahora la fuerza productiva no es un recurso privatizable, sino que corresponde actualmente a los saberes humanos (Gorz en Gascón, 2008). El capitalismo cognitivo pone a la venta la creatividad de las personas como una forma de sostener la modernidad desde la peculiaridad.
Deleuze (2010), por su parte, ya venía exponiendo que las grandes instituciones disciplinarias de Foucault irían quedando atrás. Como él mismo expone, ¿por qué seguir disciplinando desde la fábrica, la salud o la escuela, cuando estos se pueden trasladar a domicilio? Hay un movimiento hacia una sociedad que el francés denomina de control. Sociedades que empiezan a prescindir de la reclusión y se abren cada vez más sobre sí mismas, dejando al poder fluir de manera invisible y sonriente.
Lo que queda claro, más allá de las particularidades de nuestro escenario, es que la sociedad disciplinaria que Foucault avizoraba parece haber cambiado. La forma de control de la población biopolítica, entonces, también ha mutado. En ese sentido es que Han (2018) ha formulado la idea de la “Sociedad de Rendimiento”, donde el neoliberalismo ha penetrado tanto en el sujeto que este pasa a ser su propio dispositivo de control y hace de sí mismo su propia empresa.
Así, el presente texto cae en un degradé del biopoder. Pasamos de la realidad anómica del Estado de Excepción, que se reserva el uso de la fuerza, de la ley sin ley para el control de la población. Luego, vemos la salud como una esfera de la vida humana donde el poder centralizado niega la inequidad como problema y pone al peligroso virus como única amenaza al bienestar. Sin embargo, aquí se llega al punto en el que cada uno introyecta el poder. Como personas, nos encontramos dominadas desde adentro gracias a la subjetividad que se encuentra representada en la metáfora de la Sociedad del Rendimiento.
La sociedad actual es una sociedad del rendimiento que avanza hacia una especie de autoinmolación en el trabajo por parte del propio sujeto y de volver al otro día al trabajo con una sonrisa en el rostro (Han, 2018). Mi felicidad, mi trabajo y, en definitiva, mi realidad dependen de mí y solo de mí. En caso de sentirme mal, puedo acudir a la autoayuda o a los dispositivos psiquiátrico-psicológicos, pero jamás a mi comunidad, excluyendo las condiciones sociales en las que se dan las problemáticas de salud mental. Esta sociedad de rendimiento tiene un control psicopolítico: ofrece todas las posibilidades al individuo, lo seduce, lo invita a quedarse en sus redes. El sujeto, obnubilado, se entrega al consumo, a esta ilusión de autodeterminación. Sin embargo, en ese movimiento, se vuelve dependiente al entramado que la hegemonía de consumo ha creado.
Teniendo en cuenta que esta sociedad del rendimiento no es una superación completa de la sociedad disciplinaria, siguiendo el análisis de Valencia y Sepúlveda (2016), ellos observan que la psicopolítica y la biopolítica son formas de poder que se traslapan, yuxtaponen y superponen entre sí. En la psicopolítica, es relevante notar que los particulares se mantienen dentro de estas plataformas virtuales solo en cuanto cumplen con las exigencias normativas. Es decir, el usuario logra mantenerse allí mientras sea “bien portado”.
Por tanto, en el universo de lo informático se complejiza la posibilidad de una subversión desde las comunidades virtuales. Hecho este alcance, pareciera que internet acelera el desecho de los dispositivos etnia, género y clase como articuladores bases del poder. Por otro lado, administra la subjetividad condicionándola en una necesidad de capitalización que gestiona todo lo creado, toda la expansión digital, en coherencia con la reproducción exponencial que dibujan los proveedores.
Deleuze (2010) ya explicaba que la sociedad disciplinaria seguirá teniendo resquicios, dejando enormes vestigios que continúan existiendo entre nosotros como monumentos al poder disciplinario que nos habría abandonado. Celebramos así en la virtualidad, la muerte de muchas de las instituciones que se componen disciplinariamente, como el modelo de familia, la rigidez del género, la relación experto-beneficiario, especialista-enfermo. De esta manera, se va generando la ilusión de ser libres y capaces de elegir cómo hacernos a nosotros mismos en la virtualidad.
Entonces, lo que se pretende dejar en claro es que en la virtualidad y, más específicamente, en las redes sociales, se condiciona de manera explícita e implícita una manera de ser. Un modo de funcionar que no solo tiene efectos en el ser y tránsito virtual, sino en la totalidad orgánica de los usuarios. Se insta a los individuos a producirse a sí mismos por mayor visibilidad, incitándoles a ser un nudo de ruido; centros de atención que concentren a grupos con los mismos intereses, de manera que los algoritmos optimicen la venta de las empresas, alimentando una lógica de consumo insaciable. Esto no solo va precarizando la posibilidad de crear mundo, al quedar atrapados en los despóticos dictados que cada red social estructura en un circuito de existencia, sino que también se estimula una producción hiperindividualizada, acentuando un narcisismo generalizado, un profundo ensimismamiento, con implicancias en la relación entre Estado, comunidad y salud todavía poco estudiadas.
La humanidad en expansión habla un nuevo lenguaje, producido por esa novedosa coincidencia facilitada por el impacto de las tecnologías de la información en las sociedades contemporáneas. Pero, aunque todo sea transformado desde el nivel virtual, dado el contexto pandémico, no todas las sociedades son parte de ese espacio, ni lo son de la misma forma. Así, una vez más, se ve el filo de la inequidad, esta vez en el acceso a estas tecnologías.
A la ciudad global creada en internet se accede tan profundo como lo permitan una serie de factores, entre los cuales están las condiciones materiales de cada internauta. La desigualdad en este sentido daría oportunidades –en la actualidad, por ejemplo– a aquellos individuos que logren adecuarse a las políticas dispuestas en el afrontamiento del virus. Dadas las condiciones políticas, en que los Estados se auto-despojan de su responsabilidad social, no todos los integrantes de la sociedad tienen las mismas oportunidades, quedando fuera quienes se encuentran situados abajo en la irrelevancia, no solo expuestos al daño sino también al margen de los avances culturales. La privatización de todas las instituciones implicadas en la formación de los individuos acentúa la brecha digital, en tanto deja que los factores que permiten el desarrollo de las potencialidades individuales se articulen según el límite que marque la capacidad de consumo que permita su ingreso económico para acceder a las herramientas.
Las inequidades sociales determinan una participación diferenciada de las personas en la cultura y en el desarrollo de los estilos de vida, que caracterizan a la ciudad global de internet –aparentemente libre– como un nuevo nivel en el que se reproducen las mismas contradicciones del modelo neoliberal. Dicho lo anterior, la bifurcación ficticia entre tecnología/cultura y humano/orgánico, como indica Haraway (2020) en su manifiesto Cyborg, no puede simplemente disolverse sin distinguir las consecuencias políticas, la discriminación y la exponencialidad con la que algunos sectores son desplazados al borde de la participación en las redes, en la salud y en el Estado.
Es así como la potencia emancipadora dada en el encuentro que permiten los espacios de socialización en la virtualidad, al contrario de lo que se pensaba, encapsula a los usuarios en la ficción de individualidades autónomas, lo que se encuentra lejos de posibilitar una subversión a la producción virtual artificial y territorial. Al estar constantemente estimulado tras la búsqueda del éxito, la autonomía solo permite al individuo trabajar por su refugio virtual, el cual pinta con consignas que desde la experiencia propia den justificación simbólica a su representación y a su malestar, pero no construye alternativas ni propuestas ni un criterio político para lo que le excede. En consecuencia, el individuo queda estático, presa del neoliberalismo que llega hasta sus huesos.
Mientras la internet se vuelve cada vez más ubicua, la creciente brecha digital no tiene principalmente que ver con los límites del acceso pagado, sino más bien con el contenido consumido y el imperativo de autoconfigurarse en las redes como un objeto de deseo, en esos mismos términos de consumo. Si bien está en debate la consideración del acceso a internet como un derecho humano o como otra fuente de inequidad, dada la evidencia respecto a que internet no es inherentemente democrático ni emancipador, también es importante poner en debate su dominio. ¿Quién domina la mayor parte de la infraestructura de internet? ¿Los cables de fibra óptica submarinos? ¿Los grandes centros de procesamiento de datos? ¿Las plataformas de información a las que consultamos? ¿Las políticas de comunidad que circunscriben y limitan la multiplicidad de cada usuario?
Por otro lado, el xenofeminismo, visto por Laboria Cuboniks (2015) y encabezado por Helen Hester, abogaría por una subversión de la mediación tecnológica en favor de un feminismo de ingenio, centrado en el potencial emancipador de aquel espacio en donde se entrelazan las vidas de manera abstracta, para poner la energía digital productora de realidad a trabajar maquínisticamente desde conexiones no determinadas por categorías de género. Dicho de otra forma, hay quienes, desde esa perspectiva antinaturalista, trabajan apostando por la artificialidad como opción, la que podría crear una libertad que transforme las propias condiciones de alienación dicotómicas, ensayando condiciones ideales para una interfaz tecno-política, exigiendo ante las injusticias “dadas” una reforma estructural, maquínica e ideológica desde una racionalidad “femenina”.
La virtualidad, lejos de ser un espacio neutro de influencias en donde se promueva la explotación de los recursos virtuales, principalmente consta de un espacio transitable, no habitable, que permite una concentración efímera de intereses. Usuarios comunes, de diferentes formas son incitados a consolidarse como creadores de contenido que obtienen mayores recompensas, mientras atajen por mayor tiempo a la mayor parte de consumidores asociados a sus respectivos nichos, para quedar conectados y ser susceptibles a publicidad y consumo específico.
Concluyendo esta sección, la discusión que se puede hacer sobre la virtualidad es amplia. Sin perjuicio de lo anterior, lo importante es entender que el espacio virtual se erige como otra trinchera de dominación de los poderes fácticos. Hay un empuje de la sociedad hacia la vida virtual, aun cuando gran parte de la población no tiene los recursos materiales para poder llevar a cabo una tele-vida. ¿Qué pasa con la comunidad organizada, un cabildo convocado o, en definitiva, un pueblo en lucha en la virtualidad? ¿Cómo se vive un Estado de Excepción en Twitter? ¿Qué pasa en Instagram con los modelos de salud?
El espacio virtual parece volverse un arma más útil al poder, dejándole funcionar más silenciosamente, más acechante. Trabaja desde las áreas más íntimas, alejándonos de la organización social, del contacto con el otro y lo reemplaza por la ilusión parasocial de likes en Instagram y matches en Tinder, que solo son una forma de relacionarse con uno mismo. En otras palabras, el otro alimentando al yo. Y, en el contexto del control pandémico, la virtualidad no solo sirve para mantenernos ensimismados, sino que activamente bombardea de publicidad rogando que se pida comida chatarra por delivery y que se compren chucherías a domicilio. Ensimismados, alienados y profundamente aislados, los sujetos están en una situación que no solo es atravesada por la biopolítica, sino que también ocupa los últimos avances culturales, en la optimización de una psicopolítica que está creando a un nuevo humano.
Exclusión y Comunidad: una última mirada a las comunidades
Por otro lado, la sociedad no puede funcionar sin el sector popular, entendido este como el sector que aporta la mano de obra, su propio cuerpo para sostener la sociedad y la ciber sociedad. La pandemia COVID-19 ha puesto en evidencia un cambio profundo en la forma de funcionamiento del mercado, caracterizado ahora por un sistema de producción, compra y venta articulada en el mundo digital, pero sustentado en lo material.
Cientos de labores se requieren y son indispensables para ello, desde alimentar al ganado vacuno, cortar árboles, construir edificios, trasladar productos, labores de aseo y limpieza, preparación de alimentos, la pesca en el mar, la extracción minera, manejar los aviones, cargar bencina. Así, suma y sigue. La pregunta es: ¿quién debe hacer esta labor? ¿En quiénes se piensa para ello? Por supuesto que el sector popular, los marginales, los obreros, los migrantes que se encuentran lejos del acceso al espacio virtual, el sector que durante la pandemia ha sido “carne de cañón” para tomar en sus manos la materialidad de las cosas (cargadas de virus) y tomado contacto con otros iguales, en el transporte y en el trabajo.
En esta realidad social profundamente inequitativa, la economía debe continuar, la producción debe mantenerse, no solamente con materiales de primera necesidad, sino que también con los caprichos de las clases acomodadas. Este movimiento no puede darse el lujo de bajar sus ritmos de entrada y salida. Por ello es por lo que la sociedad aprendió a sobrellevar la pandemia, manteniendo la economía en marcha, desde sus dimensiones virtuales y, por otro lado, materiales.
Finalmente, ocurre que la población más joven, acomodada y productiva logra esquivar la enfermedad, ambientadas a los espacios de la virtualidad. Pero las personas de mayor edad, jubilados con insuficientes pensiones, han sido los principales afectados. Los ancianos han debido enfrentar este contagio y esta enfermedad con recursos escasos, ocupando dinero no disponible y, en definitiva, asumiendo los enormes costos que significa la difuminación de la contaminación por los sectores más vulnerables de la población.
Ahora bien, en la medida en que la autoridad sanitaria observaba alguna disminución en las cifras de contagiados y enfermos, las cuarentenas se hacían menos presentes, pero continuaban estableciéndose territorialmente. En esta realidad, aparecen las salidas a la calle, pero ahora con sospecha del otro y de todos como posibles contaminadores, lo que puso un límite al vínculo social. Se toma distancia de quienes se acercan y las personas se escapan hacia los pasillos vacíos. No obstante, el virus seguía allí. Surgen los rebrotes, las segundas olas, matizadas con una mayor ferocidad del virus debido a su capacidad de mutación y de adaptación a los seres humanos y a sus diferentes formas de vida.
Pese a este contexto de distanciamiento social, surge una amplia franja de actores que se oponen a las medidas sanitarias exclusivamente biologicistas que dejaron afuera la intervención social por parte del Estado. A través de manifestaciones cotidianas que se expresan en barrios y poblaciones, movimientos callejeros, oponiéndose directamente a la policía y las fuerzas del orden, se manifiesta el pueblo que se encuentra excluido de la intervención estatal. No obstante, estas acciones y otras atenúan el impacto social de estas políticas tan biologicistas tomadas en contra de la pandemia. Esto en la medida en que los excluidos ponen en ejercicio la solidaridad entre los vecinos, adoptando iniciativas de socorro comunitario a través del apoyo a casos puntuales de enfermedad, o la instalación de ollas comunes para atender problemas de alimentación y de hambre.
Vale reflexionar aquí sobre el porqué de estas expresiones de oposición. En ese sentido, tal como señala De Souza (2020), son una crítica a estas decisiones sanitarias que no consideran al sector popular en su cotidiana dimensión, en cuanto es una población que no tiene recursos, no tiene ahorros, con problemas de salud, de educación, de trabajo, y actualmente con un alto porcentaje de cesantía. Es decir, las medidas sanitarias, frente a esta realidad del sector popular, definitivamente no están pensadas para ellos. Por el contrario, nacen desde una perspectiva particular de la sociedad, desde un balcón social de privilegio que piensa en soluciones acordes a las condiciones de vida de sectores medios altos. Dichos sectores tienen ahorros, tienen sus necesidades básicas satisfechas, tienen espacios de vivienda suficientemente amplios. Además, cuentan con los medios informáticos, ya sea computadores y/o acceso a las redes virtuales, que hacen de ellos una población que puede ajustarse a las medidas de cuarentena.
Igualmente en otro ámbito social, hay una persistencia opositora en los movimientos sociales feministas, ecologistas, indigenistas, LGTBIQA+, quienes mantienen sus argumentos en la comunicación virtual o directamente en manifestaciones callejeras, muchas veces exponiéndose al contagio.
Cabe preguntarse: ¿cuál es la reacción del gobierno, del poder, frente a esta franja de oposición? La respuesta es muy clara, pues la opinión gubernamental es que la realidad actual ya no es la manifestación, el estallido social y sus reivindicaciones, sino que, actualmente, vivimos en una superficie cargada de enfermedad y de contagio. Por tanto, el ciudadano debe concentrarse en ello y aceptar las medidas sanitarias impuestas por el Estado y no preocuparse de otra cosa. De este modo no cabe una acción opositora, por cuanto es considerada extemporánea a lo que está ocurriendo. Por tanto, dicha acción crítica, bajo la mirada atenta de quienes detentan el poder es deslegitimada, rechazada y considerada sin argumentos válidos. De allí que la oposición callejera es reprimida y los esfuerzos del poder han sido determinar leyes, decretos y argumentos jurídicos para atacar, golpear, reprimir y encarcelar a cualquier agente de oposición al actuar gubernamental.
Así, el opositor para el poder ya no es un actor político, sino un delincuente que no se atiene a la realidad definida por el Estado, y su oposición es un atentado al progreso, a la modernidad y a la cibereconomía que se pretende establecer. Por eso estos opositores son invisibilizados, negados o reprimidos por la fuerza.
Conclusiones
Para finalizar, la comunidad como agrupación humana, en el polo opuesto de la promoción individual del sistema, aparece actualmente invisibilizada. Pero no ha desaparecido completamente. La comunidad es un fenómeno que pareciera pertenecer a otra dimensión, pues al igual como ocurrió con el estallido social de octubre del 2019, frente a la primera fractura de esta sociedad excluyente, nuevamente hará su aparición, más aún en el caso de Chile, país que se encuentra en el proceso de elaboración de una nueva constitución. Esperamos, entonces, que este proceso legislativo sirva para poner a las diversas comunidades del país en el frente.
Dentro del análisis aquí propuesto, es posible afirmar que los marcos de control de la vida no solo son biopolíticos. La realidad, mucho más perversa y autoritaria, hace confluir a la biopolítica con otras explicaciones de la administración del poder, como podría ser la psicopolítica de Han.
Es importante notar que la matriz operativa, en otras palabras el modus operandi del control de la vida, ha transitado desde la negatividad a la positividad. Por negatividad nos referimos, siguiendo a Han (2018), a aquel poder restrictivo que niega la libertad. En contraparte, la positividad guarda relación con el ejercicio permisivo y silencioso del poder. Sería un craso error creer que esta positividad es, valga la redundancia, positiva o alentadora para el desarrollo de nuestras vidas.
Pero tampoco es tan tajante la transición de la negatividad a la positividad, como se podría imaginar. Esto puesto que, ante la necesidad, el gobernante hace uso de la negatividad de la biopolítica. Sin embargo, mientras se restringen derechos, paralelamente se bombardea de comerciales de Mercado Libre, Rappi o el delivery del retail, llamando activamente a comprar y exponer la vida de alguien más al posible riesgo de un contagio. La virtualidad, en ese sentido, puede ser entendida como otro espacio de subjetivación que extiende el biopoder durante la pandemia.
Quizás si se hubiesen escuchado las voces de los cuerpos médicos y de salud, quienes han dejado el alma en sus (hoy) espinosos trabajos y arduas jornadas, las medidas bio/psicopolíticas que ha ejercido el Estado habrían tomado otro rumbo. Es llamativa la positividad neoliberal que emana del bombardeo de la idea del “héroe” para referirse a quienes trabajan durante la pandemia. Una vez erigidos como próceres, nadie se preocupa por la vida y condiciones de trabajo de quienes están en servicios esenciales.
En Chile se prohibieron los eventos públicos, pero no se cerraron los malls. Esto dejó en descubierto un Estado que prefiere cuidar los capitales antes que las vidas. La balanza se ve completamente desplazada hacia al lado de la economía por sobre el peso de las personas, a quienes se debe la democracia y la posibilidad de gobernar. Aun con la presencia de tanta biopolítica, el virus sigue siendo una realidad por la que hay que vacunarse y ocupar mascarillas para cuidar nuestra integridad y la de nuestra comunidad, así como favorecer los procesos de ciudadanía que amparan los cambios y transformaciones del Estado a través de la participación activa.
Respecto al último punto, donde llamamos a no relajarse en exceso ante el virus, es meritorio hablar del punto que se trató en el artículo sobre la salud. Es posible comprender y analizar el manejo de la pandemia COVID-19 en Chile por parte del Ministerio de Salud desde el modelo hegemónico en salud y la triada de salud/enfermedad/atención. Esto explica por qué la salud es entendida y atendida exclusivamente desde su dimensión somática, excluyendo las condiciones sociales y de vida que se relacionan con los procesos de salud y enfermedad.
Ahora bien, es cierto que este paradigma, fundamentado en una larga tradición cientificista de las ciencias naturales y tecnificación de los campos de conocimiento, ha decantado en la mejora de las condiciones de salud de la población, que sin duda se ha logrado gracias al avance de las ciencias biomédicas, entre otras. Pero el punto que se busca destacar es que estos campos de conocimiento han fundamentado históricamente la exclusividad del ser biológico en la comprensión de la salud a nivel de análisis e intervención.
Siguiendo a Madariaga (2008), no hay una salud, ni salud mental posible, en un contexto socio político, económico y cultural en que los derechos de las personas se encuentren restringidos. Por ello, los procesos de ciudadanización de la vida, y de la salud corresponden a la principal respuesta ante la persistencia en Chile de medidas sanitarias casi exclusivamente biologicistas.
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2 Estudiante de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Correo electrónico: ignacia.salazar@ug.uchile.cl, ORCID: 0000-0002-5513-4079
3 Estudiante de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Correo electrónico: paula.romero.v@ug.uchile.cl, ORCID: 0000-0003-2676-2508
4 Estudiante de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Correo electrónico: gandolfi.gabriela@gmail.com, ORCID: 0000-0002-6442-3761
5 Estudiante de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Correo electrónico: cortiz.cartes@gmail.com
6 Psicólogo Universidad de Chile, Doctor en Ciencias Humanas, mención Cultura y Discurso, Universidad Austral de Chile. Correo electrónico: grozas@uchile.cl ORCID: 0000-0003-3905-9520